La Isla

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miércoles, 1 de enero de 2014

María Enríquez de Mayoralgo [6]



Las indagaciones que siguieron en Madrid (2)


García de Figueroa, mientras tanto, había tenido conocimiento que fray Diego de Ávila, de la orden de la Santísima Trinidad, tenía cierta información sobre los documentos que se buscaban y solicitó que se endurecieran contra él las amonestaciones eclesiásticas, porque hasta ese momento se había negado a testificar. Terminó haciéndolo finalmente en Madrid, cuando se dirigía a Sevilla a primeros del mes de septiembre, expresando el fraile en primer lugar durante su testimonio que tenía grandes escrúpulos, no sabiendo cómo actuar frente a una situación que le perturbaba, porque a pesar de lo que decía Santo Tomás, que qualquier secreto que causara un grave daño a terceras personas debía declararse, otros teólogos, a quienes había consultado, le hacían dudar de esa posición. Cuando al fin se decidió a declarar dijo que hacía unos cuatro meses que le había visitado una viuda llamada María Enríquez de Mayoralgo en la iglesia de la Trinidad “y le dixo que le avia oydo algunos sermones apretados y rigurosos” en relación con una paulina que se había leído en dicho templo y que ella tenía ocultos muchos papeles, escrituras y privilegios relacionados con el mayorazgo de Orellana la Vieja, preguntándole que si estaba excomulgada por ello y que si lo estarían las personas que guardaban con ella el secreto. Fray Diego le hizo cristianas amonestaciones, advirtiéndole piadosamente de la gravedad de la excomunión y del peligro en que vivía, especialmente dada su edad, invitándole a que devolviera lo ajeno y reflexionara sobre los daños que se estaban ocasionando por su causa a otras personas, a lo que ella tercamente se negaba, dilatando su decisión con la promesa de que pensaba dirigirse a García de Orellana para negociar con él. Abrumado por la frustración que le producía su propio relato y porque debía tomar una determinación esa misma tarde antes de proseguir al día siguiente, muy de mañana, su viaje a Sevilla, el fraile interrumpió su testimonio para enviar un comunicado a doña María de Mayoralgo que sabía estaba entonces en Madrid, avisándole que tenía que marcharse del lugar donde estaba al amanecer, y que debía hablar con ella lo antes posible, “diçiendole como se yva mañana y que le dava de plaço hasta las seis de la tarde para que cumpliese lo que mandava la paulina dende no que sin duda declararia porque se yva en amaneçiendo Dios y por nada del mundo avia de yr descolmulgado y visto que nada a hecho por descargo de su conçiençia a las ocho de la noche a hecho la dicha declaraçion…”. Todos los esfuerzos del fraile resultaron en vano, porque doña María no se dignó siguiera contestar, y a las ocho de la noche, el fraile, pesaroso, terminó la declaración precedente.

Testificó por aquellas fechas García de Silva y Figueroa, que tenía su residencia en la calle Leganitos de Madrid, diciendo que en cierta ocasión había hablado con Francisco Arias Maldonado, alcalde de casa y corte de su majestad, porque deseaba que éste expulsara de la finca donde ambos eran vecinos “a una muxer que vivia libremente”; hablando de todo un poco le vino éste a decir que estaba bien informado del pleito que mantenía García de Orellana, y que él pensaba que tenía derecho al mayorazgo. Juan de Chaves Sotomayor, caballero de Truxillo del que ya hemos hablado y que tenía por entonces concertado su matrimonio con Catalina de Mendoza, nieta de María Mayoralgo, le había dicho que tenía derecho al mayorazgo de Orellana la Vieja. Había mantenido contacto también con Juan de Escobar, pariente del anterior, quien le dijo en contestación a sus pesquisas que “no podia dexar de servir a la dicha doña Catalina de Mendoça como parienta suya”, pero que cuando murió Gabriel de Orellana vino Juan de Chaves a Trujillo y le dijo a él y a Francisco Arias Maldonado, aunque de muy mala gana, que había muchas escrituras que podían beneficiar a la justicia de don García Figueroa en el pleito que mantenía en el Consejo.

Mientras tanto, con las diferentes declaraciones que se obtenían por medio de la paulina y otras noticias que llegaban por otros caminos, García de Figueroa cerraba en torno a María de Mayoralgo un círculo cada vez más estrecho. El 25 de octubre dispuso ya el Consejo que se enviara un letrado a Trujillo para que diligenciara su traslado a Madrid, "y parece que la dicha doña Maria fue trayda presa a esta Corte y por los señores del Consejo se le mando tomar su confession" y que al mismo tiempo se tomaran declaraciones al licenciado Cambero y a doña Ana Mazuelos. Declaró doña María al poco ante Pedro de Tapia, diciendo que no tenía más escrituras que las que había enseñado y que no guardaba otras. En cuanto a la pregunta de si había mandado trasladar los documentos a Aldea del Cano respondió, sin negarlo, "que auiendo tomado la possession de la villa y mayorazgo de Orellana en nombre de su nieta y posseyendola pacificamente como su curadora por guardar las escrituras y tenerlas a buen recaudo...", las había recogido, pero sin admitir que las hubiera mandado llevar de noche y cubiertas con espárragos para ocultarlas. Le interrogaron después sobre lo que había declarado Juan de Solís, respondiendo que era cierto que ella le hubiera dicho que su nieto estaba enfermo "y que estando en la iglesia de la dicha villa delante de vna imagen que estaua en la sacristia auia escrito vna carta en que le dezia el estado en que estaua su nieto y que si Dios le lleuaua fuesse a la dicha villa para que ella y el diessen orden en lo que conuiniesse ", pero negando que en la carta le comunicara a don García que le fuera a dar la posesión del mayorazgo si muriese su nieto, porque lo que había escrito era para ponerlo contento y valerse de él "en ocasiones que se ofreciessen de casamientos y otras cosas", tal vez pensando en un posible acuerdo matrimonial con su nieta. En cierta ocasión había ido a la casa de Mencía Manrique de Figueroa, hermana de don García, para que ésta le dijera a su hermano que deseaba mucho darle satisfacción a lo que requería y que enviase a su letrado a donde ella vivía para mostrarle las escrituras que deseara, a lo que le contestó, agradecida, que su hermano estaba en Aranjuez con el rey y que le mandaría una carta explicándoselo, aunque sabía que estaba muy enojado con ella. Sobre lo declarado por Diego de Ávila, mantuvo que nunca le había dicho que tuviera documentos ocultos, sino que tenia las escrituras guardadas.

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