La Isla

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jueves, 23 de agosto de 2012

María Enríquez de Mayoralgo [5]


Las indagaciones que siguieron en Madrid (1)

En Madrid, donde García de Figueroa era bien conocido en la Corte, la paulina fue leída a partir del 8 de abril de 1600 en todas las iglesias y monasterios. El 11 de ese mes declaró ante el notario Baltasar de Olivares don Alonso Ramírez de Prado, miembro del Consejo Supremo de Justicia, diciendo que hacía un año aproximadamente había escuchado comentar a ciertas personas “que estavan muchos papeles escondidos que heran de mucha ymportançia para el conoçimiento de la justiçia que en el dicho mayorazgo tiene el dicho don Garçia lo qual tambien a oydo en esta dicha villa a otras muchas personas que por hablar en conversaçion no se acuerda en particular quien sean...”, pero añadiendo que, después del pleito que se sentenció en el Consejo en grado de las Mil y Quinientas contra García de Figueroa, en el transcurso de una tertulia a la que había asistido, oyó comentar a Juan de Escobar y Chaves, llegado a Madrid procedente del Colegio de Oviedo en Salamanca, donde residía, "quel dicho pleito se avia perdido por la dicha doña Maria [de Orellana] y don Garçia y ganadose por la parte contraria por falta de algunas escrituras y papeles que se avian ocultado y encuvierto por los quales constava que podia suçeder embra en el dicho mayorazgo", y que en algún lugar se escondían papeles que podían ser de una gran importancia para que se resolviera con justicia el pleito que mantenía don García de Figueroa, y aún le dio a entender, instigado por su curiosidad, que conocía a otras personas que podían informar con más detalle sobre el mismo asunto, citando como ejemplo al clérigo Medina de Orellana la Vieja, agente en el pleito de la parte contraria, nombrando asimismo a Juan de Solís, que también estaba en la Corte.

Juan de Escobar y Chaves era sobrino de Luis de Chaves de la Calzada, marido de María de Mayoralgo; en su declaración, efectuada el 12 de abril ante el notario Baltasar de Olivares, explicó que algún tiempo atrás había visto en esa ciudad a don Juan de Chaves, -probablemente Juan Antonio de Chaves Sotomayor, marido de Catalina de Mendoza- acompañado de un paje suyo, comentando entre ambos que a raíz de la muerte de don Gabriel de Orellana su hermana había tomado posesión del mayorazgo. Había venido “a ynformarse de los letrados de Madrid del derecho que tenia la dicha doña Catalina a el mayorazgo de Orellana porque avia papeles nuevos...”, coincidiendo con lo que sabía por el clérigo Juan de Medina, agente de don Gabriel. Un día, añadió el testigo, se encontró en una calle de Madrid con Juan de Solís y estuvieron hablando de los mencionados papeles, porque parecía que había nuevos documentos que podían servirle a don García en su pleito y que, por conversaciones que había mantenido también con doña Mencía Manrique le pidió ésta que hablara con el licenciado Ramírez de Prado, del Consejo Real. Llegaron a entrevistarse y estando ambos en el estudio del primero le respondió Ramírez que estaban esperando a que les llegaran nuevos documentos, recordándole entonces Escobar que el cura Medina conocía muy de cerca los negocios de don Gabriel. Le volvió a insistir doña Mencía Manrique en otra ocasión y sólo pudo entonces añadirle que había venido a Madrid un clérigo de Trugillo llamado Alonso Díaz Aoxado para traer los papeles que reclamaba Ramírez de Prado, quien después de mantenerlos durante tres días en su poder dijo que “aquellos papeles heran los mismos que estaban presentados por el pleito viexo y que no avia papel nuevo ninguno”. Quiso asegurarse luego Juan de Escobar de lo que su interlocutor le había contado en presencia de su mujer, Constanza de Almansa, y volviendo a sacar el tema de los nuevos papeles en los que pudiera apoyarse la sucesión de Garcia de Figueroa, le respondió Juan de Solís que en efecto “los avia y que siendo neçesario lo mostraria”.

