La Isla

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jueves, 18 de diciembre de 2014

La Prueba


La prueba

Llevó finalmente las escrituras don García al Consejo Real, colocando su secretario sobre una mesa la copia del testamento de Juan Alfonso de la Cámara que realizó en 1423 Alvar Gil de Balboa, pudiéndose observar así que estaba rota por las dobleces en seis pedazos y que faltaba un trozo en una de sus esquinas -“que esta por los dobleçes roto y falta una parte”-, presentando el documento un aspecto desgastado, envuelto con un pliego de papel que el propio Gabriel de Orellana el Viejo había rotulado: "Testamento original de Juan Alfonso de la Camara, primero fundador deste mayorazgo. No se puede leer esta aquí por la antigüedad". Con la misma letra estaban rotuladas las demás escrituras, confirmando doña María ante el secretario Pedro del Mármol que era ésa en efecto la letra de Gabriel de Orellana. Pudo entonces demostrar García de Orellana, con el traslado de las escrituras que había utilizado su familia en los llamados pleitos viejos en la mano, que "es falso y falsamente fabricado", siendo una de sus hojas "interpuesta y que tiene mas renglones y letra mas apretada y de diferente letra que las demas y que es esta dicha hoja en la que estan los llamamientos del dicho mayorazgo". Tenía el documento 5 hojas escritas por ambas caras y en la última figuraba bien visible la rubrica del escribano Alvar Gil de Balboa. A la vista del mismo hizo observar que la cuarta hoja contenía un mayor número de líneas y había sido escrita por diferente mano y con un trazo más apretado, viéndose a simple vista que había sido intercalada. Presentó don García en apoyo de sus apreciaciones la opinión de algunos expertos, que tras analizar la copia dijeron que la quinta hoja debería estar escrita de la misma letra que la quarta y preguntados por qué razón debía ser así dijo uno de ellos "que quando se ha a sacar alguna escritura quando para el escriuiente, el que la toma para acabarla la sacaba de su letra y no la dexa para que buelua a escriuirla el que la començo especialmente dexando la dicha quarta hoja a plana e renglon y el testigo todas las vezes que viere escrituras sacadas en la forma que esta sacado el dicho mayorazgo tendria la dicha sospecha la qual cesaria si fuesse toda vna letra". Confirmaron asimismo que se trataba de letras diferentes y que el cuarto folio ocupaba 12 renglones más de lo debido, además de que el papel les parecía distinto al del resto de las hojas. Sin embargo, la firma de Alvar Gil de Balboa que estaba en esa hoja parecía igual a las otras que tenía el documento. Le bastó a Gabriel el Viejo omitir ciertas expresiones en la copia del testamento que mandó hacer al escribano para cambiar la intencionalidad del fundador del mayorazgo, haciendo prevalecer, en su beneficio, los derechos de los varones pertenecientes a líneas colaterales, aunque apreciándose a simple vista la incoherencia y falta de sentido de los párrafos inmediatos que seguían a la parte suprimida.

Reconfortado por el éxito que le habían procurado su esfuerzo y determinación tal vez se sintió García impulsado a terminar su obra tratando de localizar el testamento original de Juan Alfonso de la Cámara en los protocolos notariales de Sevilla, porque le pareció entonces obligado verificar que la copia que mandó sacar Hernando Alonso de Orellana en enero de 1423 al escribano Alvar Gil de Balboa fuera en efecto su fiel reflejo. Puso a este fin en marcha una comisión de agentes con el único propósito de localizar en los correspondientes archivos de protocolo de esa ciudad los documentos que se pudieran encontrar del notario Juan Alfonso el Mozo, el escribano que había firmado el citado testamento. El original que copió Gil de Balboa había sido ejecutado por el escribano Sancho Márquez, siguiendo instrucciones del escribano titular de esa ciudad Juan Alfonso el Mozo, que actuó asimismo como testigo principal junto con Joan Iñiguez, Rui Sánchez y Juan Fernández.

