La Isla
domingo, 12 de abril de 2015
jueves, 9 de abril de 2015
jueves, 19 de marzo de 2015
Sancho de Paredes, hijo de Diego García de Paredes, nació en Orellana la Vieja en el verano de 1518.
Como ya he referido en alguna otra ocasión en este mismo blog, el Palacio de los Orellana es la construcción emblemática por excelencia en Orellana la Vieja, sede del señorío y residencia habitual de los titulares de su mayorazgo. En esa fortaleza nació en 1518 Sancho de Paredes, hijo de Diego García de Pareces, el Sansón de Extremadura, casado con María de Sotomayor, hija de Rodrigo de Orellana, 6º señor de Orellana la Vieja. El carácter furibundo de su marido hizo que María se refugiara, de forma apresurada, en Orellana con su hermano Juan. Su historia, sucinta, es la siguiente:
Palacio de los Orellana. Orellana la Vieja
La madre de María, doña Teresa de Meneses, era descendiente del trujillano Alvar García Bejarano, primer señor de Orellana de la Sierra, hija de Francisco de Meneses, el Santo, hombre influyente en la corte de los Reyes Católicos, y de doña Elvira de Toledo, hija del conde de Oropesa. En 1485 contrajo matrimonio con Rodrigo de Orellana, señor de Orellana la Vieja, residiendo desde entonces en su casa fuerte. A los pocos años de morir su marido en 1509, Teresa decidió ingresar en el convento de San Pablo de Toledo, de la orden de los Jerónimos, cuando rondaba los 45 años de edad.
Era habitual en esa época encontrar en los conventos de religiosas a mujeres alojadas en el interior del claustro en calidad de novicias, especialmente doncellas en espera de matrimonio, o viudas, como era su caso. En el mismo convento toledano ingresó también su hija Marina de Meneses hacia 1514 y en 1515, su segunda hija, Ana de Sotomayor, en el de Santo Domingo el Real de Toledo. Constituía este retiro monacal para muchas mujeres un destino socialmente reconocido, aceptado a menudo con resignación por la interesada y aunque en ocasiones fuera deseado sinceramente, lo habitual era que el cabeza de familia utilizara su influencia y recursos económicos para lograr situar en el claustro a sus hijas en espera de matrimonio y en ciertos casos, también los primogénitos que heredaban mayorazgo a sus hermanas, especialmente cuando sus progenitores no habían logrado reunir una dote suficiente para aspirar a un matrimonio ventajoso, de acuerdo a su dignidad y prestigio social. En el caso de su tercera hija María de Sotomayor, sin embargo, la causa fue muy otra: tras su fracaso matrimonial tuvo que refugiarse en Orellana durante un cierto tiempo, donde nació su hijo, pero al cabo del cual se vio obligada a recluirse en el convento jerónimo junto a su madre, poniéndose de este modo a resguardo de las amenazas de su marido.
La fundación del convento de San Benito en 1528 estuvo ligada estrechamente con esta ruptura matrimonial, porque pasados pocos años y a causa de las incomodidades que comportaba la presencia de la hija en el claustro como pupila, sin que ésta se integrara a la vida religiosa de la comunidad, las monjas fueron haciéndole notar su rechazo, contribuyendo sin duda a impulsar lo que por entonces tal vez solo fuera un proyecto latente en doña Teresa: la fundación de un nuevo convento en la villa de Orellana la Vieja, donde había vivido casi 25 años en compañía de su marido y donde crió a su extensa prole, alternando esa residencia con su casa solariega de la Alberca en Trujillo.
Convento de San Benito de Orellana la Vieja
María de Sotomayor había contraído matrimonio en octubre de 1517 con el noble caballero trujillano don Diego García de Paredes, legendario coronel español que hizo una carrera militar casi mítica en las guerras del norte de Italia, en las que durante años estuvo a las órdenes de don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, principalmente en las campañas contra los franceses que promovieron los Reyes Católicos. Diego García de Paredes, Cristóbal Zamudio, el coronel Villalba, Gonzalo Pizarro –padre del conquistador de Perú- y Pedro Navarro, entre otros, comandaron la temible infantería que libró importantes batallas durante los primeros años del XVI contra turcos y franceses, asociando sus hazañas a nombres como Cefalonia, Barletta, Ceriñola o Garellano. Sus méritos como militar profesional, reconocidos por el rey Católico y el propio Carlos V le valieron merecida fama.
