La Isla

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martes, 26 de mayo de 2015

Titulares del señorío de Orellana de la Sierra [2]


3.  Diego de Orellana el Bueno, tercer señor de Orellana de la Sierra

           
A la muerte de  Diego de Orellana el Rico en el verano de 1414, le sucedió  su hijo primogénito Diego de Orellana el Bueno, al tiempo que los infantes de Aragón consolidaban su posición de poder en Castilla. Desde la muerte de Enrique II la nobleza venía enfrentándose al poder real cada vez con mayor ímpetu, aprovechando las sucesivas minorías de edad de los monarcas. Enrique III había muerto muy joven dejando a su hijo Juan, de muy corta edad, como heredero y a su esposa Catalina de Lancáster y a su hermano Fernando de Aragón –Fernando de Antequera- como regentes. Tras ocupar éste en 1412 el trono aragonés no renunció a las prerrogativas que le confería al mismo tiempo su regencia en el de Castilla, circunstancia de la que supo aprovecharse, especialmente para hacer partícipes a sus hijos, los llamados infantes de Aragón, de la gran influencia que había adquirido en los asuntos concernientes a su gobierno, los cuales constituyeron a partir de entonces una descomunal banda de poder con el que llegaron a conmover los cimientos de la Corona castellana: algunos de los infantes fueron ellos mismos reyes, como don Alfonso, que lo fue de Aragón a la muerte de su padre y don Juan, de Navarra; otros, como don Sancho y don Enrique, fueron maestres de Alcántara y Santiago respectivamente; sus hermanas  ocuparon también influyentes posiciones en el escenario político de la época: doña Maria de Aragón fue la esposa del propio rey Juan II y doña Catalina, contrajo matrimonio con el de Portugal. Don Enrique y don Alfonso habían contraído matrimonio a su vez con sendas hermanas del monarca castellano al que sometieron a un continuado acoso para apoderarse de la Corona de Castilla y especialmente contra el privado del rey Álvaro de Luna, enturbiando de este modo las relaciones políticas en todo el reino, viéndose arrastrado el estamento nobiliario a tomar partido por una u otra facción de poder a partir del momento en que Juan II ocupó el trono de Castilla en 1419 siendo todavía un niño, recién proclamada su mayoría de edad.

La población de Orellana de la Sierra, al fondo.


Tras su derrota inicial sufrida en 1422, perseguido por Juan II, el infante don Enrique se hizo fuerte en las extensas posesiones que tenía en Extremadura (Granadilla, Galisteo, Alconéctar, Garrovillas, Alburquerque, La Codosera, Azagala, Medellín y Alconchel), trasladando a estas tierras en 1429 los enfrentamientos que mantenía con el ya condestable don Álvaro de Luna. En 1430 los infantes habían sido ya derrotados, sus bienes confiscados y repartidos y el condestable premiado con el maestrazgo de la Orden de Santiago, resultando al mismo tiempo reforzados  los intereses de la oligarquía nobiliaria castellana que tomó partido por la Corona. Este proceso comprometió seriamente a la nobleza local en las luchas por el poder, complicando las relaciones en el seno de muchas familias, como les sucedió a los Bejarano en Trujillo, distanciando a Diego el Bueno de su hermano Pedro el Viejo, porque siendo Diego partidario de Juan II, Pedro de Orellana lo fue del infante don Enrique.


Alcázar de los Bejarano. Trujillo

Como partidario del rey recibió, sin duda, algunas donaciones, aunque también alguna misión difícil de llevar a cabo. Era por entonces Diego de Orellana persona influyente en Trujillo y miembro destacado de su concejo municipal, por lo que el 28 de octubre de 1440 se vio comprometido ante el mismo al presentar, en la sesión que se celebró ese día en la iglesia de Santiago, la carta por la que el rey hacía donación de la ciudad de Trujillo a Pedro de Zúñiga, facultándolo para tomar posesión de la misma al día siguiente. Esto puso en pie de guerra a todos los regidores del concejo, que pusieron  de inmediato los cargos a su disposición y quedando él como nuevo corregidor de la ciudad. La frontal resistencia de los trujillanos a formar parte del dominio señorial de los Zúñiga y su inquebrantable voluntad de permanecer en el realengo hizo que al final consiguieran evitar la intrusión con la inestimable ayuda del maestre de la Orden de Alcántara, Gutierre de Sotomayor.

