La Isla

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jueves, 19 de marzo de 2015

Sancho de Paredes, hijo de Diego García de Paredes, nació en Orellana la Vieja en el verano de 1518.


Como ya he referido en alguna otra ocasión en este mismo blog, el Palacio de los Orellana es la construcción emblemática por excelencia en Orellana la Vieja, sede del señorío y residencia habitual de los titulares de su mayorazgo. En esa fortaleza nació en 1518 Sancho de Paredes, hijo de Diego García de Pareces, el Sansón de Extremadura, casado con María de Sotomayor, hija de Rodrigo de Orellana, 6º señor de Orellana la Vieja. El carácter furibundo de su marido hizo que María se refugiara, de forma apresurada, en Orellana con su hermano Juan. Su historia, sucinta,  es la siguiente:



                                                                     Palacio de los Orellana. Orellana la Vieja

La madre de María, doña Teresa de Meneses, era descendiente del trujillano Alvar García Bejarano, primer señor de Orellana de la Sierra, hija de Francisco de Meneses, el Santo, hombre influyente en la corte de los Reyes Católicos, y de doña Elvira de Toledo, hija del conde de Oropesa.  En 1485 contrajo matrimonio con Rodrigo de Orellana,  señor de Orellana la Vieja, residiendo desde entonces en su casa fuerte. A los pocos años de morir su marido en 1509, Teresa decidió ingresar en el convento de San Pablo de Toledo, de la orden de los Jerónimos, cuando rondaba los 45 años de edad. 

Era habitual en esa época encontrar en los conventos de religiosas a mujeres alojadas en el interior del claustro en calidad de novicias, especialmente doncellas en espera de matrimonio, o viudas, como era su caso. En el mismo convento toledano ingresó también su hija Marina de Meneses hacia 1514 y en 1515, su segunda hija, Ana de Sotomayor, en el de Santo Domingo el Real de Toledo. Constituía este retiro monacal para muchas mujeres un destino socialmente reconocido, aceptado a menudo con resignación por la interesada y aunque en ocasiones fuera deseado sinceramente,  lo habitual era que el cabeza de familia utilizara su influencia y recursos económicos para lograr situar en el claustro a sus hijas en espera de matrimonio y en ciertos casos, también los primogénitos que heredaban mayorazgo a sus hermanas, especialmente cuando sus progenitores no habían logrado  reunir una dote suficiente para aspirar a un matrimonio ventajoso, de acuerdo a su dignidad y prestigio social. En el caso de su tercera hija María de Sotomayor, sin embargo, la causa fue muy otra: tras su fracaso matrimonial tuvo que refugiarse en Orellana durante un cierto tiempo, donde nació su hijo, pero al cabo del cual se vio obligada a recluirse en el convento jerónimo junto a  su madre, poniéndose de este modo a resguardo de las amenazas de su marido. 

La fundación del convento de San Benito en 1528 estuvo ligada estrechamente con esta ruptura matrimonial, porque pasados pocos años y a causa de las incomodidades que comportaba la presencia de la hija en el claustro como pupila, sin que ésta se integrara a la vida religiosa de la comunidad, las monjas fueron haciéndole notar su rechazo, contribuyendo sin duda a impulsar lo que por entonces tal vez solo fuera un  proyecto latente en  doña Teresa: la fundación de un nuevo convento en la villa de Orellana la Vieja,  donde había vivido casi 25 años en compañía de su marido y donde crió a su extensa prole, alternando esa residencia  con su casa solariega de la Alberca en Trujillo.


                                                                    Convento de San Benito de Orellana la Vieja

María de Sotomayor había contraído matrimonio en octubre de 1517 con el noble caballero trujillano don Diego García de Paredes, legendario coronel español que hizo una carrera militar casi mítica en las guerras del norte de Italia, en las que durante años estuvo a las órdenes de don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, principalmente en las campañas contra los franceses que promovieron los Reyes Católicos.  Diego García de Paredes, Cristóbal Zamudio, el coronel Villalba, Gonzalo Pizarro –padre del conquistador de Perú- y Pedro Navarro, entre otros,  comandaron la temible infantería que libró importantes batallas durante los primeros años del XVI contra turcos y franceses, asociando sus hazañas a nombres como Cefalonia, Barletta, Ceriñola o Garellano. Sus méritos como militar profesional, reconocidos por el rey Católico y el propio Carlos V le valieron merecida fama. 


Retrato de Diego García de Paredes. Juan Schorquens (1595-1630), grabador de la Escuela holandesa. En Tomás    Tamayo de Vargas: Diego García de Paredes y relación breve de su tiempo, Madrid, 1621, B. N. En torno del óvalo dice: “Perpetvan Lavdem clara gesta fervnt. En fondo rectangular sencillo: “Juan Schorquens fecit en Madrid”.



