La Isla

La Isla

viernes, 20 de abril de 2012

Mérida romana [2]

Paisaje extremeño [3]

María Enríquez de Mayoralgo [4]

La divulgación de una paulina (2)
Una paulina era en aquellos años un recurso muy serio y con sobrada capacidad de intimidación para los cristianos creyentes, porque les colocaba directamente frente a la excomunión si no decían cuanto supieran de lo que les preguntara la autoridad eclesiástica por este medio: "y no lo aviendo manifestado restituido ni revelado lo susodicho desde entonçes dareis e pro[nunciareis] sentençia de excomunion en las tales personas y a cada una dellas y por publicos excomulgados segun es uso y costumbre los dareis y denunçiareis...”. La costumbre exigía que la carta fuera leída acompañándose de una cierta puesta en escena y solemnidad durante “domingos y fiestas de guardar la misa mayor y otros dias feriados cubierta una cruz de luto tañendo campanas matando candelas y haçiendo las demas çeremonias y actos que es uso y costumbre y el derecho manda anatematiçeis y maldigais y torneis a denunçiar y declarar las tales personas y cada una dellas por publicos excomulgados". Fueron, obviamente, numerosos los testimonios que tras la lectura de la paulina en las diferentes iglesias y conventos se precipitaron, formando casi de inmediato un torrente de declaraciones que poco a poco fueron poniendo a los jueces en la pista, no sólo de quién tenía los documentos, sino brindándoles al mismo tiempo una explicación del por qué habían permanecido ocultos. A través de este poderoso recurso, los testimonios de ciertas personas fueron poniendo pronto en evidencia el sobrado conocimiento que existía en la calle sobre determinados asuntos que, perteneciendo en apariencia al exclusivo dominio de unos pocos, eran, en realidad, compartidos por un círculo mucho más amplio de personas, y no siempre del círculo más allegado.

El Consejo Real había nombrado en Trujillo a don Adrián Fernández de Rivas para que siguiera las declaraciones de los testigos. En la iglesia de Santa María la Mayor, de la que era clérigo presbítero el doctor de la Parra, se hizo su lectura el 24 de abril de 1600 y, dos días más tarde, declaraban los clérigos Pedro Becerra, Juan Díaz de Oxado y algún otro, explicando lo poco que sabían acerca de los papeles que por mandato de doña María se habían llevado unos cuantos hombres desde el Palacio de Orellana hasta la casa de su hijo Pablo Enríquez Mayoralgo, en Aldea del Cano. Pablo Enríquez Mayoralgo se presentó, pasados unos días, en Trujillo, diciendo que en cuanto se enteró en Coria de la paulina se había dirigido lo antes posible a la villa de Aldea del Cano, presentándose al cura Martínez el 25 de abril de 1600, a quien le explicó que el día que había muerto Gabriel Alonso de Orellana, al final de la cuaresma de 1599, estaba él en Trujillo en la casa de su madre y que de improviso se presentó allí el alcalde mayor de la ciudad y que éste, de forma un tanto desconsiderada, se puso a buscar ciertos papeles, registrando algunos muebles de la casa: "entro en casa de doña Maria Enriquez Mayorazgo en donde estava el cuerpo del dicho don Gabriel su nieto muerto dos oras poco mas o menos y començo a haçer algunas cosas y dilixençias que a los cavalleros que estavan presentes y otras personas no pareçieron muy justificadas ni fueron a petiçion de partes a lo que se deçia y no proçediendo con el comedimiento que se devia a una muger tan principal como la dicha doña Maria y tomo unas llaves de un escritorio y se le abrio y anduvo y examino todo lo que en el estava de papeles y algunas pocas pieças...", quedando la dueña por ello muy afligida y con temor de que volvieran a repetir la visita, oyéndola entonces decir que queria recoger algunas joyas y también unos papeles "tocantes a si y a su nieto don Gabriel" en la villa de Orellana. En Aldea del Cano, donde solía pasar el invierno, le dijeron que habían llevado a su casa dos canastas con documentos y que estuvieron allí cuatro o cinco días, de donde se las llevó el clérigo de Trujillo Alonso Díaz Ojado, pero que él no había llegado a ver los citados papeles ni conocía su contenido. El mismo día y ante el citado cura de la villa, testificó también su mujer Catalina de Mendoza y Chaves, porque a ella le habían entregado en la iglesia del pueblo la carga que traían los porteadores desde Orellana, donde se encontraba acompañada de otra mujer y un cura, diciendo que los papeles los "trujeron unos moços los quales ella no conoçio ni sabe quien fuesen ni como se llamasen unos papeles los quales ella no vio ni supo que papeles fuesen ni si heran testamentos ni escrituras de quentas de quien ni como y que de oy a ocho dias poco mas o menos vino por ellos Alonso Diaz Ojado clerigo veçino de la çiudad de Trugillo los llevo todos de la manera que los avian traido sin guardar uno ni mas y los que ella a el presente no save donde estan ni quien los tiene...". Fue Francisco Ruiz, al que llamaban el Mozo, uno de los vecinos de Orellana la Vieja que una noche de finales de marzo de 1599 habían transportado los documentos del mayorazgo de Orellana desde la casa fuerte hasta la villa de Aldea del Cano, siguiendo instrucciones del alcalde mayor de Orellana Antonio Sánchez Sevillano, al que acompañaba Juan Cabezas, escribano y mayordomo de Gabriel Alfonso de Orellana y un vecino de Cáceres, llamado Sotoval.