Durante un cierto tiempo que no he podido precisar, aunque sospecho corto, la villa de  Cañamero perteneció al señor de  Orellana de la Sierra por donación de Juan II, como también lo acredita su testamento: “otrosi mando que se sepa lo que yo tomé a mis vasallos de Cañamero, estando yo cercado …” y más adelante, en el mismo documento, dirigiéndose a su hijo García: “e ansimesmo le fago heredero de la mi villa de Cañamero y del derecho que a ella tengo”. En otra ocasión, después de haber sido elegido por segunda vez Fray Gonzalo de Illescas prior del monasterio de Guadalupe en 1450, surgen nuevas referencias a este castillo como propiedad de Diego el Bueno, cuando éste, requerido por Juan II como consejero político y confesor le pide al rey que le fueran devueltas al monasterio las escribanías de Trujillo y que mandara derribar el castillo roquero que había levantado en Cañamero Diego de Orellana, porque continuamente amenazaba su gente el sosiego del santuario, lo que seguramente debió llevarse a cabo, porque sabemos que Diego de Orellana había mandado reconstruir más tarde parte del castillo de Cañamero, derruido entre el verano de 1453 y el de 1454. Esta construcción, sin embargo, no llegó a formar parte de sus bienes vinculados, porque en  noviembre de 1464 no estaba incluida esta villa entre los bienes del mayorazgo de Orellana de la Sierra. Constituían por entonces los bienes vinculados al mayorazgo la casa solariega de Trujillo, conocida como Alcázar de los Bejarano, el lugar de Orellana de la Sierra, con olivares, huertas y viñas; las heredades de Magasca, Montejo, Serrezuela, Pizarroso, el Pizarralejo, una  parte de Cogolludo y  Villalba, las mismas con las que hizo fundación su padre en 1412. Fuera de estos bienes vinculados, tal vez mantuviera también un tiempo bajo su dominio Logrosán y Berzocana, como sugiere Esteban de Tapia en su manuscrito, posesiones que, por alguna razón, debieron ser otro motivo más de discordia con su hermano Pedro de Orellana el Viejo.


Casa fuerte de los Bejarano. Orellana de la Sierra


Entre los miembros de las familias ligadas a los señoríos de Orellana la Vieja y Orellana de la Sierra se entrecruzaban a menudo, junto a los Meneses de Talavera, abundantes alianzas familiares, pero también discordias y rencillas. Tras convertirse Diego el Bueno en el tercer titular del dominio en 1414, cuando apenas contaba 10 años de edad, ya surgieron algunos problemas con sus vecinos más inmediatos, seguramente porque éstos  invadieran tierras que considerasen  propias, por haberlas ocupado a consecuencia de linderos mal definidos o simplemente, porque aprovecharan la debilidad circunstancial del contrario como hizo su tío Hernando Alonso de Orellana, señor de Orellana la Vieja, invadiendo parte de sus propiedades y algunas parcelas que pertenecían al Concejo de Orellana de la Sierra aprovechando su minoría de edad y que mantuvo como suyas durante 14 años. Más tarde él mismo haría otro tanto con las propiedades del señor de Orellana la Vieja y de sus herederos.


Casa fuerte de los Bejarano. Orellana de la Sierra

Pese a todo, lo que él más temía de todo era que esos problemas agravaran la fragilidad que heredaba su hijo García. Dada su edad, le preocupaba especialmente la extremada soledad en la que tras su muerte dejaría al muchacho, sobre quien deseaba,  ya cansado,  delegar el gobierno del señorío, como a él mismo le había pasado con su padre y para que no le faltara una persona que velara por él  se vio  obligado a pedirle a su criado Alonso Pizarro, por quien sentía Diego  un profundo afecto,  que le cuidara y actuara de tutor cuando él muriera y por si éste faltara, le pidió asimismo a su tío el arcediano de Plasencia que se hiciera cargo de él, porque en su  familia más directa, aparte de su mujer Isabel García de Vargas, no había otra persona próxima de quien se fiara:  su hermano Vasco había muerto hacía poco, Isabel, la menor, era monja en Santo Domingo el Real de Toledo y Marta, vivía alejada en Talavera con su marido Fernán Álvarez de Meneses. Sólo su hermano Pedro, de quien recelaba profundamente, estaba cerca de su hijo. 

miércoles, 13 de mayo de 2015

Titulares del Señorío de Orellana de la Sierra [1]

Desde principios de 2010 he ido escribiendo en este blog, bajo el epígrafe de “Galería de personajes históricos”, sobre algunos de los personajes más relevantes vinculados al señorío de Orellana la Vieja, con mención especial de aquellos que asumieron mayor protagonismo en el pleito de sucesión a la titularidad del mayorazgo que enfrentó a la familia de los Orellana durante la segunda mita del siglo XVI. Comienzo a partir de ahora, insertando en la misma “Galería de personajes históricos” un recorrido similar con titulares y miembros del señorío de Orellana de la Sierra, vinculados al linaje trujillano de los Bejarano, iniciándolo con su primer titular.

