La Isla

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jueves, 16 de diciembre de 2010

Rodrigo de Orellana y Toledo [y 4]

 
A Francisco Garrido el Viejo, con 80 años, le sorprendieron estos hechos distraído en la puerta de la Fortaleza "calçandose vn çapato como portero della", cuando sintió que se le acercaban dos hombres que él no conocía y que al volverse para cerrar la puerta, le cortaron el paso. Eran las nuevas autoridades locales: "el vno vio que lleuaua vara de justicia y le preguntaron que cuya era a quella casa y que si estaua en ella el señor y donde", a lo que asustado sólo alcanzó a responder que en Trujillo. En ese mismo instante llegó inadvertido don Rodrigo, con dos de a caballo y otro más a pie, y apeándose de la montura le preguntó si tenía llave la puerta principal y que dónde estaba, así que Garrido, quitándola de la cerradura se la dio sin mediar palabra a don Rodrigo. Benito Laso, que andaba por allí cerca y que tenía otro ejemplar de llaves también se las llevó, temeroso, "lo qual todo passo de bueno a bueno sin fuerça ni violençia y que don Rodrigo y los que con el venian no traian mas armas que sus espadas y dagas". En ese clima de tensión le ordenó don Rodrigo a Benito Laso que sacara de inmediato todo lo que encontrara, propiedad de los vecinos de Orellana, en el interior de la Fortaleza, pero advirtiéndole que todo lo que fuera de doña María Mayoralgo o de su nieta lo dejara donde lo encontrara y que hiciera un inventario. De todo ello tomaba buena nota el escribano que habían traído con ellos, al que por cierto, luego nombraron alcalde mayor de Orellana y que anduvo durante esos días midiendo el trigo y la cebada que había en el granero de la casa. A otras personas que venían con ellos les mandaron que fueran a tomar posesión del molino y de la barca y que pusieran guardas en las dehesas, un molinero y un barquero y a otros, en fin, que fueran colocando los venablos y las otras armas que habían traído de Trujillo. Todas aquellas prevenciones las tomaba Rodrigo porque esperaba una respuesta de doña María de Mayoralgo y de su marido Luis de Chaves, que sabía aguardaban acontecimientos apostados en Acedera, donde permanecieron todo el domingo siguiente, pero que al final, optaron por regresar a Trujillo y denunciar la situación ante los jueces, porque les habían dicho que Rodrigo estaba pregonando a voces que no le habrían de echar de aquella fortaleza sino muerto. Bartolomé Sánchez vivía en la fortaleza como mayordomo de los señores de Orellana. Durante el interrogatorio que promovió la justicia más tarde, respondió que doña María de Mayoralgo gozaba y administraba los bienes con su nieta Catalina como lo había hecho con su hermano Gabriel el Mozo.


Hacia las nueve o diez de la mañana del martes 14 de septiembre de 1599 había visto venir un pequeño rebaño de ganado por la Corredera, antes de llegar a Orellana, y que junto al ganado venían cuatro hombres con otras dos caballerías que le parecieron gitanos, hasta que llegaron cerca de donde él estaba, viendo entonces cómo se apearon dos de ellos, apartándose de los otros dos, y el que ceñía espada fue hacia la puerta principal del castillo y el otro, que era más pequeño, se quedó en la puerta del Coso escondido, sosteniendo en la mano una vara o dardo y el más grande llegó hasta la puerta principal del castillo donde vio que estaba sentado Francisco Garrido el Viejo y le pareció que hablaba con él, entrando luego en el castillo, siguiéndole el hombre más pequeño que se había escondido. Volvió Bartolomé la cabeza hacia el camino de Orellana de la Sierra y vio venir en aquella dirección cuatro o cinco hombres más a caballo, en dirección a Orellana. Sospechando mal de aquellas personas se volvió a su casa y le contó a Antonio Gómez, receptor de Granada, lo que había visto y sus sospechas. Cuando volvió, don Rodrigo de Orellana había entrado ya en el castillo. El mismo día había visto andar por allí a dos hombres con vara de justicia en nombre de don Rodrigo, visitando los mesones y haciendo otros actos de jurisdicción, al que acompañaba otro hombre que decía que era escribano, enterándose entonces que don Rodrigo había mandado prender a Juan Cabezas y Antonio Sánchez, escribano y alcalde mayor de Orellana y que habían oído a don Rodrigo pronunciar malas palabras, mandando tomar posesión del molino, poniendo molinero y barquero, mandando quitar todos los guardas de las dehesas y tomando posesion de todas las propiedades. Había de día y de noche muchas personas en el castillo y muchas armas para defenderse si venía doña María a echarles de la fortaleza y que esta estuvo todo un día en Acedera, pero sin atreverse a entrar en Orellana. Finalmente dijo Bartolomé que don Rodrigo había nombrado nuevo alcalde mayor a Pedro San Vicente y alguacil mayor a Juan Gómez, ambos de Plasencia. Informado el Consejo Real de estos hechos, se dispuso que el 14 de octubre de 1599 fuera a Orellana la Vieja don Diego Arze de Otalora en calidad de juez comisionado, con la misión de reducir por la fuerza a Rodrigo de Orellana y llevarle preso a la Corte, restituyendo de esta forma la jurisdicción del señorío a su estado original y deteniendo al mismo tiempo a cuantas personas hubieran colaborado con el asaltante. "Con esta comission fue requerido el dicho juez el qual parece fue a la villa de Orellana y en virtud della prendio al dicho don Rodrigo y le secrestó sus bienes y le traxo preso a la carcel real de esta Corte. Y también prendio a otros y restituyo y puso la jurisdicion de Orellana en el punto y estado en que estaua al tiempo y quando el dicho don Rodrigo la tomo y boluio al alcayde de la fortaleza y alcalde mayor y demas oficiales del concejo sus oficios según los tenian". La declaración de testigos se llevó a cabo primero en La Puebla de Alcocer, adonde llevaron también a Rodrigo a declarar ante el juez comisionado de Trujillo, y aunque en lo esencial relató los hechos conforme a lo que habían expuesto los otros testigos, en su versión niega que en ningún momento utilizara la violencia. Según su testimonio, cuando llegaron a Orellana se habían encontrado con la puerta de la fortaleza cerrada, guardada por un hombre que se llamaba Garrido, al que le preguntaron al llegar: "que hazeys ay, abrir, y luego abrio la dicha puerta y entro dentro con su mula y con los demás criados que lleuaua", sin hacer mención a que se hubiera valido de engaño alguno para entrar ni haberle intimidado con sus armas. Regresaba en ese momento del pueblo Benito Laso, mayordomo y alcaide de la fortaleza, al que pidieron las llaves, entregándoselas sin que éste les pusiera resistencia alguna y que las llaves de la puerta principal del castillo se las había dado también Garrido voluntariamente. Había nombrado a Pedro de San Vicente alcalde mayor, cubriendo también los cargos de escribano y alguacil "antes que entrasse en la dicha villa cerca del monasterio que esta en ella" para que de inmediato sustituyeran a los que había. Como no podía negar los hechos que se le imputaban optó en su declaración por ofrecer una versión dulce de los acontecimientos, donde en ningún momento se había empleado la fuerza con los cargos del concejo o vecinos de la villa. Sólo aceptó que se pertrechó cuanto pudo de armas en la fortaleza, quitándole siempre importancia, porque sabía que se acercaba don Luis de Chaves y doña María Mayoralgo con gente armada, con arcabuces y cueras de malla a echarle de la fortaleza y que las armas que tenía dispuestas eran sólo para su defensa. Después de oír todas las declaraciones el Fiscal interpuso contra Rodrigo de Orellana, finalmente, demanda criminal, manteniéndole mientras tanto preso en la Corte, porque "el susodicho con mano armada y con junta de gente por su autoridad con violencia y fuerça de armas entro y ocupo la villa de Orellana compeliendo a los alcaldes y justicia del dicho lugar le tuuiessen y reconociessen por señor del en lo qual cometio graue delito digno de que sea castigado rigurosa y exemplarmente como lo merece el dessacato y atreuimiento semejante; por lo cual pide sea condenado en las mayores y mas graues penas por derecho establecidas...".




jueves, 25 de noviembre de 2010

La mirada de un zorro y un sisón

En una de esas ocasionales escapadas que me doy en disfrutar por el campo extremeño, me había situado bajo un arbusto en el Canal de las Dehesas, en el entorno de la presa de Sierra Brava, tratando de captar una instantánea que inmovilizara, aprovechando un espléndido fondo de color verde brillante que ofrecía la mañana, la silueta de un aguilucho cenizo en vuelo que merodeaba por allí desde hacía un rato, cuando me vi sorprendido por la mirada fija de un zorro a pocos metros de mí. Me sentí un recién llegado a la escena, porque él me observaba atento y aunque algo receloso, comprendí que aguardaba impaciente mi reacción. Moderé de inmediato todos mis movimientos y tras unos segundos, me atreví a encuadrarlo, haciendo una primera foto rápida tras la que enseguida me preparé para hacer una segunda toma, aprovechando esta vez la oportunidad que parecía brindarme con aquella postura un tanto desdeñosa: cambié rápidamente algunos parámetros, volví a enfocar y obtuve una nueva imagen -ahora mucho mejor-, que es esta que presento.


