La Isla

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jueves, 27 de octubre de 2011

María Enríquez de Mayoralgo [3]

La divulgación de una paulina (1)

Por eso, su nieta Catalina de Mendoza fue pronto su esperanza frustrada, porque la decidida intervención de García de Orellana estaba poniendo ya por entonces al descubierto los engaños de los que había sido objeto su madre. De ahí la resuelta política de hechos consumados emprendida por doña María. Por las informaciones que García fue recibiendo por entonces se iba percatando de las intrigas que había estado llevando a cabo María Mayoralgo y, sin dudarlo, planteó una querella contra ella, al tiempo que mantenía el pleito contra su nieta Catalina de Mendoza y contra Rodrigo de Orellana, su otro adversario: “me querello ante buestra alteça criminalmente de doña Maria Mayorazgo aguela y curadora de la dicha doña Catalina y digo que la dicha doña Maria en gran daño de su conciençia y perjuiçio de mi parte tiene en su poder ocultadas escripturas por donde consta que la subçesion de la casa y mayorazgo sin pleito ni controversia alguna es de mi parte…”. Persuadido, por un lado, de que las escrituras que había exhibido Gabriel de Orellana el Viejo en su defensa ante la justicia habían sido manipuladas y que María de Mayoralgo ocultaba desde entonces una copia de las verdaderas, por otro, observó sagazmente que esa misma situación impediría ahora la sucesión que ella pretendía. Si pudiera hacerle ver a esa mujer ese punto de vista, sus rivales dejarían de ser para él un obstáculo en el camino que debía llevarle hasta la titularidad del dominio.

Probablemente también sentiría María que las cosas eran de ese modo y que poco le quedaba por hacer frente a la situación descrita. Aunque él lo ignoraba, ella había intentado ya, en cierta ocasión en que su nieto estaba gravemente enfermo y a punto de morir en Orellana, mandarle desde el convento de San Benito que fundara Teresa de Meneses en la villa, un recado diciéndole que, muerto éste, le correspondía a él la sucesión; pero superada la crisis, dio marcha atrás, y como luego se verá, confusa, guardó desde entonces silencio, apostando, tal vez desde ese momento, por intentar la sucesión para su nieta aprovechando la inercia que arrastran los hechos consumados. Cuando la muerte de Gabriel sobrevino al fin, mandó a Catalina que tomara posesión del señorío de inmediato, mientras ella permanecía en Trujillo velando su cadáver y tratando de conversar con su alcalde mayor, que recelaba de sus movimientos, como ya hemos tenido ocasión de ver.

García, consciente de su influencia en la Corte, mientras tanto, había tomado ya la decisión de solicitar a la Santa Sede una paulina para obligar a la tozuda María por este medio a que entregase las mencionadas escrituras originales: “por tanto a buestra alteça pido y suplico proçeda contra la parte contraria criminalmente por todo rigor de derecho y desde luego la apremie a que exiva las dichas escripturas en que se contiene el derecho y subcesion de mi parte y entre tanto la mande aprisionar y poner guardas…”. La carta de excomunión le fue concedida por el nuncio de la Santa Sede en marzo de 1600, el cardenal Bernardo de Rojas y Sandoval, Primado de las Españas, Chanciller Mayor de Castilla y miembro del Consejo de Estado, ordenando en Madrid, el 21 de marzo de 1600, que se leyera el citado documento a primeros de abril en todas las iglesias y monasterios de Madrid y de los obispados de Plasencia y Coria "al tiempo del ofertorio a las misas mayores quando mas gente estuviere ayuntada para oyr los divinos ofiçios". Con la mencionada paulina dictada por el alto tribunal eclesiástico se pretendía mover a todos los fieles y vecinos a que manifestaran ante sus respectivos jueces todo cuanto conocieran relacionado con el paradero de las escrituras del mayorazgo de Orellana la Vieja, particularmente los testamentos de Juan Alfonso de la Cámara y el de su hijo Pedro Alfonso de Orellana y que descubrieran a todas las personas y “testigos que saben lo susodicho no lo quieren manifestar deçir ni declarar en notable daño y perjuiçio de la justiçia del dicho don Garçia... para que los usurpadores detentores y encubridores de lo que dicho es o las personas que dello supieren en qualquier manera lo vengan manifestando y revelando...".

jueves, 15 de septiembre de 2011

María Enríquez de Mayoralgo [2]