   1.  Alvar García Bejarano, primer señor de Orellana de la Sierra


Aunque la creación del señorío de Orellana de la Sierra no tuvo lugar hasta principios del último cuarto del siglo XIV, es muy probable que los Bejarano descendientes de los que participaron en la conquista de Trujillo en 1232, hubieran ocupado ya a finales del segundo tercio del XIII las tierras que repoblaron junto a los Altamirano a orillas del Guadiana. Procedían los Bejarano de la ciudad de Beja, capital del Bajo Alentejo portugués, fruto de la conquista efectuada a los musulmanes en tiempos del primer rey de Portugal Alonso Enríquez. El señorío pleno lo concedió Enrique II a don Alvar García Bejarano el 18 de octubre de 1375, recompensándole de ese modo la participación en sus filas durante la contienda que mantuvo contra su hermanastro el rey Pedro I.



Detalle del Arco del Triunfo en Trujillo. Imagen de la Virgen de la Victoria
 flanqueada por los escudos de los Bejarano, Altamirano y Añasco

Era Alvar García hijo de Diego García Bejarano y de Leonor Muriel de Vargas, descendiente de los Añasco de Trujillo. Casado con doña Leonor Moñino, su descendencia constituyó la sucesión al señorío de Orellana de la Sierra. Merece la pena sin embargo en este punto, hacer un ligero desvío para resaltar la rica estirpe de extremeños ilustres que nacieron de su segundo matrimonio con doña Mencía González de Carvajal, que destacaron en el ámbito de las leyes, la política y su papel en la Iglesia durante todo el siglo XV y principios del XVI, distinguiéndose, entre otros, don Garci López de Carvajal, miembro del Consejo de Juan II; el doctor Lorenzo Galíndez de Carvajal y don Bernardino López de Carvajal, Cardenal de Santa Cruz.

Nació el segundo en Plasencia en 1472, de donde era natural su madre, Juana Galíndez; su padre, Diego de Carvajal, fue canónigo en Plasencia y Sevilla, arcipreste de Trujillo y arcediano de Coria. Estudió derecho en Salamanca, donde contrajo matrimonio con Beatriz Dávila. A los 27 años de edad accedió al cargo de oidor en la Chancillería de Valladolid, desde donde los Reyes Católicos, atraídos por el profundo conocimiento que mostró de las leyes del reino, le llevaron a su Consejo, cuando apenas contaba 30 años de edad, figurando ya su firma a partir de 1502 de forma habitual en documentos expedidos por el Consejo Real. Seguramente la reina Isabel le escogió desde un principio entre sus más directos colaboradores para que contribuyera activamente a resolver la confusión y desorden que existía por entonces en las leyes castellanas, pese al esfuerzo legislador y recopilador de reinados anteriores, para que fueran simplificadas y unificadas. La influencia del placentino en el lecho de muerte del Rey Católico fue asimismo, junto con los licenciados Zapata y Vargas, decisiva para la elección de Carlos V, frente a su hermano D. Fernando, como sucesor del Rey Católico a la Corona española.

Nació Bernardino López de Carvajal en Plasencia en el año 1456, de Francisco López de Carvajal y de Aldonza de Sese Sande; siguiendo su temprana inclinación hacia el conocimiento de las letras sagradas, aconsejado por don Juan de Carvajal, Cardenal de Sant´Angelo, estudió teología y leyes en Salamanca, accediendo a los 24 años de edad a la cátedra de Prima. Fue maestro del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos; obispo de Zamora, Salamanca, Jaén y Plasencia; Arzobispo de Toledo y Sevilla; Inquisidor General y Rector de la Universidad de Salamanca. Los Reyes Católicos le enviaron a Roma como su embajador, donde pronto destacó por su habilidad en los asuntos diplomáticos. Fue secretario personal de Sixto IV y nuncio con Inocencio VIII en 1486. En 1493 por mediación de la reina Isabel fue nombrado cardenal por Alejandro VI, distinguiéndole más tarde con el cargo de Cardenal de la Santa Cruz. Tanto la curia romana como los monarcas españoles se beneficiaron de su agudeza política y habilidad diplomática que demostró en los muchos asuntos en que intervino. A la muerte de Alejandro VI en 1503 estuvo a punto de ser elegido Papa. En 1511 presidió un concilio cismático en Pisa contra Julio II, lo que le valió la pérdida de su dignidad cardenalicia y la enemistad del rey Católico. Conseguida su abjuración, León X le nombró decano del Sacro Colegio de Cardenales, aunque ya no volvió a disfrutar del prestigio personal que había tenido hasta entonces.