Retrato de
Conocido por su descomunal fuerza física, prototipo y encarnación de los valores que imperaban entre los hombres de guerra, de los que se hacía gala en la época, fue llamado el Sansón de Extremadura. En tres ocasiones cita Cervantes al personaje en el Quijote, siendo el pasaje más conocido el que pone en boca del cura el recordatorio de ciertas hazañas irreales que su fama de Sansón había hecho correr, destacando los hechos que según las crónicas protagonizó en un puente del río Garellano, motivo que ilustró Gustavo Doré en su edición francesa: “Hermano mío, dijo el cura, estos dos libros son mentirosos, y están llenos de disparates y devaneos; y este del Gran Capitán es historia verdadera y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo el Gran Capitán, renombre famoso y claro, y del solo merecido; y este Diego García de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo en Estremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, é hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y las escribe él asimismo con la modestia de caballero y de cronista propio, las escribiera otro libre y desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes”. (Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Cap. XXXII, 1ª Parte.)
Retrato de Diego García de Paredes. Grabado de Tomás López Enguídanos (1773-1814), sobre dibujo de J osé Maea (1760-1826), Madrid, Imprenta Real , 1791,BN. Inscripción en el grabado: “Diego García de Paredes: natural de Truxillo: campeón ilustre en las guerras de Italia, por la grandeza de su valor, la robustez de sus fuerzas y la muchedumbre de sus hazañas. Nació en 1468 y murió en 1530” .
Ilustración de Gustavo Doré para la edición francesa de Don Quijote de la Mancha. “Un caballero andante defiende un puente contra un ejército”
El lamentable desencuentro entre el aguerrido caballero y su rutilante esposa se produjo a los pocos meses de contraer matrimonio en el templo de Santa María la Mayor de Trujillo, ciudad en la que era admirado por las hazañas que desde hacía años se oían de su persona, desprendiendo a su paso entre los vecinos el más profundo respeto y fascinación. Diego García de Paredes había regresado a su ciudad natal procedente de Italia a finales de 1516 un año después de la muerte del Gran Capitán, “adonde pareciendole tiempo de tomar estado, sus deudos quisieron que fuesse con doña Maria de Sotomaior, señora de gran prudencia i virtud, i hermana de Juan de Orellana, señor de Orellana la Vieja (…) Diego Garcia, que estaba mas enseñado al ruido de las armas, que a la quietud de los regalos del matrimonio, i que nunca avia tenido sujecion a nadie, inquietabase con el ocio de su patria, i como no suspendia el animo con las baterias a que estaba acostumbrado, i los cuidados eran differentes, llegaba a vezes a sentir su enfermedad antigua, de que el Gran Capitan con donaire le avia en otro tiempo motejado. Paraba su furor en Diego Garcia su hijo natural, a veces. Su muger como quien le estimaba lo que valia, sentia esto sobre manera, i el llevado de su mal, no agradecia su sentimiento, antes la ponia en occasion de que temiesse tambien ella su furia, i assi se previniesse para el remedio, con pedir a su hermano que la llevasse a su castillo de Orellana, o la metiesse entre las monjas del monasterio de San Francisco hasta tener seguridad de la condicion aspera de su marido, que en el tiempo que estuvo con ella la encerraba i apretaba demasiado”.
Ocho meses más tarde, el matrimonio había fracasado dejando tras de sí un acre recuerdo al que no fue ajeno, por lo que acabamos de leer, el talante violento de don Diego, por el que tenía atemorizada a su esposa y a cuantos le rodeaban a causa de sus frecuentes ataques de ira, que a causa de su relevancia personal llegaron a tener reflejo en la literatura del siglo de Oro. A la pregunta: “Luego, ¿vos tenéis amor?”, que le hace don Juan de Córdoba, pone Lope de Vega (Las Cuentas del Gran Capitán, Acto I) en boca de Diego García de Paredes, en respuesta, estos versos:
“Si tuviera, que en efeto
no soy de piedra don Juan,
pero esto de otro galán,
que pique en lindo y discreto,
es cosa, que a cortos plazos,
si alguna vez me tocara,
a la mujer degollara,
y al hombre hiciera pedazos.”