La sangre vieja (2)

En un principio, María estuvo de acuerdo con la propuesta paterna, pero enfrentando la negativa de su tío Francisco a convertirse en su marido, antes de que éste llegara a ser el 7º señor de la Torre de Mayoralgo en solitario, reunió a sus allegados, y con el empeño y poder de convicción que siempre puso en sus iniciativas, les persuadió de que hicieran cuanto daño les fuera posible sobre las posesiones de su tío. Salieron todos armados a caballo desde Trujillo, acompañados por ciento veinte hombres, entre ellos su tío Gabriel de Mendoza, luego 11º señor de Orellana la Vieja, Juan de Orellana, Alonso de Sotomayor y Juan de Chaves, con dirección al castillo de la Torre del Mayoralgo, situado en las inmediaciones de Aldea del Cano, donde los señores de Mayoralgo tenían el grueso de su cuantioso patrimonio, cercándolo, matando buena parte del ganado y destruyendo cuanto encontraron a su paso.

Ahora se repetía el mismo dilema con el Mayorazgo de Orellana, frente al que se había encontrado María tras la desaparición de su nieto Gabriel el Mozo sin sucesión, teniendo que optar entonces entre la obligación de respetar el derecho de sucesión, en beneficio de la familia ajena a su estirpe y la necesidad de actuar en defensa de la conservación del patrimonio de los Orellana en algún miembro de su familia; entre ceder las escrituras del mayorazgo que mantenía ocultas, que hubieran despejado, ya entonces, el camino de la sucesión a García de Orellana o retenerlas para que su nieta Catalina de Mendoza pudiera suceder. En el primer caso faltaba a la fidelidad que ella sentía deber al linaje de los Orellana, porque García, hijo de Gómez Suárez de Figueroa -hijo segundo del conde de Feria-, desviaría a la postre el mayorazgo de los Orellana fuera del control de su linaje, pero en el segundo, si retenía las escrituras auténticas, su nieta, mujer, y como ya ocurrió con María de Orellana, no tendría ninguna oportunidad para la sucesión.

Tradicionalmente, la autoridad moral y política ejercida por el cabeza de linaje mantenía cohesionado a todos sus miembros en torno a los intereses de grupo, representada en el caso de los Orellana por el titular del señorío, que conservaba como símbolo y representación de esa misma autoridad la “casa solar” de la Alberca, en Trujillo, además de la propia Casa Fuerte, sede del dominio señorial, en Orellana la Vieja. Aunque el espíritu de la época hacía que el poder económico se transmitiera de generación en generación por vía de varonía, generalmente a través del primogénito, cuando esta línea no era exclusiva, extinguida la de varón, ocasionaba un problema de difícil solución en el seno del linaje, que veía de esta forma peligrar la integridad del patrimonio y con ello el poder de influencia sobre la estirpe. Esta es la causa última de la actitud que mantuvo Gabriel el Viejo en 1549, antes incluso de que se produjera la muerte de su sobrino Juan, al tratar de forzar un matrimonio con su sobrina María de Orellana, a la que en un principio reconoció sus derechos de sucesión, tratando de erigirse de este modo en el nuevo jefe del linaje. Como no lo consiguió por este camino resolvió obtenerlo negando el derecho femenino a la sucesión, aunque debió engañar para ello a los jueces, respuesta que hubiera repetido cuantas veces hubieran sido necesarias, más allá incluso de las posibilidades que ello le deparaba para colmar sus ambiciones personales de riqueza y de poder, en defensa siempre de los intereses de la estirpe. Así las cosas, a la muerte de Gabriel el Mozo sin sucesión, María de Mayoralgo afrontó el dilema erigiéndose en valedora de los intereses de los Orellana, en representante de la sangre vieja del linaje que ya no portaba ningún otro descendiente directo varón, y lo hizo con tanta contundencia y decisión que pareció encarnar en su persona todo el valor de la tradición de los Orellana, comparable sólo a la persistencia en la lucha de María de Orellana, la propia madre de García, su contrincante. Quedaba de esta forma polarizada, en la fuerte personalidad de dos mujeres, dos mundos en pugna: la defensa a ultranza de los privilegios de la vieja nobleza, sus derechos adquiridos por sangre representados por la primera y la reivindicación de los derechos emanados de la legitimidad legal, que trataban de abrirse paso lentamente en Castilla, por encima de los privilegios de casta, por la segunda.

