La Isla

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jueves, 16 de diciembre de 2010

Rodrigo de Orellana y Toledo [y 4]

 
A Francisco Garrido el Viejo, con 80 años, le sorprendieron estos hechos distraído en la puerta de la Fortaleza "calçandose vn çapato como portero della", cuando sintió que se le acercaban dos hombres que él no conocía y que al volverse para cerrar la puerta, le cortaron el paso. Eran las nuevas autoridades locales: "el vno vio que lleuaua vara de justicia y le preguntaron que cuya era a quella casa y que si estaua en ella el señor y donde", a lo que asustado sólo alcanzó a responder que en Trujillo. En ese mismo instante llegó inadvertido don Rodrigo, con dos de a caballo y otro más a pie, y apeándose de la montura le preguntó si tenía llave la puerta principal y que dónde estaba, así que Garrido, quitándola de la cerradura se la dio sin mediar palabra a don Rodrigo. Benito Laso, que andaba por allí cerca y que tenía otro ejemplar de llaves también se las llevó, temeroso, "lo qual todo passo de bueno a bueno sin fuerça ni violençia y que don Rodrigo y los que con el venian no traian mas armas que sus espadas y dagas". En ese clima de tensión le ordenó don Rodrigo a Benito Laso que sacara de inmediato todo lo que encontrara, propiedad de los vecinos de Orellana, en el interior de la Fortaleza, pero advirtiéndole que todo lo que fuera de doña María Mayoralgo o de su nieta lo dejara donde lo encontrara y que hiciera un inventario. De todo ello tomaba buena nota el escribano que habían traído con ellos, al que por cierto, luego nombraron alcalde mayor de Orellana y que anduvo durante esos días midiendo el trigo y la cebada que había en el granero de la casa. A otras personas que venían con ellos les mandaron que fueran a tomar posesión del molino y de la barca y que pusieran guardas en las dehesas, un molinero y un barquero y a otros, en fin, que fueran colocando los venablos y las otras armas que habían traído de Trujillo. Todas aquellas prevenciones las tomaba Rodrigo porque esperaba una respuesta de doña María de Mayoralgo y de su marido Luis de Chaves, que sabía aguardaban acontecimientos apostados en Acedera, donde permanecieron todo el domingo siguiente, pero que al final, optaron por regresar a Trujillo y denunciar la situación ante los jueces, porque les habían dicho que Rodrigo estaba pregonando a voces que no le habrían de echar de aquella fortaleza sino muerto. Bartolomé Sánchez vivía en la fortaleza como mayordomo de los señores de Orellana. Durante el interrogatorio que promovió la justicia más tarde, respondió que doña María de Mayoralgo gozaba y administraba los bienes con su nieta Catalina como lo había hecho con su hermano Gabriel el Mozo.