Su mirada me pareció no tanto de sorpresa como de astucia, al contrario de lo que tal vez percibiera él en la mía, el caso es que así estuvimos uno largo instante que duró lo justo para observarnos, hasta que él optó por saltar de repente y salir huyendo, lo que disculpé al momento porque entendí que respondía así fielmente a los dictados de su naturaleza.




Como había corrido desapareciendo por entre la maleza cercana, me quedé al acecho, y tuve suerte nuevamente, porque tras unos veinte minutos volvió a aparecer durante unos instantes, ignorando esta vez mi presencia y desapareciendo rápidamente entres sus dominios.



Me percaté en otra ocasión de los movimientos que entre los arbustos hacía a mi paso un ave de mediano tamaño; me acerqué con sigilo y llegué a enfocar al animal, tan de cerca, que optó, en su estrategia defensiva, por no mover ni tan siquiera los ojos. El hecho de que no hubiera saltado mientras me aproximaba me decía que tal vez estuviera incubando en su nido. Se trataba de una hembra de sisón común y aunque yo deseaba que comprendiera que solamente quería obtener su imagen, para lo que economicé cuanto pude mis movimientos, en su quietud se percibía su miedo y, sobretodo, en su mirada.




Después de un rato, aprovechando seguramente que ya no le observaba con tanta atención, levantó el vuelo, decidido y sonoro, y me dejó allí solo, tal y como había llegado.



miércoles, 15 de septiembre de 2010

Rodrigo de Orellana y Toledo [ 3]


Por las declaraciones de un testigo que había llegado de Cáceres para ciertos negocios, llamado Juan Domínguez, conocemos algunos detalles de lo que pudo presenciar personalmente. Refirió éste en primer lugar que ese día oyó un gran alboroto procedente del castillo y, acercándose, vio a un hombre con una vara de justicia que luego se enteró era el nuevo alcalde mayor que don Rodrigo había puesto, y a un alguacil, con una vara alta de justicia también, ambos situados en la puerta del castillo para impedir el paso a cualquiera que se acercara, porque estaba dentro don Rodrigo. Fue testigo de cómo atropellaron al escribano Juan Cabezas, oyendo decir a sus agresores: "que mal hecho era aquel hazerse justicias donde no lo heran ni podian ser pues solo conocia por alcalde mayor a Antonio Sanchez Seuillano” que había sido puesto por doña Catalina, viendo cómo le maltrataban y daban empellones, rompiéndole y desgarrándole el sayo que tenia puesto y que por su intervención, y la de otras personas que allí se encontraban, “le dexaron y el dicho Juan Cabeças quedó de yr preso a la dicha fortaleza por euitar que no huuiesse alguno que echasse mano a la espada respeto de que las empuñauan ya para hazerlo y si lo hizieran segun eran los dichos agrauios viniera a resultar en alguna muerte...". Cuando fueron a prender al juez Antonio Sánchez, éste se levantó como pudo de la cama, porque estaba enfermo y trató de imponerse, advirtiendo a las fuerzas de don Rodrigo que estaban cometiendo un delito por el que serian castigados. Llegó luego don Rodrigo y asiéndole con fuerza del pecho le dijo que era un desvergonzado, quitándole bruscamente la vara de justicia que tenía en las manos y a empellones, sus hombres, le llevaron preso a la fortaleza. Estaba, según este testigo "muy enfermo y flaco y yua sin capa y sombrero" y que debido a su estado le llevaron más tarde preso a un domicilio particular, de donde luego se escapó. El propio Juan Domínguez fue expulsado de la villa, recibiendo la advertencia de que no volviera y que dijera a cuantos se encontrara por el camino que no dejaran entrar a ninguna persona en la villa ni en sus casas bajo pena de seis años de destierro y 50.000 maravedíes, para que nadie pudiese ver lo que hacían, pues estaban colocando toda clase de armas en la fortaleza. En Acedera oyó decir que muchos de los hombres que estaban con don Rodrigo los había reclutado en los pueblos vecinos de la comarca y que en todos los lugares de alrededor había mucho alboroto, especialmente en Acedera y Madrigalejo, por este motivo.

Estaban los vecinos de Orellana atemorizados y alborotados por la determinación de don Rodrigo en emplear la fuerza, por lo que decidieron huir de sus casas y abandonar las posesiones "al aluedrio de quien las quisiese tomar" poniéndose a salvo de la violencia que desplegaba el ocupante, que seguía haciendo acopio de cuantas armas encontraban dentro o fuera de la fortaleza para poder repeler cualquier intento de ataque desde fuera, por lo que "hizo grandes preuenciones de armas, arcabuzes, alauardas, dardos y otras ofensiuas dando muestras de guerra y mando pregonar que ninguna persona, so pena de la vida, recogiesse a forastero ninguno en su casa" ni admitiese tampoco a los criados de doña Catalina. Una vez que tuvo controlada la situación, echó fuera de la villa a cuantos "no le han acudido con armas para roforçarle en su violencia". Quitó luego don Rodrigo las llaves a todos los guardas de la Fortaleza y sacando los enseres de su interior a la calle, los fue vendiendo o regalando a quien mejor le parecía, despilfarrando el trigo y los víveres almacenados por sus anteriores inquilinas, poniendo guardias y centinelas repartidos por toda la villa de Orellana, "teniendola apretada a forma de guerra", diciendo que no le echarían de allí sino muerto.

Regresaban a Orellana mientras tanto María de Mayoralgo y su nieta tras una breve estancia en Trujillo, acompañadas de sus criados, pero sin atreverse ahora a entrar en la población por las cosas que habían oído que allí pasaban: "no ossauan llegar a ella y andauan por los lugares comarcanos fuera de su casa, despojada la querellante de sus bienes y hazienda que causaua grande espanto y confusion a las personas que lo veian o oian lo que el acusado auia hecho y grauando su delito embiaua por los caminos de juridicion realengas criados suyos y personas de las que auia traydo armadas que saliessen a la dicha doña Maria y a los que con ella viniessen a les ocasionar para que se matassen con ellos" y para mejor conseguir su propósito había mandado decir al alcalde mayor de Trujillo que prendiera a cuantos apoyaran a Catalina de Mendoza y a su abuela.

En los interrogatorios que se hicieron más tarde figura otro testigo especial, Francisco Martínez, que se vio envuelto casualmente en los sucesos de ese mismo día, y que nos aporta con su testimonio también nueva información. Según su relato, cuando llegaron a Orellana las fuerzas de don Rodrigo, un hombre se acercó a la fortaleza a pedir agua; cuando bajó el portero para dársela, llegaron los demás con su jefe y empujando la puerta con fuerza entraron en su interior, cerrándola por dentro. Salieron del castillo al cabo de un buen rato dos hombres con varas de justicia y, poniéndose delante de la puerta dijeron que eran el nuevo alcalde mayor y el alguacil, nombrados por don Rodrigo. Desde allí bajaron al pueblo para prender a Antonio Sánchez y a Juan Cabezas, presenciando cómo injuriaron a este último hasta el punto de tener que intervenir él mismo y Juan Domínguez en su defensa al ver que "se yuan encendiendo vnos con otros", acordando con las fuerzas que iría preso con ellos. Sin embargo, cuando quiso auxiliar al alcalde no pudo hacerlo, porque llegó en ese momento don Rodrigo con más gente armada, abalanzándose directamente sobre Antonio Sánchez, cuando venía a medio vestir, sin capa ni sombrero y con zapatos enchancletados, llevándole preso a la fortaleza, viéndole más tarde en un mesón que había en Acedera porque se había escapado de la casa donde le dejaron enfermo. Todos los vecinos de Orellana estaban alarmados y atemorizados por estos hechos, huyendo de la villa a los campos y dehesas y que también a él le mandó marcharse don Rodrigo, dándole un plazo de cuatro horas, so pena de doscientos azotes. Supo después que doña María de Mayoralgo había llegado hasta Acedera, procedente de Madrigalejo, que avisada de las cosas que estaban ocurriendo allí no se atrevía a intentar acercarse a Orellana la Vieja.