Bernardino López de Carvajal, cardenal de Santa Cruz. 

  2. Diego García de Orellana el Rico, fundador del mayorazgo de Orellana de la Sierra

Segundo señor de Orellana de la Sierra, fue Diego García de Orellana el primero de los hijos de Alvar García Bejarano y Leonor Moñino. El 6 de febrero de 1412 fundó, conjuntamente con su esposa doña Teresa Gil, (hija de Pedro Alfonso de Orellana, 2º señor de Orellana la Vieja) el mayorazgo de Orellana de la Sierra, vinculando al mismo un tercio de sus bienes, integrados por el Alcázar de los Bejarano en Trujillo y las heredades de Magasca –la que dicen del Moro-, Serrezuela, Villalba, Pizarroso, Pizarralejo, Montejo y aproximadamente el 5 por ciento de la dehesa de Cogolludo, además del ejido de la villa y otras tierras de menor extensión dentro de su término, recibiendo confirmación de Juan II un año más tarde por medio de una cédula emitida en la ciudad de Toro.


Alcázar de los Bejarano. Trujillo

Responde su fundación, como era habitual entonces, a la necesidad de que todos los bienes de una determinada familia permanecieran indivisibles bajo el dominio de uno sólo de los descendientes, para ser transmitidos, vinculados a un mayorazgo, de generación en generación por vía de varonía, guardando así perpetua memoria del linaje de los Bejarano. Quedaba en el mismo establecido un orden regular de sucesión, según el cual, al titular debía sucederle el hijo varón mayor, continuando por esta vía la sucesión entre las siguientes generaciones. Si falleciera el primogénito antes de suceder en el mayorazgo, los derechos debían pasan forzosamente a su hijo varón siguiente en edad. Si el titular falleciera sin hijos varones, debían sucederle entonces sus hermanos, empezando por el de mayor edad, continuando los hijos varones de éste y los nietos, constituyendo, en este punto particular, una importante diferencia con el mayorazgo de Orellana la Vieja, en el que antes de contemplar, en ausencia de hijos varones del titular, a los hermanos de éste, se permitía la sucesión de las hijas, dando así lugar a un cambiando de rama sucesoria, lo que dio origen, en el caso de la sucesión al mayorazgo de Orellana la vieja, al duro y prolongado conflicto en la familia de los Orellana.

Escudo de los Bejarano. Alcázar de los Bejarano. Trujillo


jueves, 19 de marzo de 2015

Sancho de Paredes, hijo de Diego García de Paredes, nació en Orellana la Vieja en el verano de 1518.


Como ya he referido en alguna otra ocasión en este mismo blog, el Palacio de los Orellana es la construcción emblemática por excelencia en Orellana la Vieja, sede del señorío y residencia habitual de los titulares de su mayorazgo. En esa fortaleza nació en 1518 Sancho de Paredes, hijo de Diego García de Pareces, el Sansón de Extremadura, casado con María de Sotomayor, hija de Rodrigo de Orellana, 6º señor de Orellana la Vieja. El carácter furibundo de su marido hizo que María se refugiara, de forma apresurada, en Orellana con su hermano Juan. Su historia, sucinta,  es la siguiente:



                                                                     Palacio de los Orellana. Orellana la Vieja

La madre de María, doña Teresa de Meneses, era descendiente del trujillano Alvar García Bejarano, primer señor de Orellana de la Sierra, hija de Francisco de Meneses, el Santo, hombre influyente en la corte de los Reyes Católicos, y de doña Elvira de Toledo, hija del conde de Oropesa.  En 1485 contrajo matrimonio con Rodrigo de Orellana,  señor de Orellana la Vieja, residiendo desde entonces en su casa fuerte. A los pocos años de morir su marido en 1509, Teresa decidió ingresar en el convento de San Pablo de Toledo, de la orden de los Jerónimos, cuando rondaba los 45 años de edad. 

