La Isla

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jueves, 10 de septiembre de 2020

Asalto al Palacio de Orellana la Vieja en el año 1599 [y 5]

 

5] Lo que relatan otros testigos y finalmente, la condena a Don Rodrigo de Orellana por el asalto a la fortaleza

Aspecto de la fachada principal de la Fortaleza tras su remodelación en Palacio 
a mediados del XVI

Informado el Consejo Real de estos hechos en Trujillo y tras  ser detenido Rodrigo de Orellana, como enseguida veremos, la ulterior declaración de testigos que tuvo lugar en La Puebla de Alcocer nos enriquece el relato, por lo que sin duda merece la pena seguir mostrando nuevos matices, porque a la vista de lo que cuentan otros pocos testigos podremos completar algo más el cuadro de los hechos.

Así, Juan Alfonso, vecino de Orellana, explicó a su vez que estando ese día en el molino de la Soterrana junto a Raudona (alguacil, tal vez hijo de Francisco de Raudona, escribano y luego alcalde mayor de Orellana en tiempos de Teresa de Meneses), llegó muy alterada su mujer, diciendo a voces que don Rodrigo de Orellana había entrado en la fortaleza, apoderándose de todo. Raudona dejó lo que estaba haciendo y se fue corriendo al pueblo. Cuando llegó a la fortaleza, confundiendo al que guardaba la puerta pudo acceder al interior, pero se encontró de frente con don Rodrigo, que iba  acompañado de varios hombres armados, y aunque trató de darse la vuelta, no pudo porque corrieron tras él  y aunque le soltaron enseguida, pudo entender que estaban resueltos a defender la fortaleza de cualquier ataque, porque como bien oyó decir a don Rodrigo, de allí no habrían de irse sino muertos. Nos dice Juan Alfonso que se vocearon varios pregones a lo largo del día para que los vecinos no dejaran entrar a nadie en el pueblo ni en sus casas, bajo pena de recibir doscientos azotes y perder todos sus bienes. Se pusieron centinelas por toda la villa, oyendo decir que de Navalvillar de Pela habían traído hachas y segurones por si no le abrían la puerta de la fortaleza para derribarla, por lo que "del dicho temor muchos vezinos de la dicha villa de Orellana se yuan huyendo y dexauan sus casas desamparadas y que quisieran mas perder sus haziendas que verse en aquellos rebates".

 Un cuarto testigo, Francisco Garrido el Viejo, de   80 años de edad, dijo por su parte que mientras ocurrían estos hechos él se encontraba en la puerta de la Fortaleza "calçandose vn çapato como portero della" y que estando ésta abierta llegaron dos hombres que él no conocía y que, al volverse, receloso, para cerrarla, ellos se abalanzaron tras él de forma que no pudo evitar que entraran. Pudo observar que "el vno vio que lleuaua vara de justicia y le preguntaron que cuya era aquella casa y que si estaua en ella el señor y donde" respondiendo él que en Trujillo, en el mismo instante que llegaba don Rodrigo con dos hombres de a caballo y otro más a pie, y apeándose de la montura le preguntó si tenía la llave de la puerta principal y como quiera que le contestó que la tenía él, la quitó de la cerradura para dársela. Llegó al rato Benito Laso que guardaba las otras llaves de la Casa Fuerte y pidiéndoselas también se las entregó "lo qual todo passo de bueno a bueno sin fuerça ni violençia y que don Rodrigo y los que con el venian no traian mas armas que sus espadas y dagas". Mandó seguidamente don Rodrigo a Benito Laso que sacara de la Fortaleza todo lo que fuera de él y de cualquier vecino de Orellana, y al mismo tiempo, que le hiciera un inventario de todo lo que perteneciera a doña María Mayoralgo.

Acompañaba a los ocupantes un escribano al que luego nombraron alcalde mayor de Orellana, que estuvo midiendo el trigo y la cebada que había en el granero de la casa, pero que él piensa,  no se llevaron el grano.  Encargaron a otras personas de las que venían con ellos a que tomaran posesión del molino y la barca poniendo a su cuidado molinero y barquero y que apostaran guardas en las dehesas, añadiendo que hacía algunos días que había visto venir una carreta de Trujillo con venablos y que vio más armas en la Fortaleza, pensando que don Rodrigo las estaba colocando para defenderse si venían a expulsarle de la casa, porque además de las personas que había traído con él le acompañaban también seis vecinos de Orellana. Toda aquella prevención era por si venía doña María de Mayoralgo con su marido Luis de Chaves y otras gentes para echarle de la fortaleza, porque habían llegado hasta Acedera y andaban por allí armados un domingo todo el día, volviéndose a Trujillo, donde dieron cuenta al juez, después de haber oído que don Rodrigo decía que no le habrían de echar de aquella fortaleza sino muerto.

Finalmente, un quinto testigo, Bartolomé Sánchez, que vivía en la propia fortaleza como mayordomo de los titulares del señorío, dijo en su relato que doña María de Mayoralgo gozaba y administraba los bienes de Orellana con su nieta Catalina como lo había hecho con su hermano don Gabriel (el Mozo). Hacia las nueve o diez de la mañana del martes 14 de septiembre de 1599 vio venir un pequeño rebaño de ganado por la Corredera, antes de entrar en Orellana, y que junto al ganado venían cuatro hombres con dos bestias menores que le parecieron gitanos acercándose a  la Fortaleza, hasta que llegaron cerca de donde él estaba,  viendo entonces cómo se apearon  dos de ellos, apartándose de los otros dos, y el que ceñía espada fue hacia la puerta principal del castillo y el otro, que era más pequeño, se quedó en la puerta del Coso escondido, sosteniendo en la mano una vara o dardo y el más grande llegó a la puerta principal del castillo donde vio que estaba sentado Francisco Garrido el Viejo y le pareció que hablaba con él y luego entró en el castillo y el hombre más pequeño entró tras él. Volvió Bartolomé la vista hacia el camino de Orellana de la Sierra y vio venir en aquella dirección cuatro o cinco hombres más a caballo, derechos a la villa.  Sospechando mal de aquellas entradas se  volvió a su casa, contando a Antonio Gómez, receptor de Granada, lo que había visto, acercándose éste a ver lo que pasaba; cuando volvió dijo que don Rodrigo de Orellana había entrado en el castillo. El mismo día vio andar a dos hombres con vara de justicia en nombre de don Rodrigo, visitando los mesones y haciendo otros actos de posesión y con ellos iba otro hombre que decía que era escribano, oyendo decir entonces que don Rodrigo había mandado prender a Juan Cabezas y Antonio Sánchez, escribano y alcalde mayor, escuchando a don Rodrigo decir muy malas palabras. Observó que durante el día y la noche, había mucha gente de guardia en el castillo y que él había visto partesanas y lanzas en su interior, seguramente para defenderse si venía doña María a echarles de la fortaleza y que esta estuvo todo un día en Acedera, pero sin atreverse a entrar en Orellana. Nombró don Rodrigo alcalde mayor a Pedro San Vicente y alguacil mayor a Juan Gómez, vecinos ambos de Plasencia. 