Juan Alfonso, un vecino de Orellana, explicó a su vez que cuando él estaba ese día en el molino de la Soterrana llegó muy alterada la mujer de Raudona diciendo a su marido que don Rodrigo de Orellana había entrado en la fortaleza y se había apoderado de todo. Raudona dejó lo que estaba haciendo y se fue corriendo a la villa. Cuando llegó, confundiendo al que guardaba la puerta de la fortaleza pudo acceder al interior, pero nada más entrar en el recinto, al ver a don Rodrigo y a sus hombres armados trató de volverse por el temor a que le prendieran, pero viéndole éstos, corrieron a buscarle, porque era él alguacil de Orellana, y aunque le soltaron pronto, entendió que estaban resueltos a defenderse de cualquier ataque, porque como bien oyó decir a don Rodrigo, de allí no habrían de irse sino muertos. Con pregones comunicaron a todos los vecinos que no dejaran entrar a nadie en la villa ni en sus casas, bajo pena de recibir doscientos azotes y perder todos sus bienes, poniendo centinelas por todas partes, oyendo decir que de Navalvillar habían traído hachas y segurones por si no le hubieran abierto las puertas de la fortaleza, para derribarlas, por lo que "del dicho temor muchos vezinos de la dicha villa de Orellana se yuan huyendo y dexauan sus casas desamparadas y que quisieran mas perder sus haziendas que verse en aquellos rebates".

domingo, 22 de agosto de 2010

Rodrigo de Orellana y Toledo [ 2]


Al día siguiente muy temprano, seguramente conocedor de los movimientos que había iniciado ya Catalina de Mendoza, se dirigió a la casa en Trujillo de María de Mayoralgo, su abuela, donde permanecía retenida Catalina con su marido Luis de Chaves, en compañía del padre de éste, Cristóbal de Mayoralgo, quienes en respuesta a sus preguntas le confirmaron que todas las escrituras del mayorazgo estaban archivadas en la Casa Fuerte de Orellana la Vieja. En determinado momento y sin mediar palabra, el alcalde se abalanzó a un escritorio que había en la casa, del que extrajo, decidido, cierta cantidad de dinero que mandó devolver al rato a su dueña, pero haciéndole prometer antes que a cambio de que aceptara constituir con ese dinero una fianza, por lo que pudiera pasar, aludiendo veladamente a los movimientos de ocupación que sabía ésta proyectaba: "y abrio el dicho alcalde mayor vn escritorio y sacó ciertos dineros que mandó entregar a la dicha doña Maria, con fianças, la qual dixo que apelaua de lo hecho por el dicho alcalde mayor". Viéndose descubierta, María de Mayoralgo solicitó, como única respuesta, su ayuda, pidiéndole que "la amparasse en la possession que tenia tomada pacificamente de los bienes del dicho mayorazgo por doña Catalina de Orellana su nieta," respondiendo orgulloso el alcalde que pidiera auxilio a la justicia cuando quisiera, pero que él estaba decidido a seguir actuando tal y como lo venía haciendo, y para que no quedara duda de su determinación, ordenó que se notificara de inmediato a uno de los oficiales del concejo de Trujillo su designación como responsable y depositario del cobro de todos los arrendamientos y rentas a las que tuviera derecho el señor de Orellana la Vieja, empezando por las dehesas de Cogolludo y del Bodonal, disponiendo con firmeza que a partir de ese momento, todos los arrendatarios, mayorales, pastores y cualquier otro deudor, realizaran sus pagos al dicho depositario, "so pena de pagarlo otra vez", y que se mantuviera esta orden hasta que él mandara lo contrario.
Molino de Tamujoso, en la confluencia
del Arroyo de ese nombre con el Guadiana.

Como ya le confesó al alcalde María de Mayoralgo en su casa, su nieta Catalina de Mendoza se había adelantado en efecto el día anterior, viajando a la villa de Orellana con su procurador, para que tomara posesión del mayorazgo, quien en la misma fecha presentó sus títulos de poder al alcalde mayor de Orellana, diciéndole que don Gabriel había muerto y que por lo tanto, doña Catalina, su hermana, sucedía en el mayorazgo como legítima heredera desde ese momento. Tomó así Catalina posesión de la villa de Orellana la Vieja con sus vasallos, "jurisdiccion civil y criminal alto y baxo mero mixto imperio", su fortaleza, las dehesas de Cogolludo y Esparragosilla, la barca, molinos y las otras propiedades del mayorazgo, en virtud de cuyo auto, el alcalde mayor de Orellana les acompañó en su visita al interior de la fortaleza, en manifestación de acatamiento hacia Catalina de Mendoza, llevándose a cabo la toma de posesión “quieta y pacificamente sin contradicion de persona alguna.” La llegada de Catalina y su proclamación como titular del mayorazgo fue aceptada por los vecinos, dejando que tomara posesión del dominio de forma apacible, tal vez porque ésta advirtiera que mantendría en sus puestos al alcalde mayor, alguacil y escribano y a las otras personas que hubiera designado Gabriel el Mozo.


Dehesa de Cogolludo

Asalto a la Casa Fuerte
Mientras tanto, conocedor de esas novedades, la reacción de Rodrigo de Orellana y Toledo no se hizo esperar, acudiendo el 1 de abril a la justicia para denunciar los hechos, explicando que se estaban produciendo por ese motivo algunos enfrentamientos entre bandos encontrados, solicitando asimismo a los jueces que le pidieran al corregidor de Trujillo que solicitara al Consejo Real el embargo de las rentas del mayorazgo.
Pero lo cierto es que Rodrigo, por su parte, tampoco faltó a su cita en Orellana en las fechas clave, encontrándose en el Molino Viejo -junto a la Bernagaleja- el día 27 de marzo, acompañado de un escribano que se llamaba Francisco de Campo, quien siguiendo sus instrucciones, iba dando fe de todos sus movimientos, recorriendo ese día el olivar del Coto y de las Dehesillas y la dehesa del Bodonal, hasta llegar a la dehesa de Cogolludo. Al intentar entrar en la villa de Orellana para continuar su toma de posesión, se encontró con la resistencia de sus concejales: "salio a la entrada Antonio Sanchez que haze el oficio de alcalde con vara de justicia y con vun escriuano y otros quatro hombres y les impidio la entrada y mando que no entrassen so pena de veinte mil maravedis y a Francisco de Campo so la misma pena y dozientos açotes y assi no pudo entrar a la continuacion de la dicha possession en la dicha villa". Al escribano le ordenaron que no diligenciara las posesiones que había hecho don Rodrigo, porque era ya doña Catalina señora de Orellana: "el qual dixo que el dia antes tenia dada la possession de la villa de Orellana y el mayorazgo della a doña Catalina y a su procurador quieta y pacificamente sin contradicion alguna constandole como le constaua ser vnica hermana legitima de don Gabriel difunto, vltimo posseedor...", a lo que el escribano contestó que lo era su señor, conforme a las disposiciones de la leyes de Toro.
Dehesa de Cogolludo

Dejó pasar Rodrigo de Orellana cinco meses, pero viendo que la Justicia no daba solución a su demanda, exasperado, se lanzó a la aventura de tomar Orellana por la fuerza, con la pretensión de erigirse en su señor, despojando a Catalina de Mendoza de los supuestos derechos que se había arrogado por su cuenta. Desde Trujillo organizó su expedición, reclutando gente armada en los pueblos vecinos de Villanueva de la Serena, Campanario y Esparragosa de Lares, con el decidido propósito de apoderarse de la Casa Fuerte. Cuando estuvo listo se puso en camino de Orellana la Vieja, adonde llegó el 14 de septiembre de 1599, dirigiéndose a la fortaleza para tomarla por la fuerza, aunque encontrara resistencia, porque venía resuelto y preparado para ponerle cerco si fuera necesario: "hasta que se le dieran por fuerça o de hambre", así que "entro con fuerça y violencia en la dicha villa y contra la voluntad de las querellantes y los ministros de justicia que en ellas tenia forçando y rompiendo el castillo y casa de las dichas doña Maria y doña Catalina expelio por fuerça sus vassallos y criados que en ella estauan y por malos tratamientos que les hizo y por fuerça de armas con que les compelio se apodero de la dicha casa y castillo y alçandose con todos los bienes que enella tenian...". Nombró nuevo alcalde mayor, escribano y los otros oficiales de justicia, y haciéndose acompañar por ellos y por los hombres armados que había traído con él bajó a la plaza de la villa, donde mandó prender a Antonio Sánchez y Juan Cabezas, alcalde mayor y escribano, que Catalina de Mendoza y su abuela habían confirmado en sus cargos, maltratándolos "y lleuandollos presos los hizo muchos malos tratamientos dandoles golpes y empellones hasta los encarcelar..." especialmente al alcalde mayor, que habían sacado enfermo de la cama y sin dejarle apenas tiempo para que se vistiera, "lo asio y lleuo preso y quito la vara de justicia y lo maltrato y llamo de desuergonzado y otras afrentas" y aunque éste, por defender su jurisdicción llamó a sus oficiales para que prendieran a los atacantes y le dieran auxilio "nayde se lo osso dar vista la determinacion del susodicho y de los que con el yuan respeto de que si lo hizieran tenian por sin duda los mataran".

