La Isla

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martes, 30 de marzo de 2010

Desde el Castillo de La Puebla de Alcocer



Juan de Orellana el Bueno [3]


Juan de Orellana el Bueno, noveno señor de Orellana la Vieja [3]

Así estaban las cosas y como ninguna de las diferentes iniciativas con las que había intentado despejar hasta entonces el futuro de sus pretensiones había tenido éxito, decidió Gabriel que a partir de ese momento debía fomentar más la complicidad de su sobrino si quería ver cumplida su ambición y puesto que para nadie era un secreto que deseaba sucederle en el señorío y que podía ejercer una influencia decisiva en su ánimo y voluntad, haría que el joven titular le nombrara en vida sucesor al mayorazgo en su testamento. Pese a la particular dolencia que aquejara a don Juan, urdía de ese modo Gabriel una nueva forma de anular los derechos sucesorios de María, apoyándose en su carácter dócil, rayano en la sumisión. Frente a la insolencia de su tío, la ostensible usurpación que éste hacía de su potestad jurisdiccional debió causarle a Juan el Bueno no pocos problemas de respeto y consideración entre los más allegados de su familia, vasallos y criados, haciendo que su vida en la Casa Fuerte seguramente no le resultara del todo grata al joven señor de Orellana. Frente a su debilidad, la férrea voluntad del aspirante terminó imponiéndose. Aprovechándose de la ingenuidad que dominaba aún la personalidad de su sobrino, fue atrayendo Gabriel para sí todo el control y autoridad de gobierno del dominio señorial, obteniendo finalmente su nominación formal a la sucesión del mayorazgo en un nuevo testamento del titular, y lo que en principio podía imaginarse improbable, resultó al poco factible: "y teniéndole, y estando de baxo de su mano, hizo que le nombrasse por sucessor en su casa y mayorazgo y que le diesse la posession en vida como se la dio", nos dicen los documentos.
Al abrigo de sus nuevas prerrogativas no le resultó difícil mentir y falsificar documentos para que su sobrina María no pudiera defenderse ante la justicia haciendo valer sus derechos de sucesión, actitud que no aprobaba ya, inquieto, su hermano Hernando Portocarrero, que se mostró dolido por la forma en que actuaba Gabriel. Por las declaraciones de los testigos que intervinieron en los pleitos que siguieron más tarde por esta causa, sabemos el malestar que se iba extendiendo también entre los vecinos de Orellana, por las mezquinas pretensiones de don Gabriel, que no se resignaba a perder el mayorazgo: Alfonso de Zafra dijo que después de quitarle a doña Isabel la tutoría de su hijo, a su regreso de Portugal, tuvo éste a don Juan hasta que murió “muy sugeto y fuera de toda libertad y no le consentia vsar de su voluntad ni hazia mas desu persona y bienes de lo que don Gabriel queria y mandaba”; Alonso García expresó a su vez que “mandaba el dicho don Gabriel en los bienes y negocios de la hazienda de don Juan mucho mas que don Juan”; asimismo Lope García de Rueda añadía “que siempre vio que don Gabriel gouernó y mandó en la hazienda de don Juan hasta que murio y lo tenia tan sujeto que no se negociaua cosa ninguna con don Juan sino con don Gabriel porque el testigo tuuo negocios con don Juan y lo negociaua con don Gabriel”; Francisco Molina, “que viuio con don Juan en el tiempo que el dicho don Gabriel fue su curador y despues que lo dexó de ser y vio como don Gabriel tenia en su compañía de contino a don Juan y que no mandaua don Juan sino don Gabriel y don Juan no hazia sino lo que don Gabriel queria y esto paso hasta que murio"; Pedro Sánchez de Badajoz explicaba a su vez “que como vezino de Orellana vio que don Gabriel despues que fue curador de don Juan hasta que murio siempre le tuvo muy sugeto y que don Juan no mandaua ni osaua proueer cosa en su hazienda sino lo que don Gabriel queria y mandaua y esto se hazia en casa de don Juan”; Luis de Alcocer refiere cómo se comentaba entre las gentes de Orellana que “creyan que don Gabriel tenia echizado a don Juan pues tan posseydo y sugeto le tenia”, noticia que reiteraba por su parte Francisco Martín, explicando la dependencia en la que vivía don Juan, que no hacía sino lo que decidía su tío “e que se murmuraua entre los vezinos de Orellana que le deuia de tener don Gabriel echizado pues tan sugeto le estaua y no era señor ni libre de si”. El cura Diego de Morales, del que hemos tenido noticias en otras ocasiones nos decía asimismo que “vio hazer juramentos a don Juan en una procession, que estaba sugeto a don Gabriel y que no hazia mas de lo que el queria y mandaba [… ] y que oyo a parientes de don Juan que les pesaua de la gran sugecion que don Gabriel tenia a don Juan y que si era verdad que auia echizos que don Juan estaua hechizado y que sospechaua que le deuia de auer tomado algun juramento a don Juan sobre que no haria mas de lo que el demandasse”; Bartolomé Ruiz, que vivía en la fortaleza de la villa como criado de don Juan, reiteraba pesaroso en su relato el mismo estado de cosas. (Continuará).