Hacia las nueve o diez de la mañana del martes 14 de septiembre de 1599 había visto venir un pequeño rebaño de ganado por la Corredera, antes de llegar a Orellana, y que junto al ganado venían cuatro hombres con otras dos caballerías que le parecieron gitanos, hasta que llegaron cerca de donde él estaba, viendo entonces cómo se apearon dos de ellos, apartándose de los otros dos, y el que ceñía espada fue hacia la puerta principal del castillo y el otro, que era más pequeño, se quedó en la puerta del Coso escondido, sosteniendo en la mano una vara o dardo y el más grande llegó hasta la puerta principal del castillo donde vio que estaba sentado Francisco Garrido el Viejo y le pareció que hablaba con él, entrando luego en el castillo, siguiéndole el hombre más pequeño que se había escondido. Volvió Bartolomé la cabeza hacia el camino de Orellana de la Sierra y vio venir en aquella dirección cuatro o cinco hombres más a caballo, en dirección a Orellana. Sospechando mal de aquellas personas se volvió a su casa y le contó a Antonio Gómez, receptor de Granada, lo que había visto y sus sospechas. Cuando volvió, don Rodrigo de Orellana había entrado ya en el castillo. El mismo día había visto andar por allí a dos hombres con vara de justicia en nombre de don Rodrigo, visitando los mesones y haciendo otros actos de jurisdicción, al que acompañaba otro hombre que decía que era escribano, enterándose entonces que don Rodrigo había mandado prender a Juan Cabezas y Antonio Sánchez, escribano y alcalde mayor de Orellana y que habían oído a don Rodrigo pronunciar malas palabras, mandando tomar posesión del molino, poniendo molinero y barquero, mandando quitar todos los guardas de las dehesas y tomando posesion de todas las propiedades. Había de día y de noche muchas personas en el castillo y muchas armas para defenderse si venía doña María a echarles de la fortaleza y que esta estuvo todo un día en Acedera, pero sin atreverse a entrar en Orellana. Finalmente dijo Bartolomé que don Rodrigo había nombrado nuevo alcalde mayor a Pedro San Vicente y alguacil mayor a Juan Gómez, ambos de Plasencia. Informado el Consejo Real de estos hechos, se dispuso que el 14 de octubre de 1599 fuera a Orellana la Vieja don Diego Arze de Otalora en calidad de juez comisionado, con la misión de reducir por la fuerza a Rodrigo de Orellana y llevarle preso a la Corte, restituyendo de esta forma la jurisdicción del señorío a su estado original y deteniendo al mismo tiempo a cuantas personas hubieran colaborado con el asaltante. "Con esta comission fue requerido el dicho juez el qual parece fue a la villa de Orellana y en virtud della prendio al dicho don Rodrigo y le secrestó sus bienes y le traxo preso a la carcel real de esta Corte. Y también prendio a otros y restituyo y puso la jurisdicion de Orellana en el punto y estado en que estaua al tiempo y quando el dicho don Rodrigo la tomo y boluio al alcayde de la fortaleza y alcalde mayor y demas oficiales del concejo sus oficios según los tenian". La declaración de testigos se llevó a cabo primero en La Puebla de Alcocer, adonde llevaron también a Rodrigo a declarar ante el juez comisionado de Trujillo, y aunque en lo esencial relató los hechos conforme a lo que habían expuesto los otros testigos, en su versión niega que en ningún momento utilizara la violencia. Según su testimonio, cuando llegaron a Orellana se habían encontrado con la puerta de la fortaleza cerrada, guardada por un hombre que se llamaba Garrido, al que le preguntaron al llegar: "que hazeys ay, abrir, y luego abrio la dicha puerta y entro dentro con su mula y con los demás criados que lleuaua", sin hacer mención a que se hubiera valido de engaño alguno para entrar ni haberle intimidado con sus armas. Regresaba en ese momento del pueblo Benito Laso, mayordomo y alcaide de la fortaleza, al que pidieron las llaves, entregándoselas sin que éste les pusiera resistencia alguna y que las llaves de la puerta principal del castillo se las había dado también Garrido voluntariamente. Había nombrado a Pedro de San Vicente alcalde mayor, cubriendo también los cargos de escribano y alguacil "antes que entrasse en la dicha villa cerca del monasterio que esta en ella" para que de inmediato sustituyeran a los que había. Como no podía negar los hechos que se le imputaban optó en su declaración por ofrecer una versión dulce de los acontecimientos, donde en ningún momento se había empleado la fuerza con los cargos del concejo o vecinos de la villa. Sólo aceptó que se pertrechó cuanto pudo de armas en la fortaleza, quitándole siempre importancia, porque sabía que se acercaba don Luis de Chaves y doña María Mayoralgo con gente armada, con arcabuces y cueras de malla a echarle de la fortaleza y que las armas que tenía dispuestas eran sólo para su defensa. Después de oír todas las declaraciones el Fiscal interpuso contra Rodrigo de Orellana, finalmente, demanda criminal, manteniéndole mientras tanto preso en la Corte, porque "el susodicho con mano armada y con junta de gente por su autoridad con violencia y fuerça de armas entro y ocupo la villa de Orellana compeliendo a los alcaldes y justicia del dicho lugar le tuuiessen y reconociessen por señor del en lo qual cometio graue delito digno de que sea castigado rigurosa y exemplarmente como lo merece el dessacato y atreuimiento semejante; por lo cual pide sea condenado en las mayores y mas graues penas por derecho establecidas...".




jueves, 25 de noviembre de 2010

La mirada de un zorro y un sisón

En una de esas ocasionales escapadas que me doy en disfrutar por el campo extremeño, me había situado bajo un arbusto en el Canal de las Dehesas, en el entorno de la presa de Sierra Brava, tratando de captar una instantánea que inmovilizara, aprovechando un espléndido fondo de color verde brillante que ofrecía la mañana, la silueta de un aguilucho cenizo en vuelo que merodeaba por allí desde hacía un rato, cuando me vi sorprendido por la mirada fija de un zorro a pocos metros de mí. Me sentí un recién llegado a la escena, porque él me observaba atento y aunque algo receloso, comprendí que aguardaba impaciente mi reacción. Moderé de inmediato todos mis movimientos y tras unos segundos, me atreví a encuadrarlo, haciendo una primera foto rápida tras la que enseguida me preparé para hacer una segunda toma, aprovechando esta vez la oportunidad que parecía brindarme con aquella postura un tanto desdeñosa: cambié rápidamente algunos parámetros, volví a enfocar y obtuve una nueva imagen -ahora mucho mejor-, que es esta que presento.


