La primavera del año pasado había estado en el pantano de Puerto Peña, pero no encontré forma de acercarme a los buitres, así que a mi vuelta a Madrid preparé minuciosamente un recorrido que tenía en mente para ir a las Hoces del río Duratón, en Segovia; elegí un día laborable del mes de marzo y me puse en marcha, aún de noche. Después de pasar Sepúlveda, me dirigí a Sebúlcor, donde encontré unas señales indicativas hacia la ermita de la Hoz; mi oportunidad fue no ver el cartel que indicaba el camino que, cruzando el río Duratón, me hubiera llevado hasta la iglesia de San Frutos. Como desconocía el terreno, tuve la suerte de poder explicar a un señor del lugar -un junco de pequeña estatura y no menos de ochenta años- que estaba podando árboles cerca de un cruce de caminos lo que buscaba, porque me indicó que los pájaros estaban siempre a este lado del río, adonde antaño solían llevar los del pueblo los animales muertos para que les sirviera de alimento; ahora –comentamos-, no existen muladares donde puedan ir a comer. Llegué, siguiendo sus orientaciones, por caminos de tierra que a veces se desvanecían, hasta una señal que delimitaba el paraje protegido y que me invitaba a seguir a pié de allí en adelante. Saqué del coche todos los aparejos y emprendí la marcha, mochila y trípode al hombro, cuando aún no eran las 10 de la mañana. Caminé algo más de un kilómetro hasta llegar a divisar, al otro lado del profundo corte, la iglesia de San Frutos y cuando me disponía a buscar un lugar donde situarme para hacer una primera visita de reconocimiento en lo alto de la profunda sima por la que serpenteaba el río, me topé de bruces, tras unos setos, con cinco o seis buitres a menos de cincuenta metros. Me coloqué con sumo tiento allí mismo y me dispuse a preparar la cámara, el trípode y mi posición, procurando que no notaran mi presencia, de lo que no llegaré a tener nunca la seguridad de haberlo conseguirlo, porque aunque logré unas primeras tomas precipitadas, la verdad es que tuve que cambiar varias veces de posición para mejorar el enfoque, porque los veía a través de unas finas ramas del arbusto que me servían de parapeto. Para cuando logré situarme en la posición deseada, decidieron ellos darse ya a la fuga, tal vez considerando un delirio mi desfachatez o acaso un signo de impericia mi tardanza. Seguramente pensarían ambas cosas.
Me acerqué a las rocas donde habían posado para mí con el fin de observar el panorama y después de otras pocas tomas a cierta distancia y algo más de una hora de observación, decidí regresar y esperar escondido en el mismo lugar adonde había llegado por primera vez. Mi intuición fue certera, porque allí acudieron confiados, a posar de nuevo. Siempre supe que me engañaban. Fue un disfrute enfocarles, porque aunque ahora sí estaba yo preparado para su llegada, no se me ocurrió pensar en ningún momento que me iban a permitir observarles tan de cerca; tan confiados se mostraban que sentí que me tomaban el pelo, sobre todo, cuando tras las primeras tomas realizadas con mayor precaución, pude prepararme con toda tranquilidad para medir la luz y elegir la posición de enfoque correcta. Sentí que me estaban ofreciendo graciosamente una oportunidad con la que me jugaba su respeto, así que decidí poner todo mi cuidado en conseguirlo. Estas fotos son una muestra de lo que digo.
Luego pasé mucho rato bajo sus alones, exhibiendo su magnífica y poderosa figura cuando pasaban por encima de mí, en ocasiones a muy baja altura. Ellos sabían que en esa posición –la mía-, el telescopio, fijado al trípode, no me servía para lograr la toma que yo buscaba. Tan sólo cuando opté por seguir a un de ellos en la lejanía hasta que se acercó lo suficiente, logré captar en vuelo los ojos y el pico. Fue una buena mañana y terminé satisfecho de mi primera –y hasta ahora única- jornada de buitres, lo que casi nunca ocurre, persuadido de que me hubieran enseñado poco si de ellos hubiera aprendido a volar, comparándolo con lo que realmente percibí en esas horas: es mejor que ellos sigan donde están sin que hagamos nada más para extender nuestra amenaza.
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