La Isla

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martes, 26 de mayo de 2015

Titulares del señorío de Orellana de la Sierra [2]


3.  Diego de Orellana el Bueno, tercer señor de Orellana de la Sierra

           
A la muerte de  Diego de Orellana el Rico en el verano de 1414, le sucedió  su hijo primogénito Diego de Orellana el Bueno, al tiempo que los infantes de Aragón consolidaban su posición de poder en Castilla. Desde la muerte de Enrique II la nobleza venía enfrentándose al poder real cada vez con mayor ímpetu, aprovechando las sucesivas minorías de edad de los monarcas. Enrique III había muerto muy joven dejando a su hijo Juan, de muy corta edad, como heredero y a su esposa Catalina de Lancáster y a su hermano Fernando de Aragón –Fernando de Antequera- como regentes. Tras ocupar éste en 1412 el trono aragonés no renunció a las prerrogativas que le confería al mismo tiempo su regencia en el de Castilla, circunstancia de la que supo aprovecharse, especialmente para hacer partícipes a sus hijos, los llamados infantes de Aragón, de la gran influencia que había adquirido en los asuntos concernientes a su gobierno, los cuales constituyeron a partir de entonces una descomunal banda de poder con el que llegaron a conmover los cimientos de la Corona castellana: algunos de los infantes fueron ellos mismos reyes, como don Alfonso, que lo fue de Aragón a la muerte de su padre y don Juan, de Navarra; otros, como don Sancho y don Enrique, fueron maestres de Alcántara y Santiago respectivamente; sus hermanas  ocuparon también influyentes posiciones en el escenario político de la época: doña Maria de Aragón fue la esposa del propio rey Juan II y doña Catalina, contrajo matrimonio con el de Portugal. Don Enrique y don Alfonso habían contraído matrimonio a su vez con sendas hermanas del monarca castellano al que sometieron a un continuado acoso para apoderarse de la Corona de Castilla y especialmente contra el privado del rey Álvaro de Luna, enturbiando de este modo las relaciones políticas en todo el reino, viéndose arrastrado el estamento nobiliario a tomar partido por una u otra facción de poder a partir del momento en que Juan II ocupó el trono de Castilla en 1419 siendo todavía un niño, recién proclamada su mayoría de edad.

La población de Orellana de la Sierra, al fondo.


Tras su derrota inicial sufrida en 1422, perseguido por Juan II, el infante don Enrique se hizo fuerte en las extensas posesiones que tenía en Extremadura (Granadilla, Galisteo, Alconéctar, Garrovillas, Alburquerque, La Codosera, Azagala, Medellín y Alconchel), trasladando a estas tierras en 1429 los enfrentamientos que mantenía con el ya condestable don Álvaro de Luna. En 1430 los infantes habían sido ya derrotados, sus bienes confiscados y repartidos y el condestable premiado con el maestrazgo de la Orden de Santiago, resultando al mismo tiempo reforzados  los intereses de la oligarquía nobiliaria castellana que tomó partido por la Corona. Este proceso comprometió seriamente a la nobleza local en las luchas por el poder, complicando las relaciones en el seno de muchas familias, como les sucedió a los Bejarano en Trujillo, distanciando a Diego el Bueno de su hermano Pedro el Viejo, porque siendo Diego partidario de Juan II, Pedro de Orellana lo fue del infante don Enrique.


Alcázar de los Bejarano. Trujillo

Como partidario del rey recibió, sin duda, algunas donaciones, aunque también alguna misión difícil de llevar a cabo. Era por entonces Diego de Orellana persona influyente en Trujillo y miembro destacado de su concejo municipal, por lo que el 28 de octubre de 1440 se vio comprometido ante el mismo al presentar, en la sesión que se celebró ese día en la iglesia de Santiago, la carta por la que el rey hacía donación de la ciudad de Trujillo a Pedro de Zúñiga, facultándolo para tomar posesión de la misma al día siguiente. Esto puso en pie de guerra a todos los regidores del concejo, que pusieron  de inmediato los cargos a su disposición y quedando él como nuevo corregidor de la ciudad. La frontal resistencia de los trujillanos a formar parte del dominio señorial de los Zúñiga y su inquebrantable voluntad de permanecer en el realengo hizo que al final consiguieran evitar la intrusión con la inestimable ayuda del maestre de la Orden de Alcántara, Gutierre de Sotomayor.