El mismo 14 de octubre de 1599 se dispuso, desde Trujillo, que fuera a Orellana la Vieja el licenciado Diego Arze de Otalora en calidad de juez comisionado, con la misión de reducir a Rodrigo de Orellana  y llevarle preso a la Corte, restituyendo la jurisdicción del señorío al estado en que se encontrara a su llegada, reponiendo los cargos y oficios que hubieran sido destituidos y deteniendo a cuantos se demostrara que habían estado implicados en los hechos. "Con esta comission fue requerido el dicho juez el qual parece fue a la villa de Orellana y en virtud della prendio al dicho don Rodrigo y le secrestó sus bienes y le traxo preso a la carcel real de esta Corte. Y también prendio a otros y restituyo y puso la jurisdicion de Orellana en el punto y estado en que estaua al tiempo y quando el dicho don Rodrigo la tomo y boluio al alcayde de la fortaleza y alcalde mayor y demas oficiales del concejo sus oficios según los tenian".

Cuando fue apresado le llevaron a declarar ante el juez comisionado de Trujillo en la Puebla de Alcocer. Y allí, aunque en lo esencial relata los mismos hechos conforme a lo que habían expuesto los testigos a los que hemos escuchado, su versión niega que en ningún momento utilizara la violencia. Según su relato, cuando llegaron a Orellana se habían encontrado con la puerta de la fortaleza cerrada, siendo guardada por un hombre que se llamaba Garrido, al que le preguntaron: "que hazeys ay, abrir, y luego abrio la dicha puerta y entro dentro con su mula y con los demás criados que lleuaua", sin hacer mención a que se hubiera valido de engaño alguno para entrar ni haberle intimidado con sus armas. Regresaba en ese momento del pueblo Benito Laso, mayordomo y alcaide de la fortaleza, al que pidieron las llaves, entregándoselas sin que éste les pusiera resistencia alguna y que las llaves de la puerta principal del castillo se las había dado también Garrido voluntariamente. Era cierto que había nombrado a Pedro de San Vicente alcalde mayor, cubriendo también los cargos de escribano y alguacil "antes que entrasse en la dicha villa cerca del monasterio que esta en ella" para que de inmediato sustituyeran a los mandos que había. Como no podía negar los hechos que se le imputaban optó en su declaración por ofrecer una versión dulce de los acontecimientos, donde en ningún momento había empleado la fuerza con los cargos del concejo o vecinos de la villa. Sólo aceptó que se estaba pertrechando de armas en la fortaleza, quitándole siempre importancia, porque había oído decir que se acercaba don Luis de Chaves y doña María Mayoralgo con otras muchas gentes armadas, con arcabuces y cueras de malla a echarle de la fortaleza y que las armas que tenía dispuestas eran sólo para su defensa.

El resultado final fue que, después de su declaración, el Fiscal interpuso contra Rodrigo demanda criminal, manteniéndole mientras tanto preso en la Corte, porque "el susodicho con mano armada y con junta de gente por su autoridad con violencia y fuerça de armas entro y ocupo la villa de Orellana compeliendo a los alcaldes y justicia del dicho lugar le tuuiessen y reconociessen por señor del en lo qual cometio graue delito digno de que sea castigado rigurosa y exemplarmente como lo merece el dessacato y atreuimiento semejante; por lo cual pide sea condenado en las mayores y mas graues penas por derecho establecidas...".

domingo, 5 de julio de 2020

Asalto al Palacio de Orellana la Vieja en el año 1599 [4]

4. Algunos pormenores sobre el asalto. Primer y segundo testigo

Por las declaraciones de un testigo que había llegado de Cáceres llamado Juan Domínguez, conocemos algunos detalles de lo que pudo presenciar directamente en esos días del verano de 1599, refiriendo éste en primer lugar que un día oyó un gran alboroto procedente del castillo y, acercándose, vio a un hombre con una vara de justicia que luego se enteró era el nuevo alcalde mayor que don Rodrigo había nombrado, y a un alguacil, con vara alta de justicia también, ambos situados en la puerta del castillo para impedir el paso a quienes se acercaran, porque estaba dentro don Rodrigo.

Había visto cómo atropellaron al escribano Juan Cabezas, a quien oyó decir a sus agresores "que mal hecho era aquel hazerse justicias donde no lo heran ni podian ser pues solo conocia por alcalde mayor a Antonio Sanchez Seuillano” que había sido puesto por doña Catalina, viendo cómo le maltrataban y daban empellones, rompiéndole y desgarrándole el sayo que llevaba y que por su intervención, y la de otras personas que allí se encontraban, “le dexaron y el dicho Juan Cabeças quedó de yr preso a la dicha fortaleza por euitar que no huuiesse alguno que echasse mano a la espada respeto de que las empuñauan ya para hazerlo y si lo hizieran segun eran los dichos agrauios viniera a resultar en alguna muerte...". Cuando fueron a prender al juez Antonio Sánchez, éste se levantó como pudo de la cama donde permanecía enfermo, tratando de imponerse y advirtiendo a las fuerzas de don Rodrigo que estaban cometiendo un delito por el que serian castigados. Llegó luego don Rodrigo y asiéndole con fuerza del pecho le dijo que era un desvergonzado, quitándole bruscamente la vara de justicia que tenía en las manos y a empellones, sus hombres lo llevaron preso a la fortaleza. Estaba, según este testigo  "muy enfermo y flaco y yua sin capa y sombrero" y que debido a su estado le llevaron más tarde a  un domicilio particular, de donde luego escapó.

A él mismo le expulsaron de la villa, recibiendo advertencia de que no volviera por allí y que dijera a cuantos encontrara por el camino que no dejaban entrar a ninguna persona en la villa ni en sus casas bajo pena de seis años de destierro y 50.000 maravedíes, para que nadie pudiese ver lo que hacían, pues estaban colocando toda clase de armas en la fortaleza. En Acedera oyó decir que muchos de los hombres que estaban con don Rodrigo los habían reclutado en los pueblos vecinos de la comarca y que en todos los lugares de alrededor había mucho alboroto, especialmente en  Acedera y Madrigalejo por este motivo.

Los vecinos de Orellana estaban atemorizados y alborotados por el empleo de la fuerza y las amenazas de don Rodrigo, por lo que muchos decidieron huir de sus casas, dejándolas  "al aluedrio de quien las quisiese tomar" poniéndose a salvo de la violencia que desplegaban los ocupantes, que seguía haciendo acopio de cuantas armas encontraban dentro o fuera de la fortaleza para poder repeler cualquier intento de ataque desde fuera. Algunos vecinos le dijeron a Juan Dominguez que don Rodrigo "hizo grandes preuenciones de armas, arcabuzes, alauardas, dardos y otras ofensiuas dando muestras de guerra y mando pregonar que ninguna persona, so pena de la vida, recogiesse a forastero ninguno en su casa" ni que nadie ayudara a los criados de doña Catalina.

Una vez que tuvo controlada la situación, echó fuera de la villa a cuantos "no le han acudido con armas para roforçarle en su violencia". Tomó luego Rodrigo las llaves a los guardas de la Fortaleza y sacando los enseres de su interior a la calle, los fue vendiendo o regalando a quien mejor le parecía, despilfarrando el trigo y los víveres almacenados por sus anteriores inquilinas, poniendo guardias y centinelas repartidos por toda la villa de Orellana, "teniendola apretada a forma de guerra", diciendo que no le echarían de allí sino muerto.