jueves, 11 de marzo de 2010

Juan de Orellana el Bueno [2]

Juan de Orellana el Bueno, noveno señor de Orellana la Vieja [2]

La precariedad de su salud avisaba de que su vida no iba a prolongarse tanto que hiciera perder a Gabriel la esperanza de sucederle en el mayorazgo. Pese a que los derechos de sucesión los ostentara la hermana de Juan, María de Orellana, Gabriel se aprestaba ya por entonces a que se contemplara en familia su candidatura, como solución al problema sucesorio que se les planteaba inexorable si el joven heredero llegara a morir sin descendencia, porque sucediendo María, si ésta llegara a casarse con alguien ajeno a su estirpe, los bienes del mayorazgo, que ahora estaban en poder de los Orellana, con toda probabilidad, pasarían a manos extrañas. Y esta era la verdadera naturaleza del problema. Desde el pensamiento de Gabriel, esta situación sólo podría evitarla casándose con su sobrina, a lo que siempre se mostró inclinado. Sin dar tiempo a que reaccionara Isabel, Gabriel intervino secuestrando al heredero, llevándoselo de Badajoz a la villa portuguesa de Campo Mayor, a unos 20 Km. al norte de la ciudad de Elvas. Su madre reaccionó indignada recluyendo a su hija María en un convento de Badajoz. Frente a estos hechos, Gabriel mantuvo desde entonces que no le devolvería a su hijo hasta que le entregara a cambio a María en matrimonio. Durante las negociaciones que tuvieron lugar a partir de entonces, cada uno utilizó en su favor la influencia de cuantas personas pudieran contribuir a deshacer el nudo que se había creado. Gabriel mandó al cura de Orellana Diego Morales a que hablara con Isabel y a don Juan Portocarrero, su abuelo, segundo conde de Medellín, para que tratara con la priora y el capellán del convento en el que estaba María, presiones que chocaron siempre con la negativa de Isabel a concederle a su hija en matrimonio.
Gabriel mantuvo oculto al heredero hasta que regresaron a la Casa Fuerte de Orellana al cumplir éste los 14 años de edad. Continuó desde allí insistiendo en sus pretensiones matrimoniales, hasta que finalmente, desengañado, comprendió que ese matrimonio no iba a ser posible por la tozuda posición de su madre, que sin duda María, en silencio, agradecería. Durante los años siguientes, instalados ya en Orellana, Gabriel y Hernando se convirtieron en los más influyentes valedores del joven heredero, de forma que nada en el gobierno del señorío se movió sin que al menos el primero interviniera o diera su consentimiento en cuantos asuntos necesitaban la intervención del titular, proporcionando con su autoridad, seguridad al sobrino adolescente, el respaldo y apoyo que requería su inexperiencia frente a las obligaciones jurisdiccionales que había adquirido. Seguro de la influencia que ejercía sobre él, quiso Gabriel avanzar un paso más en favor de su total dominio, recurriendo a cambiar ahora formalmente el orden de sucesión instituido en el mayorazgo fundado por Juan Alfonso de la Cámara en 1341, tras lo cual, la candidatura de su sobrina, no sería ya posible.
Con el pretexto de vincular nuevos bienes al mayorazgo por valor de 20.000 ducados, entre los que se incluían la dehesa del Bodonal, trató don Gabriel –al que llamaban Gabriel el Viejo- de mover en la Corte lo que no conseguía alcanzar por otros medios, apelando a la influencia del doctor Escudero, miembro del Consejo Real, buscando obtener por su mediación una licencia real que facultara a su sobrino para modificar la escritura de fundación del mayorazgo del que era titular y poder excluir, así, el llamamiento de hembras del orden de sucesión, a lo que el Rey, bien asesorado, se negó en redondo. Aunque María fue advertida de la maniobra que planeaba su tío para usurparle sus derechos sucesorios, utilizando la manifiesta candidez de su hermano para ganarse falazmente su voluntad, su denuncia nunca llegó a contemplarse en el Consejo, por superflua, aunque las pretensiones de Gabriel hubieran encontrado entre los medios judiciales una mejor acogida que los argumentos de su sobrina, porque las mujeres que sucedían al mayorazgo en el seno de una familia debían ceder, al contraer matrimonio, el mando efectivo del señorío a sus maridos, adoptando éstos en consecuencia el apellido del linaje. Esta negativa aumentó la intranquilidad de Gabriel, porque a María no le faltaban pretendientes, como ya se lo había advertido su amigo Juan de Solís, regidor de Trujillo en 1551, diciéndole que la enfermedad de Juan era mortal y que ciertos caballeros principales de Trujillo estaban moviendo sus influencias para casarse con su hermana; alguno de los pretendientes llegó a insinuarle a Gabriel que le dejara el camino libre, porque siendo él nieto de don Juan Portocarrero, segundo conde de Medellín, no habrían de faltarle a él otras oportunidades para medrar. (Continuará).