No tardaron en percatarse de que en los protocolos de Sevilla no se conservaban los registros de sus escribanos con anterioridad a 1450, seguramente porque hubieran sido destruidos accidentalmente, pero por suerte, el singular cuidado con el que las monjas de algunos conventos custodiaron durante muchos años los documentos de sus archivos, como los de Santa Inés y Santa Maria de las Dueñas, permitió que se localizaran algunas escrituras certificadas por Juan Alfonso el Mozo. En el de Santa Inés se encontró una copia a partir de un libro registro de gran tamaño que mostró su abadesa, donde aparecieron, junto a los títulos del convento, una escritura otorgada en la era de 1378 y que resultó ser un pergamino que contenía la escritura que se buscaba, con la correspondiente rúbrica del escribano Juan Alfonso; en el de Santa Maria de las Dueñas se encontraron asimismo otros pergaminos con la misma rúbrica. Después de una minuciosa búsqueda fueron asimismo identificados los folios correspondientes a la misma escritura, dándolas finalmente por buenas, porque cumplían los requisitos, “solenidades y testigos que para ser valida se requieren según el uso y costumbre,” comprobando que no les faltaba nada esencial y que sólo mostraban estar algo estragadas y descosidas, pero que “en lo de ser çierta y verdadera la tiene por tal” y entre otros indicios de autenticidad se comprobó que aparecían cinco testigos en la misma, muestra de la importancia que le concedió al documento el escribano que lo hizo como era costumbre en Sevilla, donde para poder otorgar testamento era preciso que testificaran al menos tres escribanos.

Fernando García Xarillo, que actuaba como secretario de visitas de las monjas de Sevilla en la calle Niñas de la Doctrina, también realizó indagaciones y pudo averiguar que el mencionado Juan Alfonso, al que llamaban el Mozo, era un escribano muy conocido en la ciudad, del que encontró escrituras junto con las de los otros escribanos que firmaron con él el testamento de Juan Alfonso de la Cámara, como Sancho Márquez y Juan Fernández, según pudo cotejar en el convento de Santa Maria de las Dueñas. El cura Pedro López del Corral pertenecía a la misma comisión y comparó también por su cuenta la escritura que estaba en el convento de Santa Inés, de la orden de San Francisco y después de examinarlo “aviendole mirado y cotexado con atençion letra por letra rasgo por rasgo y punto por punto le pareçe que las suscriçiones y sinos del dicho testamento y escripturas es todo de una mano y del dicho Juan Alfonso”. Asimismo las otras escrituras encontradas en el convento de Santa Maria de las Dueñas de monjas bernardas y benitas y aunque la letra es más apretada, “por aver menos lugar para estender los dichos rasgos en la dicha escriptura de pergamino” eran también del mismo escribano. Lo propio hizo el clérigo Antonio Martínez Bueno, mayordomo del cardenal sevillano y capellán de la Capilla Real, declarando ante Juan Manuel Tamayo, procurador de García de Figueroa, para decirle que había cotejado las escrituras de los conventos de Santa Maria de las Dueñas y Santa Inés, encontrando una total coincidencia con el contenido del testamento que había copiado Alvar Gil de Balboa. La manipulación se había realizado, por lo tanto, sobre uno de los traslados posteriores del citado documento.