Cuando tuvo conocimiento de que en la iglesia parroquial se habían leído cartas de excomunión del nuncio de su Santidad sobre unos papeles del mayorazgo durante la primavera de 1600, supo que aquellas lecturas estaban relacionadas con el transporte de documentos que había hecho a la mencionada villa cacereña. En la declaración que hizo el 6 de mayo de 1600 ante Diego Nieto, cura teniente de Orellana la Vieja, explicó que cierto día de finales de marzo de 1599 le dijeron que debía emprender esa noche un viaje acompañado por Francisco Ciudad a un lugar que no le especificaron hasta que no llegó el momento de partir, entregándoles “dos banastas llenas de papeles y ençima esparragos y las llevaron aquella noche y el otro dia a el Aldea del Cano” y que llegados a la iglesia del lugar, se las entregaron a Catalina de Mendoza, que les esperaba en compañía de un cura y de otra mujer. El 13 de abril había declarado primeramente en Orellana ante el mismo cura Francisco Ciudad, diciendo: “que por el mes de março del año pasado de noventa y nueve luego que murió don Gabriel de Orellana llamaron a este declarante ante Antonio Sanchez Sevillano que hera a la saçon alcalde mayor y Juan Caveças escrivano y le dixeron que avia de yr un camino y no avia de saver donde hasta que fuese y ansi este declarante y Françisco Ruiz veçino desta villa fueron a la fortaleça y alli el dicho alcalde y escrivano les entregaron dos banastas llenas de papeles y escripturas y unos esparragos ençima y los cargaron en una bestia y un arguerilla y por su mandado caminaron toda aquella noche y los llevaron a el Aldea del Cano tierra de Caçeres y buscando a doña Catalina de Mendoça muger de don Paulo la hallaron en la Yglesia mayor de dicho lugar y alli descargaron las dichas banastas y se las entregaron a ella baçiando los papeles y bolviendose las vanastas y ella las reçibio en presencia de otra muger que no saven como se llamava…”. Ratificaron ambos testigos sus declaraciones ante los vecinos de Orellana Gonzalo Muñoz, Hernando Moñinos, Pedro Arias y Juan de Medina, cura párroco de la villa y Diego Nieto, su teniente. Francisco Pizarro testificó el 12 de abril en Truxillo, diciendo que había oído a ciertas personas que doña María Mayoralgo había escrito a García de Figueroa dándole cuenta de la muerte de su nieto y de que tenia algunos papeles en los que constaba que en el mayorazgo de Orellana podía suceder mujer y que esto mismo se lo había comentado un clérigo llamado Ojado un día que fueron de caza. También le había comentado Florentino Corral que María de Mayoralgo había hecho mal al enojarse con el clérigo Medina, “porque le encubriria muchos papeles que en favor del suçeder embra en el mayorazgo tenia y esto haria para verse aunado con don Rodrigo de Orellana [y Toledo] persona que pretendia el dicho mayorazgo”. Por entonces, García de Orellana ya había oído al propio cura Medina y a otras personas bien informadas que existían papeles "por donde era llamada embra a el dicho mayorazgo".