La Isla
martes, 23 de febrero de 2010
miércoles, 17 de febrero de 2010
domingo, 14 de febrero de 2010
viernes, 5 de febrero de 2010
Avetoro a la vista
Era la primera vez que trataba de hacer algunas fotos oculto en mi pequeña tienda de camuflaje. Llegué todavía de noche a los arrozales de Casa de Hitos; dejé el coche un poco alejado para que pasara lo más desapercibido posible y me llevé los bártulos que me harían falta: el telescopio con la cámara ya acoplada, una pequeña silla, la tienda, el trípode, un termo y un pequeño bocadillo de jamón que luego me supo a gloria y una pequeña botella de agua. Me instalé y pude ver, ya cómodo, las últimas estrellas, poco antes de que el Sol se anunciara con las primeras luces del alba. Lo primero que me llamó la atención fue el estruendo que hacían las grullas según iban llegando, sobrevolando el espacio donde yo estaba. Estoy seguro que desconfiaban del bulto extraño que veían en el suelo, aunque me había colocado junto a un pequeño árbol, porque ninguna se posó cerca, aunque pude hacer algunas fotos interesantes al vuelo; ahí fue donde eché más en falta un buen teleobjetivo, porque para esos menesteres es mucho más versátil. Bueno, ya habrá ocasión un año de estos, aunque como siga así tendré que pagarlo con la pensión de jubilado.
Pasé un par de horas sin nada a la vista que no fueran las grullas que comían a lo lejos. Alguna vez contaré la historia de Rodrigo de Orellana, -sexto señor de Orellana la Vieja-, cuando quiso apoderarse en 1506 de los pastos de la dehesa Torre de los Hitos -de la que Casa de Hitos seguramente formaría parte- y cuyas rentas percibía anualmente como dote su mujer Teresa de Meneses, y la violencia que ejerció contra los guardas que envió para su defensa Hernán Álvarez de Meneses, su cuñado, legítimo propietario. Tras un buen rato en el que disfruté de las luces que formaban los primeros rayos de sol en aquella vega, me sorprendió la presencia de un animal que se acercaba con mucha lentitud; luego supe que era un avetoro, un ave sumamente escasa y en franco peligro de extinción. Vive en carrizales húmedos, donde caza pequeños animales que le sirven de alimento.
No sólo me sorprendió su presencia, mucho más su comportamiento. Caminaba muy lento y de vez en cuando, como que desaparecía en los surcos del arrozal, dejándose casi caer de espaldas, como dormido, para luego incorporarse de nuevo con el pico muy abierto, como si estuviera tragando alguna presa. Francamente, quedé admirado de su forma de cazar.
Mientras aún tenía el avetoro en mi objetivo, una garcilla cangrejera se había posado a pocos metros, a mi espalda. Debería estar muy a lo suyo, porque tuve que hacer verdaderas contorsiones para ponerme en posición sin delatarme en demasía.
El avetoro se había alejado y por mi parte yo había aprovechado ya todo cuanto cabía esperar de su presencia mientras lo tuve a tiro, así que pude dedicarme durante los minutos siguiente a la garza, que aunque se había colocado tras un seto, me ofrecía una visión perfecta. Aquella nueva aparición me hizo sentir que había merecido la pena la espera, incluso antes de que emprendiera de repente su nuevo vuelo.
Luego, en el mismo seto tras el que se escondió la garza, vino una abubilla a picotear el terreno. Terminó de alegrarme la mañana y a eso del mediodía regresé a casa con la sensación de que había sido un buen día y que por supuesto, no tardaría en volver.