Volvían a Orellana desde Trujillo mientras tanto María de Mayoralgo y Luis de Chaves de la Calzada, señor de la Calzada, su marido, acompañados por  su nieta  y sus criados, pero sin atreverse a entrar en la población por las cosas que habían oído que allí pasaban: "no ossauan llegar a ella y andauan por los lugares comarcanos fuera de su casa, despojada la querellante de sus bienes y hazienda que causaua grande espanto y confusion a las personas que lo veian o oian lo que el acusado auia hecho y grauando su delito embiaua por los caminos de juridicion realengas criados suyos y personas de las que auia traydo armadas que saliessen a la dicha doña Maria y a los que con ella viniessen a les ocasionar para que se matassen con ellos" y para mejor conseguir su propósito Rodrigo había mandado decir al alcalde mayor de Truxillo, que pertenecía a su mismo bando, que maltratara y prendiera a cuantos apoyaran a Catalina de Mendoza y a su abuela.

Francisco Martínez fue otro testigo que se vio envuelto casualmente en los sucesos del 14 se septiembre, aportándonos con su testimonio también nuevos datos. Según su relato, cuando llegaron a Orellana las fuerzas de don Rodrigo, un hombre se acercó a la fortaleza a pedir agua; cuando bajó el portero para dársela, llegaron los demás con su jefe y empujando la puerta con fuerza penetraron en su  interior, cerrándola tras ellos, apoderándose de la fortaleza. Salieron a la puerta del castillo al cabo de un buen rato dos hombres con varas de justicia y,  poniéndose delante de ella, dijeron que eran el nuevo alcalde mayor y alguacil, nombrados por don Rodrigo. Desde allí bajaron al pueblo para prender a Antonio Sánchez y Juan Cabezas, presenciando el testigo cómo injuriaron a este último hasta el punto de tener que intervenir él mismo y Juan Domínguez en su defensa al ver que "se yuan encendiendo vnos con otros", acordando con las fuerzas que iría preso con ellos; sin embargo, cuando quiso auxiliar al alcalde no pudo porque llegó don Rodrigo con más gente armada y fue directamente a coger a Antonio Sánchez cuando venía a medio vestir, sin capa ni sombrero y con zapatos enchancletados, llevándole preso a la fortaleza, al que pudo ver más tarde en un mesón de Acedera, porque había escapado de la casa donde le dejaron enfermo. Todos los vecinos de Orellana estaban alarmados y atemorizados por estos hechos,  huyendo de la villa a los campos y dehesas y que también a él le mandó salir de la villa Rodrigo de Orellana, dándole un plazo de cuatro horas, so pena de doscientos azotes. Supo después que doña María de Mayoralgo había llegado hasta Acedera, armada, procedente de Madrigalejo, quien avisada de  las cosas que estaban allí pasando no se atrevía a intentar acercarse a Orellana la Vieja.

lunes, 13 de abril de 2020

Asalto al Palacio de Orellana la Vieja en el año 1599 [3]


3. Asalto a la Casa Fuerte
 Durante los años intermedios se siguen noticias de unos y otros hasta que en 1593 sucede en el mayorazgo Gabriel Alfonso de Orellana el Mozo, 13º titular, nieto de Gabriel el Viejo, obteniendo el 20 de julio de ese año la notificación de una nueva sentencia en su favor.  Habiendo sucedido este último aprovechó doña María para reclamar nuevamente la jurisdicción del señorío, dando lugar al establecimiento de un nuevo juicio en Granada, acompañada esta vez por su hijo García de Orellana y Figueroa que, con renovado empeño,  se convierte a partir de entonces en el continuador del tenaz esfuerzo y perseverancia que demostró su madre. Esta vez doña María, tal vez advertida ya de las artimañas de su tío, estaba resuelta a combatir sus desmanes apoyando directamente con fuerza su demanda en una acusación directa: su tío Gabriel había manipulado y falseado las escrituras que había presentado en la Chancillería en 1549. De este modo hizo saber a los jueces que las escrituras que manejaban carecían de todo crédito y que sólo las originales debían ser tenidas en consideración, introduciendo serias dudas por primera vez sobre la autenticidad de los documentos con los que trabajaban.

Tras un laborioso proceso de investigación que se llevó a cabo en Sevilla (ver artículo de este Blog: “Historia del fraude perpetrado en una escritura del mayorazgo de Orellana la Vieja.” de 18/7/2019)  pudo al fin probarse que los documentos originales avalaban sin lugar a dudas las razones de María de Orellana. Obtuvieron madre e hijo así, el 2 de septiembre de 1594 en la Chancillería de Granada, una sentencia de revista favorable a sus pretensiones. Era, al fin, un resultado triunfal para su nueva estrategia. Se trataba de una sentencia definitiva y, que además, revocaba explícitamente todas las anteriores, declarando a doña María de Orellana y por su fallecimiento a su hijo García, sucesor al mayorazgo y señorío de Orellana la Vieja.

En la misma se condenaba a los descendientes de Gabriel de Orellana a que devolvieran a María de Orellana y en su nombre a su hijo, los frutos y rentas que el dicho mayorazgo hubiera producido hasta el mismo día de su restitución. Lograba el hijo por fin los anhelos mantenidos sin desmayo por su madre durante los últimos cuarenta años de su vida: "por legitimo sucessor he llamado al vinculo e mayorazgo que fundo Juan Alfonso de Truxillo... e condenamos al dicho Luys de Chaues como curador del dicho D. Gabriel Alfonso de Orellana y al dicho D. Iuan Alfonso de Orellana difunto a que dentro de nueve dias como fuere requerido con la carta executoria de su Magestad que de la nuestra sentencia se diere entregue y restituya al dicho don Garcia de Figueroa los bienes del dicho vinculo y mayorazgo y acrecentamientos del para que los tenga e possea  con los vinculos y condiciones en el dicho mayorazgo contenidos...". Parecía esto, al fin, la culminación de tan prolongada  etapa de frustración y desaliento.

Gabriel Alfonso de Orellana el Mozo, 13º señor de Orellana la Vieja, nieto de don Gabriel el Viejo, apeló la sentencia, y obtuvo, contra todo pronóstico, nuevamente del Consejo un dictamen favorable en el grado de Mil y Quinientas, revocando en consecuencia la de revista de septiembre de 1594 y confirmando la resolución anterior de 1554. De poco valieron a don García de Orellana sus denuncias y protestas, porque esta última sentencia revocaba la anterior que de manera tan fugaz se había declarado a su favor, dándole ahora la razón de nuevo a la familia Mendoza.
Pero a su vez, la  inesperada muerte de Gabriel el Mozo sin descendencia en marzo de 1599 desencadenó otra serie de nuevos acontecimientos, dando ocasión en este punto a que aparecieran nuevos aspirantes y con ellos nuevos pleitos, promovidos  por  miembros de las diferentes ramas de una familia ya muy disgregada, representadas por Rodrigo de Orellana y Toledo por una parte y García de Orellana y Figueroa por otra, enfrentados ambos a Catalina de Mendoza Orellana (hija del 12º señor de Orellana), sin que importara ahora su condición de mujer, que junto a su marido Juan de Chaves Sotomayor, señor de los Tozos, ansiaban proseguir la sucesión lograda por sus progenitores.

Este cúmulo de complicaciones sobrepasó abruptamente el grado soportable de hastío que sufría Rodrigo desde la frustrada reclamación de sus pretendidos derechos en 1577. Por lo que tan solo un mes después de la muerte de Gabriel el Mozo se lanzó resueltamente a poner fin, por vía de los hechos, a tales desmanes, disponiéndose a preparar desde entonces el asalto a la fortaleza de Orellana.

