En esta galería de personajes históricos irán apareciendo algunas de las figuras que más destacaron durante el tiempo en que estuvo vigente el dominio señorial de los Orellana, a partir, especialmente del siglo XVI, y durante su época de marquesado. Soy consciente de que me salto la cronología al dejar atrás personajes bien conocidos, como Juan Alfonso de la Cámara, de los que tal vez en otro momento debamos hablar, pero considero de mayor interés fijarnos en aquellas otras figuras protagonistas de las que ahora tenemos una mayor riqueza de detalles y sobre las que podemos asomarnos un tanto a su personalidad, a sus sentimientos y a sus pretensiones en la vida, a ensayar ciertas pinceladas, en fin, que nos dejen otear un poco sobre quiénes fueron.
Tras la conquista de Trujillo en 1232, el paulatino asentamiento de los Altamirano y Bejarano en las tierras situadas más al sur de su alfoz, junto al Guadiana, culminó con la formación de dos señoríos: el de Orellana la Vieja, concedido por Alfonso XI en 1335 a Juan Alfonso de la Cámara y el de Orellana de la Sierra, limítrofe con el anterior, que recibió en 1375 Alvar García Bejarano, por concesión de Enrique II. Evolucionó el primero conforme a la línea sucesoria establecida hasta 1549, año en el que se produjo la muerte sin sucesión, en Trujillo, de Juan de Orellana el Bueno, su noveno titular. Abre esta muerte una larga serie de litigios en el seno de la familia de los Orellana, comenzando a partir de entonces una intensa porfía por la sucesión al mayorazgo que se prolonga hasta 1614 -fecha en la que Felipe III le concede a Pedro de Fonseca Orellana y Figueroa, el primer título de marqués de Orellana-, reflejo de la lucha por mantener en el seno del linaje el patrimonio y los privilegios sociales a que eso daba lugar en la época, dándonos así la oportunidad de acercarnos a los personajes más destacados en esta lucha.
Durante el proceso de búsqueda de la información para llevar a cabo el estudio sobre el señorío de Orellana la Vieja, tuve ocasión de manejar numerosas copias de las escrituras más importantes relacionadas con su fundación y posterior evolución del mayorazgo, halladas entre documentos relativos a diferentes asuntos, pertenecientes todos ellos al Archivo Histórico Nacional y la Real Academia de la Historia, y en todos los casos la coincidencia de su texto es total, apreciándose sólo pequeñas diferencias debidas, en lo esencial, a pequeñas omisiones y a cuestiones gramaticales y ortográficas, según los hábitos seguidos por el escribano en cada ocasión, muestra del absoluto rigor con el que fueron tratados siempre los originales. Sin embargo, pese a la garantía de fidelidad con la que se llevaron siempre a cabo esas copias, en determinadas ocasiones, algunos escribanos se prestaron al engaño y a la manipulación, movidos por quienes defendieron en algún caso intereses espurios. Ese fue el artificio que siguieron María de Mayoralgo y su tío Gabriel de Mendoza para arrebatar la titularidad del mayorazgo de Orellana la Vieja a su legítima sucesora María de Orellana, tras la muerte de su hermano Juan el Bueno sin sucesión en 1549. El intrincado cruce de pleitos y demandas, apelaciones, alegaciones y comparecencias en que se vieron implicados durante casi sesenta años los herederos de la familia Orellana por esta causa, tratando de acceder contra sus adversarios a la titularidad del mayorazgo en litigio, proporcionó finalmente un importante caudal informativo del que se nutrirá la galería de personajes que aquí se presenta.
Considerándose cada uno beneficiario cierto del derecho de sucesión al señorío, con el evidente propósito de adquirir el dominio sobre los bienes del mayorazgo de Orellana la Vieja, disfrutar de sus rentas y elevar por ende su posición social, esas pretensiones hicieron que la documentación de la que disponía cada facción afluyera de una u otra forma a la Chancillería de Granada, formando así un extraordinario aporte documental que, pese a la escasa novedad en su contenido, su contexto resultó para este propósito de una gran utilidad, permitiéndome crear una detallada genealogía de las diferentes ramas familiares en litigio, vinculadas, durante generaciones, al mayorazgo, imprescindible para identificar con nitidez la posición de cada personaje, cumpliendo con suma eficacia la función de guía con la que podernos mover hoy con cierta soltura por entre la maraña de nombres y circunstancias en el transcurso de los acontecimientos. La propia documentación adquiere de este modo cierto protagonismo, que trataremos en una segunda parte de esta introducción.
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