Era habitual en esa época encontrar en los conventos de religiosas a mujeres alojadas en el interior del claustro en calidad de novicias, especialmente doncellas en espera de matrimonio, o viudas, como era su caso. En el mismo convento toledano ingresó también su hija Marina de Meneses hacia 1514 y en 1515, su segunda hija, Ana de Sotomayor, en el de Santo Domingo el Real de Toledo. Constituía este retiro monacal para muchas mujeres un destino socialmente reconocido, aceptado a menudo con resignación por la interesada y aunque en ocasiones fuera deseado sinceramente,  lo habitual era que el cabeza de familia utilizara su influencia y recursos económicos para lograr situar en el claustro a sus hijas en espera de matrimonio y en ciertos casos, también los primogénitos que heredaban mayorazgo a sus hermanas, especialmente cuando sus progenitores no habían logrado  reunir una dote suficiente para aspirar a un matrimonio ventajoso, de acuerdo a su dignidad y prestigio social. En el caso de su tercera hija María de Sotomayor, sin embargo, la causa fue muy otra: tras su fracaso matrimonial tuvo que refugiarse en Orellana durante un cierto tiempo, donde nació su hijo, pero al cabo del cual se vio obligada a recluirse en el convento jerónimo junto a  su madre, poniéndose de este modo a resguardo de las amenazas de su marido. 

La fundación del convento de San Benito en 1528 estuvo ligada estrechamente con esta ruptura matrimonial, porque pasados pocos años y a causa de las incomodidades que comportaba la presencia de la hija en el claustro como pupila, sin que ésta se integrara a la vida religiosa de la comunidad, las monjas fueron haciéndole notar su rechazo, contribuyendo sin duda a impulsar lo que por entonces tal vez solo fuera un  proyecto latente en  doña Teresa: la fundación de un nuevo convento en la villa de Orellana la Vieja,  donde había vivido casi 25 años en compañía de su marido y donde crió a su extensa prole, alternando esa residencia  con su casa solariega de la Alberca en Trujillo.


                                                                    Convento de San Benito de Orellana la Vieja

María de Sotomayor había contraído matrimonio en octubre de 1517 con el noble caballero trujillano don Diego García de Paredes, legendario coronel español que hizo una carrera militar casi mítica en las guerras del norte de Italia, en las que durante años estuvo a las órdenes de don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, principalmente en las campañas contra los franceses que promovieron los Reyes Católicos.  Diego García de Paredes, Cristóbal Zamudio, el coronel Villalba, Gonzalo Pizarro –padre del conquistador de Perú- y Pedro Navarro, entre otros,  comandaron la temible infantería que libró importantes batallas durante los primeros años del XVI contra turcos y franceses, asociando sus hazañas a nombres como Cefalonia, Barletta, Ceriñola o Garellano. Sus méritos como militar profesional, reconocidos por el rey Católico y el propio Carlos V le valieron merecida fama. 


Retrato de Diego García de Paredes. Juan Schorquens (1595-1630), grabador de la Escuela holandesa. En Tomás    Tamayo de Vargas: Diego García de Paredes y relación breve de su tiempo, Madrid, 1621, B. N. En torno del óvalo dice: “Perpetvan Lavdem clara gesta fervnt. En fondo rectangular sencillo: “Juan Schorquens fecit en Madrid”.



Conocido por su descomunal fuerza física, prototipo y encarnación de los valores que imperaban entre los hombres de guerra, de los que se hacía gala en la época, fue llamado el Sansón de Extremadura. En tres ocasiones cita Cervantes al personaje en el Quijote, siendo el pasaje más conocido el que pone en boca del cura el recordatorio de ciertas hazañas irreales que su fama de Sansón había hecho correr, destacando los hechos que según las crónicas protagonizó en un puente del río Garellano, motivo que ilustró Gustavo  Doré en su edición francesa: “Hermano mío, dijo el cura, estos dos libros son mentirosos, y están llenos de disparates y devaneos; y este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo el Gran Capitán, renombre famoso y claro, y del solo merecido; y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y  puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, é hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y las escribe él asimismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes”.  (Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Cap. XXXII, 1ª Parte.)



Retrato de Diego García de Paredes.  Grabado de Tomás López Enguídanos (1773-1814), sobre dibujo de José    Maea (1760-1826), Madrid, Imprenta Real, 1791,BN. Inscripción en el grabado: “Diego García de Paredes:  natural de Truxillo: campeón ilustre en las guerras de Italia, por la grandeza de su valor, la robustez de sus fuerzas y la muchedumbre de sus hazañas. Nació en 1468 y murió en 1530”.





Ilustración de Gustavo Doré para la edición francesa de Don Quijote de la Mancha. “Un caballero andante defiende un puente contra un ejército”