jueves, 14 de julio de 2011

María Enríquez de Mayoralgo [1]


La sangre vieja (1)

Las primeras indagaciones que llevó a cabo García de Orellana, junto con la información que le fueron proporcionando algunas personas próximas de su familia -Juan de Solís, entre otros, conocedor en detalle de los movimientos de Gabriel el Viejo-, le llevaron a sospechar que los documentos que manejaron los rivales de su madre no eran reflejo exacto de los originales, sino que éstos habían sido falseados. Tales documentos habían ido a parar a manos de una mujer intrigante, de talante resuelto y fiel representante de su vieja estirpe, que no mostró reparo alguno en aprovecharse, nuevamente, y en beneficio propio, de la trama urdida por Gabriel el Viejo, su tío, manteniendo como resultado a tres generaciones en continua brega con la justicia.

Era esta mujer María Enríquez de Mayoralgo, hija de Catalina de Mendoza, una de las seis hijas de Juan de Orellana, 7º señor de Orellana la Vieja, y de Cristóbal de Mayoralgo, hijo primogénito de Pablo Enríquez de Mayoralgo, 6º señor de la Torre de Mayoralgo. Había contraído matrimonio, como decimos, con Luis de Chaves de la Calzada, descendiente de los Chaves-Orellana, de Trujillo. Hábil para tejer lazos familiares y alianzas con los linajes más poderosos de la nobleza local, procuró el matrimonio de su hija, Isabel de Chaves, con Juan Alfonso de Orellana, 12º señor de Orellana la Vieja. Ambiciosa y obstinada, ejerció sin respiro una fuerte influencia sobre todos los miembros de su acrisolada familia, incluido el 13º señor de Orellana la Vieja, Gabriel Alonso de Orellana, llamado el Mozo, su nieto. A los 60 años de edad, muerto éste sin descendencia, y ansiosa por perpetuar en los descendientes de su nieta Catalina de Mendoza la línea de sucesión al mayorazgo, cayó en la cuenta que, siendo mujer quien debía sucederle, se reproducía en ella la misma circunstancia por la que Gabriel el Viejo había impedido que María de Orellana sucediera a Juan el Bueno, como ya hemos tenido ocasión de ver en capítulos anteriores. Resultaba claro por este motivo que no debía mostrar ahora el documento falsificado, del que se había valido éste en 1549, ni tampoco el original que le podría servir a Catalina, porque eran reclamados por García de Orellana y Figueroa, continuador de la rama a la que se le habían escamoteado los derechos de sucesión.

Por eso, el mismo día en que murió su hermano Gabriel, el titular del mayorazgo de Orellana, Catalina fue enviada por su abuela a la villa de Orellana para tomar posesión inmediata de la fortaleza y de los otros bienes del mayorazgo, lo que a nadie debió extrañar su llegada porque era su lugar habitual de residencia. Cuando llegó doña María a la villa, los documentos que celosamente se guardaban en el archivo del palacio fueron desde ese momento objeto de sus intrigas. La única salida posible, por lo menos hasta ver cómo iban a desarrollarse los acontecimientos en las horas siguientes, era su ocultación, por lo que sin mucho meditar, evocando acaso la reacción de su padre frente a una situación muy parecida cuando ella apenas estrenaba mayoría de edad, ordenó a ciertas personas de Orellana que trasladaran esos documentos a la casa de su hijo Pablo Enríquez de Mayoralgo, en Aldea del Cano.

Tuvo en efecto María en su padre, Cristóbal de Mayoralgo, una conducta en la que inspirarse frente al dilema en el que ahora se veía. Siendo éste hijo primogénito de Pablo Enríquez de Mayoralgo, 6º señor de la Torre de Mayoralgo, y sintiéndose enfermo en una ocasión, aún en vida de su progenitor y viendo cercana su muerte, comprendió que la sucesión al mayorazgo que debía heredar de su padre, recaería ahora en su hermano Francisco de Mayoralgo y Andrada, perdiendo en consecuencia su hija María el derecho de sucesión. Revelándose contra aquella evidencia, entró un día en la casa de su padre y se apoderó con violencia de todas las escrituras del mayorazgo que había fundado su ascendiente Blasco Muñoz en 1320, durante la regencia de doña María de Molina. Arrepentido más tarde de su actitud, escribió en su testamento, fechado en julio de 1546, su intención de devolver los documentos que había sustraído, pero invitando al mismo tiempo a su hermano Francisco que, tras su muerte, contrajera matrimonio con su hija María -su sobrina-, para que la línea de sucesión al mayorazgo que le transmitía no se quebrara, devolviendo así nuevamente los derechos de sucesión a su hija María de Mayoralgo.