jueves, 4 de febrero de 2010
Ni "Bélgida" ni "Altamirano": de los "Orellana"
A finales del mes de octubre del año 2009 envié un comunicado a los gestores del “Plan de Dinamización del Producto Turístico Los Lagos” -proyecto que se lidera desde la Diputación de Badajoz, en estrecha colaboración con la Junta de Extremadura-, con el fin de hacer algunas apreciaciones sobre la información que actualmente se difunde, desde plataformas institucionales, en lo que se refiere a la historia de Orellana la Vieja. Me contestaron de inmediato y atendieron con suma amabilidad y agradecimiento mis consideraciones. Yo sé que deshacer entuertos lleva tiempo y que a veces, una vez implantado y puesto en marcha un proyecto como éste, una forma de arreglar ciertos detalles es desplazar su tiempo de solución a la primera actualización que se haga del proyecto. He visto, sin embargo, que ciertas modificaciones sí que se han ejecutado, supongo, que movidas por su propio peso, sin que tales acciones hayan tenido relación alguna con aquel comunicado. Quiero hacer aquí expresión, sin embargo, de algunas de las valoraciones que emití entonces, porque creo que la imagen que se proyecte a quien quiera que nos visite, no debe mostrar resquicio alguno en lo que se refiere a la información que se le brinda.
Me dirigí a los responsables del Proyecto en los términos siguientes: “Como observador curioso e interesado en la zona, he leído con mucho interés una buena parte del contenido del “Plan de Dinamización del Producto Turístico Los Lagos” en la página http://web.dip-badajoz.es/ proyectos/ loslagos. Basta una simple ojeada a sus documentos para apreciar el importante esfuerzo que se está haciendo desde la Administración Autonómica por infundir sobre los habitantes del territorio una mayor confianza en el recurso turístico, como importante factor de desarrollo en el ámbito de esa zona de Extremadura [….]. No me corresponde a mí valorar ese esfuerzo ni tampoco sus resultados, pero sí quiero hacer una pequeña aportación –en la medida que la misma quiera ser bien recibida- en lo que se refiere a sólo un matiz: vender Extremadura requiere primero difundir un conocimiento lo más veraz posible de lo que queremos que se aprecie, se valore y se conozca […]. En el fichero que adjunto expreso lo que yo he visto que se difunde sobre la historia de Orellana la Vieja, una crítica sobre su contenido y la información que considero más adecuada a ese respecto. Lo que sepamos difundir a este respecto puede ser el principio de una buena relación con el visitante, que no busca poblaciones ni historias aisladas, sino conocer la zona que visita, sus poblaciones singulares, con su historia específica, su gastronomía, sus fiestas, sus paisajes, su fauna, su flora y sus gentes y, por supuesto, sus lugares de descanso y atención, donde desarrollar a gusto sus aficiones de ocio. Hacer que nos visite debe ser la primera invitación para que repita”.
En la primera parte del informe que les adjuntaba expresé algunos de los contenidos que se estaban difundiendo, por vía institucional, sobre la historia de Orellana la Vieja. En la segunda, mi posición crítica sobre dichos contenidos. Expreso aquí nuevamente algunas de esas consideraciones, actualizando mi información.
Hasta hace poco tiempo, en la web del propio Ayuntamiento de Orellana la Vieja- http://www.orellanalavieja.es - en su apartado de “Historia”, sólo aparecían unos cuantos datos de poca entidad e incorrectos en su mayor parte –información a la que aún se puede acceder en la página http://www.dip-badajoz.es, referida al municipio de Orellana la Vieja-. Sin embargo, en su apartado: Empresas /Recursos Humanos/ Historia, existía un amplio capítulo sobre parte de la historia de Orellana –desmesurado en su extensión, sin que por otra parte lograra ofrecer una síntesis global de la historia del municipio- que confundía a los visitantes de la página. Hoy, ese capítulo se ha resumido considerablemente, lo que es un acierto. Del mismo se ha obtenido, resumiéndolo aún más, la nueva información que ahora se incluye –un nuevo acierto- en el sitio correcto: “Historia del municipio”.
Pese a todo, aún se mantiene en el epígrafe “Monumentos”, la misma información sobre la que ya expresé mi opinión en dicho comunicado, haciéndolo extensible a la que figuraba asimismo en los paneles informativos instalados por la Diputación en la vía pública, especialmente los instalados al pie del Palacio y en la Plaza de Extremadura, porque en los mismos se expresan algunas inexactitudes que hacen desmerecer el conocimiento que ya existe de la historia local.