Su mirada me pareció no tanto de sorpresa como de astucia, al contrario de lo que tal vez percibiera él en la mía, el caso es que así estuvimos uno largo instante que duró lo justo para observarnos, hasta que él optó por saltar de repente y salir huyendo, lo que disculpé al momento porque entendí que respondía así fielmente a los dictados de su naturaleza.




Como había corrido desapareciendo por entre la maleza cercana, me quedé al acecho, y tuve suerte nuevamente, porque tras unos veinte minutos volvió a aparecer durante unos instantes, ignorando esta vez mi presencia y desapareciendo rápidamente entres sus dominios.



Me percaté en otra ocasión de los movimientos que entre los arbustos hacía a mi paso un ave de mediano tamaño; me acerqué con sigilo y llegué a enfocar al animal, tan de cerca, que optó, en su estrategia defensiva, por no mover ni tan siquiera los ojos. El hecho de que no hubiera saltado mientras me aproximaba me decía que tal vez estuviera incubando en su nido. Se trataba de una hembra de sisón común y aunque yo deseaba que comprendiera que solamente quería obtener su imagen, para lo que economicé cuanto pude mis movimientos, en su quietud se percibía su miedo y, sobretodo, en su mirada.




Después de un rato, aprovechando seguramente que ya no le observaba con tanta atención, levantó el vuelo, decidido y sonoro, y me dejó allí solo, tal y como había llegado.



miércoles, 15 de septiembre de 2010

Rodrigo de Orellana y Toledo [ 3]


Por las declaraciones de un testigo que había llegado de Cáceres para ciertos negocios, llamado Juan Domínguez, conocemos algunos detalles de lo que pudo presenciar personalmente. Refirió éste en primer lugar que ese día oyó un gran alboroto procedente del castillo y, acercándose, vio a un hombre con una vara de justicia que luego se enteró era el nuevo alcalde mayor que don Rodrigo había puesto, y a un alguacil, con una vara alta de justicia también, ambos situados en la puerta del castillo para impedir el paso a cualquiera que se acercara, porque estaba dentro don Rodrigo. Fue testigo de cómo atropellaron al escribano Juan Cabezas, oyendo decir a sus agresores: "que mal hecho era aquel hazerse justicias donde no lo heran ni podian ser pues solo conocia por alcalde mayor a Antonio Sanchez Seuillano” que había sido puesto por doña Catalina, viendo cómo le maltrataban y daban empellones, rompiéndole y desgarrándole el sayo que tenia puesto y que por su intervención, y la de otras personas que allí se encontraban, “le dexaron y el dicho Juan Cabeças quedó de yr preso a la dicha fortaleza por euitar que no huuiesse alguno que echasse mano a la espada respeto de que las empuñauan ya para hazerlo y si lo hizieran segun eran los dichos agrauios viniera a resultar en alguna muerte...". Cuando fueron a prender al juez Antonio Sánchez, éste se levantó como pudo de la cama, porque estaba enfermo y trató de imponerse, advirtiendo a las fuerzas de don Rodrigo que estaban cometiendo un delito por el que serian castigados. Llegó luego don Rodrigo y asiéndole con fuerza del pecho le dijo que era un desvergonzado, quitándole bruscamente la vara de justicia que tenía en las manos y a empellones, sus hombres, le llevaron preso a la fortaleza. Estaba, según este testigo "muy enfermo y flaco y yua sin capa y sombrero" y que debido a su estado le llevaron más tarde preso a un domicilio particular, de donde luego se escapó. El propio Juan Domínguez fue expulsado de la villa, recibiendo la advertencia de que no volviera y que dijera a cuantos se encontrara por el camino que no dejaran entrar a ninguna persona en la villa ni en sus casas bajo pena de seis años de destierro y 50.000 maravedíes, para que nadie pudiese ver lo que hacían, pues estaban colocando toda clase de armas en la fortaleza. En Acedera oyó decir que muchos de los hombres que estaban con don Rodrigo los había reclutado en los pueblos vecinos de la comarca y que en todos los lugares de alrededor había mucho alboroto, especialmente en Acedera y Madrigalejo, por este motivo.