miércoles, 7 de mayo de 2014

Negociaciones entre María Mayoralgo y García de Orellana

Negociaciones entre María Mayoralgo y García de Orellana

María de Mayoralgo mientras tanto, aunque ya cansada, no había parado de hacer gestiones por su cuenta, encargando al  licenciado Fuenllana, por ejemplo, que se valiera de las amistades que ella tenía para  que tratara de llegar a un acuerdo con García de Orellana, incluso ofreciéndole contraer matrimonio con su nieta Catalina de Mendoza y en cualquier caso, negociar una concordia para que cualquiera de los dos que ganara el pleito le diera a la otra parte una cantidad de dinero estipulada de antemano.  Ya lo había intentado en otras ocasiones. El 22 de mayo de 1601 había testificado en Montilla Fray Andrés Núñez de Andrada, prior del monasterio de San Agustín de esa villa,  ante el escribano Luis Fernández. En su testimonio dijo que en  noviembre del año anterior estuvo en el monasterio de San Felipe de Madrid, adonde María Mayoralgo le había enviado un recado por mediación de Fray Juan de Montalvo para que fuera a visitarla a su casa y estando allí ésta le pidió ayuda para encontrar alguna forma de concierto con García de Orellana  “sobre la subçesion del dicho mayorazgo que estava cansada de pleitos y de las molestias y pesadumbres que se le davan en ellos“,  y que para quitarse esas aflicciones quería negociar con él, por lo que deseaba que mediase en el conflicto hablándole y diciéndole que podía enseñarle escrituras relativas al mayorazgo para que las examinaran sus letrados. Visitó más tarde Fray Andrés a García de Figueroa y le comunicó la propuesta que le hacía doña María y también habló con su hermana Mencía Manrique de Figueroa, contestándole éste que dijera a doña María que primero le mostrase las escrituras y, conforme a su contenido, hablarían de concierto, pues no podía seguir adelante sin verlas. Volvió el fraile de nuevo a casa de doña María  para darle la respuesta de don García, contestando airada ésta “que no avia de mostrar escripturas de ninguna manera hasta que el conçierto estuviese fecho y escriptura dello”.

Temiendo que una vez en poder de los documentos García accediera sin trabas a la posesión de todos los bienes del mayorazgo, lo que tal vez tratara de negociar en último término doña María acaso fuera algún tipo de compensación económica para su nieta Catalina. Anduvo el fraile así de un lado para otro deseando que llegaran cuanto antes a una concordia, hasta que, percibiendo que don García mantendría firme su posición, le llegó la oportunidad de motivar un arreglo mostrándole a doña María un escrito que le dirigía el maestro trinitario fray Diego de Ávila, en el que trataba de persuadirla de que entregara las escrituras que tenía.  Debió mover el fraile con talento en su escrito alguna fibra sensible de su afligido espíritu porque su lectura puso inesperado término a sus recelos, admitiendo entonces que, en efecto, tenía escondidas ciertas escrituras pertenecientes al mayorazgo de Orellana y que si llegaban a un arreglo las enseñaría. Se interesó seguidamente el fraile por el testamento de Pedro Alfonso de Orellana, hijo de Juan Alfonso de la Cámara, a lo que respondió que temía que ese documento hubiera desaparecido la noche que había entregado las llaves para que entraran en el archivo de la Casa Fuerte y se llevaran los documentos a la villa de Aldea del Cano, pero añadiendo conciliadora, buscando acaso aliviar la presión que había soportado durante tanto tiempo, que habiendo sucedido varón desde Gabriel de Orellana el Viejo, al morir su nieto Gabriel el Mozo sin sucesión, no pudo permitir que siguieran en el archivo de Orellana los documentos, porque los necesitaba para hacer valer la sucesión de su nieta Catalina de Mendoza, admitiendo de este modo que el contenido de las escrituras originales no negaban la sucesión de mujer en el mayorazgo, como lo expresaba el escribano transcribiendo su declaración: “la causa que le avia movido a esconder mexor y alçar a desora de la noche los papeles que tenia escondidos y ocultados tocantes a el dicho mayorazgo de Orellana fue que avia muerto su nieto que por linea de varon avia subçedido en el dicho mayorazgo y aviendo de suçeder varon en el lo avia de aver don Gabriel (sic)  de Orellana. Temiendose que el susodicho no supiese de los dichos  papeles y los urtase y escondiese los avia hecho ella esconder y poner en el lugar mas seguro dando a entender que en los dichos papeles avia alguna escritura por donde la hembra es llamada a la subçesion del dicho mayorazgo pues la dicha doña Maria lo pretende para una nieta suya”. 