Las cosas en este punto habían creado ya una fuerte tensión, tanto en Trujillo como en la propia villa de Orellana la Vieja, donde los vecinos de uno y otro lugar, al tanto de las pretensiones violentas de Rodrigo de Orellana, protagonizaban  ya los primeros altercados públicos. Desde el principio, Juan Correa Hurtado, su procurador,  le mantuvo puntualmente informado de las reyertas que comenzaban a producirse a causa de sus pretensiones: "otrosi digo que sobre tomar la actual possession de la dicha villa y bienes del dicho mayorazgo y acrecentados en el ha auido y ay en la ciudad de Truxillo y en la dicha villa de Orellana y en otras partes donde esstan los dichos bienes mucho escandalo y alteracion y juntas de gentes armadas y aun heridas y ay peligro de suceder muchos alborotos y escandalos e inconuenientes a que no es justo se de lugar...".

Horas antes, preocupado por lo que se barruntaba en la ciudad como consecuencia de no saber sobre quien recaerían finalmente los derechos de sucesión al mayorazgo, mientras agonizaba en Trujillo Gabriel el Mozo, y sobre todo, por la amenaza de que se llevaran a cabo los actos violentos advertidos en Orellana, el alcalde mayor de esta ciudad emitió el 23 de marzo de 1599 un auto, a las cinco de la mañana, para contener los disturbios que estaban a punto de producirse como consecuencia de las fuertes discrepancias que manifestaban entretanto cada uno de los tres candidatos, porque "entre los que pretenden tener derecho a su sucession de su casa y mayorazgo ay grandes diferencias y alborotos por ser todos los pretensores gente principal y auer parcialidades en Truxillo sino se ocurriesse con remedio eficaz", viéndose apremiado a ordenar con sigilo que ciertas personas fueran arrestadas en sus domicilios, de los que no podrían salir bajo pena de 1.000 ducados,  advirtiendo al tiempo "que ninguna persona de ningun estado calidad que sea con poder o sin el del que pretendiere ser llamado al dicho mayorazgo se atreua a tomar possession y autos della...".

Temeroso aún de no poder contener de esta manera a quienes sabía que ansiaban poseer el señorío a cualquier precio, mandó que se enviaran requisitorias también a los justicias de Orellana la Vieja para que de ningún modo "consientan que persona alguna tome la possession de los bienes del mayorazgo del dicho don Gabriel y la denieguen a quien la pidiere", insertando el auto anterior en la nueva orden para que lo cumplieran, avisándoles de cuanto debían hacer al respecto. Ordenó asimismo a todos los escribanos de Trujillo que no realizaran diligencia alguna si moría don Gabriel sin que él tuviera conocimiento de ello, para que ninguno de los candidatos se atreviera a tomar posesión de ese modo del señorío en Orellana.

El día 26 de marzo, a medio día, certificaba un médico la muerte del hasta entonces señor de Orellana, en presencia del  alcalde mayor de Trujillo, que  ordenó de inmediato, como primera medida cautelar, que se confiscaran todos los bienes del mayorazgo de Orellana con el fin de evitar mayores males, porque "a la sucession de su casa y mayorazgo ay pretensores y gente poderosa de quien se podia recelar como se recelaua que para aprehender y tomar la possession de los bienes del dicho mayorazgo podia causar algun alboroto y escandalo mandó poner en secresto y deposito todos los bienes del mayorazgo...". Sin duda, sus sospechas no carecían de fundamento, porque de todos eran conocidas las verdaderas intenciones de Rodrigo. Conocedor a un tiempo de los movimientos que pretendía doña Catalina de Mendoza, lo primero que hizo el alcalde fue acercarse precisamente a la casa de doña María Mayoralgo, su abuela, donde pudo encontrarla acompañada de su marido Luis de Chaves y de Cristóbal de Mayoralgo, su padre, quienes  respondiendo a sus preguntas le dijeron que todos los papeles del mayorazgo estaban en el archivo de la Casa Fuerte de Orellana la Vieja. 

Aún en la casa, y sin que mediara palabra alguna, se dirigió el alcalde a un escritorio que había en una estancia, del que extrajo, sin recato, cierta cantidad de dinero que luego mandó devolver a su dueña a cambio de constituir con aquella suma un fondo de fianza por lo que pudiera pasar, sabiendo los movimientos de ocupación que ésta, como Rodrigo, proyectaban: "y abrio el dicho alcalde mayor vn escritorio y sacó ciertos dineros que mandó entregar a la dicha doña Maria, con fianças, la qual dixo que apelaua de lo hecho por el dicho alcalde mayor". Viéndose descubierta María, le solicitó, como única respuesta, su ayuda, pidiéndole encarecidamente que "la amparasse en la possession que tenia tomada pacificamente de los bienes del dicho mayorazgo por doña Catalina de Orellana su nieta," contestando éste, inflexible, que solicitara a la justicia cuanto quisiera con sus razones, pero que él estaba resuelto a seguir actuando conforme a derecho, y para que no le quedara duda sobre su determinación, ordenó el mismo día 27 de marzo que se notificara de inmediato, a uno de los oficiales del concejo de Trujillo, su designación como depositario y responsable directo del cobro de todos los arrendamientos y rentas a las que tuviera derecho el señor de Orellana la Vieja, empezando por las dehesas de Cogolludo, el Bodonal y las otras propiedades, disponiendo que a partir de ese momento todos los arrendatarios, mayorales,  pastores y cualquier otro deudor, realizaran sus pagos a dicho oficial "so pena de pagarlo otra vez", y que mantuviera esta orden hasta que él mandara lo contrario. 

No tuvo entonces más remedio María de Mayoralgo que confesarle que su nieta Catalina de Mendoza ya se había adelantado la tarde anterior, enviando a su procurador a la villa de Orellana para tomar posesión del mayorazgo,  quien en la misma fecha presentó  sus títulos de poder al alcalde mayor de Orellana la Vieja, diciéndole que don Gabriel había muerto y que por lo tanto, doña Catalina, su hermana, sucedía en el mayorazgo como legítima heredera desde ese mismo momento.

Catalina tomó posesión, en efecto, el mismo día 26 de la villa de Orellana la Vieja con sus vasallos, "jurisdiccion civil y criminal  alto y baxo mero mixto imperio", la Casa Fuerte, las dehesas de Cogolludo y  Esparragosilla, barca, molinos y las otras propiedades del mayorazgo, en virtud de cuyo auto el alcalde mayor le acompañó en su visita al interior de la fortaleza, en manifestación de acatamiento  hacia doña Catalina, llevándose a cabo la toma de posesion “quieta y pacificamente sin contradicion de persona alguna.” La llegada a Orellana de Catalina de Mendoza parece que fue aceptada por los vecinos de forma apacible, dejando que organizara la Casa Fuerte, tomando posesión de todos sus bienes y conservando en sus cargos de alcalde mayor, alguacil y escribano del señorío a las personas nombradas por Gabriel el Mozo.