Estaban los vecinos de Orellana atemorizados y alborotados por la determinación de don Rodrigo en emplear la fuerza, por lo que decidieron huir de sus casas y abandonar las posesiones "al aluedrio de quien las quisiese tomar" poniéndose a salvo de la violencia que desplegaba el ocupante, que seguía haciendo acopio de cuantas armas encontraban dentro o fuera de la fortaleza para poder repeler cualquier intento de ataque desde fuera, por lo que "hizo grandes preuenciones de armas, arcabuzes, alauardas, dardos y otras ofensiuas dando muestras de guerra y mando pregonar que ninguna persona, so pena de la vida, recogiesse a forastero ninguno en su casa" ni admitiese tampoco a los criados de doña Catalina. Una vez que tuvo controlada la situación, echó fuera de la villa a cuantos "no le han acudido con armas para roforçarle en su violencia". Quitó luego don Rodrigo las llaves a todos los guardas de la Fortaleza y sacando los enseres de su interior a la calle, los fue vendiendo o regalando a quien mejor le parecía, despilfarrando el trigo y los víveres almacenados por sus anteriores inquilinas, poniendo guardias y centinelas repartidos por toda la villa de Orellana, "teniendola apretada a forma de guerra", diciendo que no le echarían de allí sino muerto.

Regresaban a Orellana mientras tanto María de Mayoralgo y su nieta tras una breve estancia en Trujillo, acompañadas de sus criados, pero sin atreverse ahora a entrar en la población por las cosas que habían oído que allí pasaban: "no ossauan llegar a ella y andauan por los lugares comarcanos fuera de su casa, despojada la querellante de sus bienes y hazienda que causaua grande espanto y confusion a las personas que lo veian o oian lo que el acusado auia hecho y grauando su delito embiaua por los caminos de juridicion realengas criados suyos y personas de las que auia traydo armadas que saliessen a la dicha doña Maria y a los que con ella viniessen a les ocasionar para que se matassen con ellos" y para mejor conseguir su propósito había mandado decir al alcalde mayor de Trujillo que prendiera a cuantos apoyaran a Catalina de Mendoza y a su abuela.

En los interrogatorios que se hicieron más tarde figura otro testigo especial, Francisco Martínez, que se vio envuelto casualmente en los sucesos de ese mismo día, y que nos aporta con su testimonio también nueva información. Según su relato, cuando llegaron a Orellana las fuerzas de don Rodrigo, un hombre se acercó a la fortaleza a pedir agua; cuando bajó el portero para dársela, llegaron los demás con su jefe y empujando la puerta con fuerza entraron en su interior, cerrándola por dentro. Salieron del castillo al cabo de un buen rato dos hombres con varas de justicia y, poniéndose delante de la puerta dijeron que eran el nuevo alcalde mayor y el alguacil, nombrados por don Rodrigo. Desde allí bajaron al pueblo para prender a Antonio Sánchez y a Juan Cabezas, presenciando cómo injuriaron a este último hasta el punto de tener que intervenir él mismo y Juan Domínguez en su defensa al ver que "se yuan encendiendo vnos con otros", acordando con las fuerzas que iría preso con ellos. Sin embargo, cuando quiso auxiliar al alcalde no pudo hacerlo, porque llegó en ese momento don Rodrigo con más gente armada, abalanzándose directamente sobre Antonio Sánchez, cuando venía a medio vestir, sin capa ni sombrero y con zapatos enchancletados, llevándole preso a la fortaleza, viéndole más tarde en un mesón que había en Acedera porque se había escapado de la casa donde le dejaron enfermo. Todos los vecinos de Orellana estaban alarmados y atemorizados por estos hechos, huyendo de la villa a los campos y dehesas y que también a él le mandó marcharse don Rodrigo, dándole un plazo de cuatro horas, so pena de doscientos azotes. Supo después que doña María de Mayoralgo había llegado hasta Acedera, procedente de Madrigalejo, que avisada de las cosas que estaban ocurriendo allí no se atrevía a intentar acercarse a Orellana la Vieja.