A la vista de los papeles que finalmente entregó doña María, pudo al fin justificar don García tras su  minucioso estudio que los presentados por la parte contraria habían sido falsificados: “y porque en el estado que oy el pleito tiene es tan claro que no puede dudarse que el traslado de la escritura que llaman de mayorazgo en contrario presentada es falso y falsamente fabricado como por el mismo pareçe y por la escritura de testamento original de Juan Alonso de la Camara exibida por doña Maria Mayoralgo curadora de la dicha doña Catalina y las sentençias que se dieron en favor de don Gabriel su nieto en que agora se quiere fundar el dicho don Rodrigo de Orellana y su hijo son nulas…”, de forma que las sentencias anteriores debían ser anuladas, por estar basadas en copias falsificadas de las escrituras originales y las reglas de sucesión al mayorazgo restablecidas en adelante, siguiendo las normas del mayorazgo regular ordinario “en que las hijas y hermanas de los posehedores suçeden y an de suçeder y no los varones transversales remotos”.  Quedaba claro que Gabriel de Orellana el Viejo, Juan Alonso de Orellana y su nieto Gabriel de Orellana el Mozo, nunca debieron acceder a la titularidad del señorío de Orellana la Vieja, haciendo valer fraudulentamente su candidatura sobre la línea de sucesión a la que pertenecía María de Orellana.

miércoles, 1 de enero de 2014

María Enríquez de Mayoralgo [y 7]

Las indagaciones que siguieron en Madrid ( y 3)

Cansado de dar tantas vueltas, García de Orellana presentó al Consejo el 16 de noviembre de 1600 una petición de querella criminal contra María de Mayoralgo acusándola directamente de tener en su poder escrituras con las que podría demostrar que le pertenecía la sucesión de la casa de Orellana. "Para comprovacion de lo qual es de gran consideración que al tiempo que murio don Gabriel su nieto hermano de la dicha doña Catalina, que tenia entrada la possesion de la dicha casa e mayorazgo la dicha doña Maria puso gran diligencia en que luego se sacassen de la fortaleza de la villa de Orellana un gran numero de escrituras y las hizo llevar cubiertas entre unas cestas de esparragos... entre las quales es sin duda que yuan las escrituras contenidas en la dicha paulina porque de otra manera era impenitente la dicha diligencia y la aceleracion y recato con que se hizo". Presentó García más tarde una declaración que había hecho en Madrid Alonso Pérez de Alarcón ante el notario Juan Gutiérrez cuando se encontraba en casa de Pedro Ruiz Bejarano, abogado en la Corte, camino de Sevilla con intención de partir luego hacia las Indias. Mayordomo de la viuda María Enríquez Mayoralgo durante cinco meses, servicio que había dejado hacía poco más de veinte días, explicó que en una ocasión llevó en compañía de esta señora cierta cantidad de papeles a casa del licenciado Fuenllana, encerrándose ambos en el estudio que éste tenía en el Humilladero de San Francisco, diciéndole a él que se mantuviera fuera y que no dejara pasar a nadie, repitiendo las visitas, que duraban  dos horas, varios días seguidos,  quedándose los papeles al final en poder de Fuenllana más de un mes, hasta que doña María  se los llevó de allí en compañía de este mayordomo y de un paje, pero sin permitirles durante todo el trayecto cargar el talego donde los llevaba, guardándolos  al llegar a casa en un cofrecillo de tamaño mediano que más tarde envió a un fraile benito del monasterio de San Martín de Madrid para que se lo guardase. Continuó el mayordomo su declaración diciendo que estando un día doña María confesándose en la iglesia de San Martín observó que durante la mañana se confesó con tres frailes benitos diferentes y que “con cada vno dellos vio que estuvo hincada de rodillas vn grandisimo rato y quando salio de la dicha iglesia para venir a su casa y este que declara acompañandola vio que salio tan penada llorando y dando suspiros que le hizo lastima”  por lo que le dijo que seria mejor que diera lo suyo a sus dueños y ella, con coraje respondió “o mal hombre, mis armas auia yo de dar a mis enemigos”, añadiendo incisivo:  “y en las vezes que la vio confessar en la dicha iglesia de San Martin y otras en la compañía y en el monasterio de la Trinidad y aunque la vio confessar muchas veces nunca la vio comulgar”.  Preguntada doña María sobre las declaraciones del mayordomo contestó que tiempo atrás había sido su criado, pero que era éste un hombre mentiroso, que todos se reían de él porque decía que en su tierra, Lucena, cinco bellotas hacían una libra y que cuando fue rico tuvo un caballo al que le daba de comer gallinas y que se quedaba con dinero de la casa y que por ser ruin, tuvo que despedirlo. En cuanto a la escritura de Pedro Alfonso, hijo del fundador del mayorazgo, dijo que en uno de los traslados debieron de quitársela, porque no la tenía.