sábado, 30 de abril de 2011

Los Chaves, de Trujillo

A riesgo de desviarme un tanto del hilo argumental que seguiré a partir de ahora con respecto a los movimientos seguidos por García de Orellana y María Enríquez de Mayoralgo -nuestro nuevo personaje- en el litigio que mantuvieron ambos para conseguir la titularidad del mayorazgo de Orellana la Vieja, estimo oportuno incluir aquí algunas líneas sobre los  Chaves de Trujillo, con los que estuvo estrechamente emparentada doña María.

Alcázar de Luis de Chaves el Viejo. Trujillo

La llegada de los Chaves a Trujillo tuvo lugar a raiz del matrimonio de Marina Alfonso de Orellana, hija mayor de Juan Alfonso de la Cámara, con Hernando de Chaves, de Ciudad Rodrigo. Un hijo de éstos, Nuño García de Chaves, se afincó en Trujillo al casarse con Mayor Álvarez de Escobar, adonde había llegado hacia 1350 para hacerse cargo de los bienes que le había dejado su madre Mari Gil en herencia.

Plaza de Trujillo, con el Alcázar de Luis de Chaves, al fondo

Procrearon ambos a Martín de Chaves, muerto en guerra contra los musulmanes y a Luis de Chaves. Según Clodoaldo Naranjo, Martín de Chaves, mayorazgo de la Casa de la Cadena, -edificación a la que aún permanece adosada la conocida torre del Alfiler-, fue el progenitor de los Chaves-Orellana. Luis de Chaves el Viejo, el segundo de los hijos, casado con María de Sotomayor, hija del maestre de Alcántara don Gutierre de Sotomayor -primer conde de Belalcázar-, tuvo varios hijos, entre los cuales destacaron Alonso de Sotomayor, señor de los Tozos, de quien descienden los Chaves-Sotomayor y Martín de Chaves Sotomayor, cabeza de los Chaves-Mendoza.

Plaza de Trujillo, con la Torre del Alfiler, al fondo

Luis de Chaves el Viejo fue tal vez el personaje de mayor relevancia en el Trujillo de finales del siglo XV, no sólo por su destacada influencia en el gobierno de la ciudad, sino especialmente por su marcada posición política en su defensa de la Corona, luchando, primero, contra la nobleza rebelde, cuyas desmedidas ambiciones hicieron tambalear en más de una ocasión los cimientos mismos de la monarquía, y más tarde durante la guerra civil de 1475-79, desempeñando la difícil y arriesgada misión de conservar para la Corona la ciudad de Trujillo, en cuyo empeño perdió a dos de sus hijos en 1476 y otro más en la toma de Málaga en 1487, esfuerzo que le valió el profundo y sincero reconocimiento de los Reyes Católicos, que le distinguieron -especialmente la reina Isabel-, con prolongadas estancias en su alcázar en repetidas ocasiones. Participó asimismo en las luchas fratricidas que tuvieron lugar en Extremadura durante la segunda mitad del siglo XV entre Gómez Solís y Alonso de Monroy por el maestrazgo de la Orden de Alcántara, luchando al lado del segundo, hechos sobradamente conocidos de la historia de Extremadura.
Torre del Alfiler, con los escudos de los Chaves y los Orellana.Trujillo

Los Chaves-Sotomayor y los Chaves-Orellana emparentaron luego con diferentes miembros de los señores de Orellana la Vieja. Un descendiente de la primera rama, Luis de Chaves Sotomayor, contrajo matrimonio con María Portocarrero, hija de Hernando Portocarrero, hermano de Rodrigo de Orellana y de Gabriel de Orellana el Viejo -ambos señores de Orellana la Vieja-. Un hijo de este matrimonio, Juan Antonio de Chaves Sotomayor, fue a su vez el marido de su prima Catalina de Orellana, hermana de Gabriel de Orellana el Mozo, de quien hemos hablado en capítulos anteriores a cuento del asalto a la fortaleza de Orellana la Vieja. Martín de Chaves, descendiente de la segunda rama, tuvo un hijo llamado Luis de Chaves de la Calzada, que contrajo matrimonio con María Enríquez de Mayoralgo, nuestro personaje.