El lamentable desencuentro entre el aguerrido caballero y su rutilante esposa se produjo a los pocos meses de contraer matrimonio en el templo de Santa María  la Mayor de Trujillo, ciudad en la que era admirado por las hazañas que desde hacía años se oían de su persona, desprendiendo a su paso entre los vecinos el más profundo respeto y fascinación. Diego García de Paredes había regresado a su ciudad natal procedente de Italia a finales de 1516 un año después de la muerte del Gran Capitán, “adonde pareciendole tiempo de tomar estado, sus deudos quisieron que fuesse con doña Maria de Sotomaior, señora de gran prudencia i virtud, i hermana de Juan de Orellana, señor de Orellana la Vieja (…) Diego Garcia, que estaba mas enseñado al ruido de las armas, que a la quietud de los regalos del matrimonio, i que nunca avia tenido sujecion a nadie, inquietabase con el ocio de su patria, i como no suspendia el animo con las baterias a que estaba acostumbrado, i los cuidados eran differentes, llegaba a vezes a sentir su enfermedad antigua, de que el Gran Capitan con donaire le avia en otro tiempo motejado. Paraba su furor en Diego Garcia su hijo natural, a veces. Su muger como quien le estimaba lo que valia, sentia esto sobre manera, i el llevado de su mal, no agradecia su sentimiento, antes la ponia en occasion de que temiesse tambien ella su furia, i assi se previniesse para el remedio, con pedir a su hermano que la llevasse a su castillo de Orellana, o la metiesse entre las monjas del monasterio de San Francisco hasta tener seguridad de la condicion aspera de su marido, que en el tiempo que estuvo con ella la encerraba i apretaba demasiado”.  

Ocho meses más tarde, el matrimonio había fracasado dejando tras de sí un acre recuerdo al que no fue ajeno, por lo que acabamos de leer, el talante violento de don Diego, por el que tenía atemorizada a su esposa y a cuantos le rodeaban a causa de sus frecuentes ataques de ira, que a causa de su relevancia personal llegaron a tener reflejo en la literatura del siglo de Oro. A la pregunta: “Luego, ¿vos tenéis amor?”, que le hace don Juan de Córdoba, pone Lope de Vega (Las Cuentas del Gran Capitán, Acto I) en boca de Diego García de Paredes, en respuesta, estos versos:

“Si tuviera, que en efeto
no soy de piedra don Juan,
pero esto de otro galán,
que pique en lindo y discreto,
es cosa, que a cortos plazos,
si alguna vez me tocara,
a la mujer degollara, 
y al hombre hiciera pedazos.”

Viendo el panorama que se presentaba para su hermana, secuestrada en su propio domicilio, Juan de Orellana acudió a la justicia en su defensa, expresando al alcalde mayor de Trujillo su preocupación por el encierro e incomunicación en que la tenía, sin dejarla asistir ni tan siquiera a los oficios religiosos, temiendo su violencia como había hecho contra su hijo bastardo al que le había roto la mandíbula, apremiándole a actuar con rapidez, porque temía por su vida. Mientras la justicia verificaba en su domicilio el temor que doña Maria confesaba tener de su esposo, Juan de Orellana y su hermano Hernando Alonso se llevaron a María a su castillo de Orellana la Vieja, donde al poco nació su único hijo, Sancho de Paredes. Era para ella éste a la vez un lugar familiar y de refugio porque no en vano había pasado allí buena parte de su infancia y donde permaneció hasta poco antes de contraer matrimonio. 

La información que el juez de Trujillo envió a la corte comprometió una respuesta terminante del Consejo Real que se concretó, con inusitada diligencia, en una provisión real, fechada en Medina del Campo el día 10 de junio de 1518. Debido al dilatado prestigio del que gozaba el personaje por todo el reino, y con el propósito nada oculto de “evitar escandalos, e otros inconvenientes, que sobre lo suso dicho se podrian recrecer”, se dictaba que doña Maria fuera separada de inmediato de su marido a causa del mal trato y la violencia que éste ejercía contra ella y contra quienes estaban a su alrededor, porque según se comunicó desde Trujillo, “despues aca que se casaron ha tratado a la dicha su muger muy mal, e la ha dado mala vida, teniendola muy encerrada, no la dexando ver, ni comunicar a persona alguna, diziendo que la avia dado hechizos e procurado de saber contra ella cosas non devidas”, esbozando como solución que fuera custodiada por su hermano Juan de Orellana, y que mientras estuviera bajo su protección le fueran asignado medios suficientes con los que vivir conforme a su rango y posición social. 