Viendo el panorama que se presentaba para su hermana, secuestrada en su propio domicilio, Juan de Orellana acudió a la justicia en su defensa, expresando al alcalde mayor de Trujillo su preocupación por el encierro e incomunicación en que la tenía, sin dejarla asistir ni tan siquiera a los oficios religiosos, temiendo su violencia como había hecho contra su hijo bastardo al que le había roto la mandíbula, apremiándole a actuar con rapidez, porque temía por su vida. Mientras la justicia verificaba en su domicilio el temor que doña Maria confesaba tener de su esposo, Juan de Orellana y su hermano Hernando Alonso se llevaron a María a su castillo de Orellana la Vieja, donde al poco nació su único hijo, Sancho de Paredes. Era para ella éste a la vez un lugar familiar y de refugio porque no en vano había pasado allí buena parte de su infancia y donde permaneció hasta poco antes de contraer matrimonio.
La información que el juez de Trujillo envió a la corte comprometió una respuesta terminante del Consejo Real que se concretó, con inusitada diligencia, en una provisión real, fechada en Medina del Campo el día 10 de junio de 1518. Debido al dilatado prestigio del que gozaba el personaje por todo el reino, y con el propósito nada oculto de “evitar escandalos, e otros inconvenientes, que sobre lo suso dicho se podrian recrecer”, se dictaba que doña Maria fuera separada de inmediato de su marido a causa del mal trato y la violencia que éste ejercía contra ella y contra quienes estaban a su alrededor, porque según se comunicó desde Trujillo, “despues aca que se casaron ha tratado a la dicha su muger muy mal, e la ha dado mala vida, teniendola muy encerrada, no la dexando ver, ni comunicar a persona alguna, diziendo que la avia dado hechizos e procurado de saber contra ella cosas non devidas”, esbozando como solución que fuera custodiada por su hermano Juan de Orellana, y que mientras estuviera bajo su protección le fueran asignado medios suficientes con los que vivir conforme a su rango y posición social.
Buscó en octubre de 1518 con ahínco el impetuoso guerrero, que para entonces rondaba los 50 años de edad, nuevamente el regreso de su esposa, requiriendo a su abogado Jorge de Silveira que reclamara su liberación al señor de Orellana que la tenía encerrada en su fortaleza. Aunque en adelante se mostró conciliador asegurando que “está presto, e se ofrece a la recibir, e con ella fazer vida maridable”, pronto se revolvió contra el alcalde trujillano, acusándole de haber permitido que secuestraran a su esposa. Temeroso, considerando éste que el peso, notoriedad e influencia del personaje podría causarle mayores males, determinó poner lo antes posible el caso en manos del Consejo Real, interviniendo, probablemente desde ese momento, el Santo Oficio. Mientras tanto, desde finales de 1518 y hasta mediados de 1520, Diego Garcia de Paredes debió acompañar al Rey Carlos V por Zaragoza, Cataluña y finalmente Galicia, desde donde volvió a su finca de la Torre de la Coraja, mientras el rey regresaba a Flandes, permaneciendo en su retiro todo el tiempo que duró el levantamiento de los Comuneros. No quiso intervenir don Diego a favor de un bando u otro en esta particular contienda que duró hasta abril de 1521, pese a que, como dice Miguel Muñoz de San Pedro, seguramente fuera requerido por las fuerzas gubernamentales. Sí acudió sin embargo al poco tiempo a luchar contra los franceses en Navarra, tras cuya derrota mereció su intervención el reconocimiento formal de Carlos V. Su muerte ocurrió en Bolonia en 1533 a consecuencia de un trivial accidente, cuando pretendió, presuntuoso, jugar con unos muchachos haciendo alarde de su extraordinaria fuerza y agilidad.
