La Isla

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jueves, 24 de junio de 2010

Gabriel de Mendoza el Viejo

Gabriel de Mendoza 

Todo lo que sabemos de Gabriel de Mendoza es lo que de sí mismo mostró en su desaforada lucha por conseguir la sucesión al mayorazgo de Orellana la Vieja. Desde nuestra perspectiva actual, su forma de actuar sería calificada sin ambages de mezquina, pero visto desde su tiempo, lo que mueve su ambición no está impulsado sólo por un interés personal, porque fundamentalmente lo que hace es responder a un profundo sentimiento de pertenencia a su linaje, al que se debía, como miembro destacado de la nobleza local de Trujillo, una inclinación muy enraizada socialmente en la época. Buena parte de su personalidad la encontraremos por esta causa ligada a la biografía de los otros personajes sobre los que iremos tratando, porque la defensa de sus privilegios, como estirpe, marcaba profundamente su actitud frente al derecho de los otros.

Todas las tierras que pertenecían al mayorazgo estaban vinculadas –es decir, no se podían vender o enajenar-, de forma que sus titulares sólo podían disfrutarlas en usufructo, debiendo transmitirlas posteriormente a su hijo primogénito a perpetuidad, de forma que el sucesor recibía íntegramente todos los bienes vinculados de sus progenitores, denominándose bienes libres aquellas otras propiedades no vinculadas, es decir, todos el patrimonio que permanecía a libre disposición de su dueño. El primogénito heredaba el grueso de la riqueza familiar, incluyendo el título del dominio, como era el caso de Orellana, además del apellido del linaje y al mismo tiempo, cualquier otro privilegio del que disfrutara el mayorazgo. El sucesor no sólo percibía así las rentas procedentes del derecho de propiedad plena de la tierra, sino que también tenía acceso a las rentas procedentes del señorío, como lo eran los impuestos que debían pagarle los vasallos del dominio, los derechos reales sobre diezmos eclesiásticos, los que percibía por el uso de aguas y de molinos y otras prebendas, que en el caso de Orellana eran más bien escasas. (A mediados del siglo XVIII la distribución de la carga fiscal de los vecinos de Orellana estaba descompensada en este sentido, porque pagaban más como fieles de la Iglesia -el 57 %-, o como súbditos de la corona -35 %- que como vasallos del señor del dominio, el 8%).

Al poco de fallecer su hermano Rodrigo de Orellana, 8º señor de Orellana la Vieja, Gabriel advirtió que su sobrino Juan, el nuevo titular del señorío, debido a la gravedad de su enfermedad, no viviría muchos años. Él sabía que los derechos de sucesión –conforme a lo dispuesto por el fundador del mayorazgo, Juan Alfonso de la Cámara- pasarían desde ese momento a su sobrina María, pero en su entorno familiar se había generado ya por ese motivo mucha preocupación, porque no existían más hermanos varones. Fuera de las personas más directamente implicadas en la sucesión de María, el resto de la familia de los Orellana apoyaba la candidatura de Gabriel y de forma muy especial, María Enríquez de Mayoralgo, mujer de gran personalidad y de la que hablaremos más adelante, porque lo que estaba en juego era la permanencia de los bienes vinculados en manos de la familia. Las cosas ocurrieron en la dirección que marcaba la opción más conservadora y como consecuencia de su acceso a la titularidad del mayorazgo y del dominio señorial, con Gabriel el Viejo se desvió –durante tres generaciones- la sucesión de los Orellana hacia la rama de los Mendoza. Desde entonces y hasta 1599 ostentaron la titularidad del señorío de Orellana la Vieja el propio Gabriel de Mendoza el Viejo –que adoptó a partir de ese momento el nombre de Gabriel de Orellana-, Juan Alfonso de Orellana, su hijo y Gabriel Alfonso de Orellana el Mozo, su nieto.

                                  Balcón exterior al que daba el salón principal de la Casa Fuerte

Casado con María Pizarro Valenzuela, hija de Gregorio López de Valenzuela -Gobernador de los estados del duque de Béjar, miembro del Consejo de Castilla y oidor del de Indias, del que luego llegó a ser presidente- Gabriel se transformó en el representante de su linaje en defensa de sus derechos de sangre. Aprovechándose de su condición de tutor, tras la muerte de Juan el Bueno, lo primero que hizo fue apoderarse de las escrituras del mayorazgo que estaban en la Casa Fuerte de Orellana, haciendo desaparecer los documentos que serían esenciales más tarde para la defensa de los derechos legítimos de doña María, realizando seguidamente un inventario del que excluyó la escritura de fundación del mayorazgo, colocando en su lugar una copia alterada, conforme a sus pretensiones.