En lo que se refiere a la información que contiene el apartado “Monumentos” de la página municipal, trato de resumirlo en los puntos siguientes:
- El “hermoso palacio-fortaleza del Marqués de Bélgida” no es del marqués de Bélgida, sino de los Orellana, señores de Orellana la Vieja
- A la expresión “La iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción, obra del XVI es el edificio más representativo de la villa” le falta aclarar que “entre los edificios de carácter religioso”.
- El convento de San Benito es un monumento significativo en la historia de Orellana la Vieja, íntimamente ligado a la figura de Diego García de Paredes -el Sansón de Extremadura-, nunca suficientemente destacado en la información (su primer hijo legítimo nació en la Casa Fuerte de los Orellana). La “ermita” de Santo Domingo ya no existe como monumento en la localidad, por lo que no ha lugar su alusión.
- La fotografía que figura recuadrada, sola, y muy destacada en "Monumentos", corresponde a una ventana con colorines de una casa particular, construida en el segundo tercio del siglo XX y que no tiene significación arquitectónica singular alguna. De poner una foto en el apartado “Monumentos”, el motivo debería corresponderle siempre, por derecho propio, a la Casa Fuerte, a la Iglesia parroquial o el convento de San Benito.
Con respecto a la información que contienen los citados paneles informativos, extraña, en primer lugar, que siga utilizándose en los mismos el nombre de “Altamirano” para referirse a los titulares de la Casa-Fuerte de los Orellana. Los Orellana son los constructores y primeros moradores de la fortaleza, sede del señorío de Orellana la Vieja, sus únicos y originales titulares. Es cierto que las primeras concesiones de tierras las hizo en la zona –a partir de Zorita y hasta el Guadiana- el Rey a los Altamirano, pero los miembros Altamirano que allí se asentaron, hacia 1280, adoptaron desde el primer momento, como apellido, el nombre del lugar, “Orellana”, y pasaron a llamarse “Orellana”, por lo menos desde la fundación del señorío, en 1341. En consecuencia, los Orellana y los Altamirano son dos familias distintas, aunque pertenecientes a un mismo linaje. De hecho, siguieron conviviendo en Trujillo -En el Alcazarejo de los Altamirano unos y en la Casa de la Alberca, otros- compartiendo, por separado, cargos de regidores en el concejo de esa ciudad, desde el siglo XIV. Por eso, es más adecuado que, de cualquier forma a la que debamos referirnos al Palacio, o a la Casa Fuerte de Orellana la Vieja, la llamemos siempre de los Orellana.
Más aún sorprende la explicación que aparece en el panel informativo instalado en la Plaza: alude al palacio de “los Bélgida (Altamirano)”, significando, de esta forma, con el paréntesis, que Bélgida y Altamirano son una misma cosa, o que al menos, tienen una cierta relación entre ellos, cosa que en absoluto es cierta. Los Bélgida aparecen vinculados a Orellana desde el momento que el marqués de Bélgida se hace con la titularidad del marquesado de Orellana la Vieja al contraer matrimonio en 1754 con Dª Florentina Pizarro de Aragón y Orellana (viuda de D. Antonio de Herrera, conde de la Gomera) que por aquellas fechas era la última descendiente de don Juan Pizarro de Aragón y Orellana, Picolomini, etc., marqués de San Juan, de Piedras Albas, y 9º marqués de Orellana. El marqués de Bélgida es así sólo un título nobiliario sin vinculación alguna con el lugar de Orellana la Vieja y menos aún con su historia, pese a los lazos de propiedad que debió mantener sobre ciertas tierras del término municipal, ligadas a su título de marqués. Es decir, que el apellido Bélgida no tiene significación histórica alguna como para merecer ser vinculado a la fortaleza de los Orellana, señores de Orellana la Vieja. Ni siquiera está vinculado a Extremadura, sino a Valencia, a un lugar llamado Bélgida, junto a la población de Xátiva (Valencia). El primer título del marqués de Bélgida lo concedió Fernando VI en el año 1753 a un significado miembro de la nobleza valenciano-castellana.