Conocido por su descomunal fuerza física, prototipo y encarnación de los valores que imperaban entre los hombres de guerra, de los que se hacía gala en la época, fue llamado el Sansón de Extremadura. En tres ocasiones cita Cervantes al personaje en el Quijote, siendo el pasaje más conocido el que pone en boca del cura el recordatorio de ciertas hazañas irreales que su fama de Sansón había hecho correr, destacando los hechos que según las crónicas protagonizó en un puente del río Garellano, motivo que ilustró Gustavo  Doré en su edición francesa: “Hermano mío, dijo el cura, estos dos libros son mentirosos, y están llenos de disparates y devaneos; y este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo el Gran Capitán, renombre famoso y claro, y del solo merecido; y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y  puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, é hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y las escribe él asimismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes”.  (Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Cap. XXXII, 1ª Parte.)



Retrato de Diego García de Paredes.  Grabado de Tomás López Enguídanos (1773-1814), sobre dibujo de José    Maea (1760-1826), Madrid, Imprenta Real, 1791,BN. Inscripción en el grabado: “Diego García de Paredes:  natural de Truxillo: campeón ilustre en las guerras de Italia, por la grandeza de su valor, la robustez de sus fuerzas y la muchedumbre de sus hazañas. Nació en 1468 y murió en 1530”.





Ilustración de Gustavo Doré para la edición francesa de Don Quijote de la Mancha. “Un caballero andante defiende un puente contra un ejército”



El lamentable desencuentro entre el aguerrido caballero y su rutilante esposa se produjo a los pocos meses de contraer matrimonio en el templo de Santa María  la Mayor de Trujillo, ciudad en la que era admirado por las hazañas que desde hacía años se oían de su persona, desprendiendo a su paso entre los vecinos el más profundo respeto y fascinación. Diego García de Paredes había regresado a su ciudad natal procedente de Italia a finales de 1516 un año después de la muerte del Gran Capitán, “adonde pareciendole tiempo de tomar estado, sus deudos quisieron que fuesse con doña Maria de Sotomaior, señora de gran prudencia i virtud, i hermana de Juan de Orellana, señor de Orellana la Vieja (…) Diego Garcia, que estaba mas enseñado al ruido de las armas, que a la quietud de los regalos del matrimonio, i que nunca avia tenido sujecion a nadie, inquietabase con el ocio de su patria, i como no suspendia el animo con las baterias a que estaba acostumbrado, i los cuidados eran differentes, llegaba a vezes a sentir su enfermedad antigua, de que el Gran Capitan con donaire le avia en otro tiempo motejado. Paraba su furor en Diego Garcia su hijo natural, a veces. Su muger como quien le estimaba lo que valia, sentia esto sobre manera, i el llevado de su mal, no agradecia su sentimiento, antes la ponia en occasion de que temiesse tambien ella su furia, i assi se previniesse para el remedio, con pedir a su hermano que la llevasse a su castillo de Orellana, o la metiesse entre las monjas del monasterio de San Francisco hasta tener seguridad de la condicion aspera de su marido, que en el tiempo que estuvo con ella la encerraba i apretaba demasiado”.  

Ocho meses más tarde, el matrimonio había fracasado dejando tras de sí un acre recuerdo al que no fue ajeno, por lo que acabamos de leer, el talante violento de don Diego, por el que tenía atemorizada a su esposa y a cuantos le rodeaban a causa de sus frecuentes ataques de ira, que a causa de su relevancia personal llegaron a tener reflejo en la literatura del siglo de Oro. A la pregunta: “Luego, ¿vos tenéis amor?”, que le hace don Juan de Córdoba, pone Lope de Vega (Las Cuentas del Gran Capitán, Acto I) en boca de Diego García de Paredes, en respuesta, estos versos:

“Si tuviera, que en efeto
no soy de piedra don Juan,
pero esto de otro galán,
que pique en lindo y discreto,
es cosa, que a cortos plazos,
si alguna vez me tocara,
a la mujer degollara, 
y al hombre hiciera pedazos.”

Viendo el panorama que se presentaba para su hermana, secuestrada en su propio domicilio, Juan de Orellana acudió a la justicia en su defensa, expresando al alcalde mayor de Trujillo su preocupación por el encierro e incomunicación en que la tenía, sin dejarla asistir ni tan siquiera a los oficios religiosos, temiendo su violencia como había hecho contra su hijo bastardo al que le había roto la mandíbula, apremiándole a actuar con rapidez, porque temía por su vida. Mientras la justicia verificaba en su domicilio el temor que doña Maria confesaba tener de su esposo, Juan de Orellana y su hermano Hernando Alonso se llevaron a María a su castillo de Orellana la Vieja, donde al poco nació su único hijo, Sancho de Paredes. Era para ella éste a la vez un lugar familiar y de refugio porque no en vano había pasado allí buena parte de su infancia y donde permaneció hasta poco antes de contraer matrimonio. 