lunes, 1 de marzo de 2010

Juan de Orellana el Bueno [1]

Después de la muerte en 1509 de Rodrigo de Orellana, sexto señor de Orellana la Vieja, la fundación del convento de San Benito en 1528 por su esposa Teresa de Meneses -tras la separación matrimonial de su hija María de Sotomayor, casada en 1517 con Diego García de Paredes- y los acontecimientos que tuvieron lugar a raiz de estos hechos, todo estuvo muy tranquilo en el dominio de los Orellana. Lo único reseñable en el nuevo sucesor, don Juan de Orellana, aparte de su participación contra su cuñado García de Paredes en defensa de su hermana María de Sotomayor, fue la incorporación de la dehesa de Cogolludo al mayorazgo de Orellana en 1515 y así permaneció todo hasta 1549. Desde ese año y hasta poco antes de transformarse el señorío de Orellana en marquesado en 1614, tiene lugar un conjunto de hechos vinculados todos ellos a los problemas de sucesión al mayorazgo en el seno de la familia Orellana, cuyos protagonistas iremos mostrando a partir de ahora en esta galería de personajes: Juan de Orellana el Bueno, Gabriel de Mendoza, María de Orellana, Rodrigo de Orellana y Toledo, María Enríquez de Mayoralgo y García de Orellana.

Juan de Orellana el Bueno, noveno señor de Orellana la Vieja [1]

Tras la Muerte del séptimo señor de Orellana le sucedió su hijo primogénito Rodrigo, casado con doña Isabel de Aguilar –hija ésta de don Gonzalo Ruiz de Figueroa: maestresala de los Reyes Católicos, capitán de caballería en la guerra de Navarra contra los franceses, embajador en Venecia, caballero de la Orden de Santiago y comendador de Lobón-. Rodrigo e Isabel tuvieron sólo un hijo varón, nuestro protagonista, Juan de Orellana, a quien le sorprendió la muerte de su padre cuando aún era niño, convirtiéndose así en sucesor del señorío sin haber alcanzado la mayoría de edad, lo que no hubiera generado por sí mismo problema alguno en la familia de los Orellana a no ser por la enfermedad que padecía, porque más o menos tarde, su gravedad anunciada pondría fin a su vida. Por ese motivo será sometido a la presión que sobre él ejerció, inclemente, su tío Gabriel de Mendoza, hermano de su padre, que anhelaba sustituirle en el mayorazgo. La vulnerabilidad que mostraba por su juventud e inexperiencia, se acentuó así por su condición de enfermo, porque siendo titular del señorío, su muerte sin descendencia quebraría la línea sucesoria al mayorazgo en el seno de la familia, lo que no todos sus miembros estaban dispuestos a tolerar. Murió, en efecto, joven, como se había esperado, en su casa de la Alberca, en Trujillo, en los últimos días del mes de enero de 1549, asistido en todo momento por su fiel amigo, el doctor Orellana.