Más aún sorprende la explicación que aparece en el panel informativo instalado en la Plaza: alude al palacio de “los Bélgida (Altamirano)”, significando, de esta forma, con el paréntesis, que Bélgida y Altamirano son una misma cosa, o que al menos, tienen una cierta relación entre ellos, cosa que en absoluto es cierta. Los Bélgida aparecen vinculados a Orellana desde el momento que el marqués de Bélgida se hace con la titularidad del marquesado de Orellana la Vieja al contraer matrimonio en 1754 con Dª Florentina Pizarro de Aragón y Orellana (viuda de D. Antonio de Herrera, conde de la Gomera) que por aquellas fechas era la última descendiente de don Juan Pizarro de Aragón y Orellana, Picolomini, etc., marqués de San Juan, de Piedras Albas, y 9º marqués de Orellana. El marqués de Bélgida es así sólo un título nobiliario sin vinculación alguna con el lugar de Orellana la Vieja y menos aún con su historia, pese a los lazos de propiedad que debió mantener sobre ciertas tierras del término municipal, ligadas a su título de marqués. Es decir, que el apellido Bélgida no tiene significación histórica alguna como para merecer ser vinculado a la fortaleza de los Orellana, señores de Orellana la Vieja. Ni siquiera está vinculado a Extremadura, sino a Valencia, a un lugar llamado Bélgida, junto a la población de Xátiva (Valencia). El primer título del marqués de Bélgida lo concedió Fernando VI en el año 1753 a un significado miembro de la nobleza valenciano-castellana.
El mayor valor y significación del Palacio de los Orellana es su origen histórico y la estrecha vinculación que siempre mantuvieron sus moradores -los Orellana- a la nobleza local de Trujillo, a su historia, o lo que es lo mismo, a la historia de Extremadura.
miércoles, 3 de febrero de 2010
Introducción a Galería de Personajes Históricos [ 1 ]
En esta galería de personajes históricos irán apareciendo algunas de las figuras que más destacaron durante el tiempo en que estuvo vigente el dominio señorial de los Orellana, a partir, especialmente del siglo XVI, y durante su época de marquesado. Soy consciente de que me salto la cronología al dejar atrás personajes bien conocidos, como Juan Alfonso de la Cámara, de los que tal vez en otro momento debamos hablar, pero considero de mayor interés fijarnos en aquellas otras figuras protagonistas de las que ahora tenemos una mayor riqueza de detalles y sobre las que podemos asomarnos un tanto a su personalidad, a sus sentimientos y a sus pretensiones en la vida, a ensayar ciertas pinceladas, en fin, que nos dejen otear un poco sobre quiénes fueron.
Tras la conquista de Trujillo en 1232, el paulatino asentamiento de los Altamirano y Bejarano en las tierras situadas más al sur de su alfoz, junto al Guadiana, culminó con la formación de dos señoríos: el de Orellana la Vieja, concedido por Alfonso XI en 1335 a Juan Alfonso de la Cámara y el de Orellana de la Sierra, limítrofe con el anterior, que recibió en 1375 Alvar García Bejarano, por concesión de Enrique II. Evolucionó el primero conforme a la línea sucesoria establecida hasta 1549, año en el que se produjo la muerte sin sucesión, en Trujillo, de Juan de Orellana el Bueno, su noveno titular. Abre esta muerte una larga serie de litigios en el seno de la familia de los Orellana, comenzando a partir de entonces una intensa porfía por la sucesión al mayorazgo que se prolonga hasta 1614 -fecha en la que Felipe III le concede a Pedro de Fonseca Orellana y Figueroa, el primer título de marqués de Orellana-, reflejo de la lucha por mantener en el seno del linaje el patrimonio y los privilegios sociales a que eso daba lugar en la época, dándonos así la oportunidad de acercarnos a los personajes más destacados en esta lucha.
