La Isla

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jueves, 10 de diciembre de 2009

Acerca del autor

Me llamo Antonio Adámez. Nací en Orellana la Vieja un día de primavera de 1947 y allí permanecí hasta que con 11 años me fue dado cruzar el Guadiana por primera vez, camino de un tren que ya no importa adonde tuviera previsto llevarme, porque sentado al borde de sus raíles entendí que estaba llegando al término de mi niñez, que no es mal destino para un niño. Cerca de los veinte, como tantos otros, recalé en Madrid, del mismo modo que algunos lo hicieron en Barcelona, Bilbao o Palma de Mallorca, mientras que otros optaron por cargar sobre el hombro una de esas maletas que luego harían furor como icono de la emigración en la época. Casi todos los de mi generación nos habíamos mantenido alerta durante aquellos años, por cuanto la culminación de las obras del Pantano nos hacía sentir ya con nitidez las primeras señales avisadoras de que el Pocique de la Bernagaleja, por donde transcurría más ruidoso el cauce del río, quedaría en adelante oculto y silencioso, aunque sin percatarnos todavía de que éramos ya la primera en sufrir algunos de los cambios que empezaban a vislumbrarse de mayor calado, preludio del crecimiento económico que arrancaba, alejándonos así de un tiempo histórico de muchos siglos.

Fuimos, en efecto, una de las últimas en percibir los acordes finales de las viejas formas de vida que provenían del Antiguo Régimen, un tiempo en que la mayor parte de los cambios necesitaban de muchos años para hacer sentir su influencia y madurar. Mi generación está marcada así por ambos extremos: hemos tocado, olido y sentido aquellas remotas formas de vida, reflejo de siglos, y sin embargo, pertenecemos a carta cabal hoy a un mundo completamente nuevo y globalizado, en el que los cambios se producen a un ritmo vertiginoso. Somos por ello capaces de ver a un tiempo el variado y rico paisaje que abrazaba el cauce del antiguo río en la profundidad del embalse, el mismo que sirvió de escenario, inmutable, a numerosas generaciones antes que a la nuestra, o de sentir el mismo tañer de campanas que éstas escucharon durante siglos. El mismo paisaje y el mismo sonido se compartía entre abuelos y nietos como si se tratara del apellido propio. El paisaje cambiaba más entre estaciones de un mismo año que entre lustros, del mismo modo que el sonido de las campanas lo mudaba más el ánimo de quien lo escuchara que la generación que las repicara. Nos movemos rodeados de la más alta tecnología en nuestro quehacer diario, sin sentirnos por ello recién llegados a ningún sitio.

Así que esos primeros años de mi vida sin cruzar el Guadiana los fui descubriendo luego como un verdadero tesoro, porque me ayudaron a reflexionar, ya desde este lado del río, sobre cuánta era mi ignorancia y cuánta también mi inocencia, sin olvidar que una parte de esa infancia permanecería ya para siempre, como testigo indeleble, en la otra orilla, a la que de vez en vez me gusta cruzar, en silencio. De ese conocimiento –el ir descubriendo de mayor, a paso lento, cuánto ignoras- se fue perfilando con el tiempo un mayor aprecio por descubrirse uno mismo ignorante de casi todo, especialmente cuando el propio camino te va desvelando cuánto aún ni siquiera sospechas que desconoces. Ahora sé que esa impresión que guardo de mi infancia me es muy valiosa, no por su brillo –carencias, hay que decir-, que por mucho que uno escarbe en los recuerdos se revelan siempre triviales y de poco interés, sino por el espacio de vital naturaleza y libertad en que tuvo lugar. En verdad, es ese espacio el que permanece hoy en la otra orilla, al que de vez en cuando trato yo de acercarme, cruzando un delicado puente que lo revela como un reducto de naturaleza y de privilegio: de eso va este blog.

Casado. Un hijo. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales. A mí, siempre me fascinaron los números, porque permiten multitud de operaciones omitiendo en cualquier caso valoración alguna sobre la cuantía que expresan: mucho o poco, más o menos, mal o bien, son apreciaciones que siempre les son ajenas; somos nosotros quienes decidimos cuánto es cuánto y en qué medida nos afecta. Profesionalmente, sigo en activo, en la actual Sociedad Estatal de Correos y Telégrafos, desde mi llegada a Madrid.

Aunque mi interés por la fotografía es antiguo, mi iniciación a la técnica fotográfica es reciente y mi formación, autodidacta. Así que no cabe esperar mucho más de esos mimbres. Nace de un viejo afán por capturar, en imagen, algunas de las múltiples expresiones estéticas que nos ofrece la naturaleza y que siempre he apreciado, creo que sin saberlo. Ahora sí lo sé, por lo que lograr la imagen de alguno de esos instantes fugaces en los que revela su belleza es, para mí, suficiente motivo para mantenerme al acecho y al aguardo, confiado en que siempre la paciencia da frutos y ofrece además buena ocasión para estar, sentir y disfrutar de un espacio aún no deteriorado en demasía. Hace ya más de cuarenta años que no me fui del todo de este lugar, y eso me ha permitido una mejor disposición para observar, conocer y apreciar lo que por suerte, aún mantenemos. A eso se destina este blog: a vocear -en bajo tono de voz, y de puntillas- un tanto de lo que hay, si eso consigue fomentar un poco la responsabilidad individual en beneficio de una mejor conservación y mayor esmero en el cuidado de nuestro entorno natural.


2 comentarios:

Jose Maria dijo...

Hola Antonio, felicidades por el blog. La verdad es que lo he visitado muchas veces pero nunca me había parado a decirte algo. Un cordial saludo desde Orellana.
José María Calzado Almodóvar

Antonio Adámez dijo...

Gracias, José María. Nos conocemos poco tú y yo. Sé que compartimos algunas aficiones, y, sobretodo, nuestra devoción por Orellana, un lugar perfecto donde madurar poco a poco respeto y admiración por la Naturaleza -ya sabes lo depredadores que éramos en la infancia- y donde aprendí a disfrutar mi libertad desde niño. Ese lugar y su entorno sigue constituyendo hoy para mí un tesoro que de vez en vez me gusta disfrutar. Estaré encantado en comentarlo contigo personalmente la próxima vez que vaya. Un abrazo. Antonio.