Al conocer estos hechos, la reacción de Rodrigo de Orellana y Toledo  no se demoró y puso de inmediato una demanda de tenuta sobre el mayorazgo de Orellana el día 1 de abril de 1599 y que en consecuencia de tales acontecimientos se habían producido serios enfrentamientos entre bandos encontrados:  "ha auido y ay  en Truxillo, Orellana y otras partes donde estauan los dichos bienes mucho escandalos y alteracion y juntas de gente armada y aun heridas y auia peligro de suceder muchos alborotos y escandalos e inconuenientes a que no era justo se diese lugar",  solicitando al mismo tiempo que se diera autorización al corregidor de Trujillo para que confiscara todas las rentas y frutos del mayorazgo y que sólo fueran estos entregados a la persona que designara el Consejo Real, que de momento denegó decretar tal  embargo. 

Aunque la requisitoria del juez de Trujillo había llegado a manos del alcalde mayor de Orellana la Vieja al día siguiente de firmarla, "el qual dixo que el dia antes tenia dada la possession de la villa de Orellana y el mayorazgo della a doña Catalina y a su procurador quieta y pacificamente sin contradicion alguna constandole como le constaua ser vnica hermana legitima de don Gabriel difunto, vltimo posseedor...", nada pudo finalmente evitarse.

Rodrigo se había presentado el mismo día 27 en el molino Viejo, frente a la Bernagaleja, acompañado de un escribano que se llamaba Francisco de Campo, que dio fe "de cómo se passeio por el" lo mismo de todo lo que iban señalándole, hasta llegar a la dehesa de Cogolludo. Al intentar entrar en la villa de Orellana para continuar la toma de posesión, siempre acompañado de su escribano, "salio a la entrada Antonio Sanchez que haze el oficio de alcalde con vara de justicia y con vun escriuano y otros quatro hombres y les impidio la entrada y mando que no entrassen so pena de veinte mil maravedis y a Francisco de Campo so la misma pena y dozientos açotes y assi no pudo entrar a la continuacion de la dicha possession en la dicha villa". En algún momento, el procurador de doña Catalina le dijo a Francisco de Campo que no podía tramitar el escrito de diligencias que estaba haciendo sobre las propiedades que le ordenaba don Rodrigo, porque era ya doña Catalina señora de Orellana a lo que el escribano contestó sin titubeos que lo era su señor, conforme a las disposiciones de la leyes de Toro, continuando su recorrido por el olivar de las Dehesillas y por la dehesa del Bodonal.

Transcurridos cinco meses, viendo Rodrigo que la Justicia no daba una pronta solución a sus demandas, furioso, se lanzó a la aventura de tomar Orellana por la fuerza, con la pretensión de erigirse en legítimo señor, despojando a Catalina de Mendoza de los supuestos derechos que se había arrogado por cuenta propia.

Durante ese verano se dedicó a organizar su expedición de asalto desde Trujillo, reclutando gente armada en Villanueva de la Serena, Campanario y Esparragosa de Lares, con el decidido propósito de apoderarse de la Casa Fuerte. Cuando estuvo listo se puso en marcha hacia Orellana la Vieja, adonde llegó el  14 de septiembre de 1599, dirigiéndose a la fortaleza resuelto a tomarla por la fuerza, aunque encontrara resistencia, porque venía preparado para ponerle cerco si fuera necesario: "hasta que se le dieran por fuerça o de hambre", así que "entro con fuerça y violencia en la dicha villa y contra la voluntad de las querellantes y los ministros de justicia que en ellas tenia forçando y rompiendo el castillo y casa de las dichas doña Maria y doña Catalina expelio por fuerça sus vassallos y criados que en ella estauan y por malos tratamientos que les hizo y por fuerça de armas con que les compelio se apodero de la dicha casa y castillo y alçandose con todos los bienes que enella tenian...".

Tras irrumpir en el recinto amurallado nombró nuevo alcalde mayor, escribano y los demás oficiales de justicia, y haciéndose acompañar por ellos y por los hombres armados que iban con él bajó a la plaza del pueblo, donde mandó prender a Antonio Sánchez y  Juan Cabezas, el escribano, que Catalina de Mendoza y su abuela habían confirmado en sus cargos,  maltratándolos "y lleuandollos presos los hizo muchos malos tratamientos dandoles golpes y empellones hasta los encarcelar..." especialmente al alcalde, que habían sacado enfermo de la cama y sin dejarle apenas tiempo para que se vistiera,  "lo asio y lleuo preso y quito la vara de justicia y lo maltrato y llamo de desuergonzado y otras afrentas"  y aunque éste, por defender su jurisdicción llamó a sus oficiales para que le dieran auxilio "nayde se lo osso dar vista la determinacion del susodicho y de los que con el yuan respeto de que si lo hizieran tenian por sin duda los mataran".

En el próximo capítulo se detallan algunos pormenores del  asalto narrados por unos cuantos testigos de los hechos, que en nada sustancial cambia lo descrito,  pero que introducen nuevos matices.


martes, 31 de marzo de 2020

Asalto al Palacio de Orellana la Vieja en el año 1599 [2]

2.  La sucesión de Gabriel el Viejo
En la institución del mayorazgo el derecho de sucesión queda establecido para los descendientes según el  siguiente orden: primero ha de ser considerada la línea o rama familiar del titular, que no puede abandonarse hasta tanto no esté enteramente extinguida; luego el grado, el sexo y la edad.  Designada una línea de primogenitura, se prefiere siempre el descendiente en grado más cercano al más remoto y dentro de una misma línea y grado, el varón a la hembra, quedando la  edad como último criterio de designación. Si fallece el primogénito varón y éste tuviera hijos varones, sucederá el primogénito del fallecido, pero faltando otros varones, antes que pueda cambiarse de línea en la persona de alguno de los tíos, les corresponde suceder a las hijas. Los tíos sólo podrán alegar derecho a la sucesión en el caso de haberse extinguido completamente la línea a la que perteneciera el último titular del mayorazgo, incluyendo en la misma a las hijas, y nietas de éste, jerarquía que es conocida como orden regular de sucesión. Y este es el caso que se desprende de la muerte sin sucesión de Juan el Bueno en 1549.

No es por tanto a su tío Gabriel de Orellana el Viejo, sino a su hermana María a quien corresponde suceder (Ver el artículo de este Blog “Genealogía de los Orellana” del 24/01/2018). En cuanto a la facultad de las mujeres para suceder en el mayorazgo regular, tienen éstas derecho de sucesión dentro de una misma línea y grado, después de los varones y con prioridad a los varones de otras líneas, a no ser que el fundador hubiera constituido un  mayorazgo irregular de agnación, del que quedarían excluidas, porque  en ese caso sólo podrían suceder varones, lo que no es nuestro caso. En la fundación que hizo Juan Alfonso de la Cámara a su hijo Pedro Alfonso se establece que a él debían sucederle sus hijos y a falta de estos y de otro hermano, su hermana  Marina, según el orden establecido que, pese a ser formulado en fecha aún muy temprana en Castilla, se correspondía con lo que más tarde sería definido como orden regular de sucesión, puesto que en el mismo, su fundador, mantenía la vía de varonía, pero permitiendo cambiar a la rama masculina descendiente de hembra, en este caso, de su propia hija.