La información que el juez de Trujillo envió a la corte comprometió una respuesta terminante del Consejo Real que se concretó, con inusitada diligencia, en una provisión real, fechada en Medina del Campo el día 10 de junio de 1518. Debido al dilatado prestigio del que gozaba el personaje por todo el reino, y con el propósito nada oculto de “evitar escandalos, e otros inconvenientes, que sobre lo suso dicho se podrian recrecer”, se dictaba que doña Maria fuera separada de inmediato de su marido a causa del mal trato y la violencia que éste ejercía contra ella y contra quienes estaban a su alrededor, porque según se comunicó desde Trujillo, “despues aca que se casaron ha tratado a la dicha su muger muy mal, e la ha dado mala vida, teniendola muy encerrada, no la dexando ver, ni comunicar a persona alguna, diziendo que la avia dado hechizos e procurado de saber contra ella cosas non devidas”, esbozando como solución que fuera custodiada por su hermano Juan de Orellana, y que mientras estuviera bajo su protección le fueran asignado medios suficientes con los que vivir conforme a su rango y posición social. 

Buscó en octubre de 1518 con ahínco el impetuoso guerrero, que para entonces rondaba los 50 años de edad, nuevamente el regreso de su esposa, requiriendo a su abogado Jorge de Silveira que reclamara su liberación al señor de Orellana que la tenía encerrada en su fortaleza. Aunque en adelante se mostró conciliador asegurando que “está presto, e se ofrece a la recibir, e con ella fazer vida maridable”, pronto se revolvió contra el alcalde trujillano,  acusándole de haber permitido que secuestraran a su esposa.  Temeroso, considerando éste que el peso,  notoriedad e influencia del personaje podría causarle mayores males, determinó poner lo antes posible el caso en manos del Consejo Real, interviniendo, probablemente desde ese momento, el Santo Oficio. Mientras tanto, desde finales de 1518 y hasta mediados de 1520, Diego Garcia de Paredes debió acompañar al Rey Carlos V por Zaragoza, Cataluña y finalmente Galicia, desde donde volvió a su finca de la Torre de la Coraja, mientras el rey regresaba a Flandes, permaneciendo en su retiro todo el tiempo que duró el levantamiento de los Comuneros. No quiso intervenir don Diego a favor de un bando u otro en  esta particular contienda que duró hasta abril de 1521, pese a que, como dice Miguel Muñoz de San Pedro, seguramente fuera requerido por las fuerzas gubernamentales. Sí acudió sin embargo al poco tiempo a luchar contra los franceses en Navarra, tras cuya derrota mereció su intervención el reconocimiento formal de Carlos V.  Su muerte ocurrió en Bolonia en 1533 a consecuencia de un trivial accidente, cuando pretendió, presuntuoso,  jugar con unos muchachos haciendo alarde de su extraordinaria fuerza y agilidad. 

Sabemos que, mientras tanto, doña Maria de Sotomayor había permanecido desde el nacimiento de su hijo Sancho en Orellana la Vieja y que pasado un tiempo se marchó de allí a Toledo con su madre Teresa de Meneses llevando al niño  consigo.  Es muy probable que esto sucediera a finales de 1520, porque coincidiendo con esas fechas, en plena campaña de guerra contra los franceses en Navarra logró Diego García enviar a un convento de Toledo que no menciona, una real cédula firmada en Vitoria el 20 de octubre de 1520 por el Almirante y Condestable de Castilla, ordenando éste al juez delegado que tramitaba su causa detener el proceso del pleito que mantenía contra su mujer sobre los “alimentos que diz que le pide e otras cosas”.  En la misma se manda suspender el litigio porque sus servicios son nuevamente requeridos para la guerra, de modo que durante los “dos meses primeros siguientes, sobreseais en el conocimiento del dicho pleyto e lo repongais durante el dicho tiempo sin fazer en el innovacion alguna, que en ello me fareis plazer e servicio, pues el dicho Diego Garcia de Paredes reside e ha de residir por agora en nuestro servicio en la dicha guerra…”.  

A partir de este momento el que doña Maria de Sotomayor aún está en Toledo con su madre se pierde  por completo la pista de su hijo Sancho y de ella misma, hasta que en 1558  vuelve a Trujillo tras  la muerte de éste, haciéndose cargo entonces de sus nietos Luis de Paredes, Hernando de Sotomayor,  Maria de Sotomayor y Leonor de Salazar, como su tutora.