Juan de Solís se había encontrado con Juan de Escobar en la calle de Toledo, en Madrid, y en efecto, comentaron la muerte de Gabriel de Orellana, preguntándose entre ellos quien le sucedería ahora en el mayorazgo, opinando Escobar que los derechos de sucesión le correspondían a García de Figueroa, porque durante el pleito que había mantenido contra don Gabriel, el clérigo Medina le había comentado que éste temía que durante el tiempo que duró la sentencia de las Mil y Quinientas “no se descubriesen çiertos llamamientos que entendia no excluyan la embra”. En cierta ocasión que Juan de Solís viajó a Orellana la Vieja para visitar a María de Mayoralgo, ésta le contó que durante la grave enfermedad que un tiempo antes había sufrido su nieto, pensando que se moría, había escrito una carta a García de Figueroa diciéndole que a su muerte mandara a alguien para que tomara posesión de la villa de Orellana en su nombre, “ yendola a visitar a la villa de Orellana que en una enfermedad grave que el dicho don Gabriel su nieto avia tenido de que avia estado desafuerado y a punto de muerte estando en un monasterio que ay en la dicha villa de Orellana y junto a la ymaxen de nuestra señora avia escrito una carta a don Garçia de Figueroa y Orellana diçiendole que pues Dios hera servido llevarse a su nieto enviase persona a tomar posesion de la villa de Orellana que ella daria como a persona que le perteneçia…”, y al expresar Juan de Solís su extrañeza, le dio a entender que “avia papeles nuevos de que ayudarse” y le pidió que le dijera a García de Figueroa que cuando su nieto muriese estuviera seguro que le devolvería la posesión del mayorazgo. Juan de Solís prefirió guardar silencio en aquel momento, hasta que pasado un tiempo, una nueva crisis en su enfermedad acabó con su vida. Cumplió su encargo entonces, comunicándoselo a don García de Orellana y Figueroa y a su hermana Mencía Manrique.

A continuación de esa significativa declaración prosiguió Juan de Solís su testimonio diciendo que durante una tertulia que había tenido lugar tiempo atrás en la casa donde se hospedaba el licenciado Diego Cambero y a la que asistieron Juan de Escobar, Hernando de Orellana, Juan Xaramillo de Carvajal, -clérigo presbítero de la villa de Los Santos- y el también presbítero de la villa de Cáceres, Pedro Rodríguez Moreno, Diego Tayno, Jerónimo de Salamanca Becerra, -el anfitrión- y Diego de Malaver, criado de García de Figueroa, le preguntó a este último si su señor había hecho alguna diligencia sobre los papeles que faltaban para su justicia, a lo que éste respondió que se habían hecho muchas diligencias y la última era la paulina del nuncio que iba a leerse en la villa de Cáceres, contestando Cambero con escepticismo que “nosotros los letrados somos como los confesores que no podemos deçir ninguna cosa de lo que se nos comunica…”, interpretando con ello Malaver que los papeles en cuestión existían y que alguien los ocultaba, mostrándose indignado con el comentario de Cambero, tanto porque no se viera amenazado por la paulina como por la evidencia de la impunidad con la que estaba entorpeciendo el camino de la justicia, “admirado de aquellas raçones dixo que no savia como en Caçeres o en otras partes avia personas de tan poca conçiençia o las podia aver que quisiesen ocultar aquestos papeles sabiendo que en ellos consistia el derecho de don Garçia su señor”, a lo que Cambero añadió: “no se dexe de haçer dilixençias en Caçeres con esa paulina que seria muy pusible pareçer papeles de mucha ymportançia en que consiste la justiçia del dicho don Garçia…”, anunciando luego algunos nombres que los demás reunidos lograron sonsacarle, como el de un tío suyo, Gonzalo de Sotoval, un hijo de éste, el licenciado Hidalgo y Francisca de Andrada, hermana de doña María de Mayoralgo. (Francisca de Andrada y Mendoza, casada con Luis de Chaves Calderón, eran los padres de Catalina de Mendoza y Chaves, mujer de Pablo Enríquez de Mayorazgo). Algún tiempo después amplió Juan de Solís su anterior declaración, añadiendo que había escrito a Francisco de Espinosa, regidor de la ciudad de Mérida y amigo personal de Cambero, para que le convenciera de que éste dijera lo que sabía sobre el asunto de las escrituras, lo que en efecto hizo, enviándole la respuesta que le dio Cambero a su solicitud, ratificándose en lo que ya había dicho, y que como abogado que era de doña María Enríquez Mayoralgo, no podía decir nada más.