Ya en otro artículo de este Blog (“Historia del fraude...” 18/7/2019)  he tratado sobre el artificio utilizado por Gabriel para lograr la sucesión manipulando las escrituras de fundación del mayorazgo, auxiliado por  su sobrina María de Mayoralgo, para arrebatar la titularidad de mismo a su legítima sucesora María de Orellana. Tradicionalmente, la autoridad moral y política ejercida por el cabeza de linaje mantenía cohesionado a todos sus miembros en torno a los intereses de grupo, representada por el titular del señorío, que conservaba como símbolo y representación de esa misma autoridad la casa solar de la Alberca, en Trujillo, mientras la casa fuerte constituía la sede del dominio señorial, en Orellana la Vieja. Aunque el espíritu de la época hacía que la titularidad del dominio señorial y del propio mayorazgo se transmitiera de generación en generación por vía de varonía, generalmente a través del primogénito, cuando esta línea no resultó ser exclusiva, se desataron todas las alarmas ante un problema de difícil solución en el seno del linaje, cuyos miembros vieron peligrar de esta forma la permanencia del patrimonio en la familia y con ello el poder de influencia sobre la estirpe al desviarse el dominio hacia la familia del marido de la nueva sucesora.

Gabriel había contraído matrimonio con María Pizarro Valenzuela, hija de Gregorio López de Valenzuela, abogado de prestigio y personaje de gran valía que llegó a formar parte del Consejo de Castilla y más tarde oidor del de Indias, realizando multitud de trabajos legales para la Corona hasta poco antes de sorprenderle la muerte en su villa natal de Guadalupe, y nombrando a su yerno Gabriel de Orellana uno de sus testamentarios. Al principio de su carrera había sido gobernador de los estados del duque de Béjar, quien le nombró su agente en la Chancillería de Granada en un pleito que éste mantenía contra la ciudad de Toledo, que le disputaba el dominio de las villas de Puebla de Alcocer, Herrera –del Duque-, Fuenlabrada, Villarta, Helechosa de los Montes y sus tierras, probando don Gregorio a su favor que estos lugares le habían sido entregados a sus antepasados por donación de Juan II, lo que le valió promocionarse al cargo de oidor de la Audiencia y Cancillería de Valladolid en 1535. Por sus manos de juez pasaron en Granada multitud de cuestiones relativas a litigios entre familias, la mayor parte relacionados con asuntos de sucesiones a mayorazgos y señoríos o cuestiones de privilegios entre familias de la nobleza local.


Portal de la casa de Gregorio López de Valenzuela.
 Guadalupe

Siguiendo el impulso de su ambición y aprovechándose de su condición de tutor, Gabriel se había apoderado de las escrituras que estaban en los archivos de la casa fuerte de Orellana, haciendo desaparecer documentos que luego serían esenciales para organizar la defensa de los derechos legítimos de doña María. Aprovechando una ausencia de doña Isabel de Aguilar, madre de Juan el Bueno y de María, entró armado en la fortaleza de Orellana, un primer asalto, con el propósito de imponer su voluntad, arrinconando a sus centinelas. Durante los interrogatorios judiciales que vinieron más tarde al caso, el testimonio de un vecino de Orellana afirmaba sobre Gabriel que: "abrio el archivo de las escrituras y tomó las que quiso y tuuo tiempo de poner en ellas [lo] que le pareciesse y esta fuerça u violencia fue notoria en la dicha villa y della se quexaua con grandes exclamaciones la dicha doña Isabel”. Casi 50 años más tarde, Juan de Alvear, procurador de García de Orellana, lo explicó, también en juicio, de esta otra forma en 1599: “el qual como tenia pretension de que faltando el dicho don Juan su sobrino avia de suçeder en esclusion de la dicha doña Maria abiendose apoderado como tal tutor de todas las escripturas testamentos cartas dotales previlexios y otros recaudos de la dicha casa y mayorazgo y subçesores de ella y hiço ymbentario de todo esto como quiso puniendo solas las escripturas que le pareçio que le estaban bien y omitiendo y ocultando las otras y ansi faltó del dicho ymbentario la escriptura orixinal del mayorazgo de Orellana”.


Ya metido en faena, había enviado a su sobrina María de Mayoralgo a Orellana para que sustrajera las escrituras que más le interesaban, entrando ésta en la fortaleza una noche que María estaba con su marido en Zafra y llevándolas hasta Aldea del Cano ocultas en una cesta con espárragos que cargaron de madrugada en una mula, con objeto de presentarle más tarde a los jueces sus manipuladas alegaciones. Durante los cinco años en que retuvo María de Orellana junto a su marido el señorío de Orellana la Vieja, de la que fue su 10º titular en ese tiempo, Gabriel el Viejo no cesó un instante de impulsar en la Chancillería de Granada su lucha hasta obtener una sentencia favorable a sus pretensiones, lo que finalmente obtuvo en agosto de 1554, apartando al matrimonio de su titularidad mientras vivieron: "y para la enmendar la deuemos de reuocar y reuocamos ... y mandamos que el dicho D. Gabriel de Orellana sea puesto en la tenencia de los bienes y mayorazgo sobre que es este pleito...", expresaba concluyente la sentencia judicial que lo convertiría en el 11º titular. Siendo ya señor de Orellana, abordó la transformación del edificio de la fortaleza en palacio, entre ese año y 1560.

Impulsada por su deseo de recuperar lo que sentía como propio,  María no cesó sin embargo en sus esfuerzos, y el 10 de septiembre de ese mismo año, haciendo caso omiso de la sentencia favorable a su tío, volvió a interponer demanda en Granada reclamando sus derechos, pero  sin resultado positivo, nuevamente. Don Gabriel no puede decir como dice -insiste María- que es inmediato sucesor y siguiente en grado, porque la declaración que hace sobre el llamamiento de las hembras en la escritura no procede ni puede proceder de derecho “y es contrario y repugnante a la voluntad del fundador y a las palabras de la dicha escritura de mayorazgo y las palabras del dicho mayorazgo a do[nde] dize: y si por auentura se desgastare la linea de mis fijos [e de las mis fijas que murieren sin fijos] varones herederos o sin hijas mis nietas y no vuiesse ninguno de los que descendiessen de mi, son palabras expressas y muy claras contra don Gabriel y no sufren el entendimiento que los letrados de don Gabriel le quieren dar y dan...", a lo que los jueces no hicieron caso alguno, porque era un asunto ya juzgado.

Aún siguieron nuevos pleitos, más alegaciones  y nuevas sentencias de revista entre los años de 1560 y 1563 a raíz de la muerte de Juan Alonso de Orellana, 12º titular, hijo de Gabriel, sin que lograra ningún cambio, y nuevamente en 1574, sin que María, ya viuda, consiguiera mover lo establecido veinte años atrás. Esta parsimonia en el desarrollo del pleito dio todavía lugar a que se incorporaran al mismo Pedro Suárez de Toledo (hijo de Rodrigo de Orellana y Teresa de Meneses) y su hijo Rodrigo de Orellana y Toledo esgrimiendo sus propios derechos de sucesión, utilizando para ello la violencia y tomando al asalto la fortaleza en Orellana la Vieja como ahora veremos.


miércoles, 25 de marzo de 2020

Asalto al Palacio de Orellana la Vieja en el año 1599 [1]



  1. Preliminares sobre las circunstancias familiares
 Antes de entrar en detalle de los hechos que vamos a relatar a continuación, relativos al asalto que se produjo al Palacio de los Orellana en 1599, conviene hacer un poco de historia en cuanto a las circunstancias en que vivía la familia de los Orellana, así como a las motivaciones que movían a los diferentes personajes que llegaron a intervenir en los acontecimientos, con el fin de exponer con cierta claridad los hechos que vienen a cerrar un ciclo importante en la historia del señorío, antes de convertirse en marquesado en 1614.