Casa de la Alberca. Trujillo

Una de las constantes de su corta vida fue su marcado afán religioso, que le llevó a favorecer cuanto pudo la conservación de los edificios religiosos en Orellana. En primer lugar, creando un censo perpetuo con las rentas de los bienes que tenía asignada la iglesia de Santo Domingo, para atender y asegurar su mantenimiento -otro tanto hizo con las rentas del hospital de pobres que su abuelo Juan el Viejo había destinado, como su fundador, a ese menester en 1491 y que en adelante él llamaría hospital de San Juan Evangelista-. Contribuyó económicamente para que se terminara de construir el convento de San Benito, fundado por su bisabuela Teresa de Meneses en 1528 y aún trató de colaborar en la construcción de la nueva iglesia que había proyectado su padre Rodrigo hacia 1520, dejando encargado que se terminara a su costa la capilla mayor y el retablo, pero que tal vez nunca se llegara a terminar, porque trascurrieron todavía 20 años más, antes de que el obispo de Plasencia, don Pedro Ponce de León, encargara en 1570 un nuevo proyecto al maestro trujillano Francisco Becerra, para que construyera la iglesia parroquial que hoy existe en la población y que debió asentarse entonces sobre los cimientos de la que había proyectado su padre.
Parte de la información que conocemos sobre él procede de su testamento, un medio que se utilizaba más que a menudo en la época para expresar, lo que no habiéndose hecho en vida, se encargaba encarecidamente que hicieran los testamentarios. En una de sus mandas mandó derogar, como titular del señorío, el impuesto de gallinas, aunque en la memoria de la villa esta supresión se le atribuyó a su tío Gabriel, pese a que éste no hizo, en realidad, sino seguir las intenciones de su sobrino, que ya consideraba este tributo extinguido desde la muerte de su padre en 1532, porque hacía mucho tiempo que los vecinos de Orellana ya no lo pagaban. Una muestra más de esa sensibilidad postrera hacia las necesidades de sus vasallos lo manifestó asimismo encargando que se construyera, con cargo de sus rentas en Orellana, una cilla o silo con capacidad para 1.000 fanegas de trigo, para que se pudiera almacenar, de un año para otro, el grano que pudieran necesitar el pueblo para la siembra, o para cubrir necesidades individuales de los vecinos. Algo que sí tenía sentido que lo encargara a otros, fue su expreso deseo de que llevaran sus restos a Orellana la Vieja para que los depositaran en la nueva iglesia de “Nuestra Señora”, donde estaban enterrados sus padres. Para forzar su cumplimiento –dudamos que tal cosa se llevara a efecto, concentrados como estaban sus testamentarios en otros menesteres más acuciantes-, encargó que a su muerte se formara una comitiva para que llevara su cuerpo en procesión hasta Orellana, en cuyo cortejo debían participar doce clérigos y todos los miembros de ciertas cofradías trujillanas. Por lo demás, llevó, como veremos, una vida poco independiente, sometida en todo momento a las ambiciones de su tío Gabriel de Mendoza el Viejo, que terminaría sucediéndole como titular del señorío.

El convento de San Benito. Detalle de la portada del claustro

Antes de morir su padre, éste había encomendado la tutela de Juan a su esposa, Isabel de Aguilar y a su madre, María de Mendoza, a quien le faltó tiempo para delegar sus atenciones en su hijo Gabriel, siguiendo un plan secreto que ya habían acordado entre ellos para usurpar las funciones que debería asumir el muchacho, a espaldas de su madre Isabel. Desde el principio empezó Gabriel de Mendoza a ejercer su intensa presión sobre ambos. Trascurrido el período en el que no pudo disponer el joven heredero más que de la tercera parte de sus rentas por minoría de edad, lo primero que hizo fue tratar de alejar al hijo de la tutela de su madre. Poco antes, Isabel se lo había llevado a Badajoz, seguramente porque le resultara ya insoportable la asfixiante presión de su suegra María de Mendoza y de su cuñado, adonde acudió éste acompañado por su hermano Hernando Portocarrero con la intención de llevárselo de vuelta a Orellana, con el pretexto de que los asuntos del señorío le requerían con urgencia. Sabemos que por este motivo se llegó a un duro enfrentamientos con doña Isabel, cuyo conflicto terminó en manos de los jueces, con resultado desfavorable para ésta, porque la justicia determinó, finalmente, que sus tíos actuaran como sus únicos tutores legales. (Continuará).

Escudo de los Orellana