Sabemos que, mientras tanto, doña Maria de Sotomayor había permanecido desde el nacimiento de su hijo Sancho en Orellana la Vieja y que pasado un tiempo se marchó de allí a Toledo con su madre Teresa de Meneses llevando al niño consigo. Es muy probable que esto sucediera a finales de 1520, porque coincidiendo con esas fechas, en plena campaña de guerra contra los franceses en Navarra logró Diego García enviar a un convento de Toledo que no menciona, una real cédula firmada en Vitoria el 20 de octubre de 1520 por el Almirante y Condestable de Castilla, ordenando éste al juez delegado que tramitaba su causa detener el proceso del pleito que mantenía contra su mujer sobre los “alimentos que diz que le pide e otras cosas”. En la misma se manda suspender el litigio porque sus servicios son nuevamente requeridos para la guerra, de modo que durante los “dos meses primeros siguientes, sobreseais en el conocimiento del dicho pleyto e lo repongais durante el dicho tiempo sin fazer en el innovacion alguna, que en ello me fareis plazer e servicio, pues el dicho Diego Garcia de Paredes reside e ha de residir por agora en nuestro servicio en la dicha guerra…”.
A partir de este momento el que doña Maria de Sotomayor aún está en Toledo con su madre se pierde por completo la pista de su hijo Sancho y de ella misma, hasta que en 1558 vuelve a Trujillo tras la muerte de éste, haciéndose cargo entonces de sus nietos Luis de Paredes, Hernando de Sotomayor, Maria de Sotomayor y Leonor de Salazar, como su tutora.
jueves, 8 de enero de 2015
Sentencia final
Sentencia final
El pleito entre García
de Orellana Figueroa, Rodrigo de Orellana
y su hijo Pedro, Catalina de Mendoza y María Enríquez Mayoralgo, su abuela y
tutora, se dio por concluido en febrero
de 1601, solicitando García
de Orellana que los promotores de la falsificación y
ocultación de los documentos fueran al fin castigados. Pero aún prosiguieron
nuevas actuaciones judiciales durante todo ese año y buena parte del siguiente,
demorándose la sentencia en lo que se refiere a la sucesión del mayorazgo hasta
el 28 de febrero de 1604: "Por ende, que deuemos de mandar y mandamos que
el dicho don García de
Orellana y Figueroa
sea metido y amparado en la tenencia y possession de los bienes y
mayorazgo sobre que es este pleyto que vacaron por fin y muerte de don Gabriel de Orellana
vltimo posseedor con los frutos y rentas que han rentado desde el dia de la
muerte del dicho vltimo posseedor," y
aún tardaron algún tiempo más en resolverse otros problemas relacionados
con la propiedad, por lo que la sentencia definitiva, emitida por el Consejo
Superior de J usticia se demoró hasta
el 26 de octubre de 1606.
El 27 de enero de 1602 había llegado a Cáceres el doctor Arce de
Salazar, juez comisionado por el Consejo
Real para entrevistarse con el corregidor de la villa J uan
de Medrano y Molina ,
portando una real provisión de Felipe III, firmada en Valladolid por el
conde de Miranda el día 24 del mes
anterior, en la misma se disponía que detuviera en Trujillo a doña María
Enríquez de Mayoralgo, a su ama Ana Mazuelos y a su abogado el licenciado
Cambero. Detrás de estas actuaciones
estaban sin duda las diligencias de Baltasar de Montoya, procurador de García de Orellana y
Figueroa, que se movía a la vista ya de la sentencia judicial. Anteriormente, el día 6 de enero, Francisco
de Figueroa, gentilhombre de la cámara del rey y caballero de la Orden de Santiago , -probablemente
hermano de García de
Figueroa Orellana- se había entrevistado con el doctor Arce de Salazar en
Valladolid, requiriéndolo como juez
comisionado por el rey
para que ejecutara en Cáceres y
en Trujillo las provisiones que se habían dictado en el Consejo Real.