Alcázar de Luis de Chaves el Viejo. Trujillo

domingo, 17 de abril de 2011

García de Orellana y Figueroa

El mismo día en que había muerto Gabriel de Orellana el Mozo, 13º señor de Orellana la Vieja, García de Orellana, al tanto de los rumores que circulaban en Trujillo sobre algunos altercados que estaban teniendo lugar entre partidarios de unos y otros candidatos a la sucesión del mayorazgo, envió una carta a su alcalde mayor exponiendo las razones por las que se consideraba el único sucesor legítimo al señorío y mayorazgo de Orellana, añadiéndole en su escrito "que no consintiese que ninguna persona tomasse possession de los dichos bienes sino que los mandasse poner en secresto” hasta que tuviera alguna garantía de sus derechos. El vacío que se había producido en la jurisdicción del dominio no había durado mucho tiempo como hemos visto, porque el 20 de septiembre de 1599 ya había interpuesto don García una querella criminal contra Catalina de Mendoza, acusándole de haber ocupado algunas posesiones del mayorazgo: "a vuesa alteça suplico mande que los dichos bienes se pongan en secresto por que la dicha doña Catalina segun queda dicho se a entrado en algunos dellos sin ter[mino] ni fundamento y con vio[len]çia y podria sobrello aver revueltas y escandalos...", y al poco, otra contra Rodrigo de Orellana y Toledo, el 24 de enero de 1600, presentando un auto de vista en el Consejo para poner "embargo y secresto" a los bienes del mayorazgo de Orellana porque había entrado éste por la fuerza en su Fortaleza, tomando posesión de la misma y nombrando nuevos cargos de justicias.
Fortaleza de los Orellana. Orellana la Vieja

Advertido, García venía observando desde hacía tiempo con mucha atención los movimientos y las intenciones de sus adversarios y se mostró cauto, esperando el momento oportuno para combatirles con armas nuevas, apostando con decisión convertir en realidad lo que hasta hacía bien poco solo barruntaba como simple sospecha: las escrituras del mayorazgo fundado por Juan Alfonso de la Cámara habían sido manipuladas para que su madre, María de Orellana, no pudiera ejercer su legítimo derecho de sucesión. Sus recelos se fueron transformando en evidencia a medida que acumulaba más información y pruebas sobre tan delicado asunto. Si lograba demostrarlo ante la justicia, la jurisdicción del señorío volvería a sus manos, como sucesor de su madre. Su firme determinación en alcanzar ese propósito transformó pronto su denuncia en el catalizador de todos sus movimientos, inspirando en adelante todas sus acciones con ese fin. Lo primero que necesitaba eran testigos que le ayudaran a demostrar su filiación, a probar su descendencia directa de quienes habían sucedido con anterioridad a don Gabriel de Orellana en el mayorazgo. Consiguió así que acudieran a prestar declaración entonces nueve vecinos de Trujillo: Lorenzo Velazquez, Diego Martín Castellano, Gómez de Solís y Vargas -regidor del concejo-, Gonzalo Alonso, Luis Antonio de Chaves Sotomayor –marido de una hija de Hernando Portocarrero-, Juan de Chaves Santa Cruz, Juanillo Herrera, Juan de Truxillo, Jerónimo Fernández Regodón y un poco más tarde otros cuantos más de Orellana la Vieja: Juan Arias el Viejo, Martín Xil, Andrés Sánchez el Viexo, Mateo Xil, Francisco Hernández, Quiteria Gonçalez, Hernán Ruiz, Elvira Sánchez, Catalina Alonso, Catalina Hernández, Baltasar Rodríguez de Raudona y el licenciado Medina, cura párroco de la villa. Sus declaraciones comenzaron antes de terminar el mes de marzo de 1600, logrando acumular en poco tiempo sobrada información. Las indagaciones posteriores se realizaron siguiendo un orden de preguntas previamente establecido en un cuestionario, diseñado para informar unas pocas cuestiones clave, especialmente el grado de parentesco que relacionaba a las personas implicadas en el pleito de tenuta con los derechos de sucesión al mayorazgo. Puntualizadas todas esas declaraciones en un documento administrativo resultan sin duda reiteradas y de ostensible monotonía, como corresponde a esta clase de procesos, pero gracias a esa minuciosidad en sus manifestaciones, los detalles que incorporaba cada nuevo testimonio me fueron de mucha ayuda y pronto percibí que ninguna otra fuente me aportaría la riqueza de matices que tenía ante mis ojos y que el conocimiento que iba adquiriendo sobre el entramado de relaciones familiares y de parentesco en que se movían los personajes y miembros de cada familia solamente podría abarcarlo analizando minuciosamente cada una de sus explicaciones.