martes, 27 de julio de 2010

Rodrigo de Orellana y Toledo [ 1]

Rodrigo de Orellana y Toledo
Tras la muerte de Gabriel el Viejo le sucedió su hijo Juan Alfonso de Orellana y en 1593, muerto también éste, Gabriel Alfonso de Orellana el Mozo, su nieto. Aprovechando esta última sucesión volvió a reiterar doña María de Orellana sus pretensiones, reclamando nuevamente el señorío y mayorazgo, interponiendo un nuevo juicio en Granada, acompañada esta vez por su hijo García de Orellana y Figueroa que, con renovado empeño, se convierte en el continuador del meritorio esfuerzo, afán y perseverancia que demostró su madre, defendiendo que el mayorazgo en litigio no era de rigurosa agnación, puesto que a él podían acceder tanto hombres como mujeres, con primacía para los varones cuando concurrieran en igual grado, pero sin que la mujer pudiera ser excluida por un varón de otra línea, como era habitual en España. Apoyaron con firmeza su demanda en una grave acusación: don Gabriel de Mendoza el Viejo había manipulado las escrituras con las que ganó el juicio a la muerte de Juan el Bueno en 1549, introduciendo dudas, por primera vez ante la justicia, sobre la autenticidad del documento esgrimido entonces.

Tras el envite, obtuvieron éstos al fin el 2 de septiembre de 1594, en la Chancillería de Granada, una sentencia de revista favorable a sus pretensiones, resultado indudable de su nueva estrategia, aunque a todas luces adolecía ésta de una importante debilidad: la denuncia se había formulado sin documento alguno de respaldo que pudiera demostrar la acusación de falsedad. Pese a todo, la sentencia era definitiva y revocaba todas las anteriores, declarando a doña María de Orellana y por su reciente fallecimiento, a su hijo García, sucesor al mayorazgo y señorío de Orellana la Vieja. En la misma se condenaba a los descendientes de Gabriel de Mendoza a que devolvieran los frutos y rentas que el mayorazgo hubiera producido hasta el mismo día de su restitución. Lograba el hijo por fin los anhelos mantenidos sin desmayo por su madre durante los últimos cuarenta años de su vida: "por legitimo sucessor he llamado al vinculo e mayorazgo que fundo Juan Alfonso de Truxillo... e condenamos al dicho Luys de Chaues como curador del dicho D. Gabriel Alfonso de Orellana y al dicho D. Iuan Alfonso de Orellana difunto a que dentro de nueve dias como fuere requerido con la carta executoria de su Magestad que de la nuestra sentencia se diere entregue y restituya al dicho don Garcia de Figueroa los bienes del dicho vinculo y mayorazgo y acrecentamientos del para que los tenga e possea con los vinculos y condiciones en el dicho mayorazgo contenidos...". Parecía esto, al fin, la culminación de tan prolongada etapa de frustraciones y desalientos, pero se trataba, lamentablemente, del principio de otra nueva etapa, en la que todo habría de complicarse sobre manera.

El nieto de Gabriel de Mendoza, Gabriel Alfonso de Orellana el Mozo, seguramente bien asesorado, apeló la sentencia, y obtuvo nuevamente del Consejo una sentencia favorable en el grado de Mil y Quinientas, revocando en consecuencia la de revista de 1594 y confirmando la resolución anterior de 1554, convirtiéndose en el 13º señor de Orellana la Vieja. De poco le valió a García de Orellana su denuncia contra los Mendoza, porque nada había demostrado en su acusación. Pese a todo, la inesperada muerte de Gabriel el Mozo sin descendencia en marzo de 1599, vino a desencadenar una serie de nuevos acontecimientos, en los que la ruptura de la línea sucesoria por vía de varonía de los Mendoza introducía, sin solución de continuidad, un mayor grado de complicación, porque Catalina de Mendoza y Orellana –hermana del recientemente fallecido señor de Orellana-, junto con su marido, Juan de Chaves Sotomayor, reclamaban ahora el mayorazgo, sin que importara en esta ocasión que fuera el aspirante mujer. En abril de 1599 lo revindicó asimismo Rodrigo de Orellana y Toledo, como hijo y sucesor de Pedro Suárez de Toledo y nieto de Rodrigo de Orellana y Teresa de Meneses, que desde 1577 reclamaba para sí la titularidad: ahora se presentaba para él la ocasión, porque era el siguiente descendiente en la misma línea de varonía que había convertido en señor de Orellana la Vieja a su tío Gabriel el Viejo. Y, por supuesto, García de Orellana y Figueroa, el tercero en litigio, lo reclamaba también para sí, asistido por sus nuevos documentos.


Palacio de Piedras Albas. Trujillo
Construido por Pedro Suárez de Toledo, padre de Rodrigo de Orellana y Toledo

Así las cosas, en cuestión de pocos días se fue creando un fuerte nudo que terminó por bloquear la salida a cada una de las partes y que los partidarios de unos y otros aspirantes al mayorazgo tensionaba cada vez más, generando intranquilidad y desconcierto en los vecinos de Trujillo y de Orellana. Según Juan Correa Hurtado, procurador de Rodrigo de Orellana, en Trujillo se habían producido ya algunos altercados con gente armada: "otrosi digo que sobre tomar la actual possession de la dicha villa y bienes del dicho mayorazgo y acrecentados en el ha auido y ay en la ciudad de Truxillo y en la dicha villa de Orellana y en otras partes donde estan los dichos bienes mucho escandalo y alteracion y juntas de gentes armadas y aun heridas y ay peligro de suceder muchos alborotos y escandalos e inconuenientes a que no es justo se de lugar...", por eso, el alcalde mayor de Trujillo, preocupado por el clima de tensión que se gestaba rápidamente en la ciudad y porque tenía sospechas de que algunos de los aspirantes estaban moviendo ya sus fichas, decidió intervenir, porque "entre los que pretenden tener derecho a su sucession de su casa y mayorazgo ay grandes diferencias y alborotos por ser todos los pretensores gente principal y auer parcialidades en Truxillo sino se ocurriesse con remedio eficaz". Temiendo los disturbios que estaban a punto de estallar por esa causa, el 23 de marzo, a las cinco de la mañana, mientras agonizaba en la casa de la Alberca Gabriel el Mozo, ordenó el arresto domiciliario de ciertas personas de las que sospechaba sus movimientos, bajo pena de 1.000 ducados de sanción, advirtiendo al mismo tiempo "que ninguna persona de ningun estado calidad que sea con poder o sin el del que pretendiere ser llamado al dicho mayorazgo se atreua a tomar possession y autos della...". Mandó al mismo tiempo instrucciones muy precisas a los justicias de Orellana la Vieja para que de ningún modo "consientan que persona alguna tome la possession de los bienes del mayorazgo del dicho don Gabriel y la denieguen a quien la pidiere", avisándoles de lo que debían de hacer para cumplir sus órdenes. Del mismo modo actuó dirigiéndose a todos los escribanos de Trujillo, ordenándoles que si moría Gabriel el Mozo, no llevaran a cabo ninguna diligencia que les mandaran sin que él lo supiera, para que ninguno de los candidatos se atreviera a tomar la posesión del señorío por asalto en Orellana.
Palacio de Piedras Albas. Trujillo. Detalle de la fachada principal

El 26 de marzo, a medio día, en su presencia, se certificó la muerte de Gabriel el Mozo. Como primera medida cautelar, se precipitó de inmediato el alcalde a confiscar todos los bienes del mayorazgo de Orellana la Vieja, para evitar males mayores, porque "a la sucession de su casa y mayorazgo ay pretensores y gente poderosa de quien se podia recelar como se recelaua que para aprehender y tomar la possession de los bienes del dicho mayorazgo podia causar algun alboroto y escandalo mandó poner en secresto y deposito todos los bienes del mayorazgo...". Sus sospechas, como veremos, no carecían de fundamento.



jueves, 24 de junio de 2010

Paisaje en corto

Gabriel de Mendoza el Viejo

Gabriel de Mendoza 

Todo lo que sabemos de Gabriel de Mendoza es lo que de sí mismo mostró en su desaforada lucha por conseguir la sucesión al mayorazgo de Orellana la Vieja. Desde nuestra perspectiva actual, su forma de actuar sería calificada sin ambages de mezquina, pero visto desde su tiempo, lo que mueve su ambición no está impulsado sólo por un interés personal, porque fundamentalmente lo que hace es responder a un profundo sentimiento de pertenencia a su linaje, al que se debía, como miembro destacado de la nobleza local de Trujillo, una inclinación muy enraizada socialmente en la época. Buena parte de su personalidad la encontraremos por esta causa ligada a la biografía de los otros personajes sobre los que iremos tratando, porque la defensa de sus privilegios, como estirpe, marcaba profundamente su actitud frente al derecho de los otros.