Durante el proceso de búsqueda de la información para llevar a cabo el estudio sobre el señorío de Orellana la Vieja, tuve ocasión de manejar numerosas copias de las escrituras más importantes relacionadas con su fundación y posterior evolución del mayorazgo, halladas entre documentos relativos a diferentes asuntos, pertenecientes todos ellos al Archivo Histórico Nacional y la Real Academia de la Historia, y en todos los casos la coincidencia de su texto es total, apreciándose sólo pequeñas diferencias debidas, en lo esencial, a pequeñas omisiones y a cuestiones gramaticales y ortográficas, según los hábitos seguidos por el escribano en cada ocasión, muestra del absoluto rigor con el que fueron tratados siempre los originales. Sin embargo, pese a la garantía de fidelidad con la que se llevaron siempre a cabo esas copias, en determinadas ocasiones, algunos escribanos se prestaron al engaño y a la manipulación, movidos por quienes defendieron en algún caso intereses espurios. Ese fue el artificio que siguieron María de Mayoralgo y su tío Gabriel de Mendoza para arrebatar la titularidad del mayorazgo de Orellana la Vieja a su legítima sucesora María de Orellana, tras la muerte de su hermano Juan el Bueno sin sucesión en 1549. El intrincado cruce de pleitos y demandas, apelaciones, alegaciones y comparecencias en que se vieron implicados durante casi sesenta años los herederos de la familia Orellana por esta causa, tratando de acceder contra sus adversarios a la titularidad del mayorazgo en litigio, proporcionó finalmente un importante caudal informativo del que se nutrirá la galería de personajes que aquí se presenta.
Considerándose cada uno beneficiario cierto del derecho de sucesión al señorío, con el evidente propósito de adquirir el dominio sobre los bienes del mayorazgo de Orellana la Vieja, disfrutar de sus rentas y elevar por ende su posición social, esas pretensiones hicieron que la documentación de la que disponía cada facción afluyera de una u otra forma a la Chancillería de Granada, formando así un extraordinario aporte documental que, pese a la escasa novedad en su contenido, su contexto resultó para este propósito de una gran utilidad, permitiéndome crear una detallada genealogía de las diferentes ramas familiares en litigio, vinculadas, durante generaciones, al mayorazgo, imprescindible para identificar con nitidez la posición de cada personaje, cumpliendo con suma eficacia la función de guía con la que podernos mover hoy con cierta soltura por entre la maraña de nombres y circunstancias en el transcurso de los acontecimientos. La propia documentación adquiere de este modo cierto protagonismo, que trataremos en una segunda parte de esta introducción.
Introducción a Galería de Personajes Históricos [ 2 ]
Las escrituras, ocultas en una cesta de espárragos
La muerte del 9º señor de Orellana la Vieja Juan el Bueno sin hijos en 1549, aquejado de una enfermedad que había puesto sobre aviso a los otros candidatos a la sucesión del linaje, recelosos de que fuera a suceder una mujer, desató toda clase de intrigas y presiones, especialmente por parte de su tío Gabriel de Mendoza, porque eso desviaría de forma irreversible hacia otra familia el patrimonio legado a los Orellana. Aunque de hecho le sucedió durante un breve tiempo su hermana, las maniobras de Gabriel de Mendoza, ocultando las escrituras originales del mayorazgo y presentando en su lugar ante la justicia una falsificación de las mismas, le convirtieron finalmente a éste en sucesor legal, abriendo de esta forma una profunda escisión en el seno del linaje que mantuvo a la familia en pleitos durante más de sesenta años.
Ya en el nuevo siglo, tras la muerte también sin hijos en 1599 de su nieto Gabriel Alonso de Orellana, 13º señor de Orellana la Vieja, durante el pleito que mantuvo García de Orellana y Figueroa, como hijo de María de Orellana, llegaron a buscarse con ahínco en Sevilla los documentos originales de Juan Alfonso de la Cámara, para hacer un cotejo entre escrituras y comprobar así que las esgrimidas por sus usurpadores eran falsas. Para justificar sus razones, don García, gentilhombre de la Cámara de Felipe III, hizo valer su influencia ante los jueces y solicitó, como prueba de la falsificación que habían hecho sus contrarios en la escritura de fundación y testamento del primer titular, que se hiciera una comprobación con los originales. Instó a los jueces a que mandaron localizar el testamento original de Juan Alfonso de la Cámara en los protocolos notariales de Sevilla, a fin de comprobar que la copia que él tenía, firmada por Alvar Gil de Balboa en 1423, era una copia fiel de ese original y que ésta coincidía con el documento firmado en 1340 por el notario Juan Alfonso el Mozo.