Buscó en octubre de 1518 con ahínco el impetuoso guerrero, que para entonces rondaba los 50 años de edad, nuevamente el regreso de su esposa, requiriendo a su abogado Jorge de Silveira que reclamara su liberación al señor de Orellana que la tenía encerrada en su fortaleza. Aunque en adelante se mostró conciliador asegurando que “está presto, e se ofrece a la recibir, e con ella fazer vida maridable”, pronto se revolvió contra el alcalde trujillano,  acusándole de haber permitido que secuestraran a su esposa.  Temeroso, considerando éste que el peso,  notoriedad e influencia del personaje podría causarle mayores males, determinó poner lo antes posible el caso en manos del Consejo Real, interviniendo, probablemente desde ese momento, el Santo Oficio. Mientras tanto, desde finales de 1518 y hasta mediados de 1520, Diego Garcia de Paredes debió acompañar al Rey Carlos V por Zaragoza, Cataluña y finalmente Galicia, desde donde volvió a su finca de la Torre de la Coraja, mientras el rey regresaba a Flandes, permaneciendo en su retiro todo el tiempo que duró el levantamiento de los Comuneros. No quiso intervenir don Diego a favor de un bando u otro en  esta particular contienda que duró hasta abril de 1521, pese a que, como dice Miguel Muñoz de San Pedro, seguramente fuera requerido por las fuerzas gubernamentales. Sí acudió sin embargo al poco tiempo a luchar contra los franceses en Navarra, tras cuya derrota mereció su intervención el reconocimiento formal de Carlos V.  Su muerte ocurrió en Bolonia en 1533 a consecuencia de un trivial accidente, cuando pretendió, presuntuoso,  jugar con unos muchachos haciendo alarde de su extraordinaria fuerza y agilidad. 

Sabemos que, mientras tanto, doña Maria de Sotomayor había permanecido desde el nacimiento de su hijo Sancho en Orellana la Vieja y que pasado un tiempo se marchó de allí a Toledo con su madre Teresa de Meneses llevando al niño  consigo.  Es muy probable que esto sucediera a finales de 1520, porque coincidiendo con esas fechas, en plena campaña de guerra contra los franceses en Navarra logró Diego García enviar a un convento de Toledo que no menciona, una real cédula firmada en Vitoria el 20 de octubre de 1520 por el Almirante y Condestable de Castilla, ordenando éste al juez delegado que tramitaba su causa detener el proceso del pleito que mantenía contra su mujer sobre los “alimentos que diz que le pide e otras cosas”.  En la misma se manda suspender el litigio porque sus servicios son nuevamente requeridos para la guerra, de modo que durante los “dos meses primeros siguientes, sobreseais en el conocimiento del dicho pleyto e lo repongais durante el dicho tiempo sin fazer en el innovacion alguna, que en ello me fareis plazer e servicio, pues el dicho Diego Garcia de Paredes reside e ha de residir por agora en nuestro servicio en la dicha guerra…”.  

A partir de este momento el que doña Maria de Sotomayor aún está en Toledo con su madre se pierde  por completo la pista de su hijo Sancho y de ella misma, hasta que en 1558  vuelve a Trujillo tras  la muerte de éste, haciéndose cargo entonces de sus nietos Luis de Paredes, Hernando de Sotomayor,  Maria de Sotomayor y Leonor de Salazar, como su tutora. 

jueves, 8 de enero de 2015

Sentencia final

Sentencia final

El pleito entre García de Orellana Figueroa, Rodrigo de Orellana y su hijo Pedro, Catalina de Mendoza y María Enríquez Mayoralgo, su abuela y tutora,  se dio por concluido en febrero de 1601, solicitando García de Orellana que los promotores de la falsificación y ocultación de los documentos fueran al fin castigados. Pero aún prosiguieron nuevas actuaciones judiciales durante todo ese año y buena parte del siguiente, demorándose la sentencia en lo que se refiere a la sucesión del mayorazgo hasta el 28 de febrero de 1604: "Por ende, que deuemos de mandar y mandamos que el dicho don García de Orellana y Figueroa  sea metido y amparado en la tenencia y possession de los bienes y mayorazgo sobre que es este pleyto que vacaron por fin y muerte de don Gabriel de Orellana vltimo posseedor con los frutos y rentas que han rentado desde el dia de la muerte del dicho vltimo posseedor," y  aún tardaron algún tiempo más en resolverse otros problemas relacionados con la propiedad, por lo que la sentencia definitiva, emitida por el Consejo Superior de Justicia se demoró hasta el 26 de octubre de 1606.

El 27 de enero de 1602 había llegado a Cáceres el doctor Arce de Salazar, juez comisionado  por el Consejo Real para entrevistarse con el corregidor de la villa Juan de Medrano y Molina, portando una real provisión de Felipe III, firmada en Valladolid por el conde de Miranda el día 24 del mes anterior, en la misma se disponía que detuviera en Trujillo a doña María Enríquez de Mayoralgo, a su ama Ana Mazuelos y a su abogado el licenciado Cambero.  Detrás de estas actuaciones estaban sin duda las diligencias de Baltasar de Montoya, procurador de García de Orellana y Figueroa, que se movía a la vista ya de la sentencia judicial.  Anteriormente, el día 6 de enero, Francisco de Figueroa, gentilhombre de la cámara del rey y caballero de la Orden de Santiago, -probablemente hermano de García de Figueroa Orellana- se había entrevistado con el doctor Arce de Salazar en Valladolid,  requiriéndolo como juez comisionado por el rey para que ejecutara en Cáceres y en Trujillo las provisiones que se habían dictado en el Consejo Real.