Todas las tierras que pertenecían al mayorazgo estaban vinculadas –es decir, no se podían vender o enajenar-, de forma que sus titulares sólo podían disfrutarlas en usufructo, debiendo transmitirlas posteriormente a su hijo primogénito a perpetuidad, de forma que el sucesor recibía íntegramente todos los bienes vinculados de sus progenitores, denominándose bienes libres aquellas otras propiedades no vinculadas, es decir, todos el patrimonio que permanecía a libre disposición de su dueño. El primogénito heredaba el grueso de la riqueza familiar, incluyendo el título del dominio, como era el caso de Orellana, además del apellido del linaje y al mismo tiempo, cualquier otro privilegio del que disfrutara el mayorazgo. El sucesor no sólo percibía así las rentas procedentes del derecho de propiedad plena de la tierra, sino que también tenía acceso a las rentas procedentes del señorío, como lo eran los impuestos que debían pagarle los vasallos del dominio, los derechos reales sobre diezmos eclesiásticos, los que percibía por el uso de aguas y de molinos y otras prebendas, que en el caso de Orellana eran más bien escasas. (A mediados del siglo XVIII la distribución de la carga fiscal de los vecinos de Orellana estaba descompensada en este sentido, porque pagaban más como fieles de la Iglesia -el 57 %-, o como súbditos de la corona -35 %- que como vasallos del señor del dominio, el 8%).

Al poco de fallecer su hermano Rodrigo de Orellana, 8º señor de Orellana la Vieja, Gabriel advirtió que su sobrino Juan, el nuevo titular del señorío, debido a la gravedad de su enfermedad, no viviría muchos años. Él sabía que los derechos de sucesión –conforme a lo dispuesto por el fundador del mayorazgo, Juan Alfonso de la Cámara- pasarían desde ese momento a su sobrina María, pero en su entorno familiar se había generado ya por ese motivo mucha preocupación, porque no existían más hermanos varones. Fuera de las personas más directamente implicadas en la sucesión de María, el resto de la familia de los Orellana apoyaba la candidatura de Gabriel y de forma muy especial, María Enríquez de Mayoralgo, mujer de gran personalidad y de la que hablaremos más adelante, porque lo que estaba en juego era la permanencia de los bienes vinculados en manos de la familia. Las cosas ocurrieron en la dirección que marcaba la opción más conservadora y como consecuencia de su acceso a la titularidad del mayorazgo y del dominio señorial, con Gabriel el Viejo se desvió –durante tres generaciones- la sucesión de los Orellana hacia la rama de los Mendoza. Desde entonces y hasta 1599 ostentaron la titularidad del señorío de Orellana la Vieja el propio Gabriel de Mendoza el Viejo –que adoptó a partir de ese momento el nombre de Gabriel de Orellana-, Juan Alfonso de Orellana, su hijo y Gabriel Alfonso de Orellana el Mozo, su nieto.

                                  Balcón exterior al que daba el salón principal de la Casa Fuerte

Casado con María Pizarro Valenzuela, hija de Gregorio López de Valenzuela -Gobernador de los estados del duque de Béjar, miembro del Consejo de Castilla y oidor del de Indias, del que luego llegó a ser presidente- Gabriel se transformó en el representante de su linaje en defensa de sus derechos de sangre. Aprovechándose de su condición de tutor, tras la muerte de Juan el Bueno, lo primero que hizo fue apoderarse de las escrituras del mayorazgo que estaban en la Casa Fuerte de Orellana, haciendo desaparecer los documentos que serían esenciales más tarde para la defensa de los derechos legítimos de doña María, realizando seguidamente un inventario del que excluyó la escritura de fundación del mayorazgo, colocando en su lugar una copia alterada, conforme a sus pretensiones.

La naturaleza de la enfermedad de su sobrino le había permitido prepararse con mucho tiempo. Antes de que se hiciera el inventario de los bienes del mayorazgo en 1533, Gabriel había aprovechado la ausencia de Isabel de Aguilar para entrar armado en la fortaleza de Orellana con ese propósito. Alguno de los vecinos de Orellana comentaron luego: "abrio el archivo de las escrituras y tomó las que quiso y tuuo tiempo de poner en ellas [lo] que le pareciesse y esta fuerça u violencia fue notoria en la dicha villa y della se quexaua con grandes exclamaciones la dicha doña Isabel”. Juan de Alvear, procurador de García de Orellana, lo explicó de esta forma ante los jueces en 1599: “el qual como tenia pretension de que faltando el dicho don Juan su sobrino avia de suçeder en esclusion de la dicha doña Maria abiendose apoderado como tal tutor de todas las escripturas testamentos cartas dotales previlexios y otros recaudos de la dicha casa y mayorazgo y subçesores de ella y hiço ymbentario de todo esto como quiso puniendo solas las escripturas que le pareçio que le estaban bien y omitiendo y ocultando las otras y ansi faltó del dicho ymbentario la escriptura orixinal del mayorazgo de Orellana que ni aora ni en los pleitos viexos a parecido siendo la que berisimilmente estaria mas guardada y con mayor custodia y con solo el dicho traslado despoxo a la dicha doña Maria madre de mi parte de la posesion de la dicha casa y mayorazgo”.Algunas de estas escrituras pudieron recuperarse posteriormente, pero otras, como el testamento de Pedro Alfonso de Orellana, hijo del fundador Juan Alfonso de la Cámara, se perdieron definitivamente, a pesar de las pesquisas que se llevaron a cabo en algunos conventos de Sevilla, donde afortunadamente se encontraron copias coetáneas de las correspondientes al mayorazgo.
Patio interior del Palacio de los Pizarro-Orellana. Trujillo

Tras los diferentes intentos y reclamaciones de María de Orellana, con diversa suerte, ante la justicia, Gabriel de Mendoza había mantenido todo el tiempo su postura impertérrito, plasmando incluso en su propio testamento en 1563 los mismos argumentos que le sirvieron durante los juicios contra su sobrina para hacerse con la titularidad del señorío, tratando de darle carácter formal a lo que en definitiva había sido sólo una artimaña para escamotear lo dispuesto por el fundador: "por quanto Juan Alfonso de la Camara del rey nuestro señor don Alfonso el Onzeno fue el que instituyo el dicho mayorazgo de la dicha villa de Orellana la Vieja y en el parece quiso conseruar su casa y memoria en sus descendientes varones que del descendiessen y mientras estos vuiesse quiso excluyr hembras mas cercanas, y demas de ser nuestro padre ay gran obligacion que se cumpla su voluntad y que se nombre viua y aya memoria en el que sucediere el dicho mayorazgo para seruir alli en la casa a nuestro Señor”.
                             Detalle de la fachada este de la Iglesia parroquial de Orellana la Vieja.  

