Acosado
por las deudas, don Juan Geroteo de Orellana y Chacón, marqués de Orellana, se
vio impelido en 1728 a solicitar del rey un crédito por valor de 20.000
ducados, una considerable suma para entonces. Pretendía el marqués con ello una
inyección de recursos frescos con los
que sobrevivir, en Madrid, con el aparente
decoro de su estatus social de privilegio, porque su patrimonio ya no generaba
las rentas necesarias para hacer frente a sus cuantiosos gastos -ya lo decía Fray
Antonio de Guevara: “en la Corte es llegada a tanto la locura, que no llaman
buen cortesano sino al que está muy adeudado”- con los que sostener su dispendioso
estilo de vida. Abandonado su patrimonio, en el
que apenas puede imaginarse alguna actividad económica mínimamente organizada, exceptuando tal vez del arriendo de los pastos que aún mantenía de sus dehesas de
Cogolludo, Encinahermosa y las Dehesillas. Su ruina era total y su pobreza, en
suma, palmaria para los vecinos de Orellana, convertidos en testigos
involuntarios de sus desatinos, perplejos por el hundimiento económico y la
desidia imperante que desde hacía años veían reflejada en todas sus propiedades, y lo que
era peor, en las imprescindibles labores del campo.
Casa de la Huerta del Rey, en Cogolludo |
Una de esas propiedades abandonadas
eran unas huertas en Cogolludo, la dehesa más importante del
marquesado, que sus dueños arrendaron tradicionalmente al monasterio
segoviano de El Paular para sus ganados mesteños, con una casa de recreo, situada junto al
Arroyo de la Huerta del Rey, del que
recibía su nombre. Estaba situada en términos de Navalvillar de Pela, en el camino
que va desde esta población a Cogolludo, en la confluencia del camino que viene
de Orellana de la Sierra, en un lugar conocido como Maribañez. Había en
esas huertas árboles frutales, emparrados, alberca y un manantial natural con
abundante agua. Todo ello, en completo abandono.
Fachada principal de la casa de la Huerta del Rey, antes de su rehabilitación actual |
Hoy subsiste esta casa, en la que aún se aprecia el
escudo del marqués con los roeles de los Orellana en las ventanas de su fachada
principal.
Escudo del marqués de Orellana, en una de las ventanas |
Ventana de la fachada principal |
A poca
distancia, también en el término de Navalvillar de Pela, tenía el marqués otra pequeña
finca, la llamada Huerta de Valdelapeña, junto al manantial del Chorrero, que da
nacimiento al Arroyo de Valdelapeña, en
el entorno de la dehesa del Hoyo de Pela y la Sierra de Enmedio. Con una
extensión aproximada de unas 12 fanegas de tierra, fue utilizada por los
señores de Orellana la Vieja, junto a la Huerta del Rey, como lugar de recreo
familiar porque su abundante agua y agradable vegetación, en la que
proliferaban los árboles frutales, hacían del pequeño recinto un lugar muy
apreciado, sobre todo en contraste con la extremada climatología estival de sus
alrededores. Esta huerta había llegado a los bienes vinculados del mayorazgo de
los Orellana por medio de una donación testamentaria de don Gutierre de Sotomayor, el maestre de la Orden de Alcántara a su hermana María de
Sotomayor, esposa de García de Orellana, cuarto señor de Orellana la Vieja.
Tenía ermita y una casa que en su origen debió estar fortificada. Un hecho curioso es
que en la pequeña ermita hubo en su día una
campana que en su interior tenía grabada la inscripción: “Soi de Valdelapeña” y que antes
de 1728, debido a su ruina, ya había sido instalada en el templete que alojaba el
reloj del Ayuntamiento de Navalvillar de Pela (no estaría de más que alguien avisado
se hiciera cargo de verificarlo hoy).
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