Tomó declaración el juez Arce de Salazar en Cáceres,  acompañado por el corregidor Juan de Medrano, al licenciado Diego Cambero en su propio domicilio, explicando éste durante el proceso, con todo detalle, que después de la muerte de Gabriel de Orellana había ido a verle cierto día Gonzalo de Sotoval para consultarle, como abogado, sobre las posibilidades que tenía Catalina de Mendoza para suceder en el mayorazgo de Orellana, a lo que no supo darle contestación más que con evasivas. El mismo Sotoval le había comentado tiempo atrás que a raíz de la muerte de Gabriel el Viejo en 1599 María Mayoralgo le mandó ir a Trujillo y posteriormente a Orellana como agente suyo; a la vuelta le mostró unos  papeles que resultaron ser el testamento de Juan Alfonso de la Cámara, acompañado de una facultad real y de la escritura de fundación del mayorazgo de Orellana, firmada por el escribano Alvar Gil de Balboa. Según estos documentos, que estudió entonces con detalle, la sucesión recaía en primer lugar en Pedro Alfonso de Orellana, su hijo mayor varón y si no tuviera hijo la sucesión del mayorazgo le correspondería entonces a su hija Marina Alfonso “de manera que no excluyó hembra de la suçesion  y supuesto esto aviendo este declarante estudiado el negoçio le pareçio que no tenia justiçia doña Catalina nieta de la dicha doña Maria Mayorazgo porque segun le ynformaron, la madre de don Garçia de Figueroa hera hija mayor y litigandose entre dos hembras sobre la suçesion de un mayorazgo ase de preferir la linea de la hembra mayor mayormente siendo don Garçia de Figueroa varon de mas de que en la dicha fundaçion este declarante le pareçio que no solo no se excluia hembra como por derecho se requiere para que sea visto ser esclusa, pero que está llamada espresamente en falta de varones y ansi devolvió este declarante el dicho papel que se le avia mostrado al dicho Gonçalo Sotoval dandole por respuesta lo dicho”. 

Realizó al poco Cambero un viaje a Madrid y allí recibió, en su casa, a  Jerónimo Salamanca, al clérigo Pedro Rodríguez Moreno y otro clérigo más, que se llamaban Xaramillo, que venían acompañados de un criado de García de Figueroa, Diego Malaver Tinoco. Este último le dijo “que la justiçia de don Garçia consistia en que el  fundador no obiese escluido embra y que andavan buscando algunos papeles por los quales y por la fundaçion constase no estar esclusa embra y que se entendia que los tenia escondidos y los avia guardado doña Maria Mayorazgo y que avian sacado paulinas para que quien supiese algo çerca de lo susodicho lo declarase”. Fue entonces cuando relacionó la noticia sobre el cesto de papeles que le había contado Gonzalo de Sotoval a raíz de una visita que hizo al alcalde mayor de Orellana Antonio Sánchez, viendo entonces a unos hombres sacar un cesto con papeles que le dijeron debían portear hasta la casa de Catalina de Mendoza, mujer de Pablo Enríquez Mayoralgo y sobrina de doña María, y que por esa razón  había dicho a los que estaban con él en aquella reunión que fuesen a Cáceres a notificar la paulina, porque además de Sotoval  conocía a dos agentes amigos suyos  y letrados de  María Mayoralgo, pudiendo tal vez contribuir sus respuestas a clarificar la complicada situación. 

Todo esto ocurría poco menos de dos años antes de que a García de Orellana y Figueroa le sorprendiera la muerte sin descendencia, sucediéndole su hermano don Gómez de Figueroa y Orellana, obispo de Cádiz, contra quien pleitearon de nuevo en marzo de 1609 Rodrigo de Orellana Toledo, su hijo Pedro y Catalina de Mendoza.  Contestó avisado el abogado del obispo a los porfiados demandantes que, "puesto que la dicha doña Maria de Orellana madre de mi parte y don Garcia de Orellana su hermano por derecho ordinario de la sucession de los mayorazgos en España fueron los verdaderos sucessores de la dicha casa y mayorazgo, queriendo como quieren las partes contrarias que sea mayorazgo irregular han de mostrar escrituras autenticas por donde conste, y mientras no lo mostraren, no han de ser oydos...", como en efecto sucedió.