La Isla

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miércoles, 14 de abril de 2010

Juan de Orellana el Bueno [y 4]


Juan de Orellana el Bueno, noveno señor de Orellana la Vieja [y 4]
Es cierto que, de una u otra forma, Juan el Bueno debió llegar con sus tíos a ciertos acuerdos sobre la administración del patrimonio que éstos controlaron durante más de 15 años, arreglos que seguramente no llegaron a ser bien conocidos por el resto de su familia, pero también debió llegar a otro pacto con el cura de Orellana, porque, sintiendo cercano su anunciado final, y aprovechando que el plazo de vigencia de aquel compromiso con sus hermanos llegaba a su término en aquellas fechas, pidió consejo al clérigo, que debió persuadirle para que lo cancelara, temerosos ambos de que su tío hubiera proyectado ya apoderarse de las rentas del mayorazgo, aprovechando el final de su larga enfermedad. Todo apunta a que Juan el Bueno transfirió por entonces la función de administrar su patrimonio a manos del cura de Orellana Francisco Guisado, que gozaba de su completa confianza, hasta que se hiciera cargo del señorío quien le fuera a suceder: “y porque desde el dicho dia enadelante por mi mandado el bachiller Francisco Guisado clerigo que esta en mi cassa a tenido cargo del gasto y rescibido que despues aca sea ofrescido rescebir y gastar y para ello a procurado algunos dineros prestados digo que todo lo que diere por escripto firmado de su nombre aver rescebido se le de y pague luego de mis bienes y le passen en quenta todos los gastos que diere por escripto firmados de su nombre aver fecho e sin (sic) que sea creydo sin ninguna otra averiguacion porque del tengo entero concebto de verdad”.

Casa de la Alberca en Trujillo.
Casa solariega de los señores de Orellana la Vieja

Pero en verdad, ya nada de lo que Juan pudiera hacer serviría para que Gabriel abandonara su presa. No hacía mucho que le había pedido a su sobrino que le nombrase sucesor, lo que sin duda debió sorprender mucho al señor de Orellana, porque al menos sí tenía claro que ese derecho le correspondía a su hermana, pero a finales de 1548 comenzó a sentir con mayor fuerza la presión a la que de nuevo le iba sometiéndo, desplegando esta vez don Gabriel sobre su sobrino todo el poder de influencia que tenía sobre cuantas personas y allegados pudieran contribuir a sus propósitos. Al hilo de esta nueva estrategia, Juan de Chaves nos dice que Gabriel el Viejo le había conminado repetidamente a que interviniera en su favor, persuadiendo a su sobrino para que le nombrase su sucesor y que después de una entrevista que mantuvo con él, éste le contestó que: “como señor me dezis esso fiandome yo tanto de vos que mi propio tio don Gabriel y don Fernando Portocarrero su hermano ambos me han dicho una y muchas vezes que mi casa no la heredan ellos sino mi hermana". Gabriel insistía con Juan de Chaves para que le dijera a su sobrino que consultara sus dudas con su confesor y con fray Pedro Garijo, jurista y letrado de quien podía fiarse, y aunque Juan no quiso escucharle, terminó por ceder como resultado de las continuas presiones que ejercieron sobre él, incansables, estos y otros asesores, que valiéndose de su autoridad moral lograron torcer su voluntad para que acatara los deseos de su tío Gabriel, pese a la oposición silenciosa de Hernando Portocarrero: "importunado muchas vezes de este testigo dixo que si lo aria y que el testigo entiende que los letrados y confessor se lo deuieron aconsejar porque muy contra su voluntad a lo que este testigo pudo conocer del lo hizo persuadido de los letrados y confessor que para esto eligio que asi conuenia a su conciencia y siempre con todo esto el dicho don Fernando Portocarrero hermano del dicho don Gabriel le parecia mal y burlaua y burlo hasta que murio de la pretension del dicho don Gabriel y estuuieron sobre ello desauenidos y esquiuos con auer sido tan grandes hermanos jamas se boluieron a tratar".

Seguramente que Juan sólo llegó a conocer las interesadas explicaciones que le dieron entonces sus expertos consejeros sobre quién debía sucederle si moría sin descendencia, careciendo de hermano varón. Conocedor de las pretensiones de su hermana María y de su tío Gabriel, consultó afligido a diferentes letrados, juristas y teólogos para que le ayudaran a interpretar la escritura del mayorazgo. Agudizada su enfermedad desde hacía algún tiempo en Orellana la Vieja, pidió que le llevaran a su casa de la Alberca en Trujillo para que pudiera recibir mejores cuidados, donde acudieron a visitarle los dominicos Tomás de Santa María y Francisco Durán, acompañados del jerónimo Pedro Garijo. El cura de Orellana la Vieja Francisco Guisado, que atendía la cátedra de gramática en la villa, juzgó aquella reunión que mantuvo con los frailes como decisiva y se temió lo peor. Tras hacer salir de la sala en la que se encontraban a su tío Hernando y a sus criados, después de que se leyera la escritura principal del mayorazgo, les pidió Juan que le dieran su parecer. Todos, sin excepción, se pronunciaron a favor de Gabriel de Mendoza. Francisco de Herrera, amigo personal de éste, había llevado incluso una copia de las escrituras a Valladolid, para tratar el asunto con el licenciado Gaona, contestando éste que "si auia varon descendiente de Juan Alfonso, que no heredaua muger y que esto parecia claro por la escritura". Lo mismo hizo en sendas entrevistas con los doctores Bravo y Torice, contestando ambos que debía suceder Gabriel y no María. Según el clérigo de Orellana, estas consultas inclinaron definitivamente la opinión del joven moribundo confiando, angustiado, en el buen criterio de sus asesores: "y entendido dellos que el dicho don Gabriel era legitimo sucessor le nombró por tal y sino entendiera que era justicia no le nombraria por sucessor de la dicha casa".
Tal vez Juan el Bueno llegara a creer sinceramente, tras las presiones a las que fue sometido, que al mayorazgo de Orellana no podía suceder mujer habiendo varón de otra rama descendiente del fundador. Sea como fuere, lo cierto es que en su testamento expresó finalmente su voluntad de que le sucediera su tío Gabriel de Mendoza. Evocando lo que habían sido vacilaciones hasta ayer mismo, pensó seguramente que con sus palabras no se despejarían del todo los recelos familiares, así que propuso de nuevo –probablemente al dictado de su tío Gabriel- nada menos que el matrimonio de los dos adversarios, lo que desde luego hubiera cambiado el curso de los acontecimientos futuros, conciliando los intereses de ambas partes. La propuesta que sabemos no era nueva ejerció poco influjo en el ánimo de su hermana, que por entonces había contraído ya compromiso de matrimonio con el caballero don Gómez de Figueroa -nieto de don Gómez Suárez de Figueroa, segundo conde de Feria- gentilhombre de la Cámara de Felipe II, incrementándose por el contrario su voluntad de luchar por lo que sentía como propio.