Las correspondientes escrituras que tradicionalmente guardaron los herederos del mayorazgo procedían de la copia que había mandado hacer Hernando Alonso de Orellana. Temeroso de que le pudieran desaparecer el testamento y las escrituras originales de fundación del mayorazgo que su abuelo Juan Alfonso de la Cámara había hecho a favor de su padre, el 3º señor de Orellana la Vieja se las llevó en 1423 al corregidor de Trujillo para que mandara realizar una copia. Tras su lectura y comprobación, el juez halló la escritura original “sana y no rota ni canelada ni en parte della sospechosa que por ende que mandava y mando y dava y dio licencia y autoridad a mi el dicho escrivano para que escriviese o fiziese escrevir de la dicha carta original un traslado o dos o mas quantos el dicho Fernan Alfon menester oviese”. El escribano que llevó a cabo la copia se llamaba Alvar Gil de Balboa y se conservaron siempre de allí en adelante en manos de los titulares del mayorazgo de Orellana la Vieja, hasta que doña María de Mayoralgo, sobrina de Gabriel de Mendoza, las hizo desaparecer una noche de la fortaleza de Orellana, llevándolas a Aldea del Cano escondidas en una cesta llena de espárragos que cargaron en una mula.
Tras la insistencia de don García, se puso entonces en marcha todo un despliegue de colaboradores constituidos en comisión con el exclusivo propósito de localizar, en los correspondientes archivos de protocolo de los escribanos de Sevilla, los documentos que se pudieran encontrar de Juan Alfonso el Mozo. No tardaron en percatarse de que en esa ciudad no podría encontrarse ninguno de esos escritos en los correspondientes registros de protocolo, porque no existía en Sevilla ningún registro notarial con anterioridad a 1450. Sin embargo, el esmero con que las monjas de los conventos sevillanos de Santa Inés y de Santa María de las Dueñas cuidaron durante generaciones sus archivos, hizo que aparecieran en su interior algunas escrituras de las que habían sido certificadas por Juan Alfonso el Mozo. En el de Santa Inés, su abadesa encontró un listado de documentos en el interior de un libro registro y siguiendo los pasos de sus notas halló una escritura que resultó ser un pergamino con la letra y rúbrica de Juan Alfonso el Mozo; en el de Santa María de las Dueñas se encontraron asimismo otros pergaminos con las mismas características, tipo de letra y signos de rúbrica del mencionado escribano. Cotejados ambos documentos con las copias que tenía el juez que seguía la causa, hallaron que eran del notario que andaban buscando. Después de someter los pergaminos a un minucioso análisis, los dieron finalmente por buenos, comprobando que a las escrituras no les faltaba nada esencial y que sólo mostraban estar algo deterioradas por el tiempo, comprobándose entonces que firmaban cinco testigos, muestra de la importancia que le concedió al documento el escribano que lo hizo, como era costumbre en Sevilla, donde para poder otorgar testamento se necesitaban al menos tres escribanos. El cura Pedro López del Corral, que pertenecía a la comisión investigadora, estudió personalmente las escrituras halladas en el convento de Santa Inés, y después de examinar los documentos “aviendole mirado y cotexado con atençion letra por letra rasgo por rasgo y punto por punto le pareçe que las suscriçiones y sinos del dicho testamento y escripturas es todo de una mano y del dicho Juan Alfonso”. Lo mismo hizo con las encontradas en el convento de Santa María de las Dueñas, y aunque la letra era en este caso más apretada, “por aver menos lugar para estender los dichos rasgos en la dicha escriptura de pergamino” eran sin duda también del mismo escribano. Fernando García Xarillo, que actuó como secretario de visitas de las monjas, realizó por su parte algunas indagaciones más en agosto de 1604 y pudo averiguar que el mencionado Juan Alfonso, al que llamaban el Mozo, era un escribano muy conocido en Sevilla, del que se podían encontrar en el convento de Santa María de las Dueñas algunas escrituras más, firmadas junto a los otros escribanos que intervinieron con él en el testamento de Juan Alfonso de la Cámara. El clérigo Antonio Martínez Bueno, mayordomo del cardenal sevillano, le dijo asimismo al procurador de García de Orellana que, tras su minucioso estudio, las escrituras de ambos conventos eran iguales a las que había copiado Alvar Gil de Balboa.
