Las indagaciones que siguieron en Madrid (1)
En Madrid, donde García de Figueroa era bien conocido en la Corte, la paulina fue leída a partir del 8 de abril de 1600 en todas las iglesias y monasterios. El 11 de ese mes declaró ante el notario Baltasar de Olivares don Alonso Ramírez de Prado, miembro del Consejo Supremo de Justicia, diciendo que hacía un año aproximadamente había escuchado comentar a ciertas personas “que estavan muchos papeles escondidos que heran de mucha ymportançia para el conoçimiento de la justiçia que en el dicho mayorazgo tiene el dicho don Garçia lo qual tambien a oydo en esta dicha villa a otras muchas personas que por hablar en conversaçion no se acuerda en particular quien sean...”, pero añadiendo que, después del pleito que se sentenció en el Consejo en grado de las Mil y Quinientas contra García de Figueroa, en el transcurso de una tertulia a la que había asistido, oyó comentar a Juan de Escobar y Chaves, llegado a Madrid procedente del Colegio de Oviedo en Salamanca, donde residía, "quel dicho pleito se avia perdido por la dicha doña Maria [de Orellana] y don Garçia y ganadose por la parte contraria por falta de algunas escrituras y papeles que se avian ocultado y encuvierto por los quales constava que podia suçeder embra en el dicho mayorazgo", y que en algún lugar se escondían papeles que podían ser de una gran importancia para que se resolviera con justicia el pleito que mantenía don García de Figueroa, y aún le dio a entender, instigado por su curiosidad, que conocía a otras personas que podían informar con más detalle sobre el mismo asunto, citando como ejemplo al clérigo Medina de Orellana la Vieja, agente en el pleito de la parte contraria, nombrando asimismo a Juan de Solís, que también estaba en la Corte.
Juan de Escobar y Chaves era sobrino de Luis de Chaves de la Calzada, marido de María de Mayoralgo; en su declaración, efectuada el 12 de abril ante el notario Baltasar de Olivares, explicó que algún tiempo atrás había visto en esa ciudad a don Juan de Chaves, -probablemente Juan Antonio de Chaves Sotomayor, marido de Catalina de Mendoza- acompañado de un paje suyo, comentando entre ambos que a raíz de la muerte de don Gabriel de Orellana su hermana había tomado posesión del mayorazgo. Había venido “a ynformarse de los letrados de Madrid del derecho que tenia la dicha doña Catalina a el mayorazgo de Orellana porque avia papeles nuevos...”, coincidiendo con lo que sabía por el clérigo Juan de Medina, agente de don Gabriel. Un día, añadió el testigo, se encontró en una calle de Madrid con Juan de Solís y estuvieron hablando de los mencionados papeles, porque parecía que había nuevos documentos que podían servirle a don García en su pleito y que, por conversaciones que había mantenido también con doña Mencía Manrique le pidió ésta que hablara con el licenciado Ramírez de Prado, del Consejo Real. Llegaron a entrevistarse y estando ambos en el estudio del primero le respondió Ramírez que estaban esperando a que les llegaran nuevos documentos, recordándole entonces Escobar que el cura Medina conocía muy de cerca los negocios de don Gabriel. Le volvió a insistir doña Mencía Manrique en otra ocasión y sólo pudo entonces añadirle que había venido a Madrid un clérigo de Trugillo llamado Alonso Díaz Aoxado para traer los papeles que reclamaba Ramírez de Prado, quien después de mantenerlos durante tres días en su poder dijo que “aquellos papeles heran los mismos que estaban presentados por el pleito viexo y que no avia papel nuevo ninguno”. Quiso asegurarse luego Juan de Escobar de lo que su interlocutor le había contado en presencia de su mujer, Constanza de Almansa, y volviendo a sacar el tema de los nuevos papeles en los que pudiera apoyarse la sucesión de Garcia de Figueroa, le respondió Juan de Solís que en efecto “los avia y que siendo neçesario lo mostraria”.