Juan Alfonso, un vecino de Orellana, explicó a su vez que cuando él estaba ese día en el molino de la Soterrana llegó muy alterada la mujer de Raudona diciendo a su marido que don Rodrigo de Orellana había entrado en la fortaleza y se había apoderado de todo. Raudona dejó lo que estaba haciendo y se fue corriendo a la villa. Cuando llegó, confundiendo al que guardaba la puerta de la fortaleza pudo acceder al interior, pero nada más entrar en el recinto, al ver a don Rodrigo y a sus hombres armados trató de volverse por el temor a que le prendieran, pero viéndole éstos, corrieron a buscarle, porque era él alguacil de Orellana, y aunque le soltaron pronto, entendió que estaban resueltos a defenderse de cualquier ataque, porque como bien oyó decir a don Rodrigo, de allí no habrían de irse sino muertos. Con pregones comunicaron a todos los vecinos que no dejaran entrar a nadie en la villa ni en sus casas, bajo pena de recibir doscientos azotes y perder todos sus bienes, poniendo centinelas por todas partes, oyendo decir que de Navalvillar habían traído hachas y segurones por si no le hubieran abierto las puertas de la fortaleza, para derribarlas, por lo que "del dicho temor muchos vezinos de la dicha villa de Orellana se yuan huyendo y dexauan sus casas desamparadas y que quisieran mas perder sus haziendas que verse en aquellos rebates".

domingo, 22 de agosto de 2010

Rodrigo de Orellana y Toledo [ 2]


Al día siguiente muy temprano, seguramente conocedor de los movimientos que había iniciado ya Catalina de Mendoza, se dirigió a la casa en Trujillo de María de Mayoralgo, su abuela, donde permanecía retenida Catalina con su marido Luis de Chaves, en compañía del padre de éste, Cristóbal de Mayoralgo, quienes en respuesta a sus preguntas le confirmaron que todas las escrituras del mayorazgo estaban archivadas en la Casa Fuerte de Orellana la Vieja. En determinado momento y sin mediar palabra, el alcalde se abalanzó a un escritorio que había en la casa, del que extrajo, decidido, cierta cantidad de dinero que mandó devolver al rato a su dueña, pero haciéndole prometer antes que a cambio de que aceptara constituir con ese dinero una fianza, por lo que pudiera pasar, aludiendo veladamente a los movimientos de ocupación que sabía ésta proyectaba: "y abrio el dicho alcalde mayor vn escritorio y sacó ciertos dineros que mandó entregar a la dicha doña Maria, con fianças, la qual dixo que apelaua de lo hecho por el dicho alcalde mayor". Viéndose descubierta, María de Mayoralgo solicitó, como única respuesta, su ayuda, pidiéndole que "la amparasse en la possession que tenia tomada pacificamente de los bienes del dicho mayorazgo por doña Catalina de Orellana su nieta," respondiendo orgulloso el alcalde que pidiera auxilio a la justicia cuando quisiera, pero que él estaba decidido a seguir actuando tal y como lo venía haciendo, y para que no quedara duda de su determinación, ordenó que se notificara de inmediato a uno de los oficiales del concejo de Trujillo su designación como responsable y depositario del cobro de todos los arrendamientos y rentas a las que tuviera derecho el señor de Orellana la Vieja, empezando por las dehesas de Cogolludo y del Bodonal, disponiendo con firmeza que a partir de ese momento, todos los arrendatarios, mayorales, pastores y cualquier otro deudor, realizaran sus pagos al dicho depositario, "so pena de pagarlo otra vez", y que se mantuviera esta orden hasta que él mandara lo contrario.
Molino de Tamujoso, en la confluencia
del Arroyo de ese nombre con el Guadiana.

Como ya le confesó al alcalde María de Mayoralgo en su casa, su nieta Catalina de Mendoza se había adelantado en efecto el día anterior, viajando a la villa de Orellana con su procurador, para que tomara posesión del mayorazgo, quien en la misma fecha presentó sus títulos de poder al alcalde mayor de Orellana, diciéndole que don Gabriel había muerto y que por lo tanto, doña Catalina, su hermana, sucedía en el mayorazgo como legítima heredera desde ese momento. Tomó así Catalina posesión de la villa de Orellana la Vieja con sus vasallos, "jurisdiccion civil y criminal alto y baxo mero mixto imperio", su fortaleza, las dehesas de Cogolludo y Esparragosilla, la barca, molinos y las otras propiedades del mayorazgo, en virtud de cuyo auto, el alcalde mayor de Orellana les acompañó en su visita al interior de la fortaleza, en manifestación de acatamiento hacia Catalina de Mendoza, llevándose a cabo la toma de posesión “quieta y pacificamente sin contradicion de persona alguna.” La llegada de Catalina y su proclamación como titular del mayorazgo fue aceptada por los vecinos, dejando que tomara posesión del dominio de forma apacible, tal vez porque ésta advirtiera que mantendría en sus puestos al alcalde mayor, alguacil y escribano y a las otras personas que hubiera designado Gabriel el Mozo.