viernes, 20 de abril de 2012

Mérida romana [2]

Paisaje extremeño [3]

María Enríquez de Mayoralgo [4]

La divulgación de una paulina (2)
Una paulina era en aquellos años un recurso muy serio y con sobrada capacidad de intimidación para los cristianos creyentes, porque les colocaba directamente frente a la excomunión si no decían cuanto supieran de lo que les preguntara la autoridad eclesiástica por este medio: "y no lo aviendo manifestado restituido ni revelado lo susodicho desde entonçes dareis e pro[nunciareis] sentençia de excomunion en las tales personas y a cada una dellas y por publicos excomulgados segun es uso y costumbre los dareis y denunçiareis...”. La costumbre exigía que la carta fuera leída acompañándose de una cierta puesta en escena y solemnidad durante “domingos y fiestas de guardar la misa mayor y otros dias feriados cubierta una cruz de luto tañendo campanas matando candelas y haçiendo las demas çeremonias y actos que es uso y costumbre y el derecho manda anatematiçeis y maldigais y torneis a denunçiar y declarar las tales personas y cada una dellas por publicos excomulgados". Fueron, obviamente, numerosos los testimonios que tras la lectura de la paulina en las diferentes iglesias y conventos se precipitaron, formando casi de inmediato un torrente de declaraciones que poco a poco fueron poniendo a los jueces en la pista, no sólo de quién tenía los documentos, sino brindándoles al mismo tiempo una explicación del por qué habían permanecido ocultos. A través de este poderoso recurso, los testimonios de ciertas personas fueron poniendo pronto en evidencia el sobrado conocimiento que existía en la calle sobre determinados asuntos que, perteneciendo en apariencia al exclusivo dominio de unos pocos, eran, en realidad, compartidos por un círculo mucho más amplio de personas, y no siempre del círculo más allegado.

El Consejo Real había nombrado en Trujillo a don Adrián Fernández de Rivas para que siguiera las declaraciones de los testigos. En la iglesia de Santa María la Mayor, de la que era clérigo presbítero el doctor de la Parra, se hizo su lectura el 24 de abril de 1600 y, dos días más tarde, declaraban los clérigos Pedro Becerra, Juan Díaz de Oxado y algún otro, explicando lo poco que sabían acerca de los papeles que por mandato de doña María se habían llevado unos cuantos hombres desde el Palacio de Orellana hasta la casa de su hijo Pablo Enríquez Mayoralgo, en Aldea del Cano. Pablo Enríquez Mayoralgo se presentó, pasados unos días, en Trujillo, diciendo que en cuanto se enteró en Coria de la paulina se había dirigido lo antes posible a la villa de Aldea del Cano, presentándose al cura Martínez el 25 de abril de 1600, a quien le explicó que el día que había muerto Gabriel Alonso de Orellana, al final de la cuaresma de 1599, estaba él en Trujillo en la casa de su madre y que de improviso se presentó allí el alcalde mayor de la ciudad y que éste, de forma un tanto desconsiderada, se puso a buscar ciertos papeles, registrando algunos muebles de la casa: "entro en casa de doña Maria Enriquez Mayorazgo en donde estava el cuerpo del dicho don Gabriel su nieto muerto dos oras poco mas o menos y començo a haçer algunas cosas y dilixençias que a los cavalleros que estavan presentes y otras personas no pareçieron muy justificadas ni fueron a petiçion de partes a lo que se deçia y no proçediendo con el comedimiento que se devia a una muger tan principal como la dicha doña Maria y tomo unas llaves de un escritorio y se le abrio y anduvo y examino todo lo que en el estava de papeles y algunas pocas pieças...", quedando la dueña por ello muy afligida y con temor de que volvieran a repetir la visita, oyéndola entonces decir que queria recoger algunas joyas y también unos papeles "tocantes a si y a su nieto don Gabriel" en la villa de Orellana. En Aldea del Cano, donde solía pasar el invierno, le dijeron que habían llevado a su casa dos canastas con documentos y que estuvieron allí cuatro o cinco días, de donde se las llevó el clérigo de Trujillo Alonso Díaz Ojado, pero que él no había llegado a ver los citados papeles ni conocía su contenido. El mismo día y ante el citado cura de la villa, testificó también su mujer Catalina de Mendoza y Chaves, porque a ella le habían entregado en la iglesia del pueblo la carga que traían los porteadores desde Orellana, donde se encontraba acompañada de otra mujer y un cura, diciendo que los papeles los "trujeron unos moços los quales ella no conoçio ni sabe quien fuesen ni como se llamasen unos papeles los quales ella no vio ni supo que papeles fuesen ni si heran testamentos ni escrituras de quentas de quien ni como y que de oy a ocho dias poco mas o menos vino por ellos Alonso Diaz Ojado clerigo veçino de la çiudad de Trugillo los llevo todos de la manera que los avian traido sin guardar uno ni mas y los que ella a el presente no save donde estan ni quien los tiene...". Fue Francisco Ruiz, al que llamaban el Mozo, uno de los vecinos de Orellana la Vieja que una noche de finales de marzo de 1599 habían transportado los documentos del mayorazgo de Orellana desde la casa fuerte hasta la villa de Aldea del Cano, siguiendo instrucciones del alcalde mayor de Orellana Antonio Sánchez Sevillano, al que acompañaba Juan Cabezas, escribano y mayordomo de Gabriel Alfonso de Orellana y un vecino de Cáceres, llamado Sotoval.