Como es sabido, tras la conquista de Trujillo en 1232, el paulatino asentamiento de los Altamirano en las tierras situadas más al sur de su alfoz, junto al Guadiana, culminó con la formación del señorío de Orellana la Vieja tras concederle su dominio Alfonso XI en 1335 a Juan Alfonso de la Cámara. Sus herederos, emplazados en un lugar conocido como “Orellana”, se sucedieron sin interrupción en la titularidad del señorío conforme a lo que se estableció en la escritura de Fundación del Mayorazgo de Orellana el 3 de enero de 1341, hasta 1549, año en el que se produjo la muerte en Trujillo, sin sucesión, de Juan de Orellana el Bueno, su noveno titular, hecho que constituye fuente de un conflicto que se prolongaría hasta 1614 en el seno de la familia.

Sabemos que Juan el Bueno padecía alguna enfermedad que desconocemos, pero el riesgo en que vivía por esta causa ya había puesto sobre aviso a diferentes candidatos a la sucesión del linaje, recelosos de que conforme a lo establecido fuera a suceder una mujer, lo que pronto desató toda clase de intrigas y pasiones, especialmente por parte de su tío Gabriel el Viejo, porque la sucesión de María, hermana de Juan, desviaría, de forma irreversible al contraer matrimonio, a otra familia el patrimonio legado a los Orellana. Ya al poco tiempo de fallecer su hermano Rodrigo de Orellana, octavo titular, Gabriel de Mendoza el Viejo (luego adoptaría el apellido Orellana) advertido de que su  sobrino  Juan no viviría muchos años y aún sabiendo que por legítimo derecho le correspondería suceder a  María si Juan moría siendo titular, hizo lo imposible por convertirse en sucesor. En su entorno familiar más cercano era bien conocido que ansiaba desmedidamente el mayorazgo, insistiendo una y otra vez en forzar su  matrimonio con su sobrina María, a la que en un principio reconoció sus derechos de sucesión, tratando de erigirse de este modo en el nuevo jefe del linaje. Como no pudo conseguirlo por este camino (primero la llevó secuestrada a Portugal para presionar a su madre, Isabel de Aguilar, para persuadirla de su matrimonio) resolvió obtenerlo fraudulentamente, manipulando la escritura de Fundación del Mayorazgo de Orellana. Todas las maniobras que Gabriel el Viejo puso en marcha a partir de entonces para evitar aquella adversidad, abrieron una profunda escisión en el seno del linaje que mantuvo a la familia en pleitos  durante más de sesenta años.

Ésta es la causa última del talante belicoso que mantuvo Gabriel frente a su sobrina en los tribunales. Las circunstancias de aquel tiempo quisieron que Gabriel lograra su propósito, convirtiéndose en el 11º titular  y luego le sucediera su hijo y más tarde, su nieto, dando así lugar a que los jueces, pasado ese tiempo, devolvieran calmosamente a María sus derechos legítimos de sucesión, ya fallecida, para hacerse finalmente cargo del mayorazgo su hijo García de Orellana, 14º señor de Orellana la vieja en 1604.

Durante todo este tiempo, considerándose cada uno beneficiario cierto del derecho de sucesión al señorío, con el evidente propósito de adquirir el dominio sobre los bienes del mayorazgo,  disfrutar de sus rentas y privilegios y elevar  por ende su  posición social, esas pretensiones hicieron que la documentación de la que disponía cada rama familiar a lo largo de los años se pusiera, de una u otra forma, sobre la mesa de la Chancillería de Granada, consolidando así un extraordinario aporte documental que, pese a la escasa novedad en su contenido, su contexto resultó para mí de gran provecho,  permitiéndome crear una detallada genealogía de las diferentes ramas familiares en litigio, vinculadas, durante generaciones, al mayorazgo, imprescindible para identificar con nitidez la posición familiar de cada personaje, cumpliendo con suma eficacia la función de guía con  la que podernos mover hoy con desenvoltura por entre la maraña de nombres reiterados y circunstancias cruzadas en el transcurso  de los acontecimientos.

Abrió así la muerte de Juan el Bueno en la casa solariega de la Alberca, en Trujillo, una larga serie de litigios en el seno de la familia, comenzando a partir de entonces una intensa porfía por la sucesión al mayorazgo que se prolongaría hasta 1614, reflejo de la lucha por retener en el seno de la estirpe de los Orellana el patrimonio y sus privilegios sociales,  encarnándose durante años en dos mujeres esa pugna: doña María de Mayoralgo (otra sobrina de Gabriel el Viejo), portadora y representante de la sangre vieja, que peleó sin tregua por desviar los derechos a la titularidad para su linaje, y doña María de Orellana, que hizo lo propio por recuperar sus derechos hereditarios al mayorazgo, pese a su condición de mujer, porque con su matrimonio (todos lo temían), trasladaba, aparentemente, fuera del linaje todos los bienes vinculados al mayorazgo a la familia del marido, don Gómez Suárez de Figueroa, nieto del conde de Feria. Sin embargo, como luego acaeció, las cosas no acabaron siendo según lo previsto, como tantas veces ocurre, porque cuando la justicia le devolvió los derechos de sucesión a María, ya fallecida, resultó García de Orellana, su hijo, el sucesor.

Así las cosas, María de Mayoralgo afrontó el dilema erigiéndose en valedora de los intereses de los Orellana, en representante de la sangre vieja del linaje que ya no aportaba ningún otro descendiente directo varón,  y lo hizo con tanta contundencia y decisión que pareció encarnar en su persona todo el valor de la tradición de la estirpe, comparable sólo a la persistencia en la lucha de María de Orellana, la hermana de Juan, su contrincante. Quedaba de este modo polarizada, en la fuerte personalidad de dos mujeres, dos mundos en pugna: la defensa a ultranza de los privilegios de la vieja nobleza, sus derechos adquiridos por sangre, representados por la primera y la reivindicación de los derechos emanados de la legitimidad legal, que trataban de abrirse paso lentamente en Castilla, por encima de los privilegios de casta, por la segunda. Veamos con algún detalle cómo se desarrollaron los acontecimientos.


domingo, 8 de diciembre de 2019

La dehesa de Cogolludo. Un poco de historia.

Actualizado el 8/02/2020

Durante la vigencia histórica del señorío de Orellana la Vieja, la dehesa de Cogolludo fue siempre la propiedad rústica más importante del mayorazgo desde que ésta fuera vinculada al mismo por su 5º señor, Juan de Orellana el Viejo en el año 1487. 

Vista de la dehesa de Cogolludo, con la Sierra de Pela, al fondo




Sus pastos se arrendaban habitualmente al monasterio segoviano de El Paular para sus ganados mesteños Éste y otros arriendos sostuvieron durante generaciones a la familia de los Orellana con cierta holgura, pero ya durante el marquesado, estos ingresos  eran casi lo único que permitía subsistir a duras penas a sus titulares. 