La resolución del pleito, favorable para don García de Orellana, puso punto final al largo dominio del mayorazgo por parte de los usurpadores, al pasar nuevamente la titularidad del mismo a su madre, ya fallecida, aunque casada con don Gómez Suárez de Figueroa, nieto del 2º conde de Feria. Este quiebro en la línea de sucesión fue sin embargo momentáneo, porque tras algunos años de reiterados pleitos entre nuevos aspirantes, todo volvería a su tronco primero, al recaer la titularidad del dominio - transformado desde 1614 en marquesado- en los descendientes de Pedro Suárez de Toledo –segundo hijo de Rodrigo de Orellana y Teresa de Meneses- a la muerte, nuevamente sin sucesión en 1609, de Don García de Orellana y Figueroa, al que transitoriamente le sucedido su hermano Gómez de Figueroa y Orellana, obispo de Cádiz y tras él su otra hermana, doña Mencía Manrique de Figueroa y Orellana.
Los primeros personajes que deben aparecer en esta galería de destacados, son todos aquellos que supieron dar valor a los documentos y velaron por su conservación y cuidados. A ellos debemos hoy, sin duda, la información de original más valiosa de la que disponemos. En cuanto a su custodia, sabemos que durante generaciones los papeles que pertenecieron al mayorazgo de Orellana la Vieja estuvieron siempre al cuidado de sus titulares en la casa fuerte del señorío, excepto durante unos cuarenta años que se guardaron en el monasterio de Guadalupe, hasta que a principios del siglo XVI los rescató para sí Rodrigo de Orellana, 6º señor de Orellana la Vieja, que los conservó a partir de entonces en un arca de nogal que destinó a ese menester y que rotuló Escrituras del Mayorazgo. Quien nos lo cuenta es Nuño García de Chaves, marido de Francisca de Orellana, una de sus hijas, que mostró siempre un gran interés por esos papeles que le gustaba hojear cuando iba a Orellana, cuya lectura le permitía mantener de vez en cuando con su suegro animadas conversaciones cuando iba a visitarlo a su casa de la Alberca en Trujillo, donde también veía a su padre Juan de Orellana el Viejo. Era éste también motivo de conversación con otros caballeros de la ciudad, o con los criados y mayordomos de su suegro, porque le gustó siempre hacer todo tipo de averiguaciones sobre los antepasados de su familia.
Contó una vez que, recién casado, estando en cierta ocasión en Orellana la Vieja, le invitó su suegro la noche anterior a una cacería, pero como la mañana siguiente amaneció con un gran temporal de agua y viento, resolvió su anfitrión proporcionarle otro entretenimiento: “teniendo concertado con el dicho Rodrigo de Orellana su suegro de yr a ballestear al coto de Castilnueuo que tenia acotado el maestre don Juan de Zuñiga reboluio el tiempo con tantos ayres que el dicho Rodrigo de Orellana dixo a este testigo: pareceme que no haze tiempo de yr a ballestear pero quiero daros otro pasatiempo con que os holgueys mas que con la ballesteria”. Le acompañó intrigado, mientras le explicaba que, recientemente, habían hallado en el monasterio de Guadalupe un arca con las escrituras del mayorazgo que acababan de devolverle -seguramente por mediación de fray Francisco de Meneses, hermano de su esposa Teresa de Meneses, que durante ese tiempo estuvo en el monasterio jerónimo-. El arca tenía en la parte superior un letrero que decía: Escrituras que pertenecen a la casa de Orellana. Le entregó la llave y le hizo sacar todos los papeles. Allí estaban las escrituras de privilegios, mercedes, fundaciones, testamentos y cartas de poder selladas y plomadas, pertenecientes a los señores de Orellana la Vieja desde los tiempos más remotos, entre las que se hallaba un memorial sacado de aquellos documentos por el licenciado Villalba, notario de Villanueva de la Serena, nombrado por el maestre de Alcántara don Juan de Zúñiga. Sobre este particular confesó don Nuño en el año 1555, cuando ya