Juan de Solís se había encontrado con Juan de Escobar en la calle de Toledo, en Madrid, y en efecto, comentaron la muerte de Gabriel de Orellana, preguntándose entre ellos quien le sucedería ahora en el mayorazgo, opinando Escobar que los derechos de sucesión le correspondían a García de Figueroa, porque durante el pleito que había mantenido contra don Gabriel, el clérigo Medina le había comentado que éste temía que durante el tiempo que duró la sentencia de las Mil y Quinientas “no se descubriesen çiertos llamamientos que entendia no excluyan la embra”. En cierta ocasión que Juan de Solís viajó a Orellana la Vieja para visitar a María de Mayoralgo, ésta le contó que durante la grave enfermedad que un tiempo antes había sufrido su nieto, pensando que se moría, había escrito una carta a García de Figueroa diciéndole que a su muerte mandara a alguien para que tomara posesión de la villa de Orellana en su nombre, “ yendola a visitar a la villa de Orellana que en una enfermedad grave que el dicho don Gabriel su nieto avia tenido de que avia estado desafuerado y a punto de muerte estando en un monasterio que ay en la dicha villa de Orellana y junto a la ymaxen de nuestra señora avia escrito una carta a don Garçia de Figueroa y Orellana diçiendole que pues Dios hera servido llevarse a su nieto enviase persona a tomar posesion de la villa de Orellana que ella daria como a persona que le perteneçia…”, y al expresar Juan de Solís su extrañeza, le dio a entender que “avia papeles nuevos de que ayudarse” y le pidió que le dijera a García de Figueroa que cuando su nieto muriese estuviera seguro que le devolvería la posesión del mayorazgo. Juan de Solís prefirió guardar silencio en aquel momento, hasta que pasado un tiempo, una nueva crisis en su enfermedad acabó con su vida. Cumplió su encargo entonces, comunicándoselo a don García de Orellana y Figueroa y a su hermana Mencía Manrique.
A continuación de esa significativa declaración prosiguió Juan de Solís su testimonio diciendo que durante una tertulia que había tenido lugar tiempo atrás en la casa donde se hospedaba el licenciado Diego Cambero y a la que asistieron Juan de Escobar, Hernando de Orellana, Juan Xaramillo de Carvajal, -clérigo presbítero de la villa de Los Santos- y el también presbítero de la villa de Cáceres, Pedro Rodríguez Moreno, Diego Tayno, Jerónimo de Salamanca Becerra, -el anfitrión- y Diego de Malaver, criado de García de Figueroa, le preguntó a este último si su señor había hecho alguna diligencia sobre los papeles que faltaban para su justicia, a lo que éste respondió que se habían hecho muchas diligencias y la última era la paulina del nuncio que iba a leerse en la villa de Cáceres, contestando Cambero con escepticismo que “nosotros los letrados somos como los confesores que no podemos deçir ninguna cosa de lo que se nos comunica…”, interpretando con ello Malaver que los papeles en cuestión existían y que alguien los ocultaba, mostrándose indignado con el comentario de Cambero, tanto porque no se viera amenazado por la paulina como por la evidencia de la impunidad con la que estaba entorpeciendo el camino de la justicia, “admirado de aquellas raçones dixo que no savia como en Caçeres o en otras partes avia personas de tan poca conçiençia o las podia aver que quisiesen ocultar aquestos papeles sabiendo que en ellos consistia el derecho de don Garçia su señor”, a lo que Cambero añadió: “no se dexe de haçer dilixençias en Caçeres con esa paulina que seria muy pusible pareçer papeles de mucha ymportançia en que consiste la justiçia del dicho don Garçia…”, anunciando luego algunos nombres que los demás reunidos lograron sonsacarle, como el de un tío suyo, Gonzalo de Sotoval, un hijo de éste, el licenciado Hidalgo y Francisca de Andrada, hermana de doña María de Mayoralgo. (Francisca de Andrada y Mendoza, casada con Luis de Chaves Calderón, eran los padres de Catalina de Mendoza y Chaves, mujer de Pablo Enríquez de Mayorazgo). Algún tiempo después amplió Juan de Solís su anterior declaración, añadiendo que había escrito a Francisco de Espinosa, regidor de la ciudad de Mérida y amigo personal de Cambero, para que le convenciera de que éste dijera lo que sabía sobre el asunto de las escrituras, lo que en efecto hizo, enviándole la respuesta que le dio Cambero a su solicitud, ratificándose en lo que ya había dicho, y que como abogado que era de doña María Enríquez Mayoralgo, no podía decir nada más.