Por las declaraciones de un testigo que había llegado de Cáceres para ciertos negocios, llamado Juan Domínguez, conocemos algunos detalles de lo que pudo presenciar personalmente. Refirió éste en primer lugar que ese día oyó un gran alboroto procedente del castillo y, acercándose, vio a un hombre con una vara de justicia que luego se enteró era el nuevo alcalde mayor que don Rodrigo había puesto, y a un alguacil, con una vara alta de justicia también, ambos situados en la puerta del castillo para impedir el paso a cualquiera que se acercara, porque estaba dentro don Rodrigo. Fue testigo de cómo atropellaron al escribano Juan Cabezas, oyendo decir a sus agresores: "que mal hecho era aquel hazerse justicias donde no lo heran ni podian ser pues solo conocia por alcalde mayor a Antonio Sanchez Seuillano” que había sido puesto por doña Catalina, viendo cómo le maltrataban y daban empellones, rompiéndole y desgarrándole el sayo que tenia puesto y que por su intervención, y la de otras personas que allí se encontraban, “le dexaron y el dicho Juan Cabeças quedó de yr preso a la dicha fortaleza por euitar que no huuiesse alguno que echasse mano a la espada respeto de que las empuñauan ya para hazerlo y si lo hizieran segun eran los dichos agrauios viniera a resultar en alguna muerte...". Cuando fueron a prender al juez Antonio Sánchez, éste se levantó como pudo de la cama, porque estaba enfermo y trató de imponerse, advirtiendo a las fuerzas de don Rodrigo que estaban cometiendo un delito por el que serian castigados. Llegó luego don Rodrigo y asiéndole con fuerza del pecho le dijo que era un desvergonzado, quitándole bruscamente la vara de justicia que tenía en las manos y a empellones, sus hombres, le llevaron preso a la fortaleza. Estaba, según este testigo "muy enfermo y flaco y yua sin capa y sombrero" y que debido a su estado le llevaron más tarde preso a un domicilio particular, de donde luego se escapó. El propio Juan Domínguez fue expulsado de la villa, recibiendo la advertencia de que no volviera y que dijera a cuantos se encontrara por el camino que no dejaran entrar a ninguna persona en la villa ni en sus casas bajo pena de seis años de destierro y 50.000 maravedíes, para que nadie pudiese ver lo que hacían, pues estaban colocando toda clase de armas en la fortaleza. En Acedera oyó decir que muchos de los hombres que estaban con don Rodrigo los había reclutado en los pueblos vecinos de la comarca y que en todos los lugares de alrededor había mucho alboroto, especialmente en Acedera y Madrigalejo, por este motivo.
Estaban los vecinos de Orellana atemorizados y alborotados por la determinación de don Rodrigo en emplear la fuerza, por lo que decidieron huir de sus casas y abandonar las posesiones "al aluedrio de quien las quisiese tomar" poniéndose a salvo de la violencia que desplegaba el ocupante, que seguía haciendo acopio de cuantas armas encontraban dentro o fuera de la fortaleza para poder repeler cualquier intento de ataque desde fuera, por lo que "hizo grandes preuenciones de armas, arcabuzes, alauardas, dardos y otras ofensiuas dando muestras de guerra y mando pregonar que ninguna persona, so pena de la vida, recogiesse a forastero ninguno en su casa" ni admitiese tampoco a los criados de doña Catalina. Una vez que tuvo controlada la situación, echó fuera de la villa a cuantos "no le han acudido con armas para roforçarle en su violencia". Quitó luego don Rodrigo las llaves a todos los guardas de la Fortaleza y sacando los enseres de su interior a la calle, los fue vendiendo o regalando a quien mejor le parecía, despilfarrando el trigo y los víveres almacenados por sus anteriores inquilinas, poniendo guardias y centinelas repartidos por toda la villa de Orellana, "teniendola apretada a forma de guerra", diciendo que no le echarían de allí sino muerto.