Ya en 1728, acosado por las deudas, don Juan Geroteo de Orellana y Chacón, 7º marqués de Orellana, se vio empujado a solicitar del rey un crédito por valor de 20.000 ducados (220.588 reales), una considerable suma para entonces, con la que pretendía una inyección de  recursos económicos con los que  sobrevivir en Madrid y sostener su estatus social con un aparente decoro,  porque su patrimonio ya no generaba las rentas necesarias para sobrevivir a sus cuantiosos gastos. Y no era el único que pretendía obtener así nuevos ingresos con los que sostener su dispendioso estilo de vida. Ya lo decía Fray Antonio de Guevara: “en la Corte es llegada a tanto la locura, que no llaman buen cortesano sino al que está muy adeudado”.


Aún hay en estos parajes nidos de pájaros

La verdad es que en esa época, la situación económica para los titulares de un mayorazgo en crisis era en muchos casos francamente difícil. Consecuencia de la desfavorable evolución social, una vez que se hubieran desprendido, por venta, de la totalidad de sus bienes libres, solo les quedaba los ingresos procedente de los arriendos de los bienes vinculados, porque su venta estaba prohibida por ley y sólo les estaba permitido cederlos en herencia a sus nuevos titulares. La dehesa de Cogolludo, por ejemplo, de 7.500 fanegas, tenía en el año 1728 un valor de mercado de unos 480.000 reales, cuando su arrendamiento anual rondaba los 41.500 reales.  


En el camino que va a la Puebla de Alcocer




Por  aquí las llaman aguanieves


En suma, la ruina del marqués de Orellana era absoluta en ese año y su pobreza, palmaria para los vecinos de Orellana, convertidos en testigos involuntarios y sufridores de su hundimiento económico, lo que se venía reflejando año tras año en una total usencia de cuidados en las labores del campo. Nada que ver con el esplendor que hoy muestran estos olivos fotografiados a la derecha del camino de Maribáñez al poco de cruzar el puente de Cogolludo. Se trata de magníficos ejemplares de olivo,  que muy probablemente datan de una época anterior a esos años de penuria, pero que hoy se les ve llenos de vida, pese a su edad, por el exquisito cuidado que reciben.




Anciano sí, pero aún me siento vital

Como a los quince años

Yo sé que este brío es apreciado por las nuevas generaciones

No es dolor, ni añoranza del pasado. Simplemente, soy así


Yo, aquí sigo. Impertérrito

Siempre lo he dicho, una ladera es  un buen sitio..., como cualquier otro


Agradezco ser el lugar idóneo donde recoger las piedras 

Siempre hemos sido así, y nuestro carácter no ha cambiado 


Tal vez sea yo el más viejo. 
Pero noto la presencia de los otros como el que más


Sí, yo soy el de antes
´
No quería decirlo, pero siempre me he sentido el delegado 

Aún sigo dando fruto, y si alguno lo quiere, hasta sombra


Lo habrás notado, los de mi generación, con unos pocos cuidados, nos valemos

Otra de esas propiedades abandonadas en Cogolludo era la huerta situada en el camino que iba al río, con una casa en la que el marqués de Orellana pasaba largas temporadas, llamada casa de la Huerta del Rey,  sobre la que traté con mayor extensión en la entrada del 14 de agosto de 2016.  La casa ha sido rehabilitada recientemente por sus propietarios actuales,  conservando aún las ventanas originales el escudo del marqués.


En 1728 esta era la casa de la Huerta del Rey, propiedad de los marqueses de Orellana la Vieja

Merece la pena detenerse a observar las paredes que limitan el camino que lleva a la casa. Sorprende sobremanera el mimo y esmero con el que están fabricadas, como si se tratara en efecto de una cortesía al estilo de la época.


Pared construida a los márgenes del camino que lleva a la casa de la Huerta del Rey



No importa dónde me lleve, mientras yo sepa que voy por él

Un camino acogedor para ir en solitario


Cada uno a lo suyo, ése es el trato

En las cercanías de esa huerta se encontró hacia 1850, en el paraje conocido como Mezquita, una importante lápida de granito, de algo más de un metro de alto, con la siguiente inscripción:            

GENIO.  LACIMVRGAE.  NORBANA  Q.F. QVINTILLA.  NOR[b]ENSIS.

La misma es importante porque ha servido para identificar la antigua ciudad romana de Lacimurga, situada  en una de las vías romanas con  dirección a Mérida. He aquí una somera muestra de sus ruinas: 









A  no mucha distancia, también en el término de Navalvillar de Pela, tenía el marqués otra pequeña finca, la llamada Huerta de Valdelapeña,  junto al manantial del Chorrero que da nacimiento al  Arroyo de Valdelapeña, situado en un pequeño valle de la parte norte de la Sierra de Pela que da vistas al río Gargáligas. Con una extensión aproximada de unas 12 fanegas de tierra, fue utilizada por los señores de Orellana la Vieja, junto a la Huerta del Rey, como lugar de recreo familiar porque su abundante agua y agradable vegetación, en la que proliferaban árboles frutales y huertas, hacían del pequeño recinto un lugar muy apreciado, sobre todo en contraste con la extremada climatología estival de sus alrededores. 

Esta huerta se había incorporado al mayorazgo de los Orellana procedente de una donación testamentaria de don Gutierre de Sotomayor, el maestre de la Orden de Alcántara (propietario de los castillos de la Puebla de Alcocer y Belalcázar) a su hermana María de Sotomayor, esposa de García de Orellana, 4º señor de Orellana la Vieja. Tenía ermita y una casa  que en su origen debió estar fortificada. Un hecho curioso es que en la  pequeña ermita hubo en su día una campana que en su interior tenía grabada la inscripción: “Soi de Valdelapeña  y que  antes de 1728, debido a su ruina,  se había reinstalado en el  templete que alojaba el reloj del Ayuntamiento de Navalvillar de Pela.


Por una de esas casualidades extrañas y cuando ya tenía publicada esta entrada, cuando leía yo un artículo de Juan Carlos Rodríguez Masa. “Los extremeños del siglo de la Razón....” (XLVI Coloquios Históricos de Extremadura, Trujillo, 2017) advertí una cita extraída del libro de Segundo Díaz Ramírez: “En busca de la historia de Navalvillar de Pela” (Don Benito, 1988) que decía lo siguiente en su pág. 73: “…Antes de marcharse se llevó un famoso reloj que aún se conserva en una de las torres del Palacio en Orellana la Vieja, debajo del mismo hay una inscripción que dice: “aunque me ves que aquí estoy del Valdelapeña soy…”.  Y en efecto, en lo alto de la torre principal del Palacio de los Orellana, en Orellana la Vieja, soportada por medio de una peana metálica había, hacia 1930, una campana, otra campana, que sin duda perteneció también a la ermita o a la casa fortificada de Valdelapeña que aquí referimos, tal vez adosada al mecanismo de un reloj.



Entre las almenas, la campana procedente de Valdelapeña
Lo de “antes de marcharse” se refiere al hecho de que en 1628, don Fernando Pizarro y Orellana, comendador de la Orden de Santiago, regidor del Concejo de Trujillo y del Consejo de Órdenes, había presentado en el Consejo de Hacienda un memorial por el que solicitaba la adquisición para sí de la jurisdicción de Navalvillar de Pela, operación que lograron impedir decidida y oportunamente los vecinos del pueblo, devolviéndolo felizmente a la jurisdicción de Trujillo, por lo que el dicho Fernando Pizarro y Orellana vio  así frustrado su  intento de apropiación, debiendo marcharse así del negocio.