La naturaleza de la enfermedad de su sobrino le había permitido prepararse con mucho tiempo. Antes de que se hiciera el inventario de los bienes del mayorazgo en 1533, Gabriel había aprovechado la ausencia de Isabel de Aguilar para entrar armado en la fortaleza de Orellana con ese propósito. Alguno de los vecinos de Orellana comentaron luego: "abrio el archivo de las escrituras y tomó las que quiso y tuuo tiempo de poner en ellas [lo] que le pareciesse y esta fuerça u violencia fue notoria en la dicha villa y della se quexaua con grandes exclamaciones la dicha doña Isabel”. Juan de Alvear, procurador de García de Orellana, lo explicó de esta forma ante los jueces en 1599: “el qual como tenia pretension de que faltando el dicho don Juan su sobrino avia de suçeder en esclusion de la dicha doña Maria abiendose apoderado como tal tutor de todas las escripturas testamentos cartas dotales previlexios y otros recaudos de la dicha casa y mayorazgo y subçesores de ella y hiço ymbentario de todo esto como quiso puniendo solas las escripturas que le pareçio que le estaban bien y omitiendo y ocultando las otras y ansi faltó del dicho ymbentario la escriptura orixinal del mayorazgo de Orellana que ni aora ni en los pleitos viexos a parecido siendo la que berisimilmente estaria mas guardada y con mayor custodia y con solo el dicho traslado despoxo a la dicha doña Maria madre de mi parte de la posesion de la dicha casa y mayorazgo”.Algunas de estas escrituras pudieron recuperarse posteriormente, pero otras, como el testamento de Pedro Alfonso de Orellana, hijo del fundador Juan Alfonso de la Cámara, se perdieron definitivamente, a pesar de las pesquisas que se llevaron a cabo en algunos conventos de Sevilla, donde afortunadamente se encontraron copias coetáneas de las correspondientes al mayorazgo.
Patio interior del Palacio de los Pizarro-Orellana. Trujillo

Tras los diferentes intentos y reclamaciones de María de Orellana, con diversa suerte, ante la justicia, Gabriel de Mendoza había mantenido todo el tiempo su postura impertérrito, plasmando incluso en su propio testamento en 1563 los mismos argumentos que le sirvieron durante los juicios contra su sobrina para hacerse con la titularidad del señorío, tratando de darle carácter formal a lo que en definitiva había sido sólo una artimaña para escamotear lo dispuesto por el fundador: "por quanto Juan Alfonso de la Camara del rey nuestro señor don Alfonso el Onzeno fue el que instituyo el dicho mayorazgo de la dicha villa de Orellana la Vieja y en el parece quiso conseruar su casa y memoria en sus descendientes varones que del descendiessen y mientras estos vuiesse quiso excluyr hembras mas cercanas, y demas de ser nuestro padre ay gran obligacion que se cumpla su voluntad y que se nombre viua y aya memoria en el que sucediere el dicho mayorazgo para seruir alli en la casa a nuestro Señor”.
                             Detalle de la fachada este de la Iglesia parroquial de Orellana la Vieja.  

Aparte de todas estas consideraciones que hemos hecho en lo que se refiere a su reconocimiento legal como nuevo titular del mayorazgo, todo viene a identificarle como el artífice y promotor de todos los cambios que se llevaron a cabo entonces en la fortaleza de Orellana, transformándola en palacio, siguiendo el gusto renacentista de la época, incluyendo en el mismo la construcción de un magnífico patio plateresco en su interior y un espléndido balcón exterior para su salón principal, una obra que tal vez ejecutara Alonso Becerra hacia el año 1555, autor también de otro patio, similar al construido en Orellana, que aún hoy podemos admirar en el actual palacio de Juan Pizarro y Orellana, en Trujillo. La construcción de la iglesia parroquial de Orellana la hace entre 1570-1573 el arquitecto Francisco Becerra, hijo de Alonso Becerra, poco antes de marcharse a Perú, siendo señor de Orellana Juan Alfonso de Orellana, hijo de Gabriel el Viejo.

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