Aparte de todas estas consideraciones que hemos hecho en lo que se refiere a su reconocimiento legal como nuevo titular del mayorazgo, todo viene a identificarle como el artífice y promotor de todos los cambios que se llevaron a cabo entonces en la fortaleza de Orellana, transformándola en palacio, siguiendo el gusto renacentista de la época, incluyendo en el mismo la construcción de un magnífico patio plateresco en su interior y un espléndido balcón exterior para su salón principal, una obra que tal vez ejecutara Alonso Becerra hacia el año 1555, autor también de otro patio, similar al construido en Orellana, que aún hoy podemos admirar en el actual palacio de Juan Pizarro y Orellana, en Trujillo. La construcción de la iglesia parroquial de Orellana la hace entre 1570-1573 el arquitecto Francisco Becerra, hijo de Alonso Becerra, poco antes de marcharse a Perú, siendo señor de Orellana Juan Alfonso de Orellana, hijo de Gabriel el Viejo.

jueves, 10 de junio de 2010

Una inscripción en la torre del homenaje de la Fortaleza de los Orellana

 Desde siempre hemos vista esa lápida situada en lo alto de la torre del homenaje. Siempre ella ha frustrado, inmutable, la curiosidad de los vecinos –sentida seguramente por generaciones- que han deseado explorar su mensaje. Movido por esa curiosidad, un buen día le mandé a Cándido González Ledesma una fotografía pidiéndole auxilio, por si él encontraba la forma de traducir aquel latinajo, porque todos los intentos que yo había hecho en ese sentido, no habían tenido éxito alguno. Gracias a que él tomó el asunto como un reto personal, pudo llegar a las personas que, finalmente, fueron capaces de lograr lo que me parecía ya imposible.
Lo estudió en primer lugar su compañera Presentación Rodríguez Martín, Choni, profesora de latín en el Instituto Pedro Alfonso de Orellana, quien a su vez, pidió ayuda a Felipe Trenado Trenado, a quien finalmente debemos la transcripción definitiva que se expresa a continuación:

BENEDIC, DOMINE,
DOMUM ISTAM, QUAM
TUO NOMINI EDIFI-
CAVI; BENEDICANT
TE QUI VENERINT
IN ILLAM



Desentrañar su contenido no ha sido fácil, debido, fundamentalmente, a la dificultad para identificar ciertos caracteres y el uso de abreviaturas –tal vez, según me dicen, debido a la solución por la que optó el cantero para resolver sus propias dificultades, colocándolas, por añadidura, en sentido vertical-. En la primera línea, se puede leer relativamente bien BENEDIC, pero la segunda palabra, está abreviada (DNE = DOMINE). La segunda línea muestra aún mayor dificultad: hay un carácter, parecido a un 3 que se repite tres veces: en realidad es una M, que por cuestión de espacio, se decide grabar en la piedra perpendicularmente a su posición normal, resultando: DOMUM ISTAM (con la S muy estilizada, por la misma razón) y la contracción de QUAM. La tercera línea muestra claramente: TVO = TUO; abreviado: NOMINI o NOMINO, leyéndose a continuación sin dificultad EDIFI, palabra que continúa en la cuarta línea con CAVI, -EDIFICAVI-, completándose con BENEDICANT (N abreviada con trazo horizontal sobre la A). Finalmente, en la quinta línea puede leerse: TE QVI VENERINT. Y la última palabra: IN ILLAM.

La lápida: centrada, bajo las almenas de la torre de planta cuadrada

El texto se corresponde, casi literalmente, con la antífona u oración que se decía en las bendiciones de Iglesias o capillas: “Benedic domine domum istam quam aedificavi nomini tuo venientium in...”. En el caso que nos ocupa, sólo cambia “venientium”, por “qui venerint”, que en esencia significan lo mismo. Así pues, la transcripción final es la siguiente:
BENDICE, SEÑOR
ESTA CASA QUE
EDIFIQUÉ EN TU NOMBRE;
TE BENDIGAN
LOS QUE VENGAN
A ELLA

Por lo que sus autores refieren, se trata seguramente de un mármol extraído de algún otro lugar y colocado aquí tal vez por motivos prácticos, acaso en tiempos de Gabriel el Viejo, cuando se transformó la fortaleza en residencia palaciega en el segundo tercio del siglo XVI, porque conocido el mensaje de la inscripción, lo primero que les resultó extraño a sus esforzados traductores fue su ubicación, puesto que la altura donde aparece colocada es un claro impedimento para su lectura, lo que resta vigor y coherencia a su contenido, un mensaje de bienvenida que no estaba destinado tanto al Altísimo como a los simples mortales que llegaran por tierra al lugar donde perteneciera. El hecho de que no esté colocada a la altura de los ojos del visitante invita a pensar que la lápida debió ser reubicada, dando sentido así, por otro lado, al hecho de que esté situada bajo un dintel y jambas de ladrillo que enmarcaban lo que parece fue una ventana abierta en el torreón, cuyo hueco quiso cegarse entonces.


Pienso, por mi parte, que ese texto deberá figurar algún día en algún punto de acceso al interior de la actual Casa Fuerte, con mención expresa de la propia lápida y su ubicación.


martes, 1 de junio de 2010

María de Orellana [y 2]

María de Orellana: sucesora y mujer

Animada mientras tanto por su deseo de recuperar lo que sentía como propio, María no cesó en sus esfuerzos, y el 10 de septiembre de 1554, haciendo caso omiso de la sentencia favorable a su tío, volvió a interponer demanda en Granada reclamando sus derechos, pero sin resultado positivo alguno para ella. Don Gabriel no puede decir como dice -insiste María- que es inmediato sucesor y siguiente en grado, porque la declaración que hace sobre el llamamiento de las hembras en la escritura de mayorazgo no procede ni puede proceder de derecho “y es contrario y repugnante a la voluntad del fundador y a las palabras de la dicha escritura de mayorazgo y las palabras del dicho mayorazgo a do[nde] dize: y si por auentura se desgastare la linea de mis fijos [e de las mis fijas que murieren sin fijos] varones herederos o sin hijas mis nietas y no vuiesse ninguno de los que descendiessen de mi, son palabras expressas y muy claras contra don Gabriel y no sufren el entendimiento que los letrados de don Gabriel le quieren dar y dan...". Estudiaron nuevamente el asunto los consejeros y oidores de la Chancilleria granadina, enviando a su término una carta de emplazamiento a Gabriel de Orellana para que contestara a la demanda, lo que este hizo el 29 de octubre de ese año, razonando que sobre este asunto ya se había litigado anteriormente y solicitando por ello que no se atendiera la demanda porque era un asunto ya juzgado, dándose el pleito por concluido.
Fue dictada al poco sentencia definitiva en grado de revista y anulada la emitida por la vista anterior en la que se había ordenado indebidamente que doña María fuera la titular del mayorazgo, y en consecuencia, considerando los nuevos autos y probanzas en grado de suplicación “mandaron que el dicho don Gabriel de Orellana fuese puesto en la tenencia de los bienes e mayorazgo sobre que hera el dicho pleyto y lo susso dicho fecho remitieron el dicho pleyto e causa anssi en posesion como en propiedad a los dichos nuestros presidente e oydores de la dicha nuestra abdiencia para que llamadas e oidas las partes hiziesen en el lo que fuese justicia de la qual paresce que fue mandada dar e se dio a la parte del dicho don Gabriel de Orellana nuestra carta executoria ques la que de suso se a hecho mincion segun que lo susso dicho mayorazgo en ella se contiene”. Daba así la vuelta completa la sentencia a la situación anterior y era doña María quien ahora debía responder ante la acusación de mantener ocupados los bienes del mayorazgo, perturbando los derechos de don Gabriel su tío, “por lo qual le hera obligada a pagar todos los frutos e rentas que los dichos bienes avian rentado en el dicho tiempo que avian sido cinco años y en cada año tres mill ducados y mas…”, siendo condenada al pago de 15.000 ducados.
Según un inventario que entregó María a la justicia, procedente de los papeles de su hermano Juan, estaban incluidos en el mayorazgo los bienes siguientes: la villa de Orellana la Vieja con su fortaleza, término y jurisdicción civil y criminal, "alto baxo mero mixto imperio"; en Trujillo, la casa principal del mayorazgo, situada dentro de la villa amurallada, junto a la Alberca; dos pares de casas más en la plaza de la ciudad, junto al corral de los toros y una casa más en el lugar de Acedera; la escribanía de la villa y sus rentas, entre ellas los pechos y derechos que correspondía pagar a los vecinos labradores por cada yunta de tierra labrada en el término de Orellana: tres fanegas de trigo y dos de cebada; cada vecino, labrador o no, debía pagar asimismo dos gallinas y una carga de paja y el pegujal, según costumbre en el mayorazgo. Los demás bienes estaban integrados por los ejidos, prados y montes, "aguas estantes y corrientes y manantes" y las instalaciones dentro de la villa y su término. La dehesa boyal, situada junto al Guadiana, limitada por el ejido de la villa y la dehesa de Esparragosa- la Dehesilla- donde había un cañal y una viña cercada; en el ejido había tres cercas, una situada junto a la fortaleza, otra junto a la fuente de beber y otra más al lado de la iglesia de Santo Domingo el Viejo; a orillas del Guadiana un molino que llamaban el Viejo, con cuatro ruedas de moler y todos sus muebles y enseres, junto con la casa que había en la dehesa para el servicio del molino. También en la ribera del Guadiana, el molino Nuevo, con cuatro heridas y tres ruedas; una barca para cruzar el río y un molino de aceite en el interior de la villa. Haciendo límite con el Guadiana, junto al término de Orellana de la Sierra y el vizcondado de la Puebla de Alcocer, la dehesa de Cogolludo y dentro de la misma la Huerta del Rey (Casa de Maribañez); junto a esta, la Huerta de Valdelapeña (El Chorrero), situada en el ejido de Navalvillar de Pela. También en tierras de Trujillo, la dehesa Encinahermosa, haciendo lindero con la de Balhondo, propiedad de Diego Vargas y en La Herguijuela, una viña. Formaba parte también del patrimonio el patronazgo de la capellanía del Cornocalexo que había fundado Rodrigo de Orellana; la capellanía que atendía Hernán Vote, sufragada con rentas de la dehesa de Orellana, otra en Alcántara y otra más en la villa de Campanario servida por el bachiller Gallardo, con tierras y molinos que dejó Hernán Sánchez; el patronato de la "catreda de gramatica" en Orellana la Vieja, servida por el bachiller Guisado, costeada con la renta de la dehesa de Tagarnillar, situada en tierras de Trujillo y finalmente el patronazgo del Hospital de la villa de Orellana servido por Alonso Gutiérrez.

