La Isla

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lunes, 1 de marzo de 2010

Juan de Orellana el Bueno [1]

Después de la muerte en 1509 de Rodrigo de Orellana, sexto señor de Orellana la Vieja, la fundación del convento de San Benito en 1528 por su esposa Teresa de Meneses -tras la separación matrimonial de su hija María de Sotomayor, casada en 1517 con Diego García de Paredes- y los acontecimientos que tuvieron lugar a raiz de estos hechos, todo estuvo muy tranquilo en el dominio de los Orellana. Lo único reseñable en el nuevo sucesor, don Juan de Orellana, aparte de su participación contra su cuñado García de Paredes en defensa de su hermana María de Sotomayor, fue la incorporación de la dehesa de Cogolludo al mayorazgo de Orellana en 1515 y así permaneció todo hasta 1549. Desde ese año y hasta poco antes de transformarse el señorío de Orellana en marquesado en 1614, tiene lugar un conjunto de hechos vinculados todos ellos a los problemas de sucesión al mayorazgo en el seno de la familia Orellana, cuyos protagonistas iremos mostrando a partir de ahora en esta galería de personajes: Juan de Orellana el Bueno, Gabriel de Mendoza, María de Orellana, Rodrigo de Orellana y Toledo, María Enríquez de Mayoralgo y García de Orellana.

Juan de Orellana el Bueno, noveno señor de Orellana la Vieja [1]

Tras la Muerte del séptimo señor de Orellana le sucedió su hijo primogénito Rodrigo, casado con doña Isabel de Aguilar –hija ésta de don Gonzalo Ruiz de Figueroa: maestresala de los Reyes Católicos, capitán de caballería en la guerra de Navarra contra los franceses, embajador en Venecia, caballero de la Orden de Santiago y comendador de Lobón-. Rodrigo e Isabel tuvieron sólo un hijo varón, nuestro protagonista, Juan de Orellana, a quien le sorprendió la muerte de su padre cuando aún era niño, convirtiéndose así en sucesor del señorío sin haber alcanzado la mayoría de edad, lo que no hubiera generado por sí mismo problema alguno en la familia de los Orellana a no ser por la enfermedad que padecía, porque más o menos tarde, su gravedad anunciada pondría fin a su vida. Por ese motivo será sometido a la presión que sobre él ejerció, inclemente, su tío Gabriel de Mendoza, hermano de su padre, que anhelaba sustituirle en el mayorazgo. La vulnerabilidad que mostraba por su juventud e inexperiencia, se acentuó así por su condición de enfermo, porque siendo titular del señorío, su muerte sin descendencia quebraría la línea sucesoria al mayorazgo en el seno de la familia, lo que no todos sus miembros estaban dispuestos a tolerar. Murió, en efecto, joven, como se había esperado, en su casa de la Alberca, en Trujillo, en los últimos días del mes de enero de 1549, asistido en todo momento por su fiel amigo, el doctor Orellana.

Casa de la Alberca. Trujillo

Una de las constantes de su corta vida fue su marcado afán religioso, que le llevó a favorecer cuanto pudo la conservación de los edificios religiosos en Orellana. En primer lugar, creando un censo perpetuo con las rentas de los bienes que tenía asignada la iglesia de Santo Domingo, para atender y asegurar su mantenimiento -otro tanto hizo con las rentas del hospital de pobres que su abuelo Juan el Viejo había destinado, como su fundador, a ese menester en 1491 y que en adelante él llamaría hospital de San Juan Evangelista-. Contribuyó económicamente para que se terminara de construir el convento de San Benito, fundado por su bisabuela Teresa de Meneses en 1528 y aún trató de colaborar en la construcción de la nueva iglesia que había proyectado su padre Rodrigo hacia 1520, dejando encargado que se terminara a su costa la capilla mayor y el retablo, pero que tal vez nunca se llegara a terminar, porque trascurrieron todavía 20 años más, antes de que el obispo de Plasencia, don Pedro Ponce de León, encargara en 1570 un nuevo proyecto al maestro trujillano Francisco Becerra, para que construyera la iglesia parroquial que hoy existe en la población y que debió asentarse entonces sobre los cimientos de la que había proyectado su padre.
Parte de la información que conocemos sobre él procede de su testamento, un medio que se utilizaba más que a menudo en la época para expresar, lo que no habiéndose hecho en vida, se encargaba encarecidamente que hicieran los testamentarios. En una de sus mandas mandó derogar, como titular del señorío, el impuesto de gallinas, aunque en la memoria de la villa esta supresión se le atribuyó a su tío Gabriel, pese a que éste no hizo, en realidad, sino seguir las intenciones de su sobrino, que ya consideraba este tributo extinguido desde la muerte de su padre en 1532, porque hacía mucho tiempo que los vecinos de Orellana ya no lo pagaban. Una muestra más de esa sensibilidad postrera hacia las necesidades de sus vasallos lo manifestó asimismo encargando que se construyera, con cargo de sus rentas en Orellana, una cilla o silo con capacidad para 1.000 fanegas de trigo, para que se pudiera almacenar, de un año para otro, el grano que pudieran necesitar el pueblo para la siembra, o para cubrir necesidades individuales de los vecinos. Algo que sí tenía sentido que lo encargara a otros, fue su expreso deseo de que llevaran sus restos a Orellana la Vieja para que los depositaran en la nueva iglesia de “Nuestra Señora”, donde estaban enterrados sus padres. Para forzar su cumplimiento –dudamos que tal cosa se llevara a efecto, concentrados como estaban sus testamentarios en otros menesteres más acuciantes-, encargó que a su muerte se formara una comitiva para que llevara su cuerpo en procesión hasta Orellana, en cuyo cortejo debían participar doce clérigos y todos los miembros de ciertas cofradías trujillanas. Por lo demás, llevó, como veremos, una vida poco independiente, sometida en todo momento a las ambiciones de su tío Gabriel de Mendoza el Viejo, que terminaría sucediéndole como titular del señorío.

El convento de San Benito. Detalle de la portada del claustro

Antes de morir su padre, éste había encomendado la tutela de Juan a su esposa, Isabel de Aguilar y a su madre, María de Mendoza, a quien le faltó tiempo para delegar sus atenciones en su hijo Gabriel, siguiendo un plan secreto que ya habían acordado entre ellos para usurpar las funciones que debería asumir el muchacho, a espaldas de su madre Isabel. Desde el principio empezó Gabriel de Mendoza a ejercer su intensa presión sobre ambos. Trascurrido el período en el que no pudo disponer el joven heredero más que de la tercera parte de sus rentas por minoría de edad, lo primero que hizo fue tratar de alejar al hijo de la tutela de su madre. Poco antes, Isabel se lo había llevado a Badajoz, seguramente porque le resultara ya insoportable la asfixiante presión de su suegra María de Mendoza y de su cuñado, adonde acudió éste acompañado por su hermano Hernando Portocarrero con la intención de llevárselo de vuelta a Orellana, con el pretexto de que los asuntos del señorío le requerían con urgencia. Sabemos que por este motivo se llegó a un duro enfrentamientos con doña Isabel, cuyo conflicto terminó en manos de los jueces, con resultado desfavorable para ésta, porque la justicia determinó, finalmente, que sus tíos actuaran como sus únicos tutores legales. (Continuará).

Escudo de los Orellana

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