La Isla

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jueves, 11 de marzo de 2010

Juan de Orellana el Bueno [2]

Juan de Orellana el Bueno, noveno señor de Orellana la Vieja [2]

La precariedad de su salud avisaba de que su vida no iba a prolongarse tanto que hiciera perder a Gabriel la esperanza de sucederle en el mayorazgo. Pese a que los derechos de sucesión los ostentara la hermana de Juan, María de Orellana, Gabriel se aprestaba ya por entonces a que se contemplara en familia su candidatura, como solución al problema sucesorio que se les planteaba inexorable si el joven heredero llegara a morir sin descendencia, porque sucediendo María, si ésta llegara a casarse con alguien ajeno a su estirpe, los bienes del mayorazgo, que ahora estaban en poder de los Orellana, con toda probabilidad, pasarían a manos extrañas. Y esta era la verdadera naturaleza del problema. Desde el pensamiento de Gabriel, esta situación sólo podría evitarla casándose con su sobrina, a lo que siempre se mostró inclinado. Sin dar tiempo a que reaccionara Isabel, Gabriel intervino secuestrando al heredero, llevándoselo de Badajoz a la villa portuguesa de Campo Mayor, a unos 20 Km. al norte de la ciudad de Elvas. Su madre reaccionó indignada recluyendo a su hija María en un convento de Badajoz. Frente a estos hechos, Gabriel mantuvo desde entonces que no le devolvería a su hijo hasta que le entregara a cambio a María en matrimonio. Durante las negociaciones que tuvieron lugar a partir de entonces, cada uno utilizó en su favor la influencia de cuantas personas pudieran contribuir a deshacer el nudo que se había creado. Gabriel mandó al cura de Orellana Diego Morales a que hablara con Isabel y a don Juan Portocarrero, su abuelo, segundo conde de Medellín, para que tratara con la priora y el capellán del convento en el que estaba María, presiones que chocaron siempre con la negativa de Isabel a concederle a su hija en matrimonio.
Gabriel mantuvo oculto al heredero hasta que regresaron a la Casa Fuerte de Orellana al cumplir éste los 14 años de edad. Continuó desde allí insistiendo en sus pretensiones matrimoniales, hasta que finalmente, desengañado, comprendió que ese matrimonio no iba a ser posible por la tozuda posición de su madre, que sin duda María, en silencio, agradecería. Durante los años siguientes, instalados ya en Orellana, Gabriel y Hernando se convirtieron en los más influyentes valedores del joven heredero, de forma que nada en el gobierno del señorío se movió sin que al menos el primero interviniera o diera su consentimiento en cuantos asuntos necesitaban la intervención del titular, proporcionando con su autoridad, seguridad al sobrino adolescente, el respaldo y apoyo que requería su inexperiencia frente a las obligaciones jurisdiccionales que había adquirido. Seguro de la influencia que ejercía sobre él, quiso Gabriel avanzar un paso más en favor de su total dominio, recurriendo a cambiar ahora formalmente el orden de sucesión instituido en el mayorazgo fundado por Juan Alfonso de la Cámara en 1341, tras lo cual, la candidatura de su sobrina, no sería ya posible.
Con el pretexto de vincular nuevos bienes al mayorazgo por valor de 20.000 ducados, entre los que se incluían la dehesa del Bodonal, trató don Gabriel –al que llamaban Gabriel el Viejo- de mover en la Corte lo que no conseguía alcanzar por otros medios, apelando a la influencia del doctor Escudero, miembro del Consejo Real, buscando obtener por su mediación una licencia real que facultara a su sobrino para modificar la escritura de fundación del mayorazgo del que era titular y poder excluir, así, el llamamiento de hembras del orden de sucesión, a lo que el Rey, bien asesorado, se negó en redondo. Aunque María fue advertida de la maniobra que planeaba su tío para usurparle sus derechos sucesorios, utilizando la manifiesta candidez de su hermano para ganarse falazmente su voluntad, su denuncia nunca llegó a contemplarse en el Consejo, por superflua, aunque las pretensiones de Gabriel hubieran encontrado entre los medios judiciales una mejor acogida que los argumentos de su sobrina, porque las mujeres que sucedían al mayorazgo en el seno de una familia debían ceder, al contraer matrimonio, el mando efectivo del señorío a sus maridos, adoptando éstos en consecuencia el apellido del linaje. Esta negativa aumentó la intranquilidad de Gabriel, porque a María no le faltaban pretendientes, como ya se lo había advertido su amigo Juan de Solís, regidor de Trujillo en 1551, diciéndole que la enfermedad de Juan era mortal y que ciertos caballeros principales de Trujillo estaban moviendo sus influencias para casarse con su hermana; alguno de los pretendientes llegó a insinuarle a Gabriel que le dejara el camino libre, porque siendo él nieto de don Juan Portocarrero, segundo conde de Medellín, no habrían de faltarle a él otras oportunidades para medrar. (Continuará).

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