Tomó declaración el juez Arce de Salazar en
Cáceres, acompañado por el corregidor J uan de Medrano, al licenciado Diego Cambero en su
propio domicilio, explicando éste durante el proceso, con todo detalle, que
después de la muerte de Gabriel
de Orellana había ido a verle cierto día Gonzalo de Sotoval
para consultarle, como abogado, sobre las posibilidades que tenía Catalina de
Mendoza para suceder en el mayorazgo de Orellana , a lo que no supo darle contestación más
que con evasivas. El mismo Sotoval le había comentado tiempo atrás que a raíz
de la muerte de Gabriel el Viejo en 1599 María Mayoralgo le mandó ir a Trujillo
y posteriormente a Orellana
como agente suyo; a la vuelta le mostró unos
papeles que resultaron ser el testamento de J uan
Alfonso de la Cámara, acompañado de una facultad real y de la
escritura de fundación del mayorazgo de Orellana , firmada por el escribano Alvar Gil de
Balboa. Según estos documentos, que estudió entonces con detalle, la sucesión
recaía en primer lugar en Pedro
Alfonso de Orellana, su hijo mayor varón y si no tuviera hijo
la sucesión del mayorazgo le correspondería entonces a su hija Marina Alfonso
“de manera que no excluyó hembra de la suçesion
y supuesto esto aviendo este declarante estudiado el negoçio le pareçio
que no tenia justiçia doña Catalina nieta de la dicha doña Maria Mayorazgo
porque segun le ynformaron, la madre de don Garçia de Figueroa hera hija mayor
y litigandose entre dos hembras sobre la suçesion de un mayorazgo ase de
preferir la linea de la hembra mayor mayormente siendo don Garçia de Figueroa
varon de mas de que en la dicha fundaçion este declarante le pareçio que no
solo no se excluia hembra como por derecho se requiere para que sea visto ser
esclusa, pero que está llamada espresamente en falta de varones y ansi devolvió
este declarante el dicho papel que se le avia mostrado al dicho Gonçalo Sotoval
dandole por respuesta lo dicho”.
Realizó al poco Cambero un viaje a Madrid y allí recibió, en su
casa, a J erónimo
Salamanca, al clérigo Pedro Rodríguez Moreno y otro clérigo más, que se llamaban
Xaramillo, que venían acompañados de un criado de García de Figueroa, Diego
Malaver Tinoco. Este último le dijo “que la justiçia de don Garçia consistia en
que el fundador no obiese escluido embra
y que andavan buscando algunos papeles por los quales y por la fundaçion
constase no estar esclusa embra y que se entendia que los tenia escondidos y
los avia guardado doña Maria Mayorazgo y que avian sacado paulinas para que
quien supiese algo çerca de lo susodicho lo declarase”. Fue entonces cuando
relacionó la noticia sobre el cesto de papeles que le había contado Gonzalo de
Sotoval a raíz de una
visita que hizo al alcalde mayor de
Orellana Antonio Sánchez , viendo entonces a unos hombres sacar un cesto con
papeles que le dijeron debían portear hasta la casa de Catalina de Mendoza,
mujer de Pablo Enríquez Mayoralgo y sobrina de doña María, y que por esa
razón había dicho a los que estaban con
él en aquella reunión que fuesen a
Cáceres a notificar la paulina, porque además de Sotoval conocía a dos agentes amigos suyos y letrados de
María Mayoralgo, pudiendo tal vez contribuir sus respuestas a clarificar
la complicada situación.
Todo esto ocurría poco menos de dos años antes de que a García de
Orellana y Figueroa le sorprendiera la muerte sin descendencia, sucediéndole su
hermano don Gómez de Figueroa y
Orellana , obispo de Cádiz, contra quien pleitearon de nuevo
en marzo de 1609 Rodrigo
de Orellana Toledo, su hijo Pedro y Catalina de Mendoza. Contestó avisado el abogado del obispo a los
porfiados demandantes que, "puesto que la dicha doña Maria de Orellana
madre de mi parte y don Garcia
de Orellana su hermano por derecho ordinario de la sucession
de los mayorazgos en España fueron los verdaderos sucessores de la dicha casa y
mayorazgo, queriendo como quieren las partes contrarias que sea mayorazgo
irregular han de mostrar escrituras autenticas por donde conste, y mientras no
lo mostraren, no han de ser oydos...", como en efecto sucedió.