Regresaban a Orellana mientras tanto María de Mayoralgo y su nieta tras una breve estancia en Trujillo, acompañadas de sus criados, pero sin atreverse ahora a entrar en la población por las cosas que habían oído que allí pasaban: "no ossauan llegar a ella y andauan por los lugares comarcanos fuera de su casa, despojada la querellante de sus bienes y hazienda que causaua grande espanto y confusion a las personas que lo veian o oian lo que el acusado auia hecho y grauando su delito embiaua por los caminos de juridicion realengas criados suyos y personas de las que auia traydo armadas que saliessen a la dicha doña Maria y a los que con ella viniessen a les ocasionar para que se matassen con ellos" y para mejor conseguir su propósito había mandado decir al alcalde mayor de Trujillo que prendiera a cuantos apoyaran a Catalina de Mendoza y a su abuela.
En los interrogatorios que se hicieron más tarde figura otro testigo especial, Francisco Martínez, que se vio envuelto casualmente en los sucesos de ese mismo día, y que nos aporta con su testimonio también nueva información. Según su relato, cuando llegaron a Orellana las fuerzas de don Rodrigo, un hombre se acercó a la fortaleza a pedir agua; cuando bajó el portero para dársela, llegaron los demás con su jefe y empujando la puerta con fuerza entraron en su interior, cerrándola por dentro. Salieron del castillo al cabo de un buen rato dos hombres con varas de justicia y, poniéndose delante de la puerta dijeron que eran el nuevo alcalde mayor y el alguacil, nombrados por don Rodrigo. Desde allí bajaron al pueblo para prender a Antonio Sánchez y a Juan Cabezas, presenciando cómo injuriaron a este último hasta el punto de tener que intervenir él mismo y Juan Domínguez en su defensa al ver que "se yuan encendiendo vnos con otros", acordando con las fuerzas que iría preso con ellos. Sin embargo, cuando quiso auxiliar al alcalde no pudo hacerlo, porque llegó en ese momento don Rodrigo con más gente armada, abalanzándose directamente sobre Antonio Sánchez, cuando venía a medio vestir, sin capa ni sombrero y con zapatos enchancletados, llevándole preso a la fortaleza, viéndole más tarde en un mesón que había en Acedera porque se había escapado de la casa donde le dejaron enfermo. Todos los vecinos de Orellana estaban alarmados y atemorizados por estos hechos, huyendo de la villa a los campos y dehesas y que también a él le mandó marcharse don Rodrigo, dándole un plazo de cuatro horas, so pena de doscientos azotes. Supo después que doña María de Mayoralgo había llegado hasta Acedera, procedente de Madrigalejo, que avisada de las cosas que estaban ocurriendo allí no se atrevía a intentar acercarse a Orellana la Vieja.
Juan Alfonso, un vecino de Orellana, explicó a su vez que cuando él estaba ese día en el molino de la Soterrana llegó muy alterada la mujer de Raudona diciendo a su marido que don Rodrigo de Orellana había entrado en la fortaleza y se había apoderado de todo. Raudona dejó lo que estaba haciendo y se fue corriendo a la villa. Cuando llegó, confundiendo al que guardaba la puerta de la fortaleza pudo acceder al interior, pero nada más entrar en el recinto, al ver a don Rodrigo y a sus hombres armados trató de volverse por el temor a que le prendieran, pero viéndole éstos, corrieron a buscarle, porque era él alguacil de Orellana, y aunque le soltaron pronto, entendió que estaban resueltos a defenderse de cualquier ataque, porque como bien oyó decir a don Rodrigo, de allí no habrían de irse sino muertos. Con pregones comunicaron a todos los vecinos que no dejaran entrar a nadie en la villa ni en sus casas, bajo pena de recibir doscientos azotes y perder todos sus bienes, poniendo centinelas por todas partes, oyendo decir que de Navalvillar habían traído hachas y segurones por si no le hubieran abierto las puertas de la fortaleza, para derribarlas, por lo que "del dicho temor muchos vezinos de la dicha villa de Orellana se yuan huyendo y dexauan sus casas desamparadas y que quisieran mas perder sus haziendas que verse en aquellos rebates".
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