Tras el inmediato recurso con el que respondió a la sentencia en su contra María de Orellana se sucedieron aún nuevos pleitos y nuevas sentencias de revista entre los años de 1560 y 1563 sin conseguir ningún cambio, y nuevamente en 1574, sin que María, ya viuda, consiguiera mover lo establecido veinte años antes por más que alegó siempre que la sucesión que se le había atribuido a Gabriel de Mendoza era contra todo derecho, como lo hizo aprovechando la sucesión al mayorazgo en 1560 de Juan Alonso de Orellana -12º señor de Orellana la Vieja-, hijo de Gabriel de Orellana, pero a tenor de los resultados, los abogados de doña María no pudieron hacer valer sus argumentos, neutralizados por las pruebas que presentó entonces la parte contraria, determinando en consecuencia el dictamen final que doña María de Orellana no había probado sus alegaciones. Juan Alfonso de Orellana aún se atrevió a solicitar por su parte que se revocara la sentencia, porque no se había condenado a María de Orellana al pago de los 15.000 ducados que habían solicitado por vía de reconvención. Se concluyó el pleito sin que los jueces atendieran esa petición, pronunciando sentencia definitiva en grado de revista el 23 de diciembre de 1563, aunque la carta ejecutoria no se firmó definitivamente hasta el verano de 1565, cuando ya había muerto Gabriel de Orellana y también Gómez de Figueroa, marido de María de Orellana: “de todo lo qual que dicho es mandamos dar e dimos esta nuestra carta executoria escripta en pergamino de cuero sellada con nuestro real sello de plomo pendiente en filos de seda a colores dada en Granada a 20 del mes de agosto de 1565”.





Marmitas en el Zújar



miércoles, 5 de mayo de 2010

La Serena [2]



María de Orellana [1]

María de Orellana: sucesora y mujer
Recaían en María, hija mayor de Rodrigo y de Isabel de Aguilar, los derechos de sucesión al mayorazgo de Orellana tras la muerte de su hermano Juan el Bueno, derechos que ella quiso asumir, desde un principio, a pesar de las arrogantes pretensiones de su tío Gabriel. Pero todo fue para ella demasiado rápido y ni siquiera tuvo tiempo de disponer el traslado de sus enseres personales a la Casa Fuerte de Orellana, porque Gabriel se había adelantado tomando posesión de la fortaleza de Orellana el 27 de enero de 1549, unas pocas horas más tarde de fallecer su hermano. Poniéndose de acuerdo con los regidores del concejo de Orellana la Vieja, ocupó la villa desde el primer momento y mantuvo la posesión del señorío durante nueve meses, hasta que María y su marido Gómez de Figueroa lograron recuperarlo por sentencia judicial de la Chancillería de Granada.
Escudo de los Orellana.

María se había casado por aquellas fechas con don Gómez de Figueroa, hijo de García de Toledo -fue García de Toledo ayo y mayordomo mayor del Príncipe Carlos, comendador de Bienvenida en 1536 y de Moratalla en 1553, hijo a su vez de don Gomes Suárez de Figueroa, segundo conde de Feria- y enseguida, el 14 de febrero de ese año presentaron en el Consejo una demanda contra Gabriel de Orellana por haber ocupado la villa de Orellana y tomar posesión de todos los bienes del mayorazgo. Precavidos, los jueces pidieron, tanto a Isabel de Aguilar, como a Gabriel de Mendoza, que les entregaran todos los documentos que poseyeran cada uno para estudiarlos, encargando de su custodia a Pedro de Mármol. El 19 de noviembre de ese año la Real Audiencia de Granada emitió al fin sentencia a favor de María, exigiendo que se le devolvieran de inmediatos los bienes del mayorazgo, convirtiéndose así Gómez de Figueroa en el 10º señor de Orellana la Vieja.
El matrimonio vivía entonces en Zafra con los condes de Feria y allí celebraron jubilosos la restitución de los derechos usurpados, dándole a María ocasión de cambiarse el apellido Mendoza por el de Orellana, que ahora le correspondía como sucesora. Isabel Adame de Cantos, una anciana de 85 años de edad que había sido ama en la casa de Feria toda su vida en Zafra, nos explica cómo Gómez de Figueroa y su mujer, al conocer la sentencia contra Gabriel de Mendoza lo celebraron por todo lo alto: “en la dicha villa de Çafra se hiçieron muchas fiestas y luminarias y deçian que hera por aver salido la dicha sentençia en favor de la susodicha”, y Catalina de Sotomayor, camarera de Guiomar de Soto, que también vivía en Zafra, nos cuenta asimismo que “a la persona que soliçito el dicho pleito y truxo nuevas de la dicha sentençia se le hiço merçed de darle tresçientos ducados de renta cada un año por sus dias y esto fue muy publico en la dicha villa”.
Partió el joven matrimonio de Zafra para hacerse cargo del señorío, llegando a Orellana la Vieja con los padres de don Gómez. Quiteria González nos informa así de su llegada: “quando vinieron a tomar la posesion desta dicha villa y su mayorazgo por muerte de don Juan el Bueno hermano de la dicha doña Maria de Orellana y esta testigo sabe que tomaron la dicha posesion y an estado aqui algunos dias enesta dicha villa; despues de aver tomado la dicha posesion se fueron a la çiudad de Badaxoz donde hera el dicho don Gomez de Figueroa y dexaron enesta dicha villa en el castillo della un alcayde que al presente no se acuerda de su nombre y que sabe goçaron y poseyeron este dicho mayorazgo algunos años.” También Elvira Sánchez en su testimonio hacía memoria del día en que llegó doña María con su marido a la fortaleza de Orellana, acompañada por sus suegros que se quedaron todo el tiempo con ellos hasta que regresaron a Badajoz: “y quando se fueron dexaron un alcaide en el castillo y casa fuerte para que tuviese quenta con la haçienda y los vasallos y el alcayde se llamava fulano Bernal de Varreda”. Juan Álvarez Santa Cruz, que había convivido con Juan de Orellana durante su infancia -por “ser veçinos sus padres del testigo y de los suyos y averse criado juntos en una veçindad en la casa que llaman de la Alverca que hera de los dichos sus padres de la dicha doña María y don Juan”- nos confirmó que a la muerte de su hermano, María había estado “en la posesion de el dicho mayorazgo mas de quatro años o quatro y medio” y Andrés Sánchez que llamaban el Viejo, otro amigo de la infancia y que debió pertenecer a su estrecho círculo de confianza, añade que a su muerte hubo discusión entre Gabriel el Viexo y Gómez de Figueroa mientras estuvieron en la posesión del mayorazgo durante más de cuatro años, “hasta que el dicho don Gabriel le echo de la posesion por pleito”. Otro tanto nos explica Catalina Alonso, una mujer de Orellana con 80 años de edad, viuda de Alonso Xil y que durante muchos años había mantenido estrecha amistad con Rodrigo de Orellana y su mujer Isabel de Aguilar: “y despues de la muerte del dicho don Rodrigo sabe esta testigo que entro en el dicho mayorazgo don Juan de Orellana el Bueno su hijo y estuvo y poseyo como su padre hasta que murio y despues de su muerte sabe que truxeron pleitos entre la dicha doña Maria y don Gabriel de Orellana el Viexo su tio hermano de su padre y tuvo la posesion y por pleito se la quito don Gomez y la dicha doña Maria su muger y tuvo y poseyo este mayorazgo quatro o çinco años y dexaron aqui su alcaide y estuvo aqui hasta que otra vez don Gabriel por pleito volvio a entrar en la posesion del dicho mayorazgo”. Todos coinciden en Cinco años, aproximadamente. Pero la verdad es que los pleitos que por entonces se siguieron a causa de la titularidad del mayorazgo de Orellana la Vieja no habían hecho más que empezar, porque continuarían todavía otros 60 años más. La documentación a que dieron lugar las alegaciones de unos y otros descendientes durante este tiempo constituye para nosotros la fuente primordial de información sobre los hechos, pero también nos permiten esos documentos conocer bastante bien quienes eran unos y otros pretendientes y hacernos una idea muy completa de la genealogía de los Orellana.