Casa de la Alberca
Casa solariega de los señores de Orellana la Vieja. Trujillo

Dos son los aspectos fundamentales que he podido entresacar de ese proceso indagador: la identidad, parentesco y relación entre los personajes que iban apareciendo y la naturaleza del patrimonio vinculado del dominio señorial en los años previos a su conversión en marquesado. Sobre lo primero me extiendo en estos capítulos y sobre lo segundo -el patrimonio del mayorazgo-, sólo haré un breve resumen a continuación, basado en las declaraciones de unos pocos testigos, porque sobre este particular volveré más extensamente en otro momento. En una copia del memorial que solicitó García de Orellana a la Audiencia de Granada figuraba un inventario en el que se relacionaban, con pequeñas diferencias sobre los anteriormente registrados, los bienes del mayorazgo, apareciendo en primer lugar la villa de Orellana la Vieja y su término, ejidos, prados y montes y los demas bienes incluidos en el mayorazgo, con su jurisdicción civil y criminal, nombramiento de oficiales de justicia y regidores del concejo, la escribanía pública y los tributos, pechos y derechos, que se pagaban al señor, especialmente los que debían satisfacer los labradores por cada yunta de tierra que labrase en el término. Cada vecino debía pagarle, además, dos gallinas, excepto hidalgos y clérigos. En el mismo estaban catalogados los bienes patrimoniales del mayorazgo, aunque con menor detalle que el proporcionado por el inventario que luego se haría en diciembre de 1728, como veremos más adelante. Entre las posesiones del mayorazgo se destacaban la Casa Fuerte, utilizada como residencia del titular del dominio; el molino Viejo (frente a la Bernagaleja) y el molino Nuevo (seguramente lo que luego se conoció como La Molineta), a orillas del Guadiana; un molino de aceite en el interior de la villa; una viña y un cañal situado en la margen derecha del río, en la dehesa de Esparragosilla, y una barca para cruzarlo; tres cercas en el interior de la villa; la dehesa de Cogolludo, en cuyo terreno estaba situada la Huerta que llamaban del Rey (actualmente, la casa de Maribañez –luego casa de recreo del marqués de Orellana- en cuyas inmediaciones se halla el Arroyo de la Huerta del Rey); la Huerta de Valdelapeña (el Chorrero, en el término de Navalvillar de Pela); la casa de Acedera, situada en el camino de Orellana; la casa solariega de Trujillo que llamaban de la Alberca y otras dos más situadas junto al corral de los toros; la viña de la Erguijuela; la dehesa de Encina Hermosa, lindando con la dehesa de Valhondo, el ejido de Ibahernando y caballerías de Trujillo.

Dehesa de Cogolludo

Pertenecía al mayorazgo asimismo el patronazgo de la capellanía del Alcornocalejo que servía el clérigo Hernán Vote y de la capellanía de Campanario; otros patronazgos, como el de Alcántara y la capellanía para la provisión de la cátedra de gramática de Orellana -una escuela donde se enseñaban las primeras letras- y el patronazgo fundado para financiar el sostenimiento del hospital de la villa. Volviendo a nuestro personaje, García de Orellana y Figueroa, hijo de Gómez Suárez de Figueroa y de María de Orellana, fue comendador de la Orden de Santiago en Montizón y Chiclana, en el partido de Campo de Montiel, cuyo título le fue concedido por Felipe II en 1595, conservándolo hasta su muerte, acaecida sin sucesión el 18 de julio de 1608. Gentilhombre de la Cámara de Felipe III, adoptó el apellido del señorío al convertirse en su 14º titular, pero antes debió atravesar un largo y difícil proceso en el que tuvo como contrincante a doña María de Mayoralgo, de la que hablaremos en siguientes capítulos. Queden mientras tanto aquí estos someros apuntes sobre García de Orellana, porque la pugna que sostuvieron entre ambos nos hará volver sobre él frecuentemente.