Fueron por orden del Consejo mientras tanto el relator Morquecho y el secretario Mármol a casa de doña María con la llave que ésta les dio de un cofre grande diciendo que en su interior se guardaban  los papeles que ella tenia. Preguntó el secretario al ama Ana de Mazuelos que si encontrarían allí papeles que pudieran comprometer a su señora y ésta les contestó: “todo es ayre lo que pueden hallar, que lo que importa, mi señora lo tiene”.  Volvieron el relator y el secretario a cerrar con llave el corre que dejaron en la casa para volver a buscarlo pasado unos días y llevarlo a casa del secretario, pero sin que terminaran de encontrar los papeles que buscaban, porque al poco llegó de noche un paje de doña María llamado Diego Casco cargado con un cofre que contenía los papeles que había mandado al fraile de San Martín, papeles que inmediatamente mandó a casa de un tal Hernando de Orellana, de donde fueron sacados nuevamente y llevados a casa de don Gómez de Sotomayor y su mujer María de Velasco en un cofre forrado de cuero negro para que se los guardasen.  Informado el secretario Mármol de estos movimientos preguntó nuevamente al ama Ana Mazuelos por lo que llevaba el esclavo de doña María de Velasco en el arca y esta le respondió: “Estos negros papeles. Harto le estuuiera a mi señora quitarse destas pesadumbres y si no es suyo darlo a cuyo es que quiere retener cosas que no son suyas ha sido causa deque vengan tantos trabajos  por ella y por su casa que tantas muertes ha visto en ella”.  

María Enríquez de Mayoralgo [6]



Las indagaciones que siguieron en Madrid (2)


García de Figueroa, mientras tanto, había tenido conocimiento que fray Diego de Ávila, de la orden de la Santísima Trinidad, tenía cierta información sobre los documentos que se buscaban y solicitó que se endurecieran contra él las amonestaciones eclesiásticas, porque hasta ese momento se había negado a testificar. Terminó haciéndolo finalmente en Madrid, cuando se dirigía a Sevilla a primeros del mes de septiembre, expresando el fraile en primer lugar durante su testimonio que tenía grandes escrúpulos, no sabiendo cómo actuar frente a una situación que le perturbaba, porque a pesar de lo que decía Santo Tomás, que qualquier secreto que causara un grave daño a terceras personas debía declararse, otros teólogos, a quienes había consultado, le hacían dudar de esa posición. Cuando al fin se decidió a declarar dijo que hacía unos cuatro meses que le había visitado una viuda llamada María Enríquez de Mayoralgo en la iglesia de la Trinidad “y le dixo que le avia oydo algunos sermones apretados y rigurosos” en relación con una paulina que se había leído en dicho templo y que ella tenía ocultos muchos papeles, escrituras y privilegios relacionados con el mayorazgo de Orellana la Vieja, preguntándole que si estaba excomulgada por ello y que si lo estarían las personas que guardaban con ella el secreto. Fray Diego le hizo cristianas amonestaciones, advirtiéndole piadosamente de la gravedad de la excomunión y del peligro en que vivía, especialmente dada su edad, invitándole a que devolviera lo ajeno y reflexionara sobre los daños que se estaban ocasionando por su causa a otras personas, a lo que ella tercamente se negaba, dilatando su decisión con la promesa de que pensaba dirigirse a García de Orellana para negociar con él. Abrumado por la frustración que le producía su propio relato y porque debía tomar una determinación esa misma tarde antes de proseguir al día siguiente, muy de mañana, su viaje a Sevilla, el fraile interrumpió su testimonio para enviar un comunicado a doña María de Mayoralgo que sabía estaba entonces en Madrid, avisándole que tenía que marcharse del lugar donde estaba al amanecer, y que debía hablar con ella lo antes posible, “diçiendole como se yva mañana y que le dava de plaço hasta las seis de la tarde para que cumpliese lo que mandava la paulina dende no que sin duda declararia porque se yva en amaneçiendo Dios y por nada del mundo avia de yr descolmulgado y visto que nada a hecho por descargo de su conçiençia a las ocho de la noche a hecho la dicha declaraçion…”. Todos los esfuerzos del fraile resultaron en vano, porque doña María no se dignó siguiera contestar, y a las ocho de la noche, el fraile, pesaroso, terminó la declaración precedente.