jueves, 18 de diciembre de 2014
La Prueba
La prueba
Llevó finalmente las escrituras don García al Consejo Real, colocando su secretario sobre una mesa la copia del testamento de Juan Alfonso de la Cámara que realizó en 1423 Alvar Gil de Balboa, pudiéndose observar así que estaba rota por las dobleces en seis pedazos y que faltaba un trozo en una de sus esquinas -“que esta por los dobleçes roto y falta una parte”-, presentando el documento un aspecto desgastado, envuelto con un pliego de papel que el propio Gabriel de Orellana el Viejo había rotulado: "Testamento original de Juan Alfonso de la Camara, primero fundador deste mayorazgo. No se puede leer esta aquí por la antigüedad". Con la misma letra estaban rotuladas las demás escrituras, confirmando doña María ante el secretario Pedro del Mármol que era ésa en efecto la letra de Gabriel de Orellana. Pudo entonces demostrar García de Orellana, con el traslado de las escrituras que había utilizado su familia en los llamados pleitos viejos en la mano, que "es falso y falsamente fabricado", siendo una de sus hojas "interpuesta y que tiene mas renglones y letra mas apretada y de diferente letra que las demas y que es esta dicha hoja en la que estan los llamamientos del dicho mayorazgo". Tenía el documento 5 hojas escritas por ambas caras y en la última figuraba bien visible la rubrica del escribano Alvar Gil de Balboa. A la vista del mismo hizo observar que la cuarta hoja contenía un mayor número de líneas y había sido escrita por diferente mano y con un trazo más apretado, viéndose a simple vista que había sido intercalada. Presentó don García en apoyo de sus apreciaciones la opinión de algunos expertos, que tras analizar la copia dijeron que la quinta hoja debería estar escrita de la misma letra que la quarta y preguntados por qué razón debía ser así dijo uno de ellos "que quando se ha a sacar alguna escritura quando para el escriuiente, el que la toma para acabarla la sacaba de su letra y no la dexa para que buelua a escriuirla el que la començo especialmente dexando la dicha quarta hoja a plana e renglon y el testigo todas las vezes que viere escrituras sacadas en la forma que esta sacado el dicho mayorazgo tendria la dicha sospecha la qual cesaria si fuesse toda vna letra". Confirmaron asimismo que se trataba de letras diferentes y que el cuarto folio ocupaba 12 renglones más de lo debido, además de que el papel les parecía distinto al del resto de las hojas. Sin embargo, la firma de Alvar Gil de Balboa que estaba en esa hoja parecía igual a las otras que tenía el documento. Le bastó a Gabriel el Viejo omitir ciertas expresiones en la copia del testamento que mandó hacer al escribano para cambiar la intencionalidad del fundador del mayorazgo, haciendo prevalecer, en su beneficio, los derechos de los varones pertenecientes a líneas colaterales, aunque apreciándose a simple vista la incoherencia y falta de sentido de los párrafos inmediatos que seguían a la parte suprimida.
Reconfortado por el éxito que le habían procurado su esfuerzo y determinación tal vez se sintió García impulsado a terminar su obra tratando de localizar el testamento original de Juan Alfonso de la Cámara en los protocolos notariales de Sevilla, porque le pareció entonces obligado verificar que la copia que mandó sacar Hernando Alonso de Orellana en enero de 1423 al escribano Alvar Gil de Balboa fuera en efecto su fiel reflejo. Puso a este fin en marcha una comisión de agentes con el único propósito de localizar en los correspondientes archivos de protocolo de esa ciudad los documentos que se pudieran encontrar del notario Juan Alfonso el Mozo, el escribano que había firmado el citado testamento. El original que copió Gil de Balboa había sido ejecutado por el escribano Sancho Márquez, siguiendo instrucciones del escribano titular de esa ciudad Juan Alfonso el Mozo, que actuó asimismo como testigo principal junto con Joan Iñiguez, Rui Sánchez y Juan Fernández.
No tardaron en percatarse de que en los protocolos de Sevilla no se conservaban los registros de sus escribanos con anterioridad a 1450, seguramente porque hubieran sido destruidos accidentalmente, pero por suerte, el singular cuidado con el que las monjas de algunos conventos custodiaron durante muchos años los documentos de sus archivos, como los de Santa Inés y Santa Maria de las Dueñas, permitió que se localizaran algunas escrituras certificadas por Juan Alfonso el Mozo. En el de Santa Inés se encontró una copia a partir de un libro registro de gran tamaño que mostró su abadesa, donde aparecieron, junto a los títulos del convento, una escritura otorgada en la era de 1378 y que resultó ser un pergamino que contenía la escritura que se buscaba, con la correspondiente rúbrica del escribano Juan Alfonso; en el de Santa Maria de las Dueñas se encontraron asimismo otros pergaminos con la misma rúbrica. Después de una minuciosa búsqueda fueron asimismo identificados los folios correspondientes a la misma escritura, dándolas finalmente por buenas, porque cumplían los requisitos, “solenidades y testigos que para ser valida se requieren según el uso y costumbre,” comprobando que no les faltaba nada esencial y que sólo mostraban estar algo estragadas y descosidas, pero que “en lo de ser çierta y verdadera la tiene por tal” y entre otros indicios de autenticidad se comprobó que aparecían cinco testigos en la misma, muestra de la importancia que le concedió al documento el escribano que lo hizo como era costumbre en Sevilla, donde para poder otorgar testamento era preciso que testificaran al menos tres escribanos.