tenía 71 años de edad, que había sido su abuelo Gil González quien se había llevado las escrituras al monasterio de Guadalupe con el fin de ponerlas a recaudo, porque los responsables de la familia eran entonces muy jóvenes para ocuparse de esas cuestiones, precaución que hoy no sabríamos como pagar si no fuera con un agradecido reconocimiento. Cuando murió su suegro en abril de 1509, su mujer, Teresa de Meneses, le puso al cuidado de todas las escrituras que había en el arca, junto con los demás documentos que tenían sobre rentas, impuestos y otros asuntos de la familia. Todos fueron, en aquella ocasión, debidamente clasificados y rotulados por su mano, separándolos en paquetes independientes. Sin embargo, la primera catalogación minuciosa de los documentos la hizo en 1533 doña Isabel de Aguilar, organizándola en 269 apartados, tras observar los primeros movimientos para desviar la línea sucesoria que, tras la muerte de su marido, recaería sobre su hijo Juan de Orellana el Bueno, gravemente enfermo.
Abandonadas, finalmente, en ocho alacenas de la Casa Fuerte de Orellana
A partir de aquí no volvemos a tener noticias del paradero de los papeles del mayorazgo hasta el año 1728, en que los encontramos de nuevo en la vieja fortaleza de Orellana la Vieja. A finales de ese año, el alcalde mayor de Trujillo, don Joaquín Antonio de Tapia había ordenado llevar a cabo una minuciosa inspección en todas las propiedades del marqués de Orellana, porque en ese tiempo había solicitado éste un censo de 20.000 ducados para restaurar su maltrecho patrimonio, dando pie a que el Consejo Real ordenara hacer una inspección con la que evaluar una respuesta a su petición. Tales visitas nos han proporcionado una extraordinaria información de primera mano, porque fueron realizadas precisamente con el propósito de perfilar una completa y cabal imagen del estado de su patrimonio, mostrándonos por medio de sus pesquisas el estado real de conservación en que se hallaban todos los bienes del marquesado, el valor estimado de su patrimonio y el de sus rentas. Por medio de esas visitas conocemos el lamentable estado en que se hallaron los documentos en su archivo. Colocados en ocho alacenas de madera empotradas en la pared, situadas en una pequeña sala ovalada de la Casa Fuerte de Orellana, se guardaba con descuido en su interior la documentación del mayorazgo. Durante la visita de inspección, el juez requirió la presencia del administrador y durante la misma “se paso a reconozer el archibo en que estan los papeles pertenecientes a este estado [...] y dentro se encontraron alrededor del obalo ser ocho alazenas embutidas en la misma pared sin cubierta ni suelo de madera y enella indistintamente y con confusion todos los papeles y unos dellos rotos y otros podridos de la umedad que recalando las mismas paredes maestras con el transcurso y descuido delos administradores o personas a cuio cargo debio estar...”. En esas hornacinas se guardaban las más importantes escrituras relativas al señorío de Orellana. Allí estaba el Privilegio de merced del rey Alfonso XI concedido a Juan Alfonso de la Cámara ( 1335), la Facultad del rey Alfonso XI a Juan Alfonso de la Cámara para fundar mayorazgo a favor de su hijo Pedro Alfonso de Orellana (1340), la Fundación del mayorazgo de Orellana la Vieja a favor de don Pedro Alfonso de Orellana (1341), la Confirmación del rey Pedro I del mayorazgo a Pedro Alfonso de Orellana (1352), por citar sólo unas pocas. El estado de la documentación era en efecto deplorable, como el resto del patrimonio del marqués, pues el deterioro de la fortaleza medieval era sólo la manifestación más elocuente de su ruina y la mala conservación de los documentos, su símbolo más destacado. Probablemente fuera aquella la última vez que se hubieran podido manejar los originales que aún quedaran.
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