Fortaleza de los Orellana

Durante esos cinco años en los que retuvo María de Orellana junto a su marido el señorío de Orellana la Vieja, Gabriel de Mendoza no había cesado de intrigar en la Chancillería granadina para obtener una sentencia favorable a sus pretensiones, lo que finalmente logró en agosto de 1554, apartando así a María y su marido definitivamente del señorío mientras vivieron: "y para la enmendar la deuemos de reuocar y reuocamos ... y mandamos que el dicho D. Gabriel de Orellana sea puesto en la tenencia de los bienes y mayorazgo sobre que es este pleito...", expresaba concluyente la sentencia (continuará).

miércoles, 14 de abril de 2010

Juan de Orellana el Bueno [y 4]


Juan de Orellana el Bueno, noveno señor de Orellana la Vieja [y 4]
Es cierto que, de una u otra forma, Juan el Bueno debió llegar con sus tíos a ciertos acuerdos sobre la administración del patrimonio que éstos controlaron durante más de 15 años, arreglos que seguramente no llegaron a ser bien conocidos por el resto de su familia, pero también debió llegar a otro pacto con el cura de Orellana, porque, sintiendo cercano su anunciado final, y aprovechando que el plazo de vigencia de aquel compromiso con sus hermanos llegaba a su término en aquellas fechas, pidió consejo al clérigo, que debió persuadirle para que lo cancelara, temerosos ambos de que su tío hubiera proyectado ya apoderarse de las rentas del mayorazgo, aprovechando el final de su larga enfermedad. Todo apunta a que Juan el Bueno transfirió por entonces la función de administrar su patrimonio a manos del cura de Orellana Francisco Guisado, que gozaba de su completa confianza, hasta que se hiciera cargo del señorío quien le fuera a suceder: “y porque desde el dicho dia enadelante por mi mandado el bachiller Francisco Guisado clerigo que esta en mi cassa a tenido cargo del gasto y rescibido que despues aca sea ofrescido rescebir y gastar y para ello a procurado algunos dineros prestados digo que todo lo que diere por escripto firmado de su nombre aver rescebido se le de y pague luego de mis bienes y le passen en quenta todos los gastos que diere por escripto firmados de su nombre aver fecho e sin (sic) que sea creydo sin ninguna otra averiguacion porque del tengo entero concebto de verdad”.

Casa de la Alberca en Trujillo.
Casa solariega de los señores de Orellana la Vieja

Pero en verdad, ya nada de lo que Juan pudiera hacer serviría para que Gabriel abandonara su presa. No hacía mucho que le había pedido a su sobrino que le nombrase sucesor, lo que sin duda debió sorprender mucho al señor de Orellana, porque al menos sí tenía claro que ese derecho le correspondía a su hermana, pero a finales de 1548 comenzó a sentir con mayor fuerza la presión a la que de nuevo le iba sometiéndo, desplegando esta vez don Gabriel sobre su sobrino todo el poder de influencia que tenía sobre cuantas personas y allegados pudieran contribuir a sus propósitos. Al hilo de esta nueva estrategia, Juan de Chaves nos dice que Gabriel el Viejo le había conminado repetidamente a que interviniera en su favor, persuadiendo a su sobrino para que le nombrase su sucesor y que después de una entrevista que mantuvo con él, éste le contestó que: “como señor me dezis esso fiandome yo tanto de vos que mi propio tio don Gabriel y don Fernando Portocarrero su hermano ambos me han dicho una y muchas vezes que mi casa no la heredan ellos sino mi hermana". Gabriel insistía con Juan de Chaves para que le dijera a su sobrino que consultara sus dudas con su confesor y con fray Pedro Garijo, jurista y letrado de quien podía fiarse, y aunque Juan no quiso escucharle, terminó por ceder como resultado de las continuas presiones que ejercieron sobre él, incansables, estos y otros asesores, que valiéndose de su autoridad moral lograron torcer su voluntad para que acatara los deseos de su tío Gabriel, pese a la oposición silenciosa de Hernando Portocarrero: "importunado muchas vezes de este testigo dixo que si lo aria y que el testigo entiende que los letrados y confessor se lo deuieron aconsejar porque muy contra su voluntad a lo que este testigo pudo conocer del lo hizo persuadido de los letrados y confessor que para esto eligio que asi conuenia a su conciencia y siempre con todo esto el dicho don Fernando Portocarrero hermano del dicho don Gabriel le parecia mal y burlaua y burlo hasta que murio de la pretension del dicho don Gabriel y estuuieron sobre ello desauenidos y esquiuos con auer sido tan grandes hermanos jamas se boluieron a tratar".

Seguramente que Juan sólo llegó a conocer las interesadas explicaciones que le dieron entonces sus expertos consejeros sobre quién debía sucederle si moría sin descendencia, careciendo de hermano varón. Conocedor de las pretensiones de su hermana María y de su tío Gabriel, consultó afligido a diferentes letrados, juristas y teólogos para que le ayudaran a interpretar la escritura del mayorazgo. Agudizada su enfermedad desde hacía algún tiempo en Orellana la Vieja, pidió que le llevaran a su casa de la Alberca en Trujillo para que pudiera recibir mejores cuidados, donde acudieron a visitarle los dominicos Tomás de Santa María y Francisco Durán, acompañados del jerónimo Pedro Garijo. El cura de Orellana la Vieja Francisco Guisado, que atendía la cátedra de gramática en la villa, juzgó aquella reunión que mantuvo con los frailes como decisiva y se temió lo peor. Tras hacer salir de la sala en la que se encontraban a su tío Hernando y a sus criados, después de que se leyera la escritura principal del mayorazgo, les pidió Juan que le dieran su parecer. Todos, sin excepción, se pronunciaron a favor de Gabriel de Mendoza. Francisco de Herrera, amigo personal de éste, había llevado incluso una copia de las escrituras a Valladolid, para tratar el asunto con el licenciado Gaona, contestando éste que "si auia varon descendiente de Juan Alfonso, que no heredaua muger y que esto parecia claro por la escritura". Lo mismo hizo en sendas entrevistas con los doctores Bravo y Torice, contestando ambos que debía suceder Gabriel y no María. Según el clérigo de Orellana, estas consultas inclinaron definitivamente la opinión del joven moribundo confiando, angustiado, en el buen criterio de sus asesores: "y entendido dellos que el dicho don Gabriel era legitimo sucessor le nombró por tal y sino entendiera que era justicia no le nombraria por sucessor de la dicha casa".
Tal vez Juan el Bueno llegara a creer sinceramente, tras las presiones a las que fue sometido, que al mayorazgo de Orellana no podía suceder mujer habiendo varón de otra rama descendiente del fundador. Sea como fuere, lo cierto es que en su testamento expresó finalmente su voluntad de que le sucediera su tío Gabriel de Mendoza. Evocando lo que habían sido vacilaciones hasta ayer mismo, pensó seguramente que con sus palabras no se despejarían del todo los recelos familiares, así que propuso de nuevo –probablemente al dictado de su tío Gabriel- nada menos que el matrimonio de los dos adversarios, lo que desde luego hubiera cambiado el curso de los acontecimientos futuros, conciliando los intereses de ambas partes. La propuesta que sabemos no era nueva ejerció poco influjo en el ánimo de su hermana, que por entonces había contraído ya compromiso de matrimonio con el caballero don Gómez de Figueroa -nieto de don Gómez Suárez de Figueroa, segundo conde de Feria- gentilhombre de la Cámara de Felipe II, incrementándose por el contrario su voluntad de luchar por lo que sentía como propio.