Dehesa de Cogolludo

Asalto a la Casa Fuerte
Mientras tanto, conocedor de esas novedades, la reacción de Rodrigo de Orellana y Toledo no se hizo esperar, acudiendo el 1 de abril a la justicia para denunciar los hechos, explicando que se estaban produciendo por ese motivo algunos enfrentamientos entre bandos encontrados, solicitando asimismo a los jueces que le pidieran al corregidor de Trujillo que solicitara al Consejo Real el embargo de las rentas del mayorazgo.
Pero lo cierto es que Rodrigo, por su parte, tampoco faltó a su cita en Orellana en las fechas clave, encontrándose en el Molino Viejo -junto a la Bernagaleja- el día 27 de marzo, acompañado de un escribano que se llamaba Francisco de Campo, quien siguiendo sus instrucciones, iba dando fe de todos sus movimientos, recorriendo ese día el olivar del Coto y de las Dehesillas y la dehesa del Bodonal, hasta llegar a la dehesa de Cogolludo. Al intentar entrar en la villa de Orellana para continuar su toma de posesión, se encontró con la resistencia de sus concejales: "salio a la entrada Antonio Sanchez que haze el oficio de alcalde con vara de justicia y con vun escriuano y otros quatro hombres y les impidio la entrada y mando que no entrassen so pena de veinte mil maravedis y a Francisco de Campo so la misma pena y dozientos açotes y assi no pudo entrar a la continuacion de la dicha possession en la dicha villa". Al escribano le ordenaron que no diligenciara las posesiones que había hecho don Rodrigo, porque era ya doña Catalina señora de Orellana: "el qual dixo que el dia antes tenia dada la possession de la villa de Orellana y el mayorazgo della a doña Catalina y a su procurador quieta y pacificamente sin contradicion alguna constandole como le constaua ser vnica hermana legitima de don Gabriel difunto, vltimo posseedor...", a lo que el escribano contestó que lo era su señor, conforme a las disposiciones de la leyes de Toro.
Dehesa de Cogolludo

Dejó pasar Rodrigo de Orellana cinco meses, pero viendo que la Justicia no daba solución a su demanda, exasperado, se lanzó a la aventura de tomar Orellana por la fuerza, con la pretensión de erigirse en su señor, despojando a Catalina de Mendoza de los supuestos derechos que se había arrogado por su cuenta. Desde Trujillo organizó su expedición, reclutando gente armada en los pueblos vecinos de Villanueva de la Serena, Campanario y Esparragosa de Lares, con el decidido propósito de apoderarse de la Casa Fuerte. Cuando estuvo listo se puso en camino de Orellana la Vieja, adonde llegó el 14 de septiembre de 1599, dirigiéndose a la fortaleza para tomarla por la fuerza, aunque encontrara resistencia, porque venía resuelto y preparado para ponerle cerco si fuera necesario: "hasta que se le dieran por fuerça o de hambre", así que "entro con fuerça y violencia en la dicha villa y contra la voluntad de las querellantes y los ministros de justicia que en ellas tenia forçando y rompiendo el castillo y casa de las dichas doña Maria y doña Catalina expelio por fuerça sus vassallos y criados que en ella estauan y por malos tratamientos que les hizo y por fuerça de armas con que les compelio se apodero de la dicha casa y castillo y alçandose con todos los bienes que enella tenian...". Nombró nuevo alcalde mayor, escribano y los otros oficiales de justicia, y haciéndose acompañar por ellos y por los hombres armados que había traído con él bajó a la plaza de la villa, donde mandó prender a Antonio Sánchez y Juan Cabezas, alcalde mayor y escribano, que Catalina de Mendoza y su abuela habían confirmado en sus cargos, maltratándolos "y lleuandollos presos los hizo muchos malos tratamientos dandoles golpes y empellones hasta los encarcelar..." especialmente al alcalde mayor, que habían sacado enfermo de la cama y sin dejarle apenas tiempo para que se vistiera, "lo asio y lleuo preso y quito la vara de justicia y lo maltrato y llamo de desuergonzado y otras afrentas" y aunque éste, por defender su jurisdicción llamó a sus oficiales para que prendieran a los atacantes y le dieran auxilio "nayde se lo osso dar vista la determinacion del susodicho y de los que con el yuan respeto de que si lo hizieran tenian por sin duda los mataran".