Testificó por aquellas fechas García de Silva y Figueroa, que tenía su residencia en la calle Leganitos de Madrid, diciendo que en cierta ocasión había hablado con Francisco Arias Maldonado, alcalde de casa y corte de su majestad, porque deseaba que éste expulsara de la finca donde ambos eran vecinos “a una muxer que vivia libremente”; hablando de todo un poco le vino éste a decir que estaba bien informado del pleito que mantenía García de Orellana, y que él pensaba que tenía derecho al mayorazgo. Juan de Chaves Sotomayor, caballero de Truxillo del que ya hemos hablado y que tenía por entonces concertado su matrimonio con Catalina de Mendoza, nieta de María Mayoralgo, le había dicho que tenía derecho al mayorazgo de Orellana la Vieja. Había mantenido contacto también con Juan de Escobar, pariente del anterior, quien le dijo en contestación a sus pesquisas que “no podia dexar de servir a la dicha doña Catalina de Mendoça como parienta suya”, pero que cuando murió Gabriel de Orellana vino Juan de Chaves a Trujillo y le dijo a él y a Francisco Arias Maldonado, aunque de muy mala gana, que había muchas escrituras que podían beneficiar a la justicia de don García Figueroa en el pleito que mantenía en el Consejo.

Mientras tanto, con las diferentes declaraciones que se obtenían por medio de la paulina y otras noticias que llegaban por otros caminos, García de Figueroa cerraba en torno a María de Mayoralgo un círculo cada vez más estrecho. El 25 de octubre dispuso ya el Consejo que se enviara un letrado a Trujillo para que diligenciara su traslado a Madrid, "y parece que la dicha doña Maria fue trayda presa a esta Corte y por los señores del Consejo se le mando tomar su confession" y que al mismo tiempo se tomaran declaraciones al licenciado Cambero y a doña Ana Mazuelos. Declaró doña María al poco ante Pedro de Tapia, diciendo que no tenía más escrituras que las que había enseñado y que no guardaba otras. En cuanto a la pregunta de si había mandado trasladar los documentos a Aldea del Cano respondió, sin negarlo, "que auiendo tomado la possession de la villa y mayorazgo de Orellana en nombre de su nieta y posseyendola pacificamente como su curadora por guardar las escrituras y tenerlas a buen recaudo...", las había recogido, pero sin admitir que las hubiera mandado llevar de noche y cubiertas con espárragos para ocultarlas. Le interrogaron después sobre lo que había declarado Juan de Solís, respondiendo que era cierto que ella le hubiera dicho que su nieto estaba enfermo "y que estando en la iglesia de la dicha villa delante de vna imagen que estaua en la sacristia auia escrito vna carta en que le dezia el estado en que estaua su nieto y que si Dios le lleuaua fuesse a la dicha villa para que ella y el diessen orden en lo que conuiniesse ", pero negando que en la carta le comunicara a don García que le fuera a dar la posesión del mayorazgo si muriese su nieto, porque lo que había escrito era para ponerlo contento y valerse de él "en ocasiones que se ofreciessen de casamientos y otras cosas", tal vez pensando en un posible acuerdo matrimonial con su nieta. En cierta ocasión había ido a la casa de Mencía Manrique de Figueroa, hermana de don García, para que ésta le dijera a su hermano que deseaba mucho darle satisfacción a lo que requería y que enviase a su letrado a donde ella vivía para mostrarle las escrituras que deseara, a lo que le contestó, agradecida, que su hermano estaba en Aranjuez con el rey y que le mandaría una carta explicándoselo, aunque sabía que estaba muy enojado con ella. Sobre lo declarado por Diego de Ávila, mantuvo que nunca le había dicho que tuviera documentos ocultos, sino que tenia las escrituras guardadas.