Cuando tuvo conocimiento de que en la iglesia parroquial se habían leído cartas de excomunión del nuncio de su Santidad sobre unos papeles del mayorazgo durante la primavera de 1600, supo que aquellas lecturas estaban relacionadas con el transporte de documentos que había hecho a la mencionada villa cacereña. En la declaración que hizo el 6 de mayo de 1600 ante Diego Nieto, cura teniente de Orellana la Vieja, explicó que cierto día de finales de marzo de 1599 le dijeron que debía emprender esa noche un viaje acompañado por Francisco Ciudad a un lugar que no le especificaron hasta que no llegó el momento de partir, entregándoles “dos banastas llenas de papeles y ençima esparragos y las llevaron aquella noche y el otro dia a el Aldea del Cano” y que llegados a la iglesia del lugar, se las entregaron a Catalina de Mendoza, que les esperaba en compañía de un cura y de otra mujer. El 13 de abril había declarado primeramente en Orellana ante el mismo cura Francisco Ciudad, diciendo: “que por el mes de março del año pasado de noventa y nueve luego que murió don Gabriel de Orellana llamaron a este declarante ante Antonio Sanchez Sevillano que hera a la saçon alcalde mayor y Juan Caveças escrivano y le dixeron que avia de yr un camino y no avia de saver donde hasta que fuese y ansi este declarante y Françisco Ruiz veçino desta villa fueron a la fortaleça y alli el dicho alcalde y escrivano les entregaron dos banastas llenas de papeles y escripturas y unos esparragos ençima y los cargaron en una bestia y un arguerilla y por su mandado caminaron toda aquella noche y los llevaron a el Aldea del Cano tierra de Caçeres y buscando a doña Catalina de Mendoça muger de don Paulo la hallaron en la Yglesia mayor de dicho lugar y alli descargaron las dichas banastas y se las entregaron a ella baçiando los papeles y bolviendose las vanastas y ella las reçibio en presencia de otra muger que no saven como se llamava…”. Ratificaron ambos testigos sus declaraciones ante los vecinos de Orellana Gonzalo Muñoz, Hernando Moñinos, Pedro Arias y Juan de Medina, cura párroco de la villa y Diego Nieto, su teniente. Francisco Pizarro testificó el 12 de abril en Truxillo, diciendo que había oído a ciertas personas que doña María Mayoralgo había escrito a García de Figueroa dándole cuenta de la muerte de su nieto y de que tenia algunos papeles en los que constaba que en el mayorazgo de Orellana podía suceder mujer y que esto mismo se lo había comentado un clérigo llamado Ojado un día que fueron de caza. También le había comentado Florentino Corral que María de Mayoralgo había hecho mal al enojarse con el clérigo Medina, “porque le encubriria muchos papeles que en favor del suçeder embra en el mayorazgo tenia y esto haria para verse aunado con don Rodrigo de Orellana [y Toledo] persona que pretendia el dicho mayorazgo”. Por entonces, García de Orellana ya había oído al propio cura Medina y a otras personas bien informadas que existían papeles "por donde era llamada embra a el dicho mayorazgo".