Durante un cierto tiempo que no he podido precisar, aunque sospecho corto, la villa de  Cañamero perteneció al señor de  Orellana de la Sierra por donación de Juan II, como también lo acredita su testamento: “otrosi mando que se sepa lo que yo tomé a mis vasallos de Cañamero, estando yo cercado …” y más adelante, en el mismo documento, dirigiéndose a su hijo García: “e ansimesmo le fago heredero de la mi villa de Cañamero y del derecho que a ella tengo”. En otra ocasión, después de haber sido elegido por segunda vez Fray Gonzalo de Illescas prior del monasterio de Guadalupe en 1450, surgen nuevas referencias a este castillo como propiedad de Diego el Bueno, cuando éste, requerido por Juan II como consejero político y confesor le pide al rey que le fueran devueltas al monasterio las escribanías de Trujillo y que mandara derribar el castillo roquero que había levantado en Cañamero Diego de Orellana, porque continuamente amenazaba su gente el sosiego del santuario, lo que seguramente debió llevarse a cabo, porque sabemos que Diego de Orellana había mandado reconstruir más tarde parte del castillo de Cañamero, derruido entre el verano de 1453 y el de 1454. Esta construcción, sin embargo, no llegó a formar parte de sus bienes vinculados, porque en  noviembre de 1464 no estaba incluida esta villa entre los bienes del mayorazgo de Orellana de la Sierra. Constituían por entonces los bienes vinculados al mayorazgo la casa solariega de Trujillo, conocida como Alcázar de los Bejarano, el lugar de Orellana de la Sierra, con olivares, huertas y viñas; las heredades de Magasca, Montejo, Serrezuela, Pizarroso, el Pizarralejo, una  parte de Cogolludo y  Villalba, las mismas con las que hizo fundación su padre en 1412. Fuera de estos bienes vinculados, tal vez mantuviera también un tiempo bajo su dominio Logrosán y Berzocana, como sugiere Esteban de Tapia en su manuscrito, posesiones que, por alguna razón, debieron ser otro motivo más de discordia con su hermano Pedro de Orellana el Viejo.


Casa fuerte de los Bejarano. Orellana de la Sierra


Entre los miembros de las familias ligadas a los señoríos de Orellana la Vieja y Orellana de la Sierra se entrecruzaban a menudo, junto a los Meneses de Talavera, abundantes alianzas familiares, pero también discordias y rencillas. Tras convertirse Diego el Bueno en el tercer titular del dominio en 1414, cuando apenas contaba 10 años de edad, ya surgieron algunos problemas con sus vecinos más inmediatos, seguramente porque éstos  invadieran tierras que considerasen  propias, por haberlas ocupado a consecuencia de linderos mal definidos o simplemente, porque aprovecharan la debilidad circunstancial del contrario como hizo su tío Hernando Alonso de Orellana, señor de Orellana la Vieja, invadiendo parte de sus propiedades y algunas parcelas que pertenecían al Concejo de Orellana de la Sierra aprovechando su minoría de edad y que mantuvo como suyas durante 14 años. Más tarde él mismo haría otro tanto con las propiedades del señor de Orellana la Vieja y de sus herederos.


Casa fuerte de los Bejarano. Orellana de la Sierra

Pese a todo, lo que él más temía de todo era que esos problemas agravaran la fragilidad que heredaba su hijo García. Dada su edad, le preocupaba especialmente la extremada soledad en la que tras su muerte dejaría al muchacho, sobre quien deseaba,  ya cansado,  delegar el gobierno del señorío, como a él mismo le había pasado con su padre y para que no le faltara una persona que velara por él  se vio  obligado a pedirle a su criado Alonso Pizarro, por quien sentía Diego  un profundo afecto,  que le cuidara y actuara de tutor cuando él muriera y por si éste faltara, le pidió asimismo a su tío el arcediano de Plasencia que se hiciera cargo de él, porque en su  familia más directa, aparte de su mujer Isabel García de Vargas, no había otra persona próxima de quien se fiara:  su hermano Vasco había muerto hacía poco, Isabel, la menor, era monja en Santo Domingo el Real de Toledo y Marta, vivía alejada en Talavera con su marido Fernán Álvarez de Meneses. Sólo su hermano Pedro, de quien recelaba profundamente, estaba cerca de su hijo. 

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