Fernando García Xarillo, que actuaba como secretario de visitas de las monjas de Sevilla en la calle Niñas de la Doctrina, también realizó indagaciones y pudo averiguar que el mencionado Juan Alfonso, al que llamaban el Mozo, era un escribano muy conocido en la ciudad, del que encontró escrituras junto con las de los otros escribanos que firmaron con él el testamento de Juan Alfonso de la Cámara, como Sancho Márquez y Juan Fernández, según pudo cotejar en el convento de Santa Maria de las Dueñas. El cura Pedro López del Corral pertenecía a la misma comisión y comparó también por su cuenta la escritura que estaba en el convento de Santa Inés, de la orden de San Francisco y después de examinarlo “aviendole mirado y cotexado con atençion letra por letra rasgo por rasgo y punto por punto le pareçe que las suscriçiones y sinos del dicho testamento y escripturas es todo de una mano y del dicho Juan Alfonso”. Asimismo las otras escrituras encontradas en el convento de Santa Maria de las Dueñas de monjas bernardas y benitas y aunque la letra es más apretada, “por aver menos lugar para estender los dichos rasgos en la dicha escriptura de pergamino” eran también del mismo escribano. Lo propio hizo el clérigo Antonio Martínez Bueno, mayordomo del cardenal sevillano y capellán de la Capilla Real, declarando ante Juan Manuel Tamayo, procurador de García de Figueroa, para decirle que había cotejado las escrituras de los conventos de Santa Maria de las Dueñas y Santa Inés, encontrando una total coincidencia con el contenido del testamento que había copiado Alvar Gil de Balboa. La manipulación se había realizado, por lo tanto, sobre uno de los traslados posteriores del citado documento.
miércoles, 24 de septiembre de 2014
miércoles, 7 de mayo de 2014
Negociaciones entre María Mayoralgo y García de Orellana
Negociaciones entre María
Mayoralgo y García de
Orellana
María de Mayoralgo mientras tanto,
aunque ya cansada, no había parado de hacer gestiones por su cuenta, encargando
al licenciado Fuenllana, por ejemplo, que se
valiera de las amistades que ella tenía para
que tratara de llegar a un acuerdo con García de Orellana ,
incluso ofreciéndole contraer matrimonio con su nieta Catalina de Mendoza y en
cualquier caso, negociar una concordia para que cualquiera de los dos que
ganara el pleito le diera a la otra parte una cantidad de dinero estipulada de
antemano. Ya lo había intentado
en otras ocasiones. El 22 de
mayo de 1601 había testificado en Montilla Fray Andrés Núñez de Andrada,
prior del monasterio de San Agustín de esa villa, ante el escribano Luis Fernández. En su
testimonio dijo que en noviembre del año
anterior estuvo en el monasterio de San Felipe de Madrid ,
adonde María Mayoralgo le había enviado un recado por mediación de Fray J uan de Montalvo para que fuera a visitarla a su
casa y estando allí ésta le pidió ayuda para encontrar alguna forma de
concierto con García
de Orellana “sobre la
subçesion del dicho mayorazgo que estava cansada de pleitos y de las molestias
y pesadumbres que se le davan en ellos“,
y que para quitarse esas aflicciones quería negociar con él, por lo que
deseaba que mediase en el conflicto hablándole y diciéndole que podía enseñarle
escrituras relativas al mayorazgo para que las examinaran sus letrados. Visitó
más tarde Fray Andrés a
García de Figueroa y le comunicó la propuesta que le hacía
doña María y también habló con su hermana Mencía Manrique de Figueroa,
contestándole éste que dijera a doña María que primero le mostrase las
escrituras y, conforme a su contenido, hablarían de concierto, pues no podía
seguir adelante sin verlas. Volvió el fraile de nuevo a casa de doña María para darle la respuesta de don García,
contestando airada ésta “que no avia
de mostrar escripturas de ninguna manera hasta que el conçierto estuviese fecho
y escriptura dello”.
Temiendo que una vez en poder
de los documentos García accediera sin trabas a la posesión de todos los bienes
del mayorazgo, lo que tal vez tratara de negociar en último término doña María
acaso fuera algún tipo de compensación económica para su nieta Catalina. Anduvo
el fraile así de un lado para otro deseando que llegaran cuanto antes a una
concordia, hasta que, percibiendo que don García mantendría firme su posición,
le llegó la oportunidad de motivar un arreglo mostrándole a doña María un
escrito que le dirigía el maestro trinitario fray Diego de Ávila, en el que trataba
de persuadirla de que entregara las escrituras que tenía. Debió mover el fraile con talento en su
escrito alguna fibra sensible de su afligido espíritu porque su lectura puso
inesperado término a sus recelos, admitiendo entonces que, en efecto, tenía
escondidas ciertas escrituras pertenecientes al mayorazgo de Orellana y que si
llegaban a un arreglo las enseñaría. Se interesó seguidamente el fraile por el
testamento de Pedro Alfonso de Orellana, hijo de J uan
Alfonso de la Cámara, a lo que respondió que temía que ese documento hubiera
desaparecido la noche que había entregado las llaves para que entraran en el
archivo de la Casa Fuerte
y se llevaran los documentos a la villa de Aldea del Cano, pero añadiendo
conciliadora, buscando acaso aliviar la presión que había soportado durante
tanto tiempo, que habiendo sucedido varón desde Gabriel de Orellana el Viejo,
al morir su nieto Gabriel el Mozo sin sucesión, no pudo permitir que siguieran
en el archivo de Orellana los documentos, porque los necesitaba para hacer
valer la sucesión de su nieta Catalina de Mendoza, admitiendo de este modo que
el contenido de las escrituras originales no negaban la sucesión de mujer en el
mayorazgo, como lo expresaba el escribano transcribiendo su declaración: “la
causa que le avia movido a esconder mexor y alçar a desora de la noche los
papeles que tenia escondidos y ocultados tocantes a el dicho mayorazgo de
Orellana fue que avia muerto su nieto que por linea de varon avia subçedido en
el dicho mayorazgo y aviendo de suçeder varon en el lo avia de aver don Gabriel
(sic) de Orellana. Temiendose que el
susodicho no supiese de los dichos
papeles y los urtase y escondiese los avia hecho ella esconder y poner
en el lugar mas seguro dando a entender que en los dichos papeles avia alguna
escritura por donde la hembra es llamada a la subçesion del dicho mayorazgo
pues la dicha doña Maria lo pretende para una nieta suya”.
A la vista de los papeles que
finalmente entregó doña María, pudo al fin justificar don García tras su minucioso estudio que los presentados por la
parte contraria habían sido falsificados: “y porque en el estado que oy el pleito tiene es tan claro que no puede
dudarse que el traslado de la escritura que llaman de mayorazgo en contrario
presentada es falso y falsamente fabricado como por el mismo pareçe y por la
escritura de testamento original de J uan Alonso de
la Camara exibida por doña Maria Mayoralgo curadora de la dicha doña Catalina y
las sentençias que se dieron en favor de don Gabriel su nieto en que agora se
quiere fundar el dicho don Rodrigo de Orellana y su hijo son nulas…”, de
forma que las sentencias anteriores debían ser anuladas, por estar basadas en
copias falsificadas de las escrituras originales y las reglas de sucesión al
mayorazgo restablecidas en adelante, siguiendo las normas del mayorazgo regular
ordinario “en que las hijas y hermanas de los posehedores suçeden y an de suçeder
y no los varones transversales remotos”.
Quedaba claro que Gabriel de Orellana el Viejo, J uan
Alonso de Orellana y su nieto Gabriel de Orellana el Mozo,
nunca debieron acceder a la titularidad del señorío de Orellana la Vieja,
haciendo valer fraudulentamente su candidatura sobre la línea de sucesión a la
que pertenecía María de Orellana.